jueves, 28 de julio de 2011

Homosexualidad en la Iglesia

Las frecuentes dificultades para mantener relaciones heterosexuales debieron empujar a muchos monjes a la homosexualidad o a otros tipos de contactos sexuales.

Es cierto que contra eso se tomaron todas las precauciones imaginables. Ya en el monacato más antiguo ningún monje podía hablar con otro en la oscuridad, ni agarrarle de la mano, lavarlo, enjabonarlo o tonsurarlo; incluso debían guardar una pequeña distancia entre ellos, tanto si estaban parados como si iban caminando. Tampoco debían cabalgar dos juntos a lomos de un asno sin montura. Se prefería que los monjes no durmieran en celdas individuales. En el pabellón, cada cual tenía que permanecer vestido en su propia cama, generalmente uno más anciano entre dos jóvenes, y el dormitorio tenía que estar iluminado durante toda la noche hasta el amanecer; además, un grupo reducido velaba por turnos.

Pero por muy completa que fuese la labor de espionaje, los monasterios siempre fueron centros de relación homosexual, relación que los monjes fueron los primeros en difundir.

En la Antigüedad sucedía más abiertamente y comunidades enteras fueron destruidas por la pederastía. Hoy en día se guarda cierta discreción. Aunque como contó un anónimo en los años de 1950: "La inclinación homoerótica se reforzó en mí en el mundo puramente masculino de la escuela del convento (...) Inicie a algunos chavales en la sexualidad, individualmente o en pequeños grupos mediante determinados actos sexuales. Pero tenía miedo a ser descubierto así que, con una sola excepción, no solía repetir."

Los monjes fornicaban incluso con seres que en el cristianismo no están precisamente bien vistos. Así, cuando a comienzos del siglo IX, y a causa de los continuos escándalos, se suprimieron los monasterios mixtos en Europa oriental, el abad Platón, con admirable coherencia, expulsó también del área de su monasterio a todos los animales hembras. Hasta San Francisco, el amigo de los animales, se vio obligado en su segunda regla a prohibir a todos los hermanos, "tanto clérigos como lacios, que tuvieran un animal hembra, ellos mismo o en casa de otros o por cualquier otro medio."

jueves, 7 de julio de 2011

El pellejito de Jesús

Si un Papa iba a la peregrinación del prepucio de Abraham nada menos que en 1728, no debe extrañar que el prepucio de Jesús haya conmovido a los devotos cristianos tan profundamente.
 
Una larga nómina de Padres de la Iglesia estuvieron atormentados por el destino de este prepucio, que Dios debió perder al octavo día de su vida terrenal.
 
¿Se había podrido? ¿Se había vuelto demasiado pequeños o había crecido milagrosamente?¿Se fabricó el Señor uno nuevo?¿Lo tenía en la Última Cena, cuando convirtió el pan en su cuerpo?¿Tiene prepucio, ahora en el Cielo, y es adecuado a su grandeza?¿Cual es la relación entre su divinidad y el prepucio?¿También se extiende la divinidad al prepucio?¿Y la reliquia? ¿Puede ser auténtica?. Y finalmente, ¿porqué hay tantos prepucios de Jesús?. El ex dominico A. V. Müller escribió en 1907 "El sagrado prepucio de Cristo", anotando, al menos,  trece lugares que se vanaglorian de poseer el "auténtico" prepucio divino: el Lateranense y los de Charroux (Poitiers), Amberes, París, Brujas, Bolonia, Besançon, Nancy, Metz, Le Puy, Conques, Hildesheim, Cálcala y "algunos otros".
 
El precioso bien llegó a Roma de la mano de Carlomagno (hacia el año 805), a quien se lo había facilitado un ángel.
 
Con el tiempo, se desarrolló un culto prepucial en toda regla. En 1427 se fundó una Hermandad del Santo Prepucio. Muchas personas, y en especial las embarazadas, peregrinaban para visitar el pellejo conservado en Charroux, al que se atribuyó un efecto benéfico sobre la marcha del embarazo en la época de Voltaire y en la de Goethe. La pieza conservada en Amberes tenía sus propios capellanes. Cada semana se celebraba allí una misa mayor en honor del santo prepucio, y una vez al año lo llevaban "en triunfo" por las calles.
 
Aunque era pequeño y casi invisible, los favores que concedía debían ser grandes.


Una monja muerta en Viena en 1715, Agnes Blannbekin, tuvo una relación "muy especial" con el prepucio divino.
 
Nos lo contó el benedictinio austriaco Pez en 1731:
 
Casi desde la adolescencia la Blannbekin había echado de menos esa parte que Jesús había perdido: el ilocalizable pellejo del pene del Señor. Más concretamente, "siempre que llegaba la fiesta de la Circuncisión solía llorar el derramamiento de sangre que Cristo se había dignado padecer desde el mismo comienzo de su infancia, lo que hacía con íntima y muy sincera compasión."
 
Y precisamente en una de estas fiestas ocurrió que, justo después de la comunión, Agnes sintió el prepucio en su lengua. "Mientras estaba llorando y compadeciéndome de Cristo comencé a pensar en dónde estaría el Prepucio. ¡Y ahí estaba! De repente, sentí un pellejito, como la cáscara de un huevo, de una dulzura completamente superlativa, y me lo tragué. Apenas lo había hecho, de nuevo sentí en la lengua el dulce pellejo, y una vez más me lo tragué." ... Y esto lo pudo hacer unas cien veces....

Y le fue revelado que Prepucio había resucitado con el Señor el día de la Resurreción.
 
Tan grande fue el dulzor cuando Agnes se tragó el pellejo, que sintió una dulce transformación en todos sus miembros.

miércoles, 6 de julio de 2011

Castrati

En Occidente la emasculación solamente fue cultivada por razones artísticas, para evitar el cambio de voz de los cantantes de las capillas de los príncipes y papas: se trató, sobre todo, de una costumbre italiana, todavía muy en boga en el s. XVIII. Fue la tierra de los papas la que abasteció de cantantes eunucos a toda Europa, apareciendo como enclave de esta industria del bel canto la villa de Nórica, en el estado papal.

Los castrados siguieron entonando sus cánticos en la Capilla Sixtina - erigida por el papa Sixto IV, un chulo excepcional, constructor también de un burdel famosísimo - durante siglos, hasta ¡1920! aproximadamente. No menos de treinta y dos Santos Padres (comenzando por Pio V, un antiguo monje e inquisidor, que, a su vez, ordenó la pena de muerte para el incesto, el proxenetismo, el aborto y el adulterio) tuvieron la misma falta de escrúpulos a la hora de hacer mutilar a los jóvenes. Expresión también de la aversión a la mujer, pues por este medio se evitaba su presencia en los coros.