sábado, 17 de septiembre de 2011

Evangelización y Nuevo Mundo

La finalidad evangelizadora estuvo presente desde los primeros viajes al Nuevo Mundo. Va a ser precisamente este carácter proselitista el que singularice la obra de España en América: no se trata tanto de una conquista (entendida en términos de sometimiento y acatamiento), como de una colonización, si bien interpretada no a la manera griega de explotación de recursos naturales, sino como prolongación de la metrópoli, con los mismos derechos que ésta. Este deseo de la monarquía hispánica va íntimamente unido a su intención de difundir el Evangelio, como así se afirma en 1526 al ordenar que vayan religiosos en los viajes: (…) instruirlos (a los infieles) en nuestra santa fe católica y predicársela para su salvación y atraerlos a nuestro señorío, porque fuesen tratados favorecidos, defendidos como los otros nuestros súbditos y vasallos (...)
Desde julio de 1508, la bula Universalis Ecclesiae de Julio II, confiere el derecho de patronazgo español también en América, el Papa delegaba en los reyes de Castilla el poder enviar misioneros, así como facilitar y sufragar sus viajes. Se trataba de la contrapartida en agradecimiento a la incipiente labor evangelizadora de estos primeros viajes de conquista. La Corona de Castilla nunca consideró los territorios descubiertos como meras factorías sino que quiso incorporarlos políticamente al Estado, las capitulaciones de la época constituían una especie de Carta puebla (fuero municipal) ya que los descubridores estaban obligados por contrato a poblar las tierras descubiertas. Además de que los indígenas infieles eran considerados súbditos de la Corona en cuanto se bautizaban

Es a partir de 1526 cuando se ordena que en las naves que cruzan el Atlántico, además de la tripulación, vayan siempre religiosos. Se colige una finalidad condicional: la monarquía hispánica tomaba en posesión las tierras del Nuevo Mundo si, al mismo tiempo, difundía la fe católica. Esta misión evangelizadora va a ser cumplida por los conquistadores no sólo obedeciendo a una orden impuesta, sino por propia iniciativa personal.

El propio Carlos V se preocupó personalmente de la organización de la Iglesia americana, fundando el Consejo de Indias, extensivo para asuntos eclesiásticos. Es decir, durante esta primera mitad del siglo XVI la labor evangelizadora en América fue regida desde el Estado, no siendo hasta después del Concilio de Trento (1563) cuando la Iglesia, tras las guerras de religión de las primeras décadas, se ocupe de la difusión evangélica entre los indios, fracasando en sus intenciones de imponerse al establecido poder decisorio estatal de España en América. Cualquier asunto religioso ultramarino debía pasar por el Consejo de Indias, considerándose injerencia toda tentativa al margen.

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