lunes, 19 de diciembre de 2011

Prostitutas

Soldadera, amafia, bagasa, bordelera, buscona, dama de medio manto, hembra mundanal, mujer errada, pendenga, rabiza, cantonera, moza del partido.... con todos estos nombres se hacía referencia en la Edad Media a las numerosas prostitutas que habitaban las ciudades y los pueblos. No todos significaban lo mismo, puesto que no era la misma la que se ejercía diariamente en los burdeles; la ocasional y encubierta, no reconocida, practicada en la calle, los mesones, las tabernas, las ventas, los baños públicos, las casas particulares e incluso en la corte; y la que resultaba de una coerción ejercida sobre las mujeres por su señor, padre, marido o alcahuete de turno.

La mayoría de las prostitutas eran víctimas de la pobreza o bien de alguna situación de desarraigo familiar. Otras corrieron la misma suerte tras ser violadas, una situación que en la época acarreaba la infamia para la mujer; o bien por haber dejado a sus maridos como consecuencia de una infidelidad o incompatibilidad.

Era habitual que las prostitutas procedieran de lugares distintos a aquel donde ejercían su oficio. Hablar de “vida fácil” respecto a estas mujeres resulta bastante inexacto en cualquier época, más aún en la Edad Media, durante toda su “carrera” les acechaban peligros y amenazas de toda clase. Estaban expuestas en todo momento a contraer enfermedades venéreas. Pero peor aún era el envejecimiento, que les iba quitando paulatinamente los clientes y, con ellos, el sustento. Cuando quedaban privadas definitivamente de clientela encontraban escasas alternativas de subsistencia: la mendicidad, la alcahuetería, la ayuda de instituciones religiosas o de sus mismas compañeras.

Algunas prostitutas las más afortunadas, podía permitirse trabajar por su cuenta, pero la mayoría se integraba en un burdel (mancebía) o bien dependía de un alcahuete, hombre o mujer, que les proporcionaba clientes y una habitación donde vivir y realizar su actividad. Las autoridades actuaron a menudo contra los alcahuetes, que se beneficiaban de las ganancias de las pupilas, imponiéndoles penas económicas e incluso el destierro.


                     Detalle de la "Casa de la muñeca" Burdel de Garganta de la Olla, propiedad del Obispado (Foto: Yaye)

El burdel estaba organizado por la autoridad y regulado a través de meticulosas ordenanzas. Cada ocho días un médico visitaba la mancebía, con el objetivo de evitar la propagación de enfermedades venéreas. Eso sí, para proteger el honor de las mujeres honestas y que las prostitutas no tuvieran contacto con ellas, las mancebías se trasladaron a zonas concretas de la ciudad, especialmente extramuros, o bien se cerraban sus calles mediante tapias de adobe o muros con puertas. Esta segregación servía también para evitar alteraciones del orden público.

También se promulgaron leyes que exigían que las prostitutas llevaran algún distintivo en su vestimenta: tocas azafranadas, mantillas cortas, faldas amarillas o púrpuras, y, en la cabeza, llamativos adornos y cintas de color rojizo. Se les prohibía llevar tejidos y prendas como pieles, sedas, paños de calidad, capirotes y zapatos lujosos, adornos de oro, plata y joyas. Tampoco podían usar velos, tocas, ni mantos u otras ropas de abrigo que se reservaban para las mujeres decentes. También se les imponían ciertos períodos de abstinencia, como en Semana Santa: según una orden de 1373 en Barcelona se recluía a las prostitutas desde el Miércoles Santo en el Monasterio de Santa Clara

Pero, a pesar de las críticas, los reyes eran conscientes de que con las prostitución se evitaban otros problemas y que, además, reportaba beneficios económicos. Y es que las cargas de impuestos a las prostitutas, desde el reinado de Enrique III, beneficiaron a los reyes y a las ciudades, además de ser una medida importante en el control de este oficio. La dotación de tierras para construir casas de citas aportó ganancias añadidas a los municipios.

La prostitución fue una institución fundamental en la cultura medieval, que la toleró y la reguló. Pero al mismo tiempo las prostitutas fueron víctimas de una sociedad que ofrecía nulas salidas a las mujeres (fuera del matrimonio o el convento) y sufrieron las críticas y la marginación.

Tomado de Pilar Cabanes, National Geography Historia nº 87