lunes, 24 de septiembre de 2012

Los dientes de la emperatriz


He tenido el honor de ser presentada a muchas princesas de sangre, y debo reconocer que jamás ninguna me ha impresionado tanto como Josefina. Es la elegancia y la majestad. Nunca una reina ha sabido estar mejor en un trono, sin haberlo aprendido. ¡Lástima que la emperatriz haya perdido los dientes!”
Duquesa de Abrantes, 1808

Los dientes de la emperatriz. Es un tema que me viene a la mente cada vez que veo en la tele una serie histórica y cualquiera de los personajes principales y no tan principales, exhibe una dentadura perfecta. Y recordé estos datos que entresaqué de la novela Yo, el Rey de J. A. Vallejo-Nágera del año 1985

La emperatriz Josefina tenía unos pocos dientes negros y carcomidos tras unos labios perfectos. Son una especie de embajadores que traen cartas credenciales de la muerte. En las calaveras siempre impresionan los dientes, tanto los que restan como los que faltan
Hace pocos años se consideraba hermosa toda mujer que no tuviera desfigurado el rostro por las cicatrices de la viruela. El feliz descubrimiento de la vacuna ha disminuido tanto este azote de la humanidad, que en la nueva generación es una rareza. Los admiradores de las mujeres podemos disfrutarlas con un cutis de seda, que en la juventud de Napoleón era un preciado privilegio. Hoy, en 1808, encontramos bella a toda joven con la dentadura completa.
Es evidente que Josefina no olvida un momento su dentadura. Usa el abanico para tapar la boca, en un gesto que logra sea agraciado, destacando la belleza de los ojos en línea horizontal sobre la curva del abanico que se ilumina. Los hombres miramos con predilección cuatro centros del encanto femenino: los ojos, la boca, el escote y las manos. La emperatriz Josefina  con hábil acentuación del anzuelo de los otros tres intenta que olvidemos el cuarto, al que también cuida esforzadamente. Casi todas las personas desdentadas curvan hacia dentro los labios. La emperatriz con la boca cerrada consigue mantener el contorno de sus labios perfectos. Repite el milagro de mantenerlo durante la sonrisa, pero Josefina tiene, como una de sus mayores gracias, un carácter jovial y está inclinada a reír alegremente. Éste es el momento peligroso, que suele resolver con el abanico…..casi siempre. Cuando no lo consigue, el horror, como un látigo envenenado, nos azota el espíritu a los espectadores.
La dentadura de la emperatriz no atormenta sólo su vanidad, sufre dolores agudos, que atenúa con opio. En su neceser de viaje hay dos cajitas circulares de oro: una para el opio en granos, otra lo contiene disuelto en tintura de láudano.
Antes de las comidas, otra situación dramática: suele retirarse a frotar las encías con el polvo y la tintura de láudano. Dicen que el sopor que a veces la obliga a recogerse en su aposento tras el yantar, se debe a esa necesidad de alivio de sus sufrimientos. Durante la comida los disimula con entereza, nadie nota el dolor ni las dificultades para masticar. Jamás realiza esos movimientos con la lengua entre los dientes y la mejilla con que tantas personas vulgares tratan de menguar sus molestias. También ha logrado maestría en el control del movimiento de los labios al hablar. Nadie que no esté prevenido notará su miseria dental. Y todos podemos disfrutar sin menoscabo en la complacencia de su conversación encantadora, del tono dulce, insinuante, acariciador de esta persona de bondad y gracias excepcionales.

Se cuenta que la emperatriz, al conocer a Maria Luisa, esposa del desdichado Carlos IV, quedó sorprendida por los bellos dientes de esta. Al preguntarle cómo había conseguido mantener todos sus dientes a lo largo de su vida, la cachazuda esposa del Borbón le contestó que se los habían hecho unos orfebres de Medina de Rioseco.