miércoles, 24 de marzo de 2010

La conquista de la isla Tercera 1583

Felipe II ha sido nombrado Rey de Portugal y ya ha sido reconocido en todos los territorios del Imperio portugués, en el archipiélago de las Azores las islas de San Miguel y de Santa María han aceptado ya al nuevo monarca, y estando en tratos el resto de la población del archipiélago para someterse al nuevo monarca, aparece una pequeña escuadra francesa en la isla Tercera con 500 hombres de guerra y cartas acreditativas del pretendiente, el prior de Crato, prometiendo la próxima ayuda de una poderosa escuadra y 15.000 arcabuceros al mando de Felipe Strozzi, primo de la reina madre de Francia.

El ofrecimiento galo de ayuda, y el desbaratamiento del intento de D. Pedro Valdés -julio de 1581- consolidaba la esperanza de los partidarios del Prior en las Azores. Al año siguiente la campaña de D. Álvaro de Bazán consigue la victoria sobre la escuadra francesa de Strozzi, pero al retrasar el desembarco en la isla Tercera por el afán de proteger a la Flota de Indias que se acerca a la zona, un temporal propio de la época (principios del otoño) le impide el desembarco. El vencedor de los franceses se ve obligado a volver a Portugal con una importante victoria pero dejando las islas en poder de los seguidores del Prior de Crato.

Al enterarse de la derrota francesa, el pretendiente ordena a dos capitanes adictos y a uno francés que apresten cuatro naos y dos pataches con 400 hombres para que reduzcan a su obediencia a los habitantes de las islas de Cabo Verde. La expedición fracasa a pesar de contar con la ayuda de tres naos inglesas limitándose a apresar cuatro pesqueros y dos pataches portugueses antes de regresar con las manos vacías a la isla Tercera.

A principios del año 1583, el rey de Portugal, Felipe II da instrucciones al Marqués de Santa Cruz para anticiparse a la llegada a la Tercera de nueva ayuda francesa. La idea del rey es que las tropas partan antes de finalizar el mes de marzo. Se concentran en Lisboa 2 galeazas napolitanas, 12 galeras de España, 5 galeones, 17 naves mediterráneas, 7 naves cantábricas, 12 carabelas portuguesas y 7 barcazas de desembarco. Otras 7 naos gruesas, 12 pataches y 15 pinazas besugueras se estaban armando en los puertos del Cantábrico. Se van a incorporar 200 marineros de Cataluña y 400 de Génova para ser distribuidos entre los buques de la armada. En total, el Marqués de Santa Cruz dirigirá un centenar de embarcaciones de todas clases y unos 15.000 hombres de mar y guerra.

La armada de Bazán no estará lista para las fechas previstas, ni mucho menos, y la partida hacia las Azores no tendrá lugar hasta el 23 de junio, perdiéndose la ventaja que perseguía el rey de anticiparse a la llegada de ayuda francesa a la Tercera. En la última instrucción escrita por el Rey, fechada el 6 de junio en San Lorenzo del Escorial, ordena explícitamente la conquista de la isla más importante de las rebeldes, la Tercera. Aunque da como misión circunstancial la ocupación de las restantes si el tiempo lo permite.

Los franceses, mientras tanto,emprenden febrilmente intentos de organizar una nueva armada para vengar la afrenta del año pasado. Pero no existen en Francia buques en cantidad y calidad para medirse con los de la Armada española. Así que tiene que buscar ayuda en el Norte pero no consigue que los holandeses les apoyen a tiempo, sólo consigue 4 compañías de soldados ingleses, ya que la Reina Isabel no quiere enfrentarse directamente con el Rey Felipe. Incluso, el Rey Cristianísimo de Francia, pide ayuda al sultán turco. El almirante francés parte al mando de 15 buques, provistos de suficiente pólvora, munición, armas, instrumentos propios de la ingeniería militar y unas 100 pieza de artillería gruesa para reforzar la que ya está instalada en la Tercera. Unos 1.000 hombres de guerra se sumaran a los 500 soldados franceses que quedaban en la isla en el verano de 1582 después de la derrota de Strozzi. Según el Prior de Crato en la isla hay de 6.000 a 7.000 portugueses armados, que en los tres años de rebeldía contra Felipe II, han construido trincheras emplazado piezas de artillería a lo largo de la costa accesible desde el mar. Los partidarios del Prior tienen en total 31 navíos de todas clases para defenderse de los españoles, todos se mantendrán inactivos durante la acción de desembarco y caerán en poder de los vencedores.

El maestre de campo francés con unos 250 soldados franceses y más de 1.000 hombres bajo las órdenes del Conde de Torres Vedras seguirán por tierra los movimientos de la armada española, desplazándose por los viñedos paralelamente a la costa para contraatacar cuando los invasores pongan pie en tierra.

Por su parte, D. Alvaro de Bazán parte del estuario del Tajo el 23 de junio, al mando de 37 naves de ataque y defensa de otras 35 naves de transporte de tropas de desembarco. Catorce carabelas constituyen las fuerzas ligeras de descubierta, por último, 12 galeras serán las encargadas de batir con artillería las defensas costeras del sector de desembarco y remolcar las 29 barcazas de asalto hasta la playa. En total, parten de Lisboa 91 embarcaciones, con 684 cañones (562 de bronce y 122 de hierro colado) más 120 piezas artilleras en las galeras. La gente de guerra embarcada suma 8.841 hombres, a los que hay que añadir los 2.600 hombres del tercio de Agustín Iñiguez de Zárate estacionados en la isla de San Miguel desde el año anterior. La tropa embarcada es cuantitativamente poderosa, cualitativamente, la mejor de Europa.

El 13 de julio la armada está fondeada en la isla de San Miguel, hasta el 19 se dedican las actividades a distribuir la artillería de batir, municiones, los carros, mulos, e impedimenta en las barcas de desembarco. Se apresa a una embarcación que había salido en busca de información de la armada de D. Alvaro de Bazán, se convierten en informadores: localización de fuertes, lugares favorables para el desembarco, distribución de tropas, baterías y calibre de los cañones, etc.

Los vientos favorables permiten a toda la armada fondear frente a la villa de San Sebastian -a tres millas al sur de la ciudad de Plaia- entre el 23 y el 24 de julio. El día anterior han desertado tres naos francesas de la armada del pretendiente, el pánico cunde en la isla al conocerse el tamaño de la imponente armada de Bazán.

Don Alvaro de Bazán destaca un emisario a requerir la paz de parte del Rey, prometiendo la salida libre a los extranjeros con armas, banderas y equipajes. Pero el enviado es recibido con nutrido fuego salvando la vida de verdadera casualidad.

Después de este intento, la isla es reconocida en casi todo su litoral de forma minuciosa buscando la playa ideal para el desembarco. Después de un concienzudo estudio se decide desembarcar en una pequeña caleta junto a los Isleos, pero es una distracción pues se saben espiados por los partidarios del pretendiente; los maestres de campo han encontrado la cala de las Molas (Muelas) que se presta estupendamente para el desembarco, ya que sólo la defiende un fuerte con dos cañones y una trinchera de 3 metros de altura por 2,5 metros de ancho en un frente de 80 metros..

El día 25 de julio -festividad de Santiago- se dedican a los preparativos del desembarco. En la primera oleada de desembarco van 4.000 hombres en las distintas barcazas, al filo de la medianoche la gente está ya embarcada y las galeras listas para emprender la aproximación a la playa elegida, mientras que dos galeras se dirigen ala ciudad de Plaia para bombardearla. Al amanecer del día 26 D. Alvaro de Bazán embarca en la galera capitana, emprendiendo las 10 galeras la boga silenciosa hacia la cala de las Molas. Justo en la amanecida se largan los remolques y las galeras comienzan a batir la tierra con gran violencia. Los defensores son tomados por sorpresa, desde su trinchera sólo pueden hacer frente con fuego de arcabuces y mosquetes a los que desembarcan. Desde el fuerte, sólo un cañón responde a los asaltantes. La resaca dificulta el desembarco, pero no lo impide. Muchos soldados se lanzan al agua ya que la aglomeración de barcas impide el avance hasta la playa, Los primeros en llegar a tierra son el alférez Francisco de la Rúa, el capitán Luis de Guevara y el soldado Rodrigo de Cervantes quién envidia a su hermano que se batió en Lepanto perdiendo un brazo.
Los defensores son 50 franceses y 200 portugueses, se baten bien pero son superados por los correosos veteranos de los Tercios que asaltan la trinchera, los portugueses escapan, dejando solos a los franceses, que sufren 35 muertos. El asalto duró menos de media hora. Los españoles pudieron formar un escuadrón. Desde las posiciones enemigas próximas acuden refuerzos, pero el maestre de campo D. Francisco de Bobadilla ordena formar con rapidez las compañías, a medida que los hombres llegan a tierra.

Cuando llegan dos compañías francesas los españoles ya se encuadran por cuerpos y naciones, los defensores se ponen en una disposición defensiva a la espera de más tropas desde Plaia. Se reúnen así unos 1.000 hombres. Pero los españoles ya están lanzando la segunda oleada de barcazas que trae consigo la artillería de campaña. Los franceses tienen 8 piezas de artillería que hacen daño en las filas españolas, aunque las dificultades del terreno no permiten emplazarlas adecuadamente. Durante 16 horas los franceses resisten los ataques frontales de la infantería española, pero al final son embolsados por el tercio de Don Lope de Figueroa obligándoles a abandonar sus posiciones. Los españoles han sufrido 70 muertos y 300 heridos.

Recién finalizado este combate llegan las tropas portuguesas del Conde de Torres Vedras con sus 1.000 hombres y un rebaño de 300 ó 400 vacas para lanzarlas contra los españoles. Pero no llega a emplearse la vacada porque la noche se echa encima. Durante toda la noche los españoles permanecen en formación de combate, por si se produce un ataque. Al alba se ordena el avance hacía la villa de San Sebastián, que los franceses abandonan en retirada ordenada mientras que los portugueses se dispersan al contemplar aquella máquina militar en ordenado despliegue, que parece incontenible.

Para explotar el éxito, Bazán ordena forzar la marcha hacia Angra, y da orden a las galeras de que ataqune a los buques fondeados en la bahía para impedir que los franceses se hagan fuertes en la ciudad. Pero ésta y las naves se ocupan sin resistencia, porque dotaciones y habitantes han escapado hacia el interior de la isla con todas sus pertenencias. El saco de tres días concedido por el Marqués de Santa Cruz a su gente proporciona un botín bien escaso a los vencedores.

Los franceses se dirigen a la montaña de Nuestra Señora de Guadalupe, áspera y propicia para ordenar una tenaz resistencia. El gobernador portugués trata de resistir mientras tenga seguidores.

Al ver a portugueses y franceses tan desavenidos, el Marqués de Santa Cruz decide liquidar cuanto antes las resistencias de las otras islas rebeldes, delega la misión en D. Pedro de Toledo al mando de 12 galeras, 16 pinazas y varias embarcaciones menores, con 2.500 hombres de guerra. El 30 de julio toma las islas de San Jorge y Pico, desde ésta última parte la expedición contra la isla de Fayal, defendida por seis compañías de soldados franceses e ingleses, unos 600-700 hombres. El desembarco se produce el día 2 de agosto sin oposición. Se ordena el ataque contra el atrincheramiento del adversario rompiendo su resistencia y obligándole a la rendición. Cuatro navíos, 6 banderas, 54 cañones y munición en abundancia constituyen el botín de guerra.

Las islas Graciosa y Cuervo se someten sin oposición.

El almirante francés negocia la rendición con sus antiguos compañeros en Malta, Iñiguez de Zárate y D. Pedro de Padilla. El Marqués de Santa Cruz exige la rendición con armas y banderas, concediendo la conservación de sus armas a los mandos y oficiales.

El gobernador Silva, progresivamente abandonado por sus hombres, acaba por esconderse en los montes de la isla hasta que cae en manos de los españoles, siendo de inmediato juzgado y condenado a muerte por tirano, matador, alterador de las islas y recogedor de herejes. Otros catorce portugueses son ajusticiados por traidores; también mueren en la horca unos cuantos franceses y otros cien son condenados a galeras.

Como colofón debemos recoger la petición de don Alvaro de Bazán al Rey Felipe II, para preparar una expedición contra Inglaterra para el año siguiente, seguro del éxito que puede obtener un ejército tan armado y experimentado.

Desafortunadamente, el retraso en la expedición de Inglaterra y la muerte de Don Álvaro de Bazán privaron a la historia de una experiencia irrepetible

Tomado de: Ricardo Cerezo Martínez, Revista de Historia Naval, nº 3. Madrid 1983

sábado, 20 de marzo de 2010

Españoles en Vietnam

El 17 de febrero de 1859, fuerzas aliadas españolas y francesas tomaban al asalto los últimos reductos de la Ciudadela de Saigón, lo que representaría el comienzo de la presencia francesa en la península indochina, que duraría hasta 1954. Saigón no era la capital del Imperio Annamita, pero sí era el puerto más importante del rio Mekong, granero de arroz en su delta y potencial centro para la expansión europea.

Estas fuerzas aliadas llevaban operando en territorio annamita desde septiembre del año anterior. Los gobiernos de París y Madrid habían decidido actuar conjuntamente contra el emperador Tu Duc, a consecuencia de la sangrienta persecución a la que estaban sometidos los cristianos en su país, lo que había llevado a un cruel martirio a dos obispos españoles. La España de Isabel II reaccionó con generosidad cuando Napoleón III propuso, a finales de 1857, ejecutar una operación de castigo contra la Corte de Hué.

Lo que fué una decisión política urgente se tradujo en una complicada y larga fase de preparación. No obstante, al año de la toma de decisiones políticas, el 1 de septiembre de 1858, una fuerza conjunta hispanofrancesa desembarcaba en la bahía de Tourane, la actual Da Nang, a unos 60 millas de la capital Hué.

Pero lo que inicialmente resultó ser una fácil conquista, debido a la contundencia del fuego de la artillería naval, se convirtió pronto en trágica pesadilla, debido al clima insano, a las enfermedades, al hostigamiento permanente de un enemigo sutil, a la falta de medios suficientes para continuar el ataque y a una indiscutible carencia de iniciativa por parte de los mandos.

El almirante francés decidió atacar hacia el Sur, hacia Saigón, sin tener en cuenta ni pedir consejo a los mandos españoles. Porque el cambio de objetivo entrañaba una variación importante respecto al motivo inicial de la operación: no se trataba ya de una operación de castigo sino de conquista terriorial. Francia decidía unilateralmente, no como aliada. Algunos autores actuales piensan que el movimiento francés simplemente respondía a una necesidad estratégica básica: adelantarse a Inglaterra. Los franceses sabían que Londres había dado la orden de ocupar Saigón, pues estaba en el camino del eje Singapur-Hong Kong, dos posesiones británicas en el Extremo Oriente.Francia se sentía en inferioridad ante Inglaterra, que controlaba varios puertos en la costa china, y ante España que dominaba hacía siglos las Filipinas, las Marianas y las Joló (más de 7.000 islas en total). El floreciente imperio de Napoleón III no quería seguir ausente de aquellos mercados, cuando ya Lesseps había iniciado la difícil apertura del Canal de Suez.

Cuando el obispo francés intentaba convencer al almirante francés de que lo importante era socorrer a los cristianos del Tonkún, la región norte, éste le contestó: “ No puedo subordinar importantes cuestiones estratégicas a intereses religiosos más o menos problemáticos; los reducidos efectivos del cuerpo expedicionario no me permiten atacar Hué, pero sí conquistar Saigón. Actuaré sobre la “cola de la serpiente” imperial, lo que me permitirá alcanzar su cabeza”.

El 3 de febrero de 1859, la fuerza estaba concentrada en Cabo Santiago, el Vung Fau de hoy. Había que remontar 60 millas de río que, aún teniendo 400 metros de anchura en algunos tramos, también presentaba escollos naturales y su ruta estaba jalonada por numerosos fuertes defensivos. El día 10, dos columnas mandadas por el comandante Reynaurd y el teniente-coronel Palanca conquistaban diversos fuertes. No bastaba batir los fuertes con la artillería naval: siempre tenía que acudir la infantería; estaban situados sobre terrenos pantanosos, rodeados de espesa vegetación, protegidos por trincheras, “pozos de lobo” y empalizadas, su conquista exigía un esfuerzo considerable.

La ciudad de Saigón estaba defendida por una ciudadela formada por un cuadrado amurallado de 500 metros de lado, a su vez protegida por canales y trincheras que circunvalaban la urbe. Situada a 800 metros de los muelles del puerto, exigía utilizar artillería de alcance medio o superior para neutralizarla.

La columna francesa estaba al mando del comandante De la Palliere – un hombre muy admirado por los hispanos- mientras que la columna española, bajo el mando del teniente-coronel Palanca, estaba formada por una compañía de cazadores, una batería de artillería y la dotación de desembarco del Elcano. Una sección de zapadores reforzaba a cada una de las columnas para facilitar la escalada y la apertura de brechas en la muralla.

En la orilla del río, una reserva al mando directo del almirante aseguraba la continuidad del esfuerzo. El contundente bombardeo naval, la buena coordinación del ataque, el hábil empleo de las reservas, el ejemplar comportamiento de los mandos y la bravura de soldados y marineros llevaron a la conquista de la plaza.

El botín de guerra fue importante: 200 cañones de bronce y de hierro; una corbeta y siete juncos de guerra, todavía en los astilleros; 20.000 fusiles y escopetas; 605 toneladas de pólvora; arroz para alimentar a siete u ocho mil hombres durante un año y una caja con monedas del país equivalente a 150.000 francos de la época. Sin embargo, Palanca se quejaría amargamente de la distribución de este botín.

La conquista de la ciudad y su puerto irían consolidando la nueva presencia francesa. Bajo la capa de garantizar a todos los ciudadanos los derechos de igualdad, equidad y justicia, estableció claramente las bases de una colonia que florecería rápidamente.

No sería fácil consolidar todo el sur de Cochinchina, el contingente español siguió luchando hasta abril de 1863, en que abandonaron el país desde una pequeña ciudad situada al sur de Saigón, llamada Go Gong. Habían pasado cerca de cinco duros años, marcados por la adversidad del clima, por la dureza de las operaciones y por el flagelo de las enfermedades. Pero también unos años complejos, debido a la extraña relación con las fuerzas de una potente Francia, cuyo rumbo político estaba bien determinado, en contraste con el de un Gobierno español y una Capitanía de Manila que prácticamente los abandonaron a su suerte.

De entre todos los héroes, tanto de sangre española como tagala, sobresale el teniente-coronel Palanca, una extraña mezcla de hombre exigente con sus tropas en el combate y, a la vez, un mando que pelea por su bienestar hasta la extenuación; incómodo con los almirantes franceses, pero a la vez eficaz, leal y disciplinado. Siempre fue el mejor informado; siempre pidió luchar en vanguardia; siempre asumió sacrificios y esfuerzos. Palanca conseguiría para España una alta consideración en el Tratado de Paz. Luego, sin embargo, conocería los celos, las envídias y hasta el destierro.


Para saber más: Alejandre, L. La guerra de la Cochinchina. Cuando los españoles conquistaron Vietnam. Edhasa, 2007.

Gaínza, F. La campaña de la Cochinchina. Algazara, 1997 (Original: Manila, 1859)



Tomado de: General Luís Alejandre. La Aventura de la Historia, nº 124

jueves, 18 de marzo de 2010

Matilde de Canossa. Una mujer de armas tomar

Nacida en 1046, no se sabe si en Mantua, en Ferrara, en Lucca, o en Canossa; es la última descendiente de la dinastía feudal de Canossa, de origen longobardo, era hija de Bonifacio III, marqués de Toscana, y de Beatriz de Lorena.

Al morir su padre, asesinado en una cacería, contaba sólo 6 años. Su madre asumió entonces el poder de los Canossa optando por apoyarse en la Iglesia. A la muerte de sus dos hermanos, Matilde fue nombrado única heredera de los vastísimos bienes feudales tanto paternos como maternos: aproximadamente un tercio de toda Italia, con una posición estratégica que permitía controlar todos los puertos que del norte posibilitaban el paso hacia Roma. No sólo logró mantenerlos sino que los consolidó y estableció sobre ellos un sistema de control directo.


Estaba muy orgullosa de su fe -en su sello se leía Matilde, si es algo, lo es por la gracia de Dios- su vida se desarrolló en el tránsito entre los siglos XI y XII en contacto con los principales señores del poder terreno y espiritual. Allí contrajo dos matrimonios, ambos impuestos por razones políticas y ambos desafortunados. El primero fue, de 1069 a 1076, Gofredo el Jorobado, con el que tuvo una hija que murió a los pocos días de nacer y que acabaría trágicamente con su vida, al traicionar la causa del Papado. Matilde siguió ofreciendo su apoyo a la reforma gregoriana de la Iglesia, sosteniendo y defendiendo a sus partidarios. Las segundas nupcias se celebraron cuando Matilde, ya madura, se decidió por Güelfo de Baviera. Una unión que también duró poco y que se reveló estéril e infeliz.

Mientras tanto la enemistad entre el Papa y el Emperador había ido aumentando. La fase más aguda del enfrentamiento se conoce con el nombre de la Lucha de las Investiduras, esta se basaba en la disputa sobre el nombramiento por parte de las autoridades laicas, con el consiguiente derecho al homenaje feudal, de obispos, abades y otros cargos, en una época en que gran parte de las tierras más fértiles pertenecía a la Iglesia, constituyendo un rico y apetecible patrimonio. La batalla alcanzaría su cénit entre 1077 y 1122, año de la fase crucial de esta contienda, que concluyó con el Concordato de Worms, el cual restituiría la potestad de designar obispos y abades a la Iglesia de Roma.

Con dureza e inteligencia, animada por una fe profunda y sincera, Matilde se presentó como la principal sostenedora de la causa de Gregorio VII. El Pontífice, gran amigo y confidente suyo, llevó a acabo unos cambios trascendentales en la Iglesia. Para alcanzar el sur de la península y llegar a Roma, el Emperador debía atravesar los Apeninos, cuyos puertos se encontraban bajo el control de las fortalezas de Matilde. Enrique IV, excomulgado por el Papa, se vio obligado a implorar perdón en Canossa, permaneciendo ante el castillo durante tres días, mientras que el Papa, junto con Matilde y el abad de Cluny se negaban a recibirlo. Al final, el Emperador obtuvo el perdón, aunque no tardó en traicionar de nuevo al Papa.

Por su posición defensiva del Papa, Matilde fue víctima de varios ataques y derrotas por parte de las tropas imperiales, que llegaron a deponerla. Las crónicas de la época no le reconocen una sola ocasión de prácticas femeninas como bordar, tocar música, aderezarse, vivir algún momento romántico o bien fomentar el arte. Matilde representa un modelo de mujer de comportamiento viril y de gran temple para la época. Así que no tardó en demostrar su extraordinaria capacidad de reacción: gracias a sus positivas relaciones con las poblaciones, a su habilidad militar y a la eficiente y extensa red de castillos y de los centros sociales y religiosos alrededor de las abadías y de las iglesias benedictinas, con gran determinación consiguió restablecer su poder de Gran Condesa.

Sin dejar descendencia, Matilde murió de gota en Bondeno de Roncore, el 24 de julio de 1115, siendo sepultada en la abadía de San Benedetto di Polirone. Posteriormente, en 1632 por decisión del Papa Urbano VIII, sus restos fueron trasladados a Roma, siendo enterrada en San Pedro en una solemne tumba esculpida por Bernini. Se trata de la única mujer laica que ha recibido sepultura en la Basílica Vaticana, junto con la beatificada Cristina de Suecia.

lunes, 15 de marzo de 2010

Los vikingos invaden Sevilla

Sevilla en el siglo IX

Gobernaba al-Andalus Abd al-Rahman II (822-852), cuarto emir independiente, se había dedicado a la consolidación interior, sofocando las numerosas rebeliones a que hubo de hacer frente, mantenimiento de las fronteras frente a los nacientes reinos cristianos del Norte.

En la Sevilla de mediados del siglo IX no existían aún los monumentos que la habrían de caracterizar en el futuro, pues hasta el siglo XII no se construiría la mezquita, cuyo alminar, la Giralda, es el único resto visible en la actualidad. La, por entonces mezquita mayor y, por tanto, centro de la ciudad, se hallaba en el lugar de la actual iglesia de El Salvador, había sido edificada en el 829 por Abd al-Rahman II; la Torre del Oro junto con su desaparecida hermana, la Torre de la Plata serían bastiones de la muralla almohade, no existentes todavía en el siglo IX, pero sí existía una muralla más modesta.

Había tres arrabales: el de Triana (Tiryana), el de La Macarena (Al-Makrina) y un tercero al Este en el camino de Carmona. En el de Triana, del que hay constancia de su existencia ya en la época romana, se ubicaba la comunidad mozárabe (cristianos). No existían puentes, cruzándose el río al-Uadi al-Kabir (el río grande) mediante barcas. Río que, por otra parte, no seguía el curso actual, pues se acercaba a Sevilla por donde hoy se halla la iglesia de San Vicente y seguía por la Alameda, calles Amor de Dios-Trajano y la Avenida, hasta la Catedral donde giraba a su derecha para entroncar en el Arenal con el curso actual.

Los autores islámicos describen ampliamente la prosperidad de la cora (provincia) de Sevilla, destacando todos ellos la gran riqueza aceitera del al-Sharaf (Aljarafe).

Los vikingos

Tras de unas incursiones en Gijón y La Coruña aparecieron los vikingos en Lisboa el 20 de agosto de 844, en una expedición de 108 barcos. El gobernador avisó al emir Abd al-Rahman II, pese a lo cual no pareció que se tomaran medidas defensivas en las costas andalusíes.

El 29 de septiembre tomaron Cádiz, asolaron las costas de la cora de Sidonia y, remontando el río, llegaron a Isla Menor (Yazirat Qabtie) que convirtieron en su primera base de operaciones. Remontaron de nuevo el río hasta Coria (Qawra) donde atacaron, vencieron, saquearon y tomaron el castillo, a pesar de llevar sólo cuatro embarcaciones. Después de realizar varias incursiones por los terrenos circundantes se presentaron ante Sevilla. Los cronistas nos cuentan que ya había sido abandonada por sus habitantes quienes se ocultaron en los montes (¿el Aljarafe?). El wali huyó a Carmona (Qarmuna) lo que después el emir le tendría en cuenta, ordenando su ajusticiamiento.

Saquearon la ciudad durante siete días, otros cronistas lo reducen a tres días. Tomando cuantioso botín en bienes y personas, asesinando a cuantos caían en sus manos y volvieron a su base. Retornaron a Sevilla una vez más, la encontraron desierta excepto por unos ancianos que se habían refugiado en una mezquita, los asesinaron; la mezquita pasó a llamarse “de los mártires”. A partir de entonces se dedicaron a hacer correrías a caballo por el Norte y Oeste de Sevilla, sobre monturas tomadas en Isla Menor.

El contraataque

Mientras ocurría todo esto, en Córdoba se estaba preparando la reacción. Primeramente llegaron unas pocas tropas al mando de Abdal-Wahdy al-Ishkandarani (el escandinavo) que tuvieron un encuentro con los vikingos, de resultado indeciso, pero que les obligó a reembarcar. Los musulmanes no les persiguieron, lo que hizo que Abd al-Rahman les mandase encarcelar. Hubo después dos expediciones más fuertes, la primera de tropas de caballería y la segunda, más tarde, de infantería. Las tropas de caballería tuvieron un primer encontronazo con los vikingos en un lugar denominado Qwartus, identificado actualmente como el Cortijo de Cuarto, próximo a Sevilla.

Los vikingos se retiraron más tarde a Talyata (no identificado, aunque los cronistas nos dicen que era una población en un montículo a unas 20 millas (37 km) de Sevilla, por lo que quizá sea Gerena). Fueron perseguidos y sitiados. Hubo una decisiva batalla el 11 de noviembre, y sufrieron una derrota contundente. Aunque, mientras tanto, corrieron el Aljarafe dedicándose al pillaje, cuando se repartían el botín en Huévar, al SO de Sevilla fueron atacados y obligados a reembarcar en Isla Menor.

En ese entonces llegaron quince naves desde Córdoba que les presionaron Río abajo, por lo que abandonaron definitivamente la región sevillana, excepto unos grupos menores que se quedaron en tierra, y se dedicaban a saquear los alrededores de Sevilla. Es curioso el final de estos grupos de rezagados, al quedar abandonados se convirtieron al islam y se dedicaron a la fabricación de quesos que durante muchos años suministraron a Sevilla y Córdoba.

Fuente: Enrique García Corrales. Historia 16 nº 235. Noviembre 1995

jueves, 11 de marzo de 2010

La guerra hispano-rusa

Introito: Esta mañana en el trabajo, una compañera se sorprendía al enterarse que los españoles habíamos estado en Alaska, eso me recordó esta pequeña historia.


La División Azul (españoles que lucharon contra los soviéticos al lado de los nazis durante la II Guerra Mundial (por si acaso)) tuvo un antecedente poco o nada conocido en nuestros días. La primera guerra entre españoles y rusos.

Corría el año 1798 cuando Napoleón tomó la isla de Malta en su camino a Egipto, los caballeros de la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén hasta ese momento dueños de la isla, se refugiaron en su mayoría en Roma. Pero muchos de ellos aceptaron la hospitalidad del zar Pablo I, quién sentía una admiración enorme hacia los enemigos seculares de los turcos.

Agradecidos, varios caballeros exiliados nombraron al zar Gran Maestre, a pesar de la oposición del Papa y de los altos dignatarios que estaban en Roma. Su Católica Majestad, el rey Carlos IV de España, apoyó a los que se oponían, ya que el zar era miembro de la Iglesia Ortodoxa y no obedecía al Papa ni seguía la fe católica.

Esta oposición frontal le sentó mal al zar, quién además vio que España no entraba en la coalición contra Napoleón, por lo que ordenó – 15 de julio de 1799- que se declarase la guerra a España. Lo que se hizo efectivo el 9 de septiembre de ese mismo año.

Ese mismo año, los franceses derrotaron aplastantemente a los rusos en la batalla de Marengo, el zar comenzó a acercarse a Francia. Pareció olvidarse de sus diferencias con el rey español. También ese año el zar había creado la Compañía Ruso-Americana, que tenía por objeto consolidar la expansión rusa en Alaska y más al sur.

El zar Pablo fue asesinado el 23 de marzo de 1801. Le sucedió Alejandro I, hombre liberal y bondadoso, quién notificó a España su deseo de firmar la paz por su elevación al trono. La paz se alcanzó el 4 de octubre de 1801, volviendo los embajadores al año siguiente.

La guerra terminó sin disparar un solo tiro por ninguna de las partes.

Curiosamente, esta guerra incruenta y pintoresca podría haber sido algo más serio. Los españoles nos retiramos de la actual Columbia Británica en 1795 y los rusos llegaron a California en 1806. De lo contrario la cosa podría haberse convertido en algo muy serio, ya que la flota rusa estaba presente en el Mediterráneo desde 1770 y, por culpa de la guerra contra Napoleón, había un escuadrón naval en Lisboa cuando se anunció la declaración de guerra.

Haciendo un poco de historia-ficción: de haberse producido un choque armado, los barcos rusos habrían sido barridos por la flota española -en ese momento estaba entre las tres más grandes del mundo, junto a la británica y la francesa-, además la flota española de las Filipinas podría atacar los puestos rusos en el Extremo Oriente, además de destruir los pequeños puestos comerciales rusos en Alaska, una costa muy bien conocida por los navegantes españoles.