miércoles, 14 de octubre de 2020

Entre Australia y Nueva Guinea

Luís Váez de Torres

Portugal, ¿? - 1613

Australia y Nueva Guinea están unidas por una plataforma submarina que asoma a la superficie en forma de numerosos arrecifes. Ese espacio se llama Estrecho de Torres en honor a su descubridor, el capitán Luís Váez de Torres, un magnífico navegante nacido en el Portugal que formaba parte de la Corona de España.

Razones de Estado hicieron que sus descubrimientos quedaran escondidos a los codiciosos ojos de los enemigos de España.

Váez fue piloto de la expedición puesta al mando de Pedro Fernández de Quirós, enviada por Felipe III en 1605 en busca de noticias de la Tierra Austral. La flota partió de Veracruz y, tras llegar a la isla de Espíritu Santo (hoy Vanautu), Quirós y su nave desaparecieron. Váez decidió poner rumbo a Manila con los dos barcos restantes, el San Pedro y el patache Los Tres Reyes Magos. Allí tuvo noticias de que Quirós había conseguido llegar a México y, tras informarle por carta, encaró la misión original de la expedición: llegar a Austrialia.


Su viaje, que inició el 26 de junio de 1606, puede dividirse en tres partes. Primero navegó a través del mar del Coral, entre las Nuevas Hébridas y las Luisiadas, fondeando en la derrota de numerosas islas, entre ellas Táguila y Sideia, además de Nueva Guinea y la bahía de Orangerie. Desde allí hasta que dobló el llamado Cabo Falso, su navegación fue incierta, puesto que los datos que suministró estaban sujetos al llamado “error de compás”, la diferencia entre la aguja magnética y la situación geográfica real. En un segundo sector, su viaje estuvo ligado a la travesía por el golfo de Papúa, donde recaló en la isla de Manubada y en la bahía Redscar, además de en Port Moresby. Por último, dedicó treinta y cuatro días de navegación a explorar el Estrecho de Torres, en donde descubrió el “placel” sumergido, superficie llana cubierta de arena. Váez de Torres abandonó el Estrecho saliendo de Malandanza, y de allí fue a Volcán Quemado, luego al cabo de York y retornó por el oeste de Nueva Guinea, cuya insularidad comprobó. Más tarde, se dirigió a las islas de las Especias y finalmente puso fin a la aventura en Manila.


Para saber más: El viaje de Torres de Veracruz a Manila.Bret Hilder. Ministerio de Asuntos Exteriores. Madrid 1992

viernes, 9 de octubre de 2020

Un portugués, ¡uno de tantos! al servicio de la Monarquía Hispánica

Pedro Fernández de Quirós

Évora (Portugal) 1565 – Panamá 1615

A pesar de haber nacido portugués, Fernández de Quirós merece un lugar destacado entre los navegantes españoles. No sólo fue el piloto del segundo viaje de Mendaña, sino que empleó todo su talento náutico en librar a Isabel Barreto y a unas decenas de supervivientes de lo que podía haber sido una tragedia como la de La balsa de la Medusa.

Luego, en lugar de buscar horizontes más tranquilos, puso todo su empeño en conseguir de la Corona española un nuevo viaje por el Pacífico, consiguiéndolo en 1605, como Almirante en jefe.

Tenía la arraigada convicción de la existencia de una Tierra Austral, y no lejos de la zona de Santa Cruz, donde habían ido a parar en el segundo viaje de Mendaña.

La Tierra Austral, lejos de ser una quimera, suponía la cuarta parte del mundo, o como decía Quirós con florido estilo, un lugar de una longitud “igual que la de Europa y Asia Menor hasta el Mar Caspio y Persia, con todas las islas del Mediterráneo y el del océano que la rodean, incluyendo las dos islas de Inglaterra e Irlanda”.

 


Este viaje estuvo plagado de logros geográfico, auqnue partes del mismo permanezcan envueltas en dudas. Tal vez este experimentado navegante pasara por la isla de Tahiti. Es seguro, en cambio, que atravesó las Tuamotu, bordeó las Cook, desembarcó en Tikopia y, por fin, llegó a las islas que hoy conforman Vanautu y que él bautizó como Austrialia del Espíritu Santo; aquí evocaba tanto a la Casa de Austria (gobernante en España y Portugal) como a la Tierra Austral.

Pedro Fernández de Quirós no andaba falto de imaginación ni de informaciones australes, y era un marino ducho en los caminos del mar como pocos en su tiempo. El problema era conocer la latitud, aunque no la longitud, lo que hacía casi imposible volver a un sitio determinado, trazar un plan y conseguir un adecuado abastecimiento. Se zarpaba, pero no se sabía adónde se iba a llegar, ni cuando, palabras mayores en el Pacífico.

Quirós, siempre práctico, creó un aparato para destilar agua salada. En la isla que bautizó como Espíritu Santo (hoy Vanautu) intentó fundar una colonia. Estableció una capital, Nueva Jerusalén, junto a un pequeño río, Jordán. Todo al lado de la bahía de San Felipe y Santiago, uno de los mejores abrigos de todo el Pacífico Sur. Pero los enfrentamientos contra los indígenas, y entre los españoles (en especial con el piloto Váez de Torres, ninguneado por Quirós) condujeron al desastre.

Este intrépido navegante decidió volver a América, y nada más salir perdió a Váez de Torres. Este, otro portugués, decidió volver por un camino diferente, navegando hacia el oeste por rutas desconocidas. Fue todo un éxito para él, descubrió el estrecho entre Papúa-Nueva Guinea y Australia que a día de hoy todavía lleva su nombre, el estrecho de Torres; además de, posiblemente, algunas islas y fondeaderos en tierra firme de la isla-continente.

Quirós buscó una nueva ruta para ir a México, tal vez más septentrional. El viaje se complicó por las tempestades y sobre todo por el desconocimiento de la longitud. Con todo, Quirós logró finalizar en Colima (México) un accidentado periplo de nueve meses. No acabarón ahí sus peripecias: “…..llegué a Cádiz y para pasar a Sanlúcar vendí la cama… Llegué sin blanca a Madrid a 9 de octubre de 1607”.

Quirós no se dió por vencido, quería volver a la Tierra Austral, a su Austrialia, convencido más que nunca de su existencia. Escribió hasta 54 memoriales al Rey solicitando lo que creía justo para él y para España. Sin embargo, un informe del Consejo de Estado elevado al rey de España el 25 de septiembre de 1608 lo mantuvo en tierra: “Nuestra opinión es que a este hombre tan experto debe retenérsele aquí en calidad de cosmógrafo, para que preste sus servicios en la confección de cartas marinas y globos…”

Quirós no cejó en su empeño, y consiguió volver a América pasados ocho largos años. Viejo y agotado, murió en Panamá en el año 1615. No sabemos el cómo.


Para saber más: Las islas del rey Salomón. En busca de la tierra austral. Luis Pancorbo. Laertes. Barcelona. 2006

Tomado de Atlas de los exploradores españoles. Sociedad Geográfica española. Ed. Planeta. 2009


 

miércoles, 7 de octubre de 2020

El matrimonio de los curas

El papa Benedicto VIII lamenta que "incluso los clérigos que pertenecen a la servidumbre de la Iglesia -si es que se les puede llamar clérigos-, como quiera que se ven privados por las leyes del derecho a tener mujer, engendran hijos de mujeres libres y evitan a las esclavas de las iglesias con el único propósito fraudulento de que los hijos engendrados de la mujer libre también puedan ser libres, de alguna manera. ¡Oh, cielos y tierra! - se lamenta el Papa- éstos son quienes se alzan contra la Iglesia. la Iglesia no tiene peores enemigos. Nadie está más dispuesto a perseguir a la Iglesia y a Cristo. Mientras los hijos de los siervos conserven su libertad, como falazmente pretenden, la Iglesia perderá ambas cosas, los siervos y los bienes. Así es como la Iglesia, antaño tan rica, se ha empobrecido."

Exactamente en esto consiste el problema. NO hay peor enemigo del papa que quien reduce su patrimonio. Pues el patrimonio garantiza el poder, el poder, dominio feudal, y el domino feudal lo es todo.

Visto esto, el Vicario de Cristo en la tierra, dispone: "todos los hijos e hijas de clérigos, hayan sido engendrados por una esclava o por una mujer libre, por la esposa o por la concubina -pues en ninguno de estos casos está permitido, ni lo estuvo (?), ni lo estará- serán esclavos de la Iglesia por toda la eternidad".

Gran sínodo de Pavía, siglo XI

 

Esta ley sería aplicada en Alemania, agravada, por el emperador Enrique II (sínodo de Goslar, 1019), quien las elevará a rango de leyes imperiales. De manera que los jueces que declararan libres a los hijos de sacerdotes serían privados de su patrimonio y desterrados de por vida, las madres de esos hijos serían azotadas en el mercado y también desterradas, los notarios que levantaran un acta de libre nacimiento o un documento similar perderían su mano derecha.

El emperador Enrique II todavía es venerado en Bamberg como santo


A comienzos del siglo VII tuvo lugar el Concilio Trullano al que asistieron más de doscientos obispos. Aquí fue donde por primera vez se arremetió contra las relaciones sexuales de los obispos dentro del matrimonio, aunque las autoriza en el caso de los subdiáconos, diáconos y sacerdotes, siempre que se hubieran casado antes de adquirir la dignidad subdiaconal.

El famoso canon dice así: "Tras advertir que en la Iglesia Romana la costumbres es que quienes adquieren la dignidad diaconal o sacerdotal prometan que no pretenden mantener trato matrimonial con sus esposas, ordenamos, según la antigua ley del cuidado y disposición apostólicos, que los matrimonios legales de los santos hombres deben mantenerse en lo sucesivo, y que de ninguna manera disuelvan la unión con sus mujeres, y que de ninguna manera evitan la cohabitación cuando sea conveniente".

Hubo hijos de sacerdotes que se convirtieron en papas hasta el siglo X: Bonifacio I, Félix III, Agapito I, Teodoro I, Adriano II, Martín II y Bonifacio VII entre otros. Varios de ellos fueron canonizados: San Bonifacio I, San Silverio y San Diosdado. Y hasta hubo papas que fueron hijos de papas, como Silverio, el hijo del papa Hormisdas, o Juan XI, el hijo de Sergio III.

Pero.....

Roma quería gobernar; para ello necesitaba instrumentos ciegos, esclavos sin voluntad, y a éstos los encontró en un clero célibe que no estaba ligado por ningún lazo familiar a la patria y al soberano, cuyo principal -y único- deber consistía en la obediencia incondicional a Roma.

Se comenzó por defender la "pureza" del celibato; basándose en la antigua y extendida creencia de que el éxito del ritual dependía de la castidad del sacerdote. Para justificar esta idea, se recordaban la exigencias del Antiguo Testamento (tomadas del paganismo) que había desterrado toda clase de sexualidad del ámbito del Templo; una obsesión purificadora que el Nuevo Testamento ignora por completo. En cualquier caso, en Oriente, donde por lo general sólo había oficios los domingos, miércoles y viernes, la Iglesia sólo exigía la abstinencia del sacerdote en esos días; en cambio, en Occidente, donde la misa tenía lugar a diario -la costumbre se inició en Roma- se insistía en la continencia absoluta en la vida matrimonial. Esta renuncia casi sobrehumana aumentaría el prestigio del religioso ante el pueblo, le proporcionaría credibilidad y respetabilidad, le convertiría en una especie de ídolo, en una figura por encima de los mortales, líder y padre a la vez, a quien la gente miraría con admiración, dejándose gobernar por él.

Esto, claro, indujo a los clérigos más al libertinaje que a la castidad. El ser humano es así, señora. Un motivo político-financiero entró pronto en escena: como es natural, los religiosos solteros les resultaban más baratos a los obispos que los que tenían mujer e hijos. El motivo económico aparece en innumerables leyes y decretos sinodales hasta nuestros días. Los primeros gobernantes cristianos no discriminaron ni a los religiosos casados ni a sus familias. Pero en el año 528 el emperador Justiniano dispuso que quien tuviera hijos (¡y no quien estuviera casado!) no podría llegar a ser obispo.

Sólo dos años después, Justiniano arremetió también contra quienes se casaban tras ser ordenados "y engendraban hijos de mujer". Declaró nulos todos los matrimonios celebrados tras la ordenación sacerdotal y a toda su descendencia nacida o por nacer, ilegítima, infame y sin derecho a sucesión.

A mediados del s. VI, el papa Pelagio I consagró obispo de Siracusa a un padre de familia, estableciendo, sin embargo, que sus hijos no podrían heredar ningún "bien eclesiástico".

Demos un salto de un milenio.....

Durante el Concilio de Trento (1545-1563) el emperador alemán Fernando I y los reyes de Francia y Bohemia reclamaron la autorización del matrimonio de los clérigos, los prelados se opusieron decididamente. "¿el matrimonio de los sacerdotes? ¿no habéis reflexionado que, desde ese momento, ya no dependería del Papa sino de su príncipe, hacia el que mostrarían su satisfacción en todos los sentidos, en perjuicio de la Iglesia y por amor a sus mujeres e hijos?" apostrofó el cardenal de Capri al Papa.