miércoles, 23 de septiembre de 2020

La primera Almirante en España

Isabel Barreto

Un cúmulo de circunstancias, si no de fatalidades, hizo que Isabel Barreto fuese la primera mujer Almirante de una flota española, y en pleno siglo XVI. A la muerte de su marido, Álvaro de Mendaña, en la isla Santa Cruz, el 18 de octubre de 1595, Isabel Barreto tomó el mando de lo que quedaba de la expedición: dos embarcaciones en estado lamentable y tripulaciones mermadas. No hay duda de que Isabel Barreto dio muestras de ser una mujer de acerada voluntad.

Otra cosa fue la galanura de su mando. La nueva almiranta tenía como único objetivo ponerse ella a salvo. Lejos de recoger el sueño de su marido, a ella no le preocupaba la gloria de ser almiranta ni adelantada, sino concluir por la vía rápida aquella empresa de las islas Salomón salvando el tipo y lo que pudiese de hacienda.

Isabel se había casado en 1586 con un ya cuarentón Mendaña y en él había volcado sus apetencias de éxito social en Lima, la capital del virreinato de Perú. Isabel fue una de las cortesanas favoritas de la nueva virreina Teresa de Castro, esposa del marqués de Cañete, y su influencia pesó para que el virrey concediera a Mendaña volver a las Salomón para rematar el intento de su primer viaje austral.

Tenemos pocos datos sobre sus orígenes, lo más probable es que fuera descendiente de Nuño Barreto, hombre de armas que se había hecho famoso en Perú, en sus combates contra los piratas ingleses. Al parecer, Nuño se quedó arruinado al adelantar 40.000 ducados a Isabel para que los invirtiera en la empresa de las Salomón. Y no solo eso, también animó a que se sumaran al viaje nada menos que tres de sus hijos, Lorenzo, Diego y Luis Barreto. Por otro lado, Lope de Vega, marido de una hermana de Isabel Barreto, obtuvo el mando de la Santa Isabel, la nave almirante. Todos ellos acabaron muertos o desaparecidos.

Mendaña fue el jefe teórico de la segunda expedición a las islas Salomón de 1594-1595, pero su mujer dominó aquella aventura a través de su clan familiar. Tras fallecer Mendaña, Isabel se impuso a los supervivientes, incluso a Quirós, el experimentado piloto. Asumió el mando y tomó decisiones muy controvertidas. Isabel insistió, enfrentándose a Quirós en volver a América, pero no por el camino más corto, sino dando la vuelta por Filipinas.

Aquel viaje de regreso de los supervivientes de la segunda expedición de Mendaña, errando más de dos meses por el Pacífico, se convirtió en una desdichada epopeya. Pasaron por Guam, por Papúa y por otras islas donde apenas pudieron detenerse mientras las calamidades, y en especial la sed y el hambre de los tripulantes, no hacía mella en la almirante; incluso llegó a usar el agua potable para lavar sus vestidos. La tripulación tenía a su disposición “medio cuartillo de agua lleno de podridas cucarachas, que la ponían muy ascosa y hedionda”. Palabras de Quirós que compaginaba su trabajo de piloto con el de mediador entre las intemperancias de la Barreto y los hombres hambrientos y hartos de injusticias.


Isabel Barreto era una mujer dispuesta a sobrevivir a toda costa y lo consiguió. La famélica expedición llegó a Filipinas y allí Isabel pareció encontrar su paraíso particular. La llamaron la Reina de Saba (por ser la dueña teórica de las terribles islas Salomón), y en noviembre de 1596 (al año de morir su marido) se casó con Fernando de Castro, general de la Carrera de Filipinas, tanto como decir comandante de la travesía Acapulco-Manila. Un buen partido. Con él regresó a Perú, donde pasó el resto de sus días en una encomienda que tenía en Guanuco, lejos del almirantazgo inusitado que le había tocado vivir, lejos también de las olas del Pacífico Sur, y de los oros ilusorios de las Salomón.


Para saber más: Las islas del Rey Salomón. En busca de la tierra austral. Luís Pancorbo. Laertes. Barcelona. 2006

Las islas de la imprudencia. Robert Graves. Novela (esta hay que tomarla con cuidado, a fin de cuentas, don Roberto era un inglés de su tiempo)

 

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