miércoles, 23 de octubre de 2019

Colón en La Española, 1493 - 1500


A principios de diciembre de 1493, un maravillado marino genovés que acompañaba a Colón en su segundo viaje estaba trabajando en la construcción de más de 200 cabañas techadas de hierbas para albergar al crecido grupo de españoles que se había trasladado a las Indias y que comenzaban a levantar la población de la Isabela en la isla de La Española. Los indios paseaban por allí mirando asombrados a aquellos blancos que ellos creían llegados del cielo. Muy pronto comenzaron a intercambiar alimentos y objetos de poco valor. Los nativos, según dejó escrito ese marino, “se comportaban como hermanos”.
Esa amigable convivencia se mantuvo unos cuatro meses, pero llegó a su fin en abril de 1494 cuando el capitán Alonso de Hojeda salió a recorrer el interior de la isla buscando yacimientos de oro. Al cruzar el rio Yaqui castigó severamente a un cacique que no quiso obedecer sus órdenes y, después de atemorizar a la población de su aldea, tomó algunos de sus indios prisioneros y se los llevó a la Isabela donde el Almirante ordenó que varios fueran ejecutados[1], ésta reacción estaba justificada por el miedo pues acababan de ver los cadáveres de los que quedaron en Fuerte de la Navidad en el primer viaje; además de la cantidad alta de muertes que se estaban dando entre los españoles recién llegados.

El Almirante decidió ir en persona a la cabeza de las tropas “a poner miedo a la gente indiana”[2]. Durante esa primera campaña militar, más de 1.600 hombres y mujeres fueron hechos prisioneros. De ellos, el Almirante escogió 550 y los embarcó hacia España como esclavos, después de lo cual “dio un bando permitiendo que cada uno tomase para su servicio a los que quisiera”. Dejando que el resto regresara a sus poblados. Frente a esa violencia que ellos no alcanzaban a comprender, los indios de la Isabela y del centro de la Isla empezaron a ver a los españoles con desconfianza y se negaron a seguir prestándoles ayuda y a obedecerlos. Mientras las relaciones con los indios fueron amigables, los españoles fueron provistos de tubérculos y frutas por los naturales[3], pero ahora su negativa implicaba, a ojos de Colón, rebelión contra su autoridad y la soberanía de los Reyes Católicos. Él, como responsable del orden, debía implantar la ley de sus señores.
Así, en marzo de 1495, decidió marchar al interior de la Isla “haciendo guerra cruel a todos los reyes y pueblos que no le venían a obedecer”[4]. Esta segunda campaña duró unos diez meses y arruinó definitivamente las relaciones entre indios y españoles.
El hambre siguió siendo el principal problema en la Isabela, pues las enfermedades nuevas habían acabado con la mayoría de los labradores y las pocas semillas que habían germinado habían sido poco a poco olvidadas. En cambio, aquellos que se hallaban en campaña con Colón en el interior de la Isla, se hacían servir de los indios de las comunidades y aldeas sometidas y poco a poco fueron aprendiendo a comer los mismos alimentos que consumían los naturales. La imposición de este régimen de trabajo forzado aterrorizó tanto a los indios que, para escapar a las violencias de los españoles, empezaron a huir hacia los montes abandonando sus sembrados.

Al cabo de diez meses de persecución por el centro de la Isla, Colón consideró que había sometido a los indios y se dispuso a aplicar toda la autoridad del Estado instituyendo entre ellos el pago un tributo en oro y algodón[5](cada tres hombres mayores de 14 años tenían que llenar un cascabel de Flandes de oro de tres en tres meses. El resto de gente tenía que contribuir con una arroba de algodón cada persona). Tal tributo fue una carga demasiado pesada para unas gentes que apenas usaban la agricultura de subsistencia.
De entre todos los indios, solamente el cacique Guarionex pudo entregar a Colón la cantidad pedida. Este cacique le propuso al Almirante que cambiase los productos del tributo por alimentos para los famélicos españoles. Pero el Almirante tenía la vista puesta en sus enemigos de la Corte, por lo que suponía que su posición frente a los reyes quedaba mejor afianzada si proporcionaba oro a la Corona más que víveres a sus subalternos. Colón hizo que los españoles forzaran a los indios a trabajar aún más para aumentar los ingresos.

El resultado inmediato de esta política fue que los indios empezaron a huir en masa hacia los montes, abandonando definitivamente sus conucos y negándose, de una vez por todas, a buscar oro. Aquellos que no podían huir optaban por suicidarse[6]. La población del interior de la Isla se vio reducida, pero no tanto como fantaseó Las Casas (llegó a escribir que entre 1494 y 1496 la población descendió en un tercio). La crisis que siguió a la imposición del tributo fue sentida por ambos grupos en cuestión de pocas semanas cuando los alimentos empezaron a agotarse. Colón decretó que la cantidad del tributo se rebajara a la mitad, pero ni aún así pudieron los indios que seguían bajo el poder español cumplir.

Entre tanto, la situación en la Isabela se hacía insostenible. No solamente la autoridad de Colón era motivo de irritación para gran parte de los españoles, sino también afligía la falta de alimentoslas cada día más graves enfermedades con su secuela de defunciones. La ración diaria que la alhóndiga del rey daba a cada persona era una escudilla de trigo y una tajada de tocino rancio o de queso podrido, junto con un puñado de habas o garbanzos. Mientras que los que estaban en el interior guerreando podían conseguir tubérculos frescos y piezas de caza como iguanas y hutías.

Por fin, a principios de 1496, Colón aceptó que su sistema fiscal había fracasado. En vista de que los indios no podían conseguir el oro que él exigía, el Almirante ordenó que todos los hombres y mujeres sometidos pagaran el tributo en servicios personales y otorgó derecho a los españoles a utilizar la mano de obra indígena para trabajar en las labranzas que les producían alimentos[7] supervisados por los caciques, utilizando la organización y estructura social existente entre los indios. Hubo además dos plantaciones de palo brasil, cuyos beneficios servirían para pagar los gastos de la factoría (aquí podemos comprobar cómo al principio de la Colonización el tipo de explotación que tenían en mente los españoles era similar a las factorías portuguesas en África, ya conocidas por Colón). Una de estas plantaciones pertenecía a los Reyes y la otra (la más grande) a Colón, el único socio de la Corona. Una última medida fue “pagar los sueldos de la gente que aquí los ganaba y pagar los mantenimientos y otras mercancías traídas de Castilla, con dar los indios como esclavos”[8].

Cumplido todo esto, Colón decidió partir de regreso a España, en marzo de 1496, a dar cuentas de su conquista y de sus logros administrativos en la Española. Sin saber que la forzada unidad que dejaba atrás estaba a punto de saltar por los aires.
En efecto, Bartolomé Colón quedó al mando de la factoría con una población disgustada y hambrienta cada vez más resentida al contemplar cómo los escasos beneficios obtenidos se dividían entre la Corona y Colón, a quien consideraban un extranjero advenedizo y ambicioso que quería todo para él.

Las murmuraciones existían en la Isabela desde el principio de la llegada del segundo viaje, y los disgustos entre el Almirante y sus subalternos eran frecuentes, en especial después de la deserción del padre Bernardo Boyl y mosén Pedro Margarite. Estos se habían alzado con una de las cinco naves que le quedaban a Colón y regresaron a la Corte a quejarse de los maltratos que los españoles recibían de manos de Colón y del hambre que todos estaban pasando[9]

A su partida, el Almirante dejaba pues tras de sí una situación social de alto contenido explosivo que sólo esperaba una ocasión para estallar. Al regresar, a principios de 1497, Bartolomé Colón de la región de Xaraguá, donde había ido por segunda vez a recoger el tributo, con una carabela cargada de algodón y cazabe, se dio la oportunidad. Francisco Roldán, criado del Almirante y Alcalde Mayor de la Isabela, había tomado partido por la mayoría de los españoles que deseaban volver a España; se dirigió a sus superiores pidiendo que dicha carabela fuese enviada a la patria en busca de medicinas y alimentos además de llevarse de vuelta a aquellos que así lo pidieran. Sólo recibió una rotunda negativa. La gente comenzó a quejarse en voz alta y sin recato al ver que el Alcalde Mayor estaba de su parte, a ojos de los españoles, el no permitir que la carabela fuese a España significaba la permanencia y el aislamiento por tiempo indefinido en una isla hostil a ellos y con un gobierno despótico e intransigente. Lo peor era el aislamiento, corría el rumor de que Colón no pensaba volver y los iba a dejar a todos abandonados. La ausencia de noticias suyas hacía que los españoles se sintieran desesperados. No sabían que había otros factores que jugaban en su contra, en España el retraso de las naves con aprovisionamientos para la factoría se debía a las dificultades que encontraba el Obispo de Burgos, Juan de Fonseca, encargado de lo relativo a las Indias, para conseguir capital suficiente para aprestar una flota (amén de la enemistad personal entre el Obispo y el Almirante).

Después de varios incidentes con Bartolomé y Diego Colón, que enconaron aún más relaciones, Roldán y su grupo creyeron que no les quedaba más camino que la fuerza. Sorprendiendo a los hermanos Colón, Roldán se dirigió en la Isabela la alhóndiga del rey, “…donde estaban los bastimentos y la munición de las armas, (….) tomó todas las armas que le pareció hacer menester para sí y para sus compañeros”[10]. A continuación fueron al hato de las vacas del Rey y mataron lo que de ellas quisieron (que matar una en aquel tiempo era por gran daño estimado, porque las tenían para criar). Cogieron las yeguas y potros que quisieron y se fueron por los pueblos de los indios y les dijeron a los caciques que la culpa de los tributos era de los Colón y que él, Roldán, y los suyos les libraban de tener que pagarlos. Todo esto acompañados de gritos de “Viva el Rey” por toda la Isla.

La rebelión había estallado y no había en la isla quien pudiera detenerla. De nada sirvió que Bartolomé destituyera a Roldán de su cargo de Alcalde Mayor, pues cada día se le allegaba más gente y más se engrosaba su partido. La ciudad de la Isabela fue abandonada a partir de entonces y Bartolomé no pudo seguir cobrando tributos en Xaraguá. La situación de los indios no cambió por eso ni por las promesas de los rebeldes cuando comenzó la insurrección. Antes al contrario, la explotación de los nativos se acentuó y propagó. Oponerse a los Colón significaba para los españoles librarse de las trabas monopolísticas; en la práctica, esto se traducía en la libre utilización de la mano de obra india en servicios y satisfacciones personales que los alzados estaban lejos de haber alcanzado dentro del rígido sistema de salarios al que habían estado sometidos. Como Roldán no se oponía a que sus hombres utilizaran a los indios, se abría la posibilidad para aquellos hombres de baja extracción social de ascender en la escala de aquella peculiar sociedad en formación. Si los rebeldes atacaban a Colón y no a la Corona, era porque resultaba menos peligroso oponerse al gobierno autoritario de un extranjero que a la autoridad absoluta de los reyes.

La deserción de mucho más de un centenar de españoles había dejado a Bartolomé corto de brazos para muchos trabajos y para atender militarmente las regiones de Macorix. El Adelantado había estado trabajando en la construcción de una ciudad que sustituyera a la Isabela, a orillas del río Ozama, en el sur de la Isla. En los alrededores de esta nueva ciudad, Santo Domingo, Bartolomé ordenó a un cacique que sembrara 80.000 matas de yuca y lo puso a dirigir los trabajos. La vigilancia de las labores estuvo a cargo de los propios españoles.
En Xaraguá, entre tanto, los indios servían a Roldán y a su grupo admirablemente. Cada uno tenía “las mujeres que quería tomadas por fuerza o por grado de sus maridos”, utilizando muchas de ellas como “camareras, lavanderas y cocineras”[11].

Llegó Cristóbal Colón a Santo Domingo el día 31 de agosto de 1498, su regreso era conocido pues dos carabelas se habían adelantado al grupo llegando en enero con provisiones y medicinas. En esos momentos había prácticamente dos gobiernos en la Isla, y los seguidores de cada se nutrían básicamente de lo producido por los indios de las áreas que respectivamente dominaban. Detener la rebelión era muy difícil para el Almirante. Mucha de la gente que había venido en las carabelas, había desertado y se había pasado al lado de Roldán, el Alcalde de Bonao, Miguel de Ballester, comprendiendo esto, recomendó al Almirante que, en vista de su desventajosa situación, negociara y concertara la partida hacia Castilla de cuantos así lo quisieran. Colón no pudo resolver la crisis de inmediato. Roldán exigía más que eso. Después de múltiples conversaciones surgió un pliego de condiciones que Colón tenía que satisfacer si quería llegar a un acuerdo con sus enemigos. A fines de 1498 se comprometió a nombrar y mantener a Roldán como Alcalde Mayor de la Isla y, además de eso, se vio obligado a pagar los sueldos de cuantos participaron en la rebelión. A cambio, los rebeldes reconocerían el mandato de los reyes. Aquellos que no quisieron permanecer en la Isla, obtuvieron permiso para embarcarse en la primera oportunidad[12]

Hubo una condición de los roldanistas que Colón ansiaba cumplir porque de España traía autorización para hacerlo: repartir tierras a cuantos querían avecindarse, en una Carta Patente expedida el 22 de julio de 1497, por la que la factoría pasaba a ser una Colonia, con vecinos organizados a la manera castellana.

La gente española de la Isla ya llevaba varios años de vida autónoma de Castilla en condiciones sociales bastante diferentes y dentro de una dinámica asimismo propia. Que los españoles desde hacía tiempo venían siendo servidos por indios en cuantas tareas físicas querían eludir había creado una estructura social jerarquizada, en la cual la servidumbre india era la base económica y social de la nueva colonia. Los españoles no podían dejar de ser servidos por los indios, no sólo por razones de prestigio social, sino también por la misma carencia de animales de carga. De ahí que, a la hora de aceptar las tierras, los recipientes se negaran a dejar de utilizar los indios que por largo tiempo les habían estado sirviendo. Colón aceptó el hecho sin discusión por varias razones. En primer término, por miedo a que estallase una nueva revuelta; en segundo lugar, porque al avecindar a los españoles dándoles indios los contentaba y no tenía que pagarles salarios con lo cual se ahorraba una considerable cantidad de dinero; y en tercer lugar, porque pensaba que la provisión de indios de la Española era prácticamente inagotable.

En forma casi natural a juicio de los recipientes de tierra, los indios pasaron pues a formar parte también de las propiedades y a estar sujetos a las mismas disposiciones que sus tierras. Esta mutación del estado jurídico del indio no sería sin embargo fácilmente aceptada por la Corona. Esta sostendría más tarde que los indios legalmente eran sus vasallos y por ende hombres libres. Para justificar esas acciones que iban más allá de lo estipulado, Colón escribió a los reyes explicándoles que había tomado esas medidas para salvar la colonia del desastre a que estaba abocada, pidiéndoles que aceptaran los hechos consumados y permitieran a los españoles a quienes él había concedido tierras e indios que gozaran por un año o dos de tales mercedes.

La primera institucionalización (de la que tenemos noticia documentada) de los repartimientos como régimen de propiedad mixta de tierras e indios en la Española ocurrió cuando Roldán repartió entre sus propios hombres parte de las tierras que el Almirante le había concedido antes en la región de Xaraguá.
Estos repartimientos y avecindamientos produjeron una aparente unidad política entre los dos bandos sustentada por la recién creada identidad de intereses entre todos los colonos de la Española. En realidad, lo que había ocurrido era que el grupo gobernante se había ampliado con el nombramiento de Roldán y la asimilación de los disidentes, quienes, además de tierras e indios, también exigían participación en el gobierno de la colonia como una vía para proteger y defender mejor sus intereses. De esta manera el conflicto original entre la política monopolista de Colón y la Corona y las demandas económicas y políticas de los colonos fue resuelto momentáneamente, reconociendo algunos intereses de los colonos.

Otra de las razones importantes para que los españoles quisieran avecindarse fue el descubrimiento de nuevos yacimientos de oro, cuya riqueza hizo “que todos dejaran el sueldo real y se fueran a vivir por su cuenta, dedicándose con afán a sacar oro, dando al Rey la tercera parte de lo que se encontraba”[13]. Es claro que a quienes tocaba trabajar para sacar ese oro era a los indios porque en esa reciente equiparación social y política ocurrida entre los españoles de la Isla nadie quería trabajar, y “aún los labradores que venían asoldados para cavar y labrar la tierra y sacar el oro de las minas se dedicaban a haraganear y andar el lomo enhiesto, comiendo los sudores de los indios usurpando cada uno por fuerza tres y cuatro y diez que le sirvieran”[14]

Así transcurría el año 1499, enviando a los indios a las minas y en espera de las órdenes de la Corona, Colón había reunido 4 millones de maravedís y desarrollado la producción aurífera hasta un nivel inconcebible cuando impuso el cascabel de oro. Y las órdenes llegaron....
Las comunicaciones del Almirante a la Corona sobre la rebelión habían llegado junto con las que Roldán había enviado para justificar su actitud y dar cuenta de las desgracias de los primeros años de la factoría. Para decidir quién tenía razón, los Reyes nombraron un Juez Pesquisidor que se trasladaría a la Española y administrara justicia conforme a los informes que sobre el terreno recibiera. El elegido fue Francisco de Bobadilla, Comendador de la Orden de Calatrava. Entre sus instrucciones llevaba la orden de despojar de la gobernación de la Isla a Cristóbal Colón. Los Reyes habían decidido restringir sus demasiado amplios poderes.

El Obispo Juan Rodríguez de Fonseca, encargado de todos los negocios de las Indias, estaba convencido de que Colón era un obstáculo para la expansión de España en ese Nuevo Mundo, por los desmesurados privilegios que le habían sido otorgados en Santa Fe y su no menos excesivo egoísmo. Mientras las Capitulaciones estuvieran vigentes, era imposible para la Corona iniciar legalmente nuevas exploraciones por su cuenta. En 1499 había en Sevilla banqueros y comerciantes dispuestos a asociarse con la Corona si ésta les deba buena participación en los beneficios de futuros viajes de exploración.
La Corona tenía entre sus planes convertir la Isla en un centro de apoyo logístico para todas las empresas indianas. Con Colón gobernando la Española y aspirando a ser virrey absoluto de todas “las tierras descubiertas y por descubrir” esto no era posible. No fue casualidad que cuatro expediciones fueran preparadas y enviadas hacia Tierra Firme y las Antillas, juntamente con las cédulas e instrucciones a Francisco de Bobadilla. Como dice el viejo proverbio: “Allá van leyes, do quieren reyes”.

La caída de Colón no se debió a que el Comendador encontrara dos personas ahorcadas cuando desembarcó en Santo Domingo, a fines de julio del año 1500, ni a que Diego Colón se resistiera a entregarle la fortaleza diciendo que su hermano poseía poderes y cédulas “mejores y más firmes”. La salida de Colón y sus hermanos del gobierno de la Isla era un paso necesario, a juicio de Fonseca, si los reyes querían transformar aquella aventura en un negocio realista.
Colón se resistió, pero de nada le sirvió, pues seguía siendo impopular y sus enemigos apoyaron al Comendador con el ánimo de quedar en su lugar. Si Colón fue encarcelado por Bobadilla y enviado con grillos a España, ello se imponía por la naturaleza de la sucesión gubernamental.

A principios de del mes de octubre del año 1500, Colón fue obligado a dejar el suelo de Isla. Sólo regresaría definitivamente a ella después de muerto.


[1]      Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, lib I, cap. XC
[2]      Las Casas, Historia de la Indias, lib. I cap. XCIII
[3]      Las Casas, Historia…, lib. I cap. XCI
[4]      Las Casas, Historia…, lib I cap. CV
[5]      Las Casas, Historia…, lib I cap. CV
[6]      Las Casas, Historia….. lib I, cap CV
[7]      Las Casas, Historia…., lib I, cap CL
[8]      Las Casas, Historia…., lib I, cap CVI
[9]      Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia General y Natural de las Indias, lib I, cap XIII
[10]    Las Casas, Historia….. lib I, cap CXVII
[11]    Las Casas, Historia…, lib I, cap CXLVII
[12]    Las Casas Historia…., lib I cap CLXXVI. Trescientos hombres decidieron abandonar la isla, y para ello Colón tuvo que entregar un indio esclavo a cada uno. El hecho de que esos esclavos fueran entregados a gentes sin condición de nobles disgustó mucho a la Reina, quien ordenó que les fueran confiscados y devueltos a la Española.
[13]    Fernando Colón, Vida del Almirante Don Cristóbal Colón. Biblioteca Americana Historia 16. Madrid 1991. Cap LXXXIV
[14]    Las Casas Historia….,lib I cap CLV

Bibliografía recomendada: 
Bartolomé de Las Casas. Historia de las Indias
Fernando Colón. Vida del Almirante Don Cristóbal Colón
Frank Moya Pons. Después de Colón. Trabajo, sociedad y política en la economía del oro

viernes, 4 de octubre de 2019

Álvaro de Mendaña y las islas Salomón



El concepto de Terra Australis fue introducido por Aristóteles y por Eratóstenes de Cirene sobre la base teórica de la simetría geométrica, pues se consideraba que debería haber una cantidad de tierra en el hemisferio Sur similar a la que se conocía en el hemisferio Norte, para evitar que la Tierra “volcase”. Sus ideas fueron posteriormente extendidas entre los intelectuales por Ptolomeo, el más grande los cartógrafos de la Antigüedad, que en el siglo I realizó un mapa del mundo, en el que sostenía que el océano Índico estaba cerrado por una masa de tierra en el Sur.
                                                     Mapa de Ptolomeo, siglo I, donde se ve la Terra Australis que rodea el Océano Índico
Las exploraciones portuguesas, cada vez más al Sur, se convirtieron finalmente en el único medio para probar si esa antigua teoría era cierta, y no tardaron en confirmar que también allí había países fértiles, llenos de vida y habitados por seres humanos. En 1502 se dio a conocer un mapa “de Cantino” que mostraba el mundo “real” tal y como lo había dibujado los portugueses. Sin elementos ficticios
                                                                                                          Mapa de Cantino, 1502
Ni que decir tiene que se consideró rápidamente que tendrían que ver con narraciones de la Biblia, la legendaria Tierra de Ofir, donde se encontraban las “minas del Rey Salomón”.
En 1564, el rey Felipe II mandó al Perú a Lope García de Castro para que se hiciera cargo del gobierno. Llegó a Lima el 22 de septiembre, con los títulos de gobernador y capitán general del Virreinato, así como el de Presidente de la Real Audiencia de Lima. Era un hombre austero y responsable y, también, convencido de la existencia de dichas islas; no vaciló en aportar 10.000 pesos de su propia hacienda para llevar adelante una expedición, con dos objetivos principales: el primero hallar las islas del oro; el segundo, descubrir la Terra Australis Incognita, la Antictona de los antiguos.
Había que buscar a la persona idónea para que dirigiera la expedición, eso fue fácil: se eligió a Álvaro de Mendaña, un joven de 25 años sin experiencia comandando expediciones de ese nivel, pero a cambio contaba con una baza ganadora: era el sobrino del gobernador y, claro, en España, y en esa época, eran palabras mayores.

En 1567 la expedición se preparó meticulosamente en el puerto de El Callao, centro del comercio español en el Pacífico Sur. La flota estaba compuesta por la nao capitana Los Reyes de 200 toneladas, y la nao almiranta Todos los Santos, de 140 toneladas. Llevaban a bordo 160 hombres, el primero, Pedro Sarmiento de Gamboa, experto marino, reputado geógrafo, una autoridad en leyendas incas. Lo acompañaba Hernando Gallego, piloto jefe de la flota.
El 19 de noviembre de 1567, un día de verano austral, despejado y con buen viento, las dos naves tomaron la ruta de poniente y cruzaron lo que denominaron Golfo de la Concepción y Golfo de la Candelaria, el mar entre Perú y Tuvalu
Navegaron 26 días con brisas ligeras por el océano vacío y los marineros comenzaron a murmurar. Gallego convenció a Mendaña para poner rumbo norte buscando vientos más fuertes. Si hubieran mantenido el rumbo inicial, probablemente se hubieran encontrado con Nueva Zelanda o Australia.
Durante las semanas siguientes, a medida que disminuyeron el agua y los alimentos, aumentaron los choques entre Mendaña y Gallego. El 10 de enero de 1568, después de 60 días de tranquila travesía, alcanzaron una pequeña isla  a la que llamaron Nombre de Jesús (identificada hoy con Nui, en Tuvalu)
El 7 de febrero, a los ochenta días de su salida y a más de 6.000 millas de El Callao, avistaron de nuevo tierra: Santa Isabel de la Estrella de Belén (hoy Atoglu), fue la primera de las Salomón en la que se asentó una expedición española
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Los primeros contactos de los españoles con los nativos fueron amistosos, se limitaron a realizar el tradicional intercambio de regalos. Lo sorprendente es que lograron encontrar oro en pepitas y en polvo, lo que animó a Mendaña a construir un bergantín de 30 toneladas para trazar las cartas náuticas de las islas de alrededor, y estudiar las aguas poco profundas, en la propia Santa Isabel y en las costas vecinas, mientras los soldados exploraban el interior.
Sarmiento de Gamboa y el maestre de campo Pedro Ortega se dividieron el trabajo. Ortega, con 30 arcabuceros penetró en la jungla durante 8 días, hasta alcanzar la cordillera central. Sarmiento de Gamboa que marchaba con 16 soldados lo tuvo más complicado, su idea era alcanzar la cima más alta para comprobar si Santa Isabel era con seguridad una isla. Para ello tuvo que abrirse paso en multitud de pequeños combates contra enjambres de enemigos que parecían salidos de la Edad de Piedra.
Mientras tanto, Mendaña llegó a rechazar tres mujeres que le ofrecieron, y descubrió que eran caníbales, ya que, según dicen las crónicas, el cacique Bile Banara, le envió, como manjar exquisito, un cuarto de niño, que Mendaña mandó enterrar decentemente. Los indígenas no entendieron este gesto y a punto estuvo de causar un enfrentamiento.
Una de las batidas, al volver, contó que había nuez moscada, clavo y especias en abundancia en la isla, todo de un enorme valor en Europa. Además de reconocer los indígenas que había abundancia de perlas y oro.
Cuando el bergantín estuvo listo, Gallego y Pedro Ortega , con 12 marineros y 18 soldados, costearon la totalidad de la isla de Santa Isabel. Descubrieron que se encontraban en un gran archipiélago. Hallaron una gran bahía con siete u ocho islas pequeñas y una mayor, la isla San Jorge. En ruta hacia el sur divisaron dos isletas y luego una gran isla (Malaita, en la actualidad) a la que bautizaron como Ramos, por descubrirse en su día. Enfilaron al sudoeste y encontraron una gran isla a la que llamaron Guadalcanal, el pueblo sevillano del que era natural Ortega
Los nativos se acercaron en sus canoas hasta el navío. La curiosidad dio paso al peligro, los nativos comenzaron a arrojar piedras. Alarmados y por experiencias anteriores abrieron fuego con sus arcabuces y mataron a varios de ellos, mientras que el resto huía despavorido y se alejaba de la playa.
Los españoles desembarcaron, y se encontraron con una isla llena de recursos. Los nativos, aunque peligrosos, no parecían ser un rival serio, pero el interior era montañoso y cubierto de densa selva, un terreno propicio para emboscadas. Difícil, si la única opción era combatir (como se comprobaría entre el 7 de agosto de 1942 y el 9 de febrero de 1943)
De regreso a Santa Isabel se detuvieron en San Jorge (hoy Varnesta). Luego navegaron hacia el Norte, isla tras isla y llegaron con seguridad a Nueva Georgia, a la que dieron el nombre de San Nicolás. Finalmente, localizaron una gran isla que bautizaron como San Marcos (hoy Choiseul). Unos días después anclaban en la bahía de la Estrella

Mendaña quedó impresionado por el relato de sus hombres, y decidió hacer una exploración en profundidad de Guadalcanal, con las dos naos y el bergantín. EL 8 de mayo de 1568 anclaron en el rio Gallego y el 9, a primera hora de la mañana, Mendaña hizo una ceremonia formal de toma de posesión de todo el archipiélago en nombre del Rey Felipe de España y levantó una gran cruz de madera en la playa. Los nativos se alarmaron y lanzaron una rociada de flechas, les respondieron los arcabuces y mataron a dos nativos. La noche la pasaron los españoles en los barcos. A la mañana siguiente comprobaron que los indígenas habían derribado la cruz; un grupo encabezado por los franciscanos Gálvez y Torres, se adentró en el interior para realizar una nueva ceremonia en un monte. Desde allí divisaron varios pueblos de notables dimensiones y, el día 19, en el interior, el alférez Fernando Enríquez localizó otra vez oro en un río que remontaba con 30 soldados.
El bergantín, bajo el mando de Gallego, seguía rumbo Sudeste cuando localizó un puerto con buenas características marineras al que llamó Escondido. Tras recorrer el resto de la isla, calcularon su tamaño, levantaron mapas y trazaron cartas de navegación.
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Entre tanto la situación se complicaba con los nativos, En abril, un grupo de marineros que hacía aguada fueron atacados por los indígenas, deseosos de probar la carne de esa nueva raza. Eran solo 9 y fueron masacrados. La respuesta española fue dura, Sarmiento de Gamboa atacó las aldeas cercanas, sus soldados mataron a más de 20 hombres y quemaron los pueblos donde los indígenas habían puesto cocos hincados en palos como si fueran las cabezas de los españoles.
Cada vez era más arriesgado conseguir comida y agua. El 27 de mayo, otra partida de aguadores, 10 hombres, fue atacada de nuevo. Sólo se salvó un esclavo negro, pues los indígenas consideraron su carne desdeñable. A los españoles estar en un lugar habitado por miles de caníbales les ponía muy nerviosos. Tras reunirse un consejo abierto con pilotos, capitanes y soldados, decidieron que lo mejor era preparar las naves para iniciar el regreso al Perú.

Todavía antes de adentrarse en el océano, encontraron una isla y la llamaron San Cristóbal, bordeándola descubrieron dos pequeñas islas al este: Santa Catalina y Santa Ana en la que los indios los atacaron con dardos y flechas, a lo que los españoles respondieron con la quema del poblado.

El 4 de julio desarbolaron el bergantín, limpiaron los fondos y, el 11 de agosto zarparon todos en las dos naos con rumbo a las costas americanas. Llevaban con ellos 3 indígenas de San Cristóbal. En total, la expedición había estado en las Salomón medio año. Volvía cargada de clavo, nuez moscada y las pepitas de oro halladas en los ríos, para probar que las islas eran ricas y de interés.
La elección de la ruta de regreso se convirtió en un nuevo contencioso pues los pilotos erraron el rumbo. El 4 de septiembre toparon con las islas Gillbert y Ellice, y en última instancia, se aceptó el consejo de Gallego para poner proa al Norte y poder tomar los vientos del Oeste que les permitiría seguir la ruta de Urdaneta. Pero fueron demasiado al Norte  y el camino se volvió complicado. Además sufrieron una durísima tempestad que separó a las dos naves y les produjo cuantiosos daños en el casco y la arboladura. No tardó en escasear la comida y aparecieron los primeros casos de escorbuto. Hasta el 22 de enero de 1569, Los Reyes, la nao capitana, no llegó al puerto de Santiago de Colima en México. La almiranta lo hizo a Todos los Sanos, tres días después. Recuperados con buena comida y descanso, pusieron rumbo al Perú. El 22 de julio de 1569 ambas embocaban el puerto de El Callao.

Después de dos años de viaje, Mendaña había probado que existía la Tierra Austral pero recibió pocas alabanzas por que se percibía oficialmente como una expedición fracasada. Era injusto, a pesar de no haber encontrado un nuevo continente había ampliado el horizonte del mundo conocido hasta casi el Mar del Coral y confirmado que el Pacífico no era más que un “Lago español”.
Mendaña regresó a España para defender sin descanso sus descubrimientos y conseguir financiación para un nuevo viaje. No conseguiría su objetivo hasta casi 20 años después. Sarmiento de Gamboa regresó a Lima. Dirigió por orden del virrey la escuadra que partió en busca del pirata Drake. De regreso a Europa, en junio de 1586 fue capturado por los ingleses y presentado a la reina Isabel, quien lo envió a España con una carta de paz para Felipe II. Pero no pudo entregarla, regresaba a España por tierra, fue hecho prisionero por los hugonotes franceses, y encarcelado, cuando ya estaba próximo a la frontera española. No quedó en libertad hasta que el rey pagó un cuantioso rescate en diciembre de 1589.