A
principios de diciembre de 1493, un maravillado marino genovés que acompañaba a
Colón en su segundo viaje estaba trabajando en la construcción de más de 200
cabañas techadas de hierbas para albergar al crecido grupo de españoles que se
había trasladado a las Indias y que comenzaban a levantar la población de la
Isabela en la isla de La Española. Los indios paseaban por allí mirando
asombrados a aquellos blancos que ellos creían llegados del cielo. Muy pronto
comenzaron a intercambiar alimentos y objetos de poco valor. Los nativos, según
dejó escrito ese marino, “se comportaban como hermanos”.
Esa amigable convivencia se
mantuvo unos cuatro meses, pero llegó a su fin en abril de 1494 cuando el
capitán Alonso de Hojeda salió a recorrer el interior de la isla buscando
yacimientos de oro. Al cruzar el rio Yaqui castigó severamente a un cacique que
no quiso obedecer sus órdenes y, después de atemorizar a la población de su
aldea, tomó algunos de sus indios prisioneros y se los llevó a la Isabela donde
el Almirante ordenó que varios fueran ejecutados[1], ésta reacción estaba justificada por el miedo pues acababan de ver los
cadáveres de los que quedaron en Fuerte de la Navidad en el primer viaje;
además de la cantidad alta de muertes que se estaban dando entre los españoles
recién llegados.
El Almirante decidió ir en
persona a la cabeza de las tropas “a poner miedo a la gente indiana”[2].
Durante esa primera campaña militar, más de 1.600 hombres y mujeres fueron
hechos prisioneros. De ellos, el Almirante escogió 550 y los embarcó hacia
España como esclavos, después de lo cual “dio un bando permitiendo que cada uno
tomase para su servicio a los que quisiera”. Dejando que el resto regresara a
sus poblados. Frente a esa violencia que ellos no alcanzaban a comprender, los
indios de la Isabela y del centro de la Isla empezaron a ver a los españoles
con desconfianza y se negaron a seguir prestándoles ayuda y a obedecerlos.
Mientras las relaciones con los indios fueron amigables, los españoles fueron
provistos de tubérculos y frutas por los naturales[3],
pero ahora su negativa implicaba, a ojos de Colón, rebelión contra su autoridad
y la soberanía de los Reyes Católicos. Él, como responsable del orden, debía
implantar la ley de sus señores.
Así, en marzo de 1495, decidió
marchar al interior de la Isla “haciendo guerra cruel a todos los reyes y
pueblos que no le venían a obedecer”[4].
Esta segunda campaña duró unos diez meses y arruinó definitivamente las
relaciones entre indios y españoles.
El hambre siguió siendo el
principal problema en la Isabela, pues las enfermedades nuevas habían acabado
con la mayoría de los labradores y las pocas semillas que habían germinado
habían sido poco a poco olvidadas. En cambio, aquellos que se hallaban en
campaña con Colón en el interior de la Isla, se hacían servir de los indios de
las comunidades y aldeas sometidas y poco a poco fueron aprendiendo a comer los
mismos alimentos que consumían los naturales. La imposición de este régimen de
trabajo forzado aterrorizó tanto a los indios que, para escapar a las
violencias de los españoles, empezaron a huir hacia los montes abandonando sus
sembrados.
Al cabo de diez meses de
persecución por el centro de la Isla, Colón consideró que había sometido a los
indios y se dispuso a aplicar toda la autoridad del Estado instituyendo entre
ellos el pago un tributo en oro y algodón[5](cada
tres hombres mayores de 14 años tenían que llenar un cascabel de Flandes de oro
de tres en tres meses. El resto de gente tenía que contribuir con una arroba de
algodón cada persona). Tal tributo fue una carga demasiado pesada para unas
gentes que apenas usaban la agricultura de subsistencia.
De entre todos los indios,
solamente el cacique Guarionex pudo entregar a Colón la cantidad pedida. Este
cacique le propuso al Almirante que cambiase los productos del tributo por
alimentos para los famélicos españoles. Pero el Almirante tenía la vista puesta
en sus enemigos de la Corte, por lo que suponía que su posición frente a los
reyes quedaba mejor afianzada si proporcionaba oro a la Corona más que víveres
a sus subalternos. Colón hizo que los españoles forzaran a los indios a
trabajar aún más para aumentar los ingresos.
El resultado inmediato de esta
política fue que los indios empezaron a huir en masa hacia los montes,
abandonando definitivamente sus conucos y negándose, de una vez por todas, a
buscar oro. Aquellos que no podían huir optaban por suicidarse[6].
La población del interior de la Isla se vio reducida, pero no tanto como
fantaseó Las Casas (llegó a escribir que entre 1494 y 1496 la población
descendió en un tercio). La crisis que siguió a la imposición del tributo fue
sentida por ambos grupos en cuestión de pocas semanas cuando los alimentos
empezaron a agotarse. Colón decretó que la cantidad del tributo se rebajara a
la mitad, pero ni aún así pudieron los indios que seguían bajo el poder
español cumplir.
Entre tanto, la situación en la
Isabela se hacía insostenible. No solamente la autoridad de Colón era motivo de
irritación para gran parte de los españoles, sino también afligía la falta de
alimentos y las cada día más graves
enfermedades con su secuela de defunciones. La ración diaria que la alhóndiga
del rey daba a cada persona era una escudilla de trigo y una tajada de tocino
rancio o de queso podrido, junto con un puñado de habas o garbanzos. Mientras
que los que estaban en el interior guerreando podían conseguir tubérculos
frescos y piezas de caza como iguanas y hutías.
Por fin, a principios de 1496,
Colón aceptó que su sistema fiscal había fracasado. En vista de que los
indios no podían conseguir el oro que él exigía, el Almirante ordenó que todos
los hombres y mujeres sometidos pagaran el tributo en servicios personales y
otorgó derecho a los españoles a utilizar la mano de obra indígena para
trabajar en las labranzas que les producían alimentos[7]
supervisados por los caciques, utilizando la organización y estructura social
existente entre los indios. Hubo además dos plantaciones de palo brasil, cuyos beneficios servirían
para pagar los gastos de la factoría (aquí
podemos comprobar cómo al principio de la Colonización el tipo de explotación
que tenían en mente los españoles era similar a las factorías portuguesas en
África, ya conocidas por Colón). Una de estas plantaciones pertenecía a los
Reyes y la otra (la más grande) a Colón, el único socio de la Corona. Una
última medida fue “pagar los sueldos de la gente que aquí los ganaba y pagar
los mantenimientos y otras mercancías traídas de Castilla, con dar los indios
como esclavos”[8].
Cumplido todo esto, Colón
decidió partir de regreso a España, en marzo de 1496, a dar cuentas de su
conquista y de sus logros administrativos en la Española. Sin saber que la
forzada unidad que dejaba atrás estaba a punto de saltar por los aires.
En efecto, Bartolomé Colón quedó
al mando de la factoría con una población disgustada y hambrienta cada vez más
resentida al contemplar cómo los escasos beneficios obtenidos se dividían entre
la Corona y Colón, a quien consideraban un extranjero advenedizo y ambicioso
que quería todo para él.
Las murmuraciones existían en la
Isabela desde el principio de la llegada del segundo viaje, y los disgustos
entre el Almirante y sus subalternos eran frecuentes, en especial después de la
deserción del padre Bernardo Boyl y mosén Pedro Margarite. Estos se habían
alzado con una de las cinco naves que le quedaban a Colón y regresaron a la
Corte a quejarse de los maltratos que los españoles recibían de manos de Colón
y del hambre que todos estaban pasando[9]
A su partida, el Almirante
dejaba pues tras de sí una situación social de alto contenido explosivo que
sólo esperaba una ocasión para estallar. Al regresar, a principios de 1497,
Bartolomé Colón de la región de Xaraguá, donde había ido por segunda vez a
recoger el tributo, con una carabela cargada de algodón y cazabe, se dio la
oportunidad. Francisco Roldán, criado del Almirante y Alcalde Mayor de la
Isabela, había tomado partido por la mayoría de los españoles que deseaban
volver a España; se dirigió a sus superiores pidiendo que dicha carabela fuese
enviada a la patria en busca de medicinas y alimentos además de llevarse de
vuelta a aquellos que así lo pidieran. Sólo recibió una rotunda negativa. La
gente comenzó a quejarse en voz alta y sin recato al ver que el Alcalde Mayor
estaba de su parte, a ojos de los españoles, el no permitir que la carabela
fuese a España significaba la permanencia y el aislamiento por tiempo
indefinido en una isla hostil a ellos y con un gobierno despótico e
intransigente. Lo peor era el aislamiento, corría el rumor de que Colón no
pensaba volver y los iba a dejar a todos abandonados. La ausencia de noticias
suyas hacía que los españoles se sintieran desesperados. No sabían que había
otros factores que jugaban en su contra, en España el retraso de las naves con
aprovisionamientos para la factoría se debía a las dificultades que encontraba
el Obispo de Burgos, Juan de Fonseca, encargado de lo relativo a las Indias,
para conseguir capital suficiente para aprestar una flota (amén de la enemistad
personal entre el Obispo y el Almirante).
Después de varios incidentes con
Bartolomé y Diego Colón, que enconaron aún más relaciones, Roldán y su grupo
creyeron que no les quedaba más camino que la fuerza. Sorprendiendo a los
hermanos Colón, Roldán se dirigió en la Isabela la alhóndiga del rey, “…donde
estaban los bastimentos y la munición de las armas, (….) tomó todas las armas
que le pareció hacer menester para sí y para sus compañeros”[10].
A continuación fueron al hato de las vacas del Rey y mataron lo que de ellas
quisieron (que matar una en aquel tiempo era por gran daño estimado, porque las
tenían para criar). Cogieron las yeguas y potros que quisieron y se fueron por
los pueblos de los indios y les dijeron a los caciques que la culpa de los
tributos era de los Colón y que él, Roldán, y los suyos les libraban de tener
que pagarlos. Todo esto acompañados de gritos de “Viva el Rey” por toda la
Isla.
La rebelión había estallado y no
había en la isla quien pudiera detenerla. De nada sirvió que Bartolomé
destituyera a Roldán de su cargo de Alcalde Mayor, pues cada día se le allegaba
más gente y más se engrosaba su partido. La ciudad de la Isabela fue abandonada
a partir de entonces y Bartolomé no pudo seguir cobrando tributos en Xaraguá.
La situación de los indios no cambió por eso ni por las promesas de los
rebeldes cuando comenzó la insurrección. Antes al contrario, la explotación de
los nativos se acentuó y propagó. Oponerse a los Colón significaba para los
españoles librarse de las trabas monopolísticas; en la práctica, esto se
traducía en la libre utilización de la mano de obra india en servicios y
satisfacciones personales que los alzados estaban lejos de haber alcanzado
dentro del rígido sistema de salarios al que habían estado sometidos. Como
Roldán no se oponía a que sus hombres utilizaran a los indios, se abría la
posibilidad para aquellos hombres de baja extracción social de ascender en la
escala de aquella peculiar sociedad en formación. Si los rebeldes atacaban a
Colón y no a la Corona, era porque resultaba menos peligroso oponerse al
gobierno autoritario de un extranjero que a la autoridad absoluta de los reyes.
La deserción de mucho más de un
centenar de españoles había dejado a Bartolomé corto de brazos para muchos
trabajos y para atender militarmente las regiones de Macorix. El Adelantado
había estado trabajando en la construcción de una ciudad que sustituyera a la
Isabela, a orillas del río Ozama, en el sur de la Isla. En los alrededores de
esta nueva ciudad, Santo Domingo, Bartolomé ordenó a un cacique que sembrara
80.000 matas de yuca y lo puso a dirigir los trabajos. La vigilancia de las
labores estuvo a cargo de los propios españoles.
En Xaraguá, entre tanto, los
indios servían a Roldán y a su grupo admirablemente. Cada uno tenía “las
mujeres que quería tomadas por fuerza o por grado de sus maridos”, utilizando
muchas de ellas como “camareras, lavanderas y cocineras”[11].
Llegó Cristóbal Colón a Santo
Domingo el día 31 de agosto de 1498, su regreso era conocido pues dos carabelas
se habían adelantado al grupo llegando en enero con provisiones y medicinas. En
esos momentos había prácticamente dos gobiernos en la Isla, y los seguidores de
cada se nutrían básicamente de lo producido por los indios de las áreas que
respectivamente dominaban. Detener la rebelión era muy difícil para el
Almirante. Mucha de la gente que había venido en las carabelas, había desertado
y se había pasado al lado de Roldán, el Alcalde de Bonao, Miguel de Ballester,
comprendiendo esto, recomendó al Almirante que, en vista de su desventajosa
situación, negociara y concertara la partida hacia Castilla de cuantos así lo
quisieran. Colón no pudo resolver la crisis de inmediato. Roldán exigía más que
eso. Después de múltiples conversaciones surgió un pliego de condiciones que
Colón tenía que satisfacer si quería llegar a un acuerdo con sus enemigos. A
fines de 1498 se comprometió a nombrar y mantener a Roldán como Alcalde Mayor
de la Isla y, además de eso, se vio obligado a pagar los sueldos de cuantos
participaron en la rebelión. A cambio, los rebeldes reconocerían el mandato de
los reyes. Aquellos que no quisieron permanecer en la Isla, obtuvieron permiso
para embarcarse en la primera oportunidad[12]
Hubo una condición de los
roldanistas que Colón ansiaba cumplir porque de España traía autorización para
hacerlo: repartir tierras a cuantos querían avecindarse, en una Carta Patente
expedida el 22 de julio de 1497, por la que la factoría pasaba a ser una Colonia, con vecinos organizados a la
manera castellana.
La gente española de la Isla ya
llevaba varios años de vida autónoma de Castilla en condiciones sociales
bastante diferentes y dentro de una dinámica asimismo propia. Que los españoles
desde hacía tiempo venían siendo servidos por indios en cuantas tareas físicas
querían eludir había creado una estructura social jerarquizada, en la cual la servidumbre
india era la base económica y social de la nueva colonia. Los españoles no podían
dejar de ser servidos por los indios, no sólo por razones de prestigio social,
sino también por la misma carencia de animales de carga. De ahí que, a la hora
de aceptar las tierras, los recipientes se negaran a dejar de utilizar los
indios que por largo tiempo les habían estado sirviendo. Colón aceptó el hecho
sin discusión por varias razones. En primer término, por miedo a que estallase
una nueva revuelta; en segundo lugar, porque al avecindar a los españoles
dándoles indios los contentaba y no tenía que pagarles salarios con lo cual se
ahorraba una considerable cantidad de dinero; y en tercer lugar, porque pensaba
que la provisión de indios de la Española era prácticamente inagotable.
En forma casi natural a juicio
de los recipientes de tierra, los indios pasaron pues a formar parte también de
las propiedades y a estar sujetos a las mismas disposiciones que sus tierras.
Esta mutación del estado jurídico del indio no sería sin embargo fácilmente aceptada
por la Corona. Esta sostendría más tarde
que los indios legalmente eran sus vasallos y por ende hombres libres. Para
justificar esas acciones que iban más allá de lo estipulado, Colón escribió a
los reyes explicándoles que había tomado esas medidas para salvar la colonia
del desastre a que estaba abocada, pidiéndoles que aceptaran los hechos
consumados y permitieran a los españoles a quienes él había concedido tierras e
indios que gozaran por un año o dos de tales mercedes.
La primera institucionalización (de
la que tenemos noticia documentada) de los repartimientos como régimen de
propiedad mixta de tierras e indios en la Española ocurrió cuando Roldán
repartió entre sus propios hombres parte de las tierras que el Almirante le
había concedido antes en la región de Xaraguá.
Estos repartimientos y
avecindamientos produjeron una aparente unidad política entre los dos bandos
sustentada por la recién creada identidad de intereses entre todos los colonos
de la Española. En realidad, lo que había ocurrido era que el grupo gobernante
se había ampliado con el nombramiento de Roldán y la asimilación de los disidentes,
quienes, además de tierras e indios, también exigían participación en el
gobierno de la colonia como una vía para proteger y defender mejor sus
intereses. De esta manera el conflicto original entre la política monopolista
de Colón y la Corona y las demandas económicas y políticas de los colonos fue
resuelto momentáneamente, reconociendo algunos intereses de los colonos.
Otra de las razones importantes
para que los españoles quisieran avecindarse fue el descubrimiento de nuevos
yacimientos de oro, cuya riqueza hizo “que todos dejaran el sueldo real y se
fueran a vivir por su cuenta, dedicándose con afán a sacar oro, dando al Rey la
tercera parte de lo que se encontraba”[13].
Es claro que a quienes tocaba trabajar para sacar ese oro era a los indios
porque en esa reciente equiparación social y política ocurrida entre los
españoles de la Isla nadie quería trabajar, y “aún los labradores que venían
asoldados para cavar y labrar la tierra y sacar el oro de las minas se
dedicaban a haraganear y andar el lomo enhiesto, comiendo los sudores de los
indios usurpando cada uno por fuerza tres y cuatro y diez que le sirvieran”[14]
Así transcurría el año 1499,
enviando a los indios a las minas y en espera de las órdenes de la Corona,
Colón había reunido 4 millones de maravedís y desarrollado la producción
aurífera hasta un nivel inconcebible cuando impuso el cascabel de oro. Y las órdenes llegaron....
Las comunicaciones del Almirante
a la Corona sobre la rebelión habían llegado junto con las que Roldán había
enviado para justificar su actitud y dar cuenta de las desgracias de los
primeros años de la factoría. Para decidir quién tenía razón, los Reyes
nombraron un Juez Pesquisidor que se trasladaría a la Española y administrara
justicia conforme a los informes que sobre el terreno recibiera. El elegido fue
Francisco de Bobadilla, Comendador de la Orden de Calatrava. Entre sus
instrucciones llevaba la orden de despojar de la gobernación de la Isla a
Cristóbal Colón. Los Reyes habían decidido restringir sus demasiado amplios
poderes.
El Obispo Juan Rodríguez de
Fonseca, encargado de todos los negocios de las Indias, estaba convencido de
que Colón era un obstáculo para la expansión de España en ese Nuevo Mundo, por
los desmesurados privilegios que le habían sido otorgados en Santa Fe y su no
menos excesivo egoísmo. Mientras las Capitulaciones estuvieran vigentes, era
imposible para la Corona iniciar legalmente nuevas exploraciones por su cuenta.
En 1499 había en Sevilla banqueros y comerciantes dispuestos a asociarse con la
Corona si ésta les deba buena participación en los beneficios de futuros viajes
de exploración.
La Corona tenía entre sus planes
convertir la Isla en un centro de apoyo logístico para todas las empresas
indianas. Con Colón gobernando la Española y aspirando a ser virrey absoluto de
todas “las tierras descubiertas y por descubrir” esto no era posible. No fue
casualidad que cuatro expediciones fueran preparadas y enviadas hacia Tierra
Firme y las Antillas, juntamente con las cédulas e instrucciones a Francisco de
Bobadilla. Como dice el viejo proverbio: “Allá van leyes, do quieren reyes”.
La caída de Colón no se debió a
que el Comendador encontrara dos personas ahorcadas cuando desembarcó en Santo
Domingo, a fines de julio del año 1500, ni a que Diego Colón se resistiera a
entregarle la fortaleza diciendo que su hermano poseía poderes y cédulas “mejores
y más firmes”. La salida de Colón y sus hermanos del gobierno de la Isla era un
paso necesario, a juicio de Fonseca, si los reyes querían transformar aquella
aventura en un negocio realista.
Colón se resistió, pero de nada
le sirvió, pues seguía siendo impopular y sus enemigos apoyaron al Comendador
con el ánimo de quedar en su lugar. Si Colón fue encarcelado por Bobadilla y
enviado con grillos a España, ello se imponía por la naturaleza de la sucesión
gubernamental.
A principios de del mes de
octubre del año 1500, Colón fue obligado a dejar el suelo de Isla. Sólo
regresaría definitivamente a ella después de muerto.
[1] Bartolomé
de las Casas, Historia de las Indias,
lib I, cap. XC
[2] Las
Casas, Historia de la Indias, lib. I
cap. XCIII
[3] Las
Casas, Historia…, lib. I cap. XCI
[4] Las
Casas, Historia…, lib I cap. CV
[5] Las
Casas, Historia…, lib I cap. CV
[6] Las
Casas, Historia….. lib I, cap CV
[7] Las
Casas, Historia…., lib I, cap CL
[8] Las
Casas, Historia…., lib I, cap CVI
[9] Gonzalo
Fernández de Oviedo, Historia General y
Natural de las Indias, lib I, cap XIII
[10] Las
Casas, Historia….. lib I, cap CXVII
[11] Las
Casas, Historia…, lib I, cap CXLVII
[12] Las
Casas Historia…., lib I cap CLXXVI. Trescientos
hombres decidieron abandonar la isla, y para ello Colón tuvo que entregar un
indio esclavo a cada uno. El hecho de que esos esclavos fueran entregados a
gentes sin condición de nobles disgustó mucho a la Reina, quien ordenó que les
fueran confiscados y devueltos a la Española.
[13]
Fernando Colón, Vida del Almirante Don
Cristóbal Colón. Biblioteca Americana Historia 16. Madrid 1991. Cap LXXXIV
[14] Las
Casas Historia….,lib I cap CLV
Bibliografía recomendada:
Bartolomé de Las Casas. Historia de las Indias
Fernando Colón. Vida del Almirante Don Cristóbal Colón
Frank Moya Pons. Después de Colón. Trabajo, sociedad y política en la economía del oro