lunes, 31 de enero de 2011

La Hacienda en el reinado de Alfonso X

La Hacienda en el reinado de Alfonso X
Alfonso X el Sabio reinó en Castilla y León entre los años 1252 y 1284 y fue, sin duda, uno de los más importantes personajes de la Edad Media española. En la actualidad es recordado por su decisiva contribución al avance de las ciencias de la naturaleza, el arte, la historia y el derecho. Ejemplos excepcionales de su quehacer son las Cantigas de Santa María y las Siete Partidas. En su época destacó, además, por el impulso que dio a la reconquista y sus triunfos militares sobre los moros. Así, participó en la toma de Murcia y Sevilla, en sus años juveniles, y en la conquista del valle del Guadalquivir, Jerez, Cádiz, Huelva y Niebla, siendo ya rey.
Su labor modernizadora se extendió también al terreno hacendístico. En primer lugar, reforzó notoriamente la posición del monarca frente a la aristocracia a la hora de exigir tributos, dejando claro que sólo aquél gozaba de esa potestad con carácter general, mientras que los nobles la debían circunscribir a sus dominios territoriales.
Su segundo objetivo fue incrementar la exigua recaudación tributaria que existía en la época de su padre, Fernando III. De esta manera, creó nuevos impuestos que gravaron algunas de las actividades económicas más pujantes de los años intermedios del siglo XIII. En concreto, estableció los diezmos aduaneros, que recaían sobre el comercio exterior, y un impuesto sobre la ganadería trashumante, que se concretaba en el pago de un maravedí por cada mil cabezas de ganado lanar.
Otra vía para incrementar la recaudación consistió en normalizar los servicios, que hasta ese momento tenían un carácter extraordinario. Los servicios eran recursos adicionales que se recababan de los ciudadanos para sustentar necesidades imprevistas de la monarquía y que debían ser aprobados previamente por las Cortes. Este proceso se inició en 1264, cuando Alfonso exigió un servicio para dominar la sublevación de los mudéjares murcianos y sevillanos. Cinco años más tarde solicitó en las Cortes reunidas en Burgos seis nuevos servicios para sostener la guerra contra los musulmanes y un servicio doble para viajar a Alemania.
Esta última petición fue debida a que, durante dos décadas, Alfonso X intentó, sin éxito, ser elegido emperador del Sacro Imperio Germánico. Su candidatura se fundamentaba en el gran prestigio que tenía en las cortes cristianas de Europa y en que descendía, a través de su madre, de varios emperadores germánicos y bizantinos.
Otros tres servicios se aprobaron en 1275 con ocasión de la invasión del sur de la península por unos poderosos guerreros norteafricanos, los benimerines. Además, la traición del almojarife mayor Zag de la Maleha, y su posterior ejecución, pudo ser el detonante de la poderosa elevación de la fiscalidad sobre los judíos a partir de 1281. No contento con lo anterior, Alfonso X pidió a sus vasallos otro servicio en las Cortes sevillanas celebradas ese mismo año.
La creación de nuevos impuestos, el aumento de sus tipos y la frecuente exigencia de servicios llevó a que la presión fiscal se multiplicase por cuatro, originándose un profundo descontento entre los nobles y comerciantes que desembocó en una auténtica guerra civil a partir de 1281.
Este conflicto militar amargó profundamente los últimos tres años del reinado, puesto que los descontentos fueron acaudillados por Sancho, segundo hijo de Alfonso X. No obstante, la traición de Sancho tenía un fundamento: el Monarca le había relegado en la sucesión al trono, anteponiendo a los Infantes de la Cerda, hijos de su primogénito Fernando, el cual había fallecido prematuramente.
Decepcionado y abandonado por una parte de sus vasallos, Alfonso X el Sabio falleció el 4 de abril de 1284 en Sevilla, después de haber perdonado a su hijo Sancho, que le sucedería, a pesar de todo, con el nombre de Sancho IV el Bravo.

sábado, 29 de enero de 2011

Aportes españoles a América

Los españoles aportaron a sus colonias en América, una serie de elementos técnicos comunes a las civilizaciones euro-asiáticas, que hicieron pasar al continente americano de la Edad de Piedra en que se encontraba en el momento del descubrimiento al siglo XVI europeo, en un tiempo asombrosamente corto.
Entre ellos:
- el caballo, que reavivó a las comunidades cazadoras de las praderas estadounidenses hasta el siglo XIX y las de ciertos pueblos sudamericanos: mapuches, pampeanos, etc. Y con el caballo, la guarnicionería.
- la vid, de cuyas cepas descienden hoy las producciones vinícolas de Chile, Argentina y California.
- el vinagre
- las leguminosas (judías, garbanzos, lentejas, habas...)
- el arroz, almendras, ajos, cebollas, ciruelas pasas (y demás frutas secas)...
- el ganado bovino, incluyendo el toro bravo, por lo que hoy existen corridas de toros en varios países americanos.
- el trigo.
- el ganado ovino.
- sebo, alquitrán
- la rueda como elemento de trabajo y transporte, pues algunas culturas americanas ya hacían uso de ellas en juguetes y probablemente en otras áreas técnicas.
- el hierro: en España, la rejería, tanto civil como religiosa, había elevado el tratamiento del hierro a la categoría de arte, con toda clase de diseños y filigranas. La metalurgia: de Toledo, la más avanzada de Europa
- la cerámica morisca de Valencia: azulejos, vajillas, etc.
- las armas de fuego. La pólvora, que vino de China.
- el limón, originario del sudeste de Asia, fue llevado a Europa por los cruzados.
- el azúcar llevada desde Medio Oriente al entonces territorio conocido como Al-andalus.
- el lino, el cáñamo.
- la seda.
- la imprenta moderna, inventada por Gutenberg en 1449, fue llevada por los españoles a América ya en la primera mitad del siglo XVI.
- el calendario juliano, después en 1583 se instauró el calendario gregoriano.
- las arquitecturas europeas y árabes, de las que había buenos ejemplos en España: la Alhambra de Granada, la mezquita de Córdoba, Medina Azahara, los Alcázares de Sevilla..., los palacios renacentistas de Jabalquinto, en Baeza, el de Cogolludo, en Guadalajara, el palacio del Duque del Infantado, también en Guadalajara, el Colegio de Santa Cruz, en Valladolid..., e innumerables iglesias, catedrales y palacios románicos, góticos y mudéjares. La arquitectura del antiguo Egipto, similar a la precolombina, hacía mucho tiempo que se había superado en Europa (y en el mundo islámico) por soluciones más avanzadas y sofisticadas.
- capítulo aparte merecerían los castillos y monasterios medievales. Los primeros, apenas tuvieron continuidad en el Nuevo Mundo. Los monasterios, sí. Algunos, como el de Santa Catalina, en Arequipa, verdaderamente originales. Como merecería también un capítulo aparte la técnica alcanzada en la escultura por maestros como Gil de Siloé, Rodrigo Alemán, etc.
- las técnicas de jardinería: los jardines del Generalife, que datan de los siglos XII a XIV, los jardines de Aranjuez, los de Toledo, los de Sevilla...
- las técnicas de construcción de barcos de gran tonelaje, fundando modernos astilleros en Cuba y en el continente americano: Guayaquil, Panamá, etc.
- las técnicas de navegación transoceánicas
- la ballestina, utilizada en el mar desde principios del siglo XV para determinar la altura de los astros
- el astrolabio, el cuadrante, la brújula marina (una aguja magnética montada sobre balancines para que pudiera girar libremente pese a los bandazos de los buques), la ampolleta (una especie de reloj de arena), y otros instrumentos de navegación
- la cartografía
- las técnicas de explotación mineras: además de introducir implementos de hierro como picos, alzaprimas, cuñas y almádenas, los españoles inventaron técnicas de explotación minera como los molinos de ganga accionados por fuerza hidráulica, o el método de amalgama: la plata se extraía del mineral combinándola con mercurio y se la separaba de la amalgama por destilación del azague.
- conocimientos de aritmética, geometría, astronomía y música (el "quadrivium") que se enseñaban en las universidades españolas desde el siglo XIV.
- el sistema financiero: el dinero, la banca, la letra de cambio, las sociedades mercantiles, etc. Los conocimientos de economía: en el siglo XVI, la Escuela de Salamanca estaba en la primera fila de estos estudios: "Fueron los tratadistas de la Escuela de Salamanca los que, antes que el francés Jean Bodin, vieron la relación entre la abundancia de moneda, su depreciación y la correlativa carestía de los productos y servicios (...)." Pag. 252 de "El Antiguo Régimen: Los Reyes Católicos y los Austrias". Antonio Domínguez Ortiz. Por su parte, Joseph A. Schumpeter, en su clásica obra "Historia del análisis económico", se refiere a "El muy alto nivel de la economía española en el siglo XVI (...). Pag. 207 de la citada obra. Autores como Luis Ortiz ("Memorial al Rey para que no salgan los dineros de estos reinos de España", 1558), Saravia de la Calle, elaborando una teoría de los precios, Martín de Azpilicueta, que ofrece una teoría cuantitativa del dinero, Tomás Mercado, exponiendo una muy moderna interpretación del cambio internacional... son sólo algunos de los nombres que sentaron las bases de la economía en España, pero también en Europa.
- los conocimientos de medicina: desde el siglo XIII, ya había una cátedra de medicina en Salamanca (una de las universidades más antiguas de Europa). Por aquellas fechas, su titular, Gabriel Álvarez Abarca era, además, médico de los Reyes Católicos.
- los conocimientos de farmacia: en España se investigaba y desarrollaba la farmacia en la célebres "boticas". Para estar al frente de una farmacia, era necesario tener el título de Maestro Boticario, al que se accedía mediante un riguroso examen.
- hospitales: ya desde el siglo XII, el Camino de Santiago estaba jalonado de hospitales que atendían a los peregrinos y a los enfermos pobres de la localidad en la que estaban ubicados. Pero fueron los Reyes Católicos los que más impulsaron la medicina hospitalaria en toda España. Tal vez el mejor exponente de este empeño sea el Hospital de los Reyes Católicos de Santiago de Compostela, fundado por ellos mismos en 1.499, hoy convertido en el Parador Nacional de Santiago.
- las técnicas hidráulicas, conocidas en España desde las épocas de las dominaciones romana y árabe: acueductos y embalses (los acueductos de Segovia y Mérida, el embalse de Proserpina, también en Mérida, etc.), canalizaciones y regadíos (la huerta de Murcia)...
- la técnica de los tapices: importantísimas fueron las colecciones de tapices de los reyes Fernando e Isabel.
- la marroquinería, el repujado, el damasquinado, la esmaltería, la azabachería, la mazonería, la orfebrería, la joyería.
- la encuadernación de libros.
- la técnica de las vidrieras, que había alcanzado su madurez en la decoración de algunas catedrales góticas de los siglos XIII y XIV (la de León, la más destacada)
- las técnicas de pintura desarrolladas durante los siglos XIV Y XV (pintura al temple, al óleo...), las técnicas del laminado del oro ("pan de oro") para recubrir retablos...
- las técnicas de entretejido: alfombras, vestidos, terciopelos, brocados... En Alcaraz, provincia de Albacete, se fabricaban desde el siglo X algunas de las mejores alfombras de Europa. Varias de ellas se conservan en el Museo Nacional de Artes Decorativas de Madrid.
- la técnica del artesonado
- las técnicas urbanísticas: ya Fernando el Católico escribió a Nicolás de Ovando dándole instrucciones de cómo se deberían planificar las nuevas ciudades en América. Lo mismo hizo el Rey Carlos I. Pero fue Felipe II quién, en sus famosas "Ordenanzas de Poblamiento" de 1573, estableció las normas a seguir: una amplia plaza mayor, calles amplias "tiradas a cordel", edificios dentro de cuadrículas, etc. Sin duda, el mayor esfuerzo planifcador urbanístico de la Historia.
- la ingeniería militar, que se plasmó en los fuertes de San Marcos, en La Florida, el de San Carlos de Perote, el de San Felipe de Bacalar, el de San Juan de Ulúa, el recinto fortificado de Campeche, el fuerte de San Diego de Acapulco, todos ellos en México, los castillos de La Punta, de la Fuerza y el de los Tres Reyes del Morro en La Habana, el castillo de San Carlos de la Cabaña, también en Cuba, el castillo del Morro de Santiago de Cuba, la ciudad amurallada de Santo Domingo, las murallas de San Juan de Puerto Rico, el castillo de San Felipe del Morro, también en Puerto Rico, el fuerte de San Lorenzo el Real de Chagre, en Panamá, el fuerte de San Felipe en Puerto Cabello, el castillo de Araya y las fortificaciones de Cumaná, en Venezuela, el fuerte de San Felipe de Barajas en Cartagena de Indias, Colombia, la fortaleza del Real Felipe del Callao, en Perú, el recinto fortificado del castillo de Niebla, en Chile, etc.
- la ingeniería civil: innumerables puentes, puertos, canales y calzadas.
- las Universidades, como instrumentos de transmisión de conocimientos: ya en el siglo XVI, se fundaron las de Santo Domingo, México y Lima
- escritura: la gramática de Antonio de Nebrija de 1492, la primera gramática europea desde la antigua Roma, que serviría de modelo para las de otras lenguas, marcó un hito en la maduración del castellano. Pero ese año, en España, también se escribía (y se hablaba) en latín, gallego y catalán.
- productos asiáticos (manufacturas de seda, especias, porcelanas, marfiles, etc.)

Aportes Americanos

Los españoles llevaron al que denominaban Viejo Mundo (Europa, Asia y África) una serie de elementos técnicos desarrollados por las culturas precolombinas.

Entre ellos:

- Las civilizaciones mesoamericanas desarrollaron unas matemáticas avanzadas. Utilizándolas, los religiosos hispanos mejoraron el calendario gregoriano.

- el maíz
- el tomate, que se volvería fundamental en la cocina italiana
- la papa, al principio una planta ornamental y más tarde salvaría de la muerte a miles de europeos, sin olvidar a los irlandeses (que apenas eran considerados semi-humanos por los ingleses)
- la batata
- la vainilla
- el pimiento, que se volvió esencial en la comida tailandesa e india.
- el tabaco, algunos médicos lo recomendaban para “aclarar” las vías respiratorias allá en el siglo XVI, y hoy en día, bueno....
- el cacao y su derivado chocolate
- técnicas de entretejido textil
- el caucho ("cautchuc", impermeable en nauhalt) y el látex
- la cerámica andina
- las técnicas textiles andinas
- técnicas urbanísticas
- conocimientos farmacológicos
- Nuevas palabras como huracán, macana, etc..

Debido a la propia idiosincracia de la dominación colonial, se han perdido varios avances técnicos desarrollados por las culturas precolombinas.

viernes, 28 de enero de 2011

El caso Antonio Pérez

Hijo de Gonzalo Pérez, antiguo clérigo y secretario de Carlos I, nació Antonio cerca de Madrid en 1540, en circunstancias familiares nunca bien aclaradas. Tras pasar por varias universidades, se integró activamente en la vida política de la Corte, alineándose con los partidarios del príncipe de Éboli, enfrentado al Duque de Alba.

A los 28 años, vencedor en la espesa maraña de confabulaciones e intrigas que rodeaban al rey, logró hacerse con el cargo de secretario de Estado. Ello le convirtió en un personaje todopoderoso, rodeado de solicitantes de toda índole y acreedor a los más poderosos enemigos.

La oscura muerte de Juan de Escobedo, secretario de Don Juan de Austria, en marzo de 1578, desencadenaría un proceso que se haría célebre. Acusados de este crimen, Pérez y la princesa de Éboli fueron condenados a prisión pero, mientras ésta se veía encerrada de por vida, aquél seguiría ejerciendo durante cinco años su cargo. Resulta hoy claro que los intereses comunes que les unían no eran de carácter amoroso –como apuntaba la voz popular– sino políticos y económicos.

En 1585 le fueron abiertos a Pérez dos procesos, por cohecho y traición. En julio de 1590, poco antes de cumplirse la pena capital a que fue condenado, consiguió fugarse de la cárcel. Con ello se abría uno de los episodios más emblemáticos, difundidos y discutidos, pero nunca totalmente aclarados, del reinado. Invocando su calidad de aragonés originario, se acogió a los fueros de este Reino, solicitando protección frente a una presuntamente injusta persecución. La Corte reaccionó acusándole de crimen de lesa majestad, pero la autoridad judicial aragonesa no concedió una extradición solicitada por un tribunal castellano.

La identificación del caso Pérez con el particularismo legal aragonés se había ya producido, alentada por interesados sectores. La argucia de Felipe II de acusarle de herejía, lo que le ponía en manos de la Inquisición, tampoco fue efectiva y solamente sirvió –mayo de 1591– para encender el motín entre la población de Zaragoza.

Convertida la cuestión judicial en asunto de Estado, el rey no dudó en lanzar a sus tropas sobre la capital aragonesa. Lanuza, justicia mayor del Reino, fue ejecutado
como medida ejemplarizante, en una acción que ha sido tradicionalmente interpretada –sin el rigor necesario– como el dramático fin de una lucha de las libertades aragonesas frente a una monarquía tiránica.

Pérez, refugiado en Francia, se benefició de la tensión existente entre los dos países hasta morir en París –1611– en miserables condiciones. En sus primeros años de exilio publicó una serie de folletos virulentamente antifilipinos e incluso anticastellanos, que servirían de base para la elaboración de la Leyenda Negra

Los Éboli, un grupo de presión

Rui Gómez de Silva, hijo de pequeños nobles portugueses venidos a España con la futura emperatriz Isabel, había nacido en 1516. Vivió en la corte de Carlos V y se situó de forma muy conveniente al lado del príncipe Felipe, para el que se convertiría en un hombre imprescindible.
Cuando éste accedió al trono, Rui Gómez mantenía con él –y conservaría hasta su muerte en 1573– lo que Marañón ha calificado de “la más espontánea y duradera cortesía”.
En 1552 contrajo matrimonio con Ana Mendoza de la Cerda, de linajudo origen. Matrimonio que no fue consumado, segun testigos del momento, hasta siete años más tarde, debido a las ausencias que su servicio al rey le imponía.
Permanentemente enfrentado al Duque de Alba, Éboli se distinguió en su apoyo a posturas belicistas en política exterior. Encabezó en la corte un poderosísimo grupo de presión que tuvo una enorme influencia sobre el monarca y del que formaban parte el príncipe Don Carlos, Don Juan de Austria y Alejandro Farnesio.

Protección especial de Éboli recibiría siempre Antonio Pérez, el controvertido secretario del rey.

Ana Mendoza, de extremoso y difícil carácter, aparecía como contrapartida a la sensatez y discreción de su marido. Nacida en 1540, tuvo con él diez hijos, cuyo cuidado no le impidió mantener una activa vida cortesana.

En 1573, a la muerte de Éboli, se retiró a un convento de Pastrana, de donde regresó de inmediato a la vida mundanal. A partir de entonces, su trayectoria adquiere los tintes más novelescos. Entre rumores de sus amoríos con Pérez y con el propio rey –de los que se haría eco la misma Teresa de Jesús– la princesa protagonizó episodios que unían las intrigas domésticas, la alta política internacional y los más concretos intereses económicos.

En julio de 1579, fue arrestada –acusada de traición– al mismo tiempo que Antonio Pérez. A partir de este momento, su existencia estaría jalonada por los lugares donde cumplió prisión: las fortalezas de Pinto y Santorcaz y su palacio de Pastrana.

Vista actual de la torre de Pinto

El disfavor real le privó tanto de la tutoría de sus hijos como de la administración de sus bienes, tras verse condenada sin proceso ni defensa. En aislamiento casi absoluto, murió en febrero de 1592.

jueves, 27 de enero de 2011

Terror del Diablo

El año del Señor de mil y quinientos y veinte y nueve conoció un gran infortunio para las gentes del Rey de España.
 
En la primavera, “Terror del Diablo”, un renegado cristiano antes conocido como Aidin, y nombrado “Terror de los españoles” por los moros y por su aliados los malditos franceses, se hizo a la mar en una de aquellas terribles expediciones de corso contra las costas cristianas en las Baleares.
 
Después de haber hecho las habituales presas, incluyendo algunas embarcaciones y gran número de esclavos, recibió la información de que en Oliva, pequeño pueblo de la costa valenciana, se encontraban algunos moriscos que ofrecían pagar una suma considerable al que facilitase su fuga de España.
 
Llegado a la altura de Oliva, “Terror del Diablo” embarcó la misma noche doscientas familias moriscas; luego tomó rumbo a la isla de Formentera. Apenas desaparecido el corsario, se presentó en aguas valencianas el general Portando con ocho galeras españolas; el cual, al enterarse de lo sucedido se dirigió hacia las Baleares para dar caza al pirata. “Terror del Diablo”, encontrando dificultades en maniobrar su buque sobrecargado, ordenó desembarcar a los refugiados y se preparó para la desigual batalla. Ocho galeras españolas contra cuatro galeras (tres capturadas en días recientes).
 
Las galeras españolas se aproximaron; mas ¡cual no sería la estupefacción de los argelinos cuando las vieron pasar sin disparar un solo cañonazo!. El español se había abstenido de combatir, porque esperaba negociar un rescate de diez mil ducados con los dueños de los moriscos, devolviéndolos ilesos, y temía ahogar a los fugitivos si soltaba una andanada de su poderosa artillería sobre sus detentadotes. Los corsarios, imputando la vacilación del adversrio a la cobardía, pasaron inmediatamente a la ofensiva, y remando con furia, saltaron sobre el enemigo como águilas, cercando las ocho galeras antes de que los aturdidos españoles se hubiesen dado cuenta de lo que sucedía.
 
En un abrir y cerrar de ojos, el general Portando caía muerto, siete galeras se habían entregado y la última huía a toda velocidad para ponerse en salvo en Ibiza, a pocas millas del teatro de la batalla.
 
Entonces, los corsarios reembarcaron a las doscientas familias que desde la orilla habían presenciado con ansiedad cada fase de la lucha; y habiendo libertado a cientos de esclavos musulmanes encadenados en los bancos de remos, reemplazándolos con los cristianos supervivientes, regresaron a Argel.
 
“Terror del Diablo” había partido apenas un mes antes con una sola galera. Volvía con 10 galeras y 3 embarcaciones menores, doscientas familias moriscas, varios cientos de musulmanes rescatados de los remos y varios cientos de nuevos esclavos cristianos.
 
El recibimiento fue apoteósico.

miércoles, 26 de enero de 2011

Barbarroja en Tolón

En 1543, Francisco I, el rey cristianísimo de Francia, firmó su primera alianza con Solimán de Estambul, y Jeredín (Kair-ed Din) Barbarroja fue enviado a Marsella.

Jeredín, de camino, alcanzó algunas presas, pero parecía decidido a atenerse estrictamente a su misión, cuando el gobernador de Regio, puerto del estrecho de Mesina, cometió la imprudencia de disparar un cañonazo sobre la armada otomana, gesto que exasperó al irascible capitán bajá en grado tal que contrariamente a sus intenciones desembarcó doce mil hombres, sometiendo la ciudad a un bombardeo tan enérgico que a poco tiempo la obligó a abrirle sus puertas.

Como de costumbre, Barbarroja se llevó gran número de cautivos; pero esta vez él mismo fue hecho prisionero. Entre las mujeres capturadas se hallaba la hija del gobernador; una encantadora joven de 18 años. El corsario se enamoró de ella hasta el punto de convertirla en su esposa, pese a su edad que la tradición fija en 90 años, ofreciéndole, como regalo de bodas, la libertad de sus padres.

Los primeros días de su luna de miel tuvieron por teatro la ciudad de Civitavecchia, donde la recién casada pudo asistir por vez primera a una incursión de corsarios berberiscos en gran escala.

A continuación, Jeredín se dirigió a Marsella, donde le esperaba una recepción triunfal. En honor de Barbarroja fue arriado el pabellón del almirantazgo francés, la bandera de Nuestra Señora, y se izó en su lugar la Media Luna.
Terminadas las ceremonias, el corsario, sintiendo gran aburrimiento, salió para Niza, que por entonces formaba parte del ducado de Saboya y donde pasó algunos días sin gran provecho, gracias a la encarnizada defensa puesta en pie por Paolo Simeón, caballero de Malta y antiguo prisionero de Jeredín. Entonces se instaló sobre la costa de Tolón, donde él y sus hombres se mostraron como los huéspedes más onerosos y los menos agradables para sus aliados. Entre los cientos de esclavos que remaban en sus galeras, había numerosos franceses, y era natural que sus aliados le pidiesen la libertad de estos. No solamente Barbarroja se negó a soltarlos, aunque morían como las moscas víctimas de la peste, sino que reemplazó a los muertos emprendiendo golpes de mano contra las vecinas aldeas francesas. Y cuando los pobres diablos exhalaban su último suspiro, se oponía a que tocasen las campanas para llamar a los devotos a misa: a sus ojos el carrillo era “el instrumento de música del Diablo”.

Para colmo, dejó a cargo del tesoro francés los gastos de alimentación y los sueldos de sus tripulantes. De cuando en cuando, se dignó enviar al mar una escuadra para fastidiar al Rey de España, fingiendo cumplir así con los términos de su misión. Prolongaba su estancia en Tolón “ocupado perezosamente en vaciar las arcas del rey de Francia”.

Finalmente, a los franceses se les agotó la paciencia. Aquella visita les costaba demasiado caro. Pero la despedida de Barbarroja tampoco resultó barata, puesto que antes de emprender el camino de vuelta, cobró una cuantiosa suma para sí mismo y para pagar los sueldos de sus hombres hasta el regreso al Bósforo, como también para rescatar a 400 esclavos musulmanes que remaban en las galeras francesas.

Este fue su último viaje, pasó el resto de sus días construyendo una magnífica mezquita y un sepulcro monumental, del que tuvo necesidad en julio de 1546.
Durante muchos años después de su muerte, ningún barco otomano salía del Cuerno de Oro sin un rezo y un saludo al más grande marino turco y más poderoso pirata del Mediterráneo.

martes, 25 de enero de 2011

El primer ataque de Barbarroja

El año 1504 marca la primera incursión a gran escala de los piratas berberiscos, suma de los habitantes del norte de África más los musulmanes expulsados pocos años antes de España. Esta incursión sembró en todo la Cristiandad una alarma no menos grande que el avance de los turcos por el valle del Danubio.

El Papa Julio II había enviado dos de sus más grandes galeras de guerra, poderosamente armadas, con la misión de escoltar en envío de valiosas mercancías de Génova a Civitavecchia. El buque que iba a la cabeza navegando varias millas delante y fuera de la vista del otro, costeaba la isla de Elba cuando de pronto vió aparecer una galeota. No teniendo motivos para sospechar, prosiguió su ruta con toda tranquilidad. El capitán, Paolo Víctor, no tení por qué temer la presencia de piratas en aquellos parajes, y de cualquier modo no solían atacar sino a barcos pequeños. Pero bruscamente, la galeota arrumbó hacia la galera papal, y el italiano vió que su puente hormigueaba de turbantes.. Sin que se oyese un grito y aún antes de que la galera tuviese tiempo para defenderse una lluvia de flechas y otros proyectiles se abatió sobre su puente obstruído de mercancías, y algunos instantes más tarde los moros se lanzaban al abordaje, conducidos por un jefe rechoncho, distinguido por una barba de un rojo llameante. En un abrir y cerrar de ojos, la galera estaba capturada, y los supervivientes se veían empujados como ganado al fondo de la bodega.

Entonces, el capitán de la barba roja puso en ejecución la segunda parte de su programa, la captura de la otra galera papal. Algunos de sus hombres pusieron objeciones a esta tentativa: la tarea de guardar la presa tomada parecía suficiente. Con ademán imperioso, el jefe les impuso silencio; ya tenía combinado un plan para valerse de su primera victoria como medio de ganar una segunda.

Hizo desnudarse a los prisioneros y disfrazó con sus ropas a sus propios hombres, los colocó en puestos muy visibles por toda la galera; después tomó la galeota a remolque, haciendo creer a los marinos del otro buque papal que sus compañeros habían hecho una presa. El simple ardid tuvo éxito. El segundo buque se aproximó con gritos de júbilo por parte de la tripulación. De pronto, una granizada deflechas y piedras los dejó mudos por un instante; gritos de abordaje, y al cabo de unos minutos, los marinos cristianos se hallaban encadenados a sus propios remos, reemplazando a los esclavos puestos en libertad.

En menos de dos horas, las tres naves pusieron rumbo a Túnez.

Esta fue la primera aparición de Arudj-el-Din, conocido como Barbarroja, el mayor de dos hermanos, hijos de un alfarero griego de la isla de Mitilene, que iniciarían una de las sagas familiares más sangrientas de la piratería de la edad moderna.

El rey Fernando de Aragón, ahora reconocido jefe de la Cristiandad, y en su calidad de soberano consorte de la potencia naval más grande del mundo conocido y, a la vez, la mayor víctima de los piratas, asumió la responsabilidad de domar a los antiguos amos de España. Bloqueó, a la cabeza de una poderosa armada, la costa africana, y ala cabo de dos años, 1509-1510, logró reducir Orán, Bugía y Argel, las tres principales fortalezas de los piratas berberiscos. Al firmar la paz, los argelinos aceptaron pagar al rey católico, como garantía de su futura buena conducta, un tributo anual, y Fernando tuvo cuidado de robustecer tal garantía construyendo una sólida fortaleza en la isla del Peñón, frente al puerto de Argel.

Imagen de Argel en el s. XVI, con el fuerte español en primer lugar

A la muerte del rey Católico, en 1516, los argelinos se atrevieron a atacar el fuerte del Peñón. Ante la insuficiencia de recursos por parte argelina, estos invitaron a Arudj Barbarroja a unirse al ataque. Este aceptó de buena gana, llegó acompañado por su hermano Kair-ed-din, el Jeredín Barbarroja de las crónicas cristianas, quién pronto le sucedería superando su fama.

Arudj, viendo la debilidad de los argelinos, estranguló al bey de Argel y tomó para sí todo el poder de la ciudad, convirtiéndose, nominalmente, en vasallo del sultán de Estambul.

La reducida guarnición española del Peñón continuó sosteniendose. Una armada enviada por el regente cardenal Ximénez de Cisneros, en 1517, fue derrotada; los moros pusieron en fuga a siete mil veteranos españoles, en tanto que la escuadra se hundió destrozada por un tormenta. La guarnición no desfalleció y siguió resistiendo. Los moros no pudieron tomarla hasta 1529, después de ¡13 años! de asedio continuado.

domingo, 23 de enero de 2011

Así se las ponían a.....

En nuestros días este dicho termina adjudicado a diversos reyes, que si Felipe IV con la caza, que si Carlos IV con el mismo pasatiempo, que si Fernando VII, el rey felón.

Y es con éste último con quién se originó el dicho, debido a su gran afición al juego del billar. Esta afición le venía de familia, pues el juego se había extendido por Francia, nación de origen de la dinastía de Borbón, ya desde el siglo XVI. A Luis XIV, el rey Sol, hacia 1700 le recomendaban los médicos jugar todas las tardes una partida de billar para facilitar la digestión.

El Rey disponía de salas de billar en sus residencias y gustaba mucho del juego. De esta afición derivó el dicho popular “Así se las ponían a Fernando VII”, que alude a cómo los contrincantes del rey procuraban dejar las bolas cerca de los agujeros para facilitarle al tarea al rey.

El pueblo llano adoptó el apelativo de “pelota” para esos cortesanos que jugaban con el rey

Boston Tea Party

Motín del té de Boston

Está de actualidad, y no solo por la matanza de Tucson, el nombre de los Tea Party. Desde la óptica cerrada de los estadounidenses más apegados al terruño significa libertad y autodeterminación, aunque esta palabra suene muy izquierdosa para un yanqui.


No taxation without representation
(No a los impuestos sin representación parlamentaria) fue el lema que encabezó las protestas de los colonos ingleses de los trece iniciales estados norteamericanos contra la Stamp Act (Ley del Timbre) de 1765 y las Townshend Acts (Leyes de Townshend) que establecieron impuestos a las colonias sin autorización parlamentaria, contraviniendo el principio de legalidad establecido en la histórica Carta Magna.
La irritación de los colonos llevó a la creación de grupos rebeldes como los Sons of Liberty (Hijos de la Libertad) que, clandestinamente, organizaban boicots contra la, a su juicio, injusta imposición del gobierno inglés.
La gota que colmó el vaso fue la aprobación por el gobierno británico del Tea Act, disposición legal que otorgaba a la deficitaria Compañía de las Indias Orientales la exención de impuestos sobre la venta y distribución del té en las colonias. Este trato de favor permitía a la Compañía proporcionar a los consumidores una sustancial rebaja en los precios del té que entraba, en colisión con el ofrecido por los acaudalados colonos contrabandistas de té holandés quienes, paradójicamente, se pusieron del lado del principio de legalidad y organizaron protestas y algaradas para conseguir la revocación de la citada ley.

De todas las revueltas organizadas fue - por su originalidad y pintoresquismo - la llevada a cabo en Boston, el día 16 de diciembre de 1773 la que pasaría - con el nombre de Boston Tea Party - a la historia de los Estados Unidos.

Así, a finales de noviembre de 1773, tres barcos de la Compañía Británica de las Indias Orientales atracaron en el puerto de Boston con la intención de descargar un importante cargamento de té. Infructuoso propósito, ya que durante más de una quincena los bostonianos espoleados por, entre otros, Samuel Adams y John Hancock (futuros padres de los Estados Unidos) invadieron multitudinariamente los muelles para impedir que se procediera a la descarga y distribución de la mercancía.

Mientras, durante la siguiente quincena, los Sons of Liberty planeaban en secreto y minuciosamente un golpe de efecto como desafío a la autoridad británica.

Así, la noche del 16 de diciembre se convocó una Asamblea de Protesta a la que acudieron más de 8.000 personas. Durante su transcurso, un centenar de Hijos de la libertad, ataviados como indios Mohawk, la abandonaron con sigilo para - armados con hachas y cuchillos - abordar los buques y, en menos de tres horas, tirar a la bahía de Boston 45 toneladas de hojas de té.

A pesar de las inevitables represalias inglesas (acciones punitivas, declaración del estado de excepción), el extravagante acto de rebelión inspiró acciones similares en el resto de los estados, y no tardó en adquirir la categoría de simbólico. Hoy en día se considera como un acto precursor de los sucesos que culminarían, tan solo seis años más tarde, en la histórica Declaración de Independencia de los Estados Unidos.

Resulta irónico, y muy inglés, que el acto de sabotaje realizado por unos contrabandistas contra una ley injusta (según ellos) diera lugar a la creación de un nuevo país que se arrogará en el futuro la defensa de la libertad y de la razón ante los déspotas de este mundo.

Los trabajos del Rey

Para los extranjeros la imagen del Rey Felipe II es la de la araña en el centro de la tela esperando a sus incautas presas. Esto es herencia de la Leyenda Negra.
Para los españoles, acaso para aquellos que aún saben leer, Felipe II es el Rey Prudente. Siempre quería saberlo todo sobre todos los temas de gobierno.

Se podrá discrepar del gusto filipesco, más no de su diligencia en la gobernación de los reinos. Se despertaba, por lo general, a las ocho de la mañana y pasaba casi una hora en la cama leyendo papeles. Hacia las nueve y media se levantaba, le afeitaban sus barberos y sus ayudas de cámara le vestían.
Oía luego misa, recibía audiencias hasta mediodía y almorzaba. Tras la siesta se recluía a trabajar en su despacho hasta las nueve, hora de la cena, y aún después seguía trabajando. Despachaba unos 400 documentos diarios; recibía secretarios, embajadores, arquitectos y emisarios; escuchaba informes sobre la marcha de las obras y tomaba decisiones sobre innumerables asuntos, importante o nimios.
Se ha hecho célebre su pequeño estudio en El Escorial, pero el rey estaba dispuesto a trabajar en cualquier sitio y a cualquier hora. Creó incluso un archivo especial, en Simancas, para conservar su documentación.
Rara vez se desplazaba sin sus papeles y si hacía buen tiempo los llevaba al campo y los consultaba en la carroza que le transportaba. A veces negoció a bordo de barcos: navegando por el Tajo hacia Aranjuez, Felipe II “llevaba en su barca un bufete en que iba firmando y despachando negocios que le traía Juan Ruiz de Velasco, su ayudante de Cámara”, mientras las damas de la corte danzaban y una orquesta de negros tocaba la guitarra.
Pero no solían ser tan placenteros los días laborables. A menudo se quejaba el rey del intenso trabajo, de su vida fatigada, de su enorme cansancio. Así, en mayo de 1575 decía a su secretario:
“Agora me dan otro pliego vuestro. No tengo tiempo ni cabeza para verle y así no le abro hasta mañana y son dadas las 10 y no he cenado; y quédame la mesa llena de papeles para mañana pues no puedo más agora”.
De nuevo, en 1577, escribe: “Son ya las 10 y estoy hecho pedazos y muerto de hambre y es día de ayuno. Y así quedará esto para mañana”.
A veces se sentía tan agobiado por las obligaciones de su cargo que ansiaba dejarlo todo:
“ Son cosas estas que no pueden dexar de dar mucha pena y cansar mucho y así creed que lo estoy tanto dellas y de lo que pasa en este mundo; si no fuese por (algunas)... cosas a que no se puede dexar de acudir, no sé que me haría... Cierto que yo no estoy bueno para el mundo que agora corre, que conozco yo muy bien que havría menester otra condición no tan buena como Dios me la ha dado, que sólo para mí es ruín”.

sábado, 22 de enero de 2011

La familia de Felipe II

LAS ESPOSAS

MARÍA DE PORTUGAL (1527-1545). Hija de los reyes de Portugal, Juan III y Catalina de Austria, la princesa María fue la primera esposa de Felipe II, con quien contrajo matrimonio en Salamanca, en 1543, cuando éste era todavía príncipe heredero. Murió de sobreparto en 1545, tras el alumbramiento del príncipe Don Carlos. A su estrecho parentesco (era sobrina carnal tanto de Carlos V como de la emperatriz Isabel, padres de Felipe) se atribuyeron luego las taras del primogénito.

MARÍA TUDOR (1516-1558). Reina de Inglaterra e Irlanda, era hija del primer matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón (hija menor de los Reyes Católicos) y tía, por tanto, del príncipe Felipe, al que llevaba más de diez años. Su matrimonio se celebró en Winchester en 1554, poco antes de la abdicación de Carlos V. María nunca llegó a viajar a España y su muerte, acaecida en Londres en 1558, truncó uno de los principales propósitos del enlace: imponer de nuevo el catolicismo romano en Inglaterra tras la reforma anglicana de Enrique VIII.

ISABEL DE VALOIS (1546-1568). Hija del rey Enrique II de Francia y de Catalina de Médicis, su boda con Felipe II se concertó en 1559, como símbolo de la Paz de Cateau-Cambresis, celebrándose por poderes en Notre-Dame de París. De esta unión nacieron las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. De salud delicada, la tercera esposa del rey murió en Aranjuez el 13 de octubre de 1568, meses después de que falleciera en su encierro del Alcázar de Madrid el príncipe heredero Don Carlos, con quien la Leyenda negra ha ligado su biografía.

ANA DE AUSTRIA (1549-1580). La hija del emperador Maximiliano II y de María de Austria (primo y hermana de Felipe II respectivamente), se casó por poderes con su tío en 1570. De este cuarto y último matrimonio, el más duradero y feliz del monarca, nacieron cinco hijos: infantes Fernando, Carlos Lorenzo, Diego y María (malogrados en la niñez), así como el heredero, el futuro Felipe III. Murió en Badajoz, en octubre de 1580, víctima de una epidemia de gripe, cuando acompañaba a su marido a Portugal, donde iba a ser reconocido rey.

EL HIJO

El príncipe Don Carlos (1545-1568)

Primogénito de Felipe II, todavía príncipe, y de su primera esposa, María de Portugal, nació en Valladolid el 8 de julio 1545. Huérfano de madre desde los cuatro días, su debilidad enfermiza se atribuyó a la política matrimonial de los Trastámara, Avis y Habsburgo (sus padres eran primos por doble vínculo y nietos ambos de Juana la Loca). Se crió en la corte itinerante de su tía Juana de Austria, la Princesa de Portugal y tuvo como preceptor al humanista Honorato de Juan, un discípulo de Luis Vives, quien pronto temió por la salud mental de su endeble pupilo. Acudió luego a la Universidad de Alcalá de Henares, junto a Don Juan de Austria y Alejandro Farnesio. Sin embargo, Don Carlos, que no conseguía emularles, pronto se distinguió por sus extravagancias.
En abril de 1560, un terrible golpe en la cabeza, producido al caerse por una escalera cuando iba a visitar la habitación de una joven sirvienta, le llevó a las puertas de la muerte, de la que le salvaron no sólo las prescripciones de eminentes médicos (Vesalio y Daza Chacón) sino la “milagrosa intervención” de la momia de fray Diego de Alcalá, un fraile franciscano muerto cien años antes que, a resultas de esta “milagrosa curación”, fue canonizado por Pío IV. Los problemas de los Países Bajos serían la causa de la desgracia de Don Carlos, pues se le atribuyó la participación en una conjura contra su padre el rey, destinada a proclamarle soberano de los Países Bajos. Felipe, que hacía años había ordenado vigilarle extrechamente, decidió entonces (18-19 de enero de 1568) recluirle a perpetuidad en una de las torres del Alcázar de Madrid. En este cautiverio murió pocos meses más tarde (25 de julio) en circunstancias todavía poco esclarecidas, pero que los impulsores de la Leyenda negra atribuyeron a una orden del propio rey. Esta trágica muerte, así como la especie de unos pretendidos amores con su madrastra, Isabel de Valois, una de las escasas personas del entorno real con quien había conseguido congeniar, contribuyeron a labrar la imagen del príncipe como un héroe romántico. El arte literario de Schiller y el operístico de Verdi harían todo lo demás

LAS HIJAS

ISABEL CLARA EUGENIA (1566-1633). Primogénita de Felipe II e Isabel de Valois, la muerte del heredero Don Carlos y la sucesiva desaparición de los hijos varones de Felipe II y Ana de Austria, hizo que fuera considerada durante bastantes años como la probable heredera de la Monarquía hispánica. Vivió muy cerca de su padre los asuntos de gobierno y se labró un perfil de mujer fuerte. Cuando su hermanastro Felipe parecía asegurar ya la sucesión, el rey concertó su boda con el archiduque Alberto de Austria (hijo de los emperadores Maximiliano y María), gobernador a la sazón de los Países Bajos. A ambos entregó aquel reino por el Acta de Cesión, estable- ciendo que, en caso de no tener descendencia, Flandes volvería a la Corona española. El matrimonio se celebró, muerto ya Felipe II, a comienzos de 1599. A la muerte del archiduque en 1621, por falta de herederos, los Países Bajos revirtieron a Felipe IV, quien mantuvo a su tía como Gobernadora de Flandes hasta su muerte, en 1633.

CATALINA MICAELA (1567-1597). Segunda hija de Felipe II e Isabel de Valois, fue educada junto a su hermana Isabel Clara Eugenia en las Descalzas Reales de Madrid. Contrajo matrimonio en 1585 con el duque Carlos
Manuel de Saboya (1562-1630). Tuvo diez hijos en doce años, algunos de los cuales desempeñaron un importante papel en la escena política europea del siglo XVII, y falleció de sobreparto en Turín. Fue ella quien conservó las cartas que Felipe II escribió a sus hijas entre 1581 y 1596 y queconstituyen un testimonio excepcional sobre su intimidad

martes, 18 de enero de 2011

Vida y muerte en la Edad Moderna

La fecundidad elevada y la constante presencia de la muerte eran en esencia los rasgos más destacados de la demografía en el mundo moderno

La mortalidad llegaba a cotas muy elevadas (del 28 al 38 por mil), pero se situaba por debajo de la natalidad, lo que permitía el crecimiento continuado de la población. Entre las causas de la alta mortalidad estaban:

- una economía agraria de escaso desarrollo tecnológico, que no siempre era capaz de cubri las necesidades alimenticias.

- Un reparto de la riqueza muy desigual.

- Falta de higiene generalizada, con la consiguiente transmisión de agentes patógenos.

- Aceptación pasiva y fatalista de la muerte, que llevaba a un rechazo pasivo de las innovaciones higiénicas.

La fuerte tasa de mortalidad infantil (250 por mil) contribuía a elevar las tasas globales. Esto era debido especialmente a la deficiente alimentación de las madres y los partos en precarias condiciones higiénica, amén de la transmisión de enfermedades infantiles como el sarampión o la tos ferina.

Además debemos añadir la aparición de periódicas crisis demográficas provocadas por la guerra, el hambre o las enfermedades epidémicas (era muy conocida la jaculotaria medieval: A fame, peste et bello, liberanos Domine)


Las guerras provocaban pérdidas no tanto debido a los muertos en combate como a las destrucciones y a la desorganización de la vida económica que causaba el paso de los ejércitos en marcha.

En una Europa cerealista donde no existían aún los cultivos alternativos los accidentes meteorológicos (sequías prolongadas, lluvias excesivas) eran los causantes habituales de las crisis de subsistencia. Las zonas costeras y de recursos más diferenciados eran las más afectadas. Las capas acomodadas y ricas de la sociedad moderna rara vez vieron peligrar su salud a causa del hambre.

Entre las enfermedades infectocontagiosas las había lentas (tuberculosís, sífilis) que se suelen incluir en la mortalidad ordinaria. Otras, como el sarampión, eran universales y causaban graves secuelas. El tifus y la viruela se cuentan entre las grandes asesinas de la historia, pero la más temida era la peste, por su aparición periódica y por los estragos y perturbaciones que causaba. Sin embargo desaparecería paulatinamente a lo largo de la Edad Moderna, con un último caso de contagio en Provenza en 1720-1722.

La mortalidad presentaba en general un máximo a fines del invierno y principios del otoño, provocado por las enfermedades gastrointestinales y la peste. Un segundo máximo se presentaba a finales del invierno debido a las enfermedades respiratorias.

La consecuencia última de la mortalidad era una esperanza de vida muy baja, lastrada sobre todo por la mortalidad infantil, que se podía situar entre los 24 y los 38 años, según los países.

Por su parte, la natalidad era muy alta (entre 35 y 45 por mil), aunque el matrimonio era relativamente tardío: la mujer se casaba a los 25 ó 26 años y el hombre a los 28 ó 30 años, lo que limitaba el tiempo de fecundidad efectiva en las mujeres a 15 años. El máximo de nacimientos se solía dar en los meses invernales, lo que correspondía a una concepción primaveral. El número de hijos era aproximadamente de siete, aunque la mayor mortalidad relativa del hombre y el celibato de cierto número de mujeres casadas hacen descender ese número a cinco por mujer. La mortalidad infantil, como hemos visto, haría el resto por lo que la cifra real de descendientes apenas llegaba para producir la sustitución generacional.

Ivan Hood

Lunes por la tarde, tengo que matar una horita esperando, decido entrar en la Librería Beta de República Argentina. El mismo lugar donde mi amigo Ismael hizo las prácticas para poder trabajar en régimen de semi-esclavitud en la librería que esta cadena abrió en Algeciras.

Recorro el pasillo de entrada ojeando las novedades, hay algunas cosas curiosas que me apetecería leer pero sin intención de comprarlas. Sólo estamos el vendedor y yo, ni un solo potencial cliente. Hojeo el tomo de “Requetés”, hace poco leí en la columna de Pérez-Reverte una reseña encomiosa. Veo muchas fotos interesantes, y algunas cartas son entrañables. Puto Reverte, otro libro para “the pila”.

El silencio es roto por unas risas juveniles, levanto la cabeza y veo pasar por mi lado a dos jovencitas de uniforme escolar. Me acuerdo del cabrón de Sánchez Dragó y sus japonesitas. Las chicas no deben tener más de 15 años, van cogidas del brazo y riéndose todavía. Se ponen a mirar por una estantería de libros de aventuras. Deben estar buscando algún libro para el colegio.

El único vendedor que queda en la tienda, en otras épocas llegó a haber cuatro, se dirige hacia ellas. Las risas se recrudecen, una da un codazo a la otra, quién se pone colorada. Dejo de intentar disimular y las miro por encima del borde de las Aventuras de Huckleberry Finn que estoy leyendo.

- ¿puedo ayudaros?- El vendedor se muestra solícito, lo conozco de otras veces y se que al hombre le encantan los libros. Aunque no es un dechado de cortesía.

Las chicas se ríen y la portavoz se sonroja aún más.

- ¿tiene el libro Ivan Hood?.

En un primer momento creo que he oído mal. Pero el vendedor se hace repetir la pregunta. Y sí, ese libro buscan: Ivan Hood.

- ¿No estaréis buscando Robín Hood?. Me parece una suposición bastante acertada. Pero me mosquea que las niñas sigan riéndose acaloradas.

- No. El título es Ivan Hood. Mas risas.

De pronto se hace la luz y el vendedor pregunta: - ¿Ivanhoe?.

Más risas y más sonrojo. La segunda chica repite: Ivan joe, Ivan joe y se desternilla. Gira la cara y me ve mirarla con cara de sorpresa. Se pone más colorada todavía y se vuelve hacia su amiga, escondiendo la cara en el hombro de ésta.

El vendedor que ha seguido la mirada de la muchacha me sonríe. Le brillan los ojos. Y suelta:

-Una cosa es la novela Ivanhoe; y otra muy distinta es ¡Iván, joé!.

Las chicas y yo soltamos una carcajada apoteósica. Bueno, la mía es mucho más sonora que las suyas. Ambas se vuelven a mirarme y se sonrojan más si es posible.

El vendedor les explica que es una novela muy interesante, que está disponible en varias ediciones. Y les pregunta por la recomendada por el profesor.

-Yo quiero una que no tenga demasiadas páginas. Me han dicho unas compañeras que hay una que trae un montón de páginas. Esa no, no quiero esa. Sólo tengo que leerla por obligación.

Al escuchar esa explicación se me cortaron las ganas de reír. Dos chicas de unos 14 años que leían por obligación, a las que les hacía mucha gracia el tener que decir “hoe” en público.

Cuando salgo de la librería voy pensando que probablemente ni siquiera lean esa novela cuando se enteren que existe la película en color.

Si esto no es la decadencia de Occidente que baje Spengler y lo vea.

lunes, 17 de enero de 2011

Galeras y galeotes

La escasez de remeros voluntarios, llamados “buenas boyas”, junto con la importancia bélica de esta vieja nave en el ámbito mediterráneo, condicionó la paulatina conmutación oficial de ciertas penas por la de “Galeras”. Será durante el siglo XVI cuando el concepto de pena utilitaria adquiera cierto sentido, más en consonancia con los criterios de la monarquía absoluta.

¿Quiénes iban a Galeras?. Especialmente los mineros, moriscos, gitanos, vagos, armeros, salteadores, escaladores de casas, desertores, blasfemos, testigos falsos, cuadrilleros, contraventores de Reales Órdenes, rufianes, sodomitas, bígamos, esclavos cristianos, resistentes a la Justicia, ladrones cometeros, mascareros, condenados a muerte no confesos, y un largo etcétera. Dentro de la indeterminación legal provocada por el sistema, las penas oscilaban entre un mínimo de dos años y un máximo de diez, que se equiparaba a la “pena perpetua de galeras” completada normalmente con el destierro perpetuo. Se contabilizan numerosos casos de forzados que, habiendo sobrepasado los años correspondientes, continuaban solicitando la gracia de la libertad; algunos lo conseguían y otros seguían cumpliendo servicios en galeras, recibiendo el eufemístico nombre de “los cumplidos”.

Condenaban a galeras los Alcaldes de Corte, Adelantados, Merinos, Corregidores, Alcaldes Mayores, Tribunal de la Cruzada, Correos, Tabacos, Superintendencia de Rentas, Justicias Ordinarias y de Rentas Reales, Lugares de Señorío, Oidores, Inquisición, Hermandad, Generales, Capitanes de Galeras (en casos graves y urgentes), etc. Numerosas disposiciones subrayan la necesidad de que sólo vayan a galeras los condenados por la vía de confirmación de las sentencias, eventualidad aprovechada por los reos que apelaban para, en el ínterin, fugarse o tentar las numerosas posibilidades de esquivar tan duro destino.

Existían cajas de distrito, lugares preestablecidos donde eran depositados los llamados “rematados a galeras” desde donde, y cuando su número sobrepasaba la docena, eran enviados a las cajas principales. De allí, a su vez, se remitían a las diferentes cajas de embarque de Málaga, Cartagena, Cádiz y Puerto de Santa María. Desde el momento que entraban en dichas cajas, los reos pasaban a depender de los Corregidores como delegados reales, ya que cumplían un servicio al rey.

No había una regla fija respecto a las clases de condena. Algunos iban condenados específicamente con sueldo de “buenas boyas”, esto es, como voluntarios; otros que ya habían cumplido, seguían como “cumplidos”, cobrando sueldo. Todo dependía de la voluntad del juez y de las circunstancias.

La edad penal es variable. La tendencia general es el envío de galeotes desde 17 a 50 años, pero hemos constatado penados con menos edad (incluso 12 años) y verdaderos ancianos (más de 70 años). En pleno s. XVIII un joven no es enviado a galeras por ser menos de 25 años.

A tenor de la época, la pena era desproporcionada y el criterio de la monarquía represivo y nada correccional. Cabía la misma pena para el que traicionaba al rey, como para el que cometía pecado de bestialismo, o para el sodomita, ello no es de extrañar ya que no existía una tipificación del delito. Al legislador le interesaba más que el justo castigo, el castigo en si mismo. Sin olvidar que era una sociedad de privilegios donde la disparidad de trato legal ante la Ley era de administración ordinaria, tanto desde el punto de vista procesal – privilegios de fuero especial- como desde el punto de vista penal –exención de tormento, galeras, azotes, etc.- Sin que nos sorprenda la facilidad con que se conseguían indultos y reducciones de pena cuando se “revisaba” el juicio.

A modo de ejemplo, la galera San José, en Cartagena hacia 1730, contaba con 294 hombres de remo, 251 eran forzados y 43 esclavos. Durante la invernada, que solía durar, por término medio, de noviembre a febrero y sin abandonar sus cadenas, la chusma se dedicaba a arreglar cuerdas y lienzos, ayudaba a la reparación y construcción de galeras, o bien trabajaba en los almacenes, en los pontones, incluso algunos de ellos llegaron a trabajar en la casa del Gobernador de Cartagena, lo que motivó la correspondiente prohibición real.

La puesta en libertad solía darse durante la invernada, pero es frecuente el despido en el puerto que se tocaba una vez cumplida la condena. Podía ser en cualquier reino de la Monarquía, desde Andalucía en Castilla a Nápoles en Italia o, peor aún, alguno de los muchos presidios del Norte de África. El galeote liberado tenía que abandonar el barco antes de las 72 horas.

Tras la Paz de Aquisgrán se suprimieron las galeras por Real Orden de 28 de noviembre de 1748. Los forzados serían enviados a las minas de Almacén, regimientos de Ceuta y Orán, a Indias, presidios de África, obras públicas y arsenales, donde, y según la gravedad de los delitos, podían ser destinados a las bombas de achique, pontones, tala de árboles en los bosques reales, buceo, almacenes, fábrica de salitre y pólvora, etc.. Cómo se sabe, la construcción del arsenal de Cartagena se alimentó de esta mano de obra barata hasta su terminación en 1782.

Carlos III, por disposiciones de 31 de diciembre de 1784 y 15 de febrero de 1785 volvería a restablecer las galeras ante el peligro argelino. Su hijo y sucesor Carlos IV, las suprimiría definitivamente por Real Orden de 30 de diciembre de 1803.

sábado, 15 de enero de 2011

Hacienda y la censura.

Si bien la censura se llevaba utilizando desde el inicio de la Guerra Civil como una herramienta más al servicio de la contienda , no sería hasta el 30 de abril de 1938 cuando se publique la Orden firmada en Burgos, un día antes, por Ramón Serrano Suñer cuya inicial aplicación en el ámbito territorial del bando sublevado, se extendería, a partir de abril de 1939, a todo el territorio nacional.

El ámbito objetivo del citado texto legal se limitaba a "la intervención del Estado sobre la edición y venta de publicaciones" (sic) en la práctica se extendió a toda manifestación artística o creativa, con especial incidencia - dada su popularidad y alcance - sobre obras teatrales y cinematográficas

En lo que respecta a las obras teatrales, la Junta de Censores previa debía juzgar el "Mensaje" de la obra desde dos aspectos: "Matiz político" y "Matiz religioso"· Es fácil colegir que el control sobre las obras teatrales era, al menos en los dos aspectos citados, poco menos que férreo.

Y aquí empieza nuestra anécdota:

Edgar Neville fue un hombre( en todos los sentidos de la palabra) inabarcable, dada la enorme envergadura de su físico y de su talento: diplomático de profesión: cineasta capaz de filmar películas tan sorprendentes e imaginativas como La torre de los siete Jorobados o Domingo de Carnaval; escribir teatro tan delicioso como La vida en un hilo o El baile y novelas tan inclasificables como Don Clorato de Potasa. Siempre escapó de irritantes encajonamientos o banales categorías ganándose, en un país como España, tan dado a las etiquetas, el desdén ( y el halago) de ser considerado un excéntrico. No creo que le disgustase.

El Baile, la citada obra de teatro , fue su gran triunfo en las tablas. La historia de un triángulo amoroso (institución a la que el autor fue muy aficionado a usar como tema dramático y a practicar en su vida privada) que pervive inalterable en el tiempo alcanzó cientos de representaciones. Animado por el éxito, Neville siguió su costumbre de tirar el dinero, financiando dos arriesgadas producciones cinematográficas : Duende y misterio del flamenco (1952) y La ironía del dinero (1955) que, naturalmente, le arruinaron.

Inasequible al desaliento, escribió Alta Fidelidad en 1955, una obra de teatro que le permitiría reponerse financieramente. La obra que en palabras de su autor llevaba a escena "un tema del día, que es la lucha del hombre con los impuestos y la lucha del hombre sosegado contra la divinización del trabajo" convertía el tradicional triángulo nevilliano - formado, en esta ocasión, por Fernando (un señorito haragán); Timoteo (su ejemplar e irónico mayordomo) y Elvira ( una ociosa y despreocupada dama - en cuarteto, al añadir a Rodríguez , un Inspector de Hacienda.

El motor de la trama es el súbito enriquecimiento de los cuatro personajes de la obra, gracias a un billete de lotería y la tragedia que les cae encima al tener que trabajar para que su fortuna crezca y se multiplique. La obra, claro, es una comedia de evasión, plagada de enredos y equívocos, narrados con la agilidad y el humor fino y absurdo característicos de Edgar Neville.
Un entretenimiento, en principio, inocente, amable y bienhumorado; en suma, atractivo para el gusto del público de los años 50 que, previsiblemente, abarrotaría el patio de butacas haciendo saludables taquillas.     

Así las cosas, es aún más sorprendente que, sin poder acogerse a los criterios religiosos o políticos que marcaban los criterios censures fuera, en 1956, el Ministerio de Hacienda quien, excepcionalmente, censurase Alta fidelidad , por, de acuerdo con el fiero censor Don Gumersindo Montes Agudo: "atacar a los Ministerios de Hacienda y Comercio con un tono de ironía cruel y desgarrada".

Neville no dejó que la cosa quedase ahí, y solicitó una audiencia con Francisco Gómez del Llano (por aquel entonces, Ministro de Hacienda) a quien leyó la obra en una reunión privada. El Ministro, en palabras de Neville : "..comprendió que mi comedia no iba a destruir el Estado español, ni siquiera el Ministerio de la calle de Alcalá..." y, en ese clima de buen entendimiento, solo se cayó (como se dice en argot teatral) una escena que el autor describió así:" ... no le gustó, una escena final, que a mi me parecía muy graciosa y, que era cuando al antiguo Inspector de Hacienda le ha tocado a la Lotería el Gordo de Navidad y deja el cargo para convertirse en capitalista y defenderse él a su vez y a sus compañeros de fortuna de las asechanzas del Fisco; era en esa escena cuando a mí se me había ocurrido que le visitase un inspector de una promoción más reciente que la suya y que, por tanto, no le conocía. El duelo entre esos dos inspectores de Hacienda que se sabían todos los decretos, todas las reales órdenes, todas las disposiciones de memoria, era muy teatro clásico, muy molieresco pero él no opinaba igual ..."

Una vez reescrita la escena, la obra no tardó en obtener el ansiado nihil obstat aunque no fuera ese el final de las desventuras de la obra. A pesar de éxito de El baile , la nueva obra fue rechazada por luminarias de la escena como Rafael Ribelles, Alberto Closas y Conchita Montes. Tras varias negativas la obra se estrenó en teatros secundarios en diciembre de 1957, con un éxito mucho menor al previsto.

Aunque Alta fidelidad lograse sortear la insólita y excepcional incursión del Ministerio de Hacienda en las artes censoras , no pudo sobrevivir a la cruel y siempre vigente censura del mundo del espectáculo - imposible de derogar o corregir por ley o decreto: la que ejercen la indiferencia del empresario y el desdén del público.

jueves, 13 de enero de 2011

Los costes económicos de la Guerra Civil

"...Cómo se pagó la destrucción mutua e insensata de un lado y de otro, desde 1936 a 1939. Me referiré, primero, a los créditos que recibió el bando de Franco, por un equivalente a 400 millones de dólares en el caso de Alemania y 260 en el de Italia; es decir, 660 millones; aparte de pagos hechos por carburantes con el célebre cheque de Juan March, y otros suministros.

Las sumas adeudadas a las potencias del Eje se abonaron cabalmente; a Alemania, con suministros de materias primas y alimentos durante varios años, retirándose del consumo de los españoles para lo más imprescindible, cuando el racionamiento situaba a todo el país al borde del hambre. En cuanto a Italia, al valorarse el crédito a largo plazo y en liras corrientes (¡la gran confianza de Mussolini en su victoria!), el pago se terminó mucho antes de lo previsto, en 1960, aprovechando el colapso de la lira por sus sucesivas devaluaciones.

Frente a la cifra comentada del lado nacional (o faccioso, según los gustos), la República (o los rojos) utilizó las reservas metálicas del Banco de España, enviadas a la URSS en 1936, desde donde se facturaron las compras de armas por el bando republicano; en todo un episodio financiero discutido ampliamente en sus más diversos aspectos. El total de ese oro se estimó en 510 millones de toneladas, equivalentes a 16,4 millones de onzas troy; que a la paridad de entonces del dólar (una onza = 33), equivalió a una suma de 541 millones de moneda estadounidense: menos, pues, de lo recibido por Franco, en forma de créditos, de las potencias del Eje.

Hemos de preguntarnos también qué representó en términos macroeconómicos la guerra, y según los cálculos disponibles, la respuesta es bien sencilla: 1,25 veces el PIB del país en 1935. O si se quiere decir de otra forma, en términos aproximados, cada uno de los tres años de guerra se dedicó el 40 por 100 del PIB español al esfuerzo bélico: a pulverizarse unos a otros en pugna fratricida de sufrimiento sin fin. Un auténtico desastre, que se tradujo en una cifra de muertos (incluyendo los caídos en campaña, la retaguardia, las represalias en ambas zonas y los tétricos fusilamientos en la inmediata posguerra en la España de Franco) situable en no menos de medio millón de personas. A lo cual habría de agregarse el menor crecimiento poblacional durante la contienda, por la fuerte caída de la natalidad, computable en otro medio millón de personas; así como 300.000 españoles que se exiliaron de manera prácticamente definitiva.

En resumen, respecto a la población, de 24,7 millones de habitantes de 1935, el total de 1,3 millones de muertes, natalidad reducida y exilio, representó nada menos que el 5,26 por 100 del stock demográfico. A lo cual habrían de sumarse, según evaluó directamente el autor, en 800.000 hombres/año de reclusos en campos de concentración y cárceles. Cifra aún más terrible, sin desdén para nada, al incluir lo más granado de la juventud española, de los efectivos más valerosos y prometedores, que se empeñaron en buscar, por sendas apocalípticas, un futuro para su patria. De modo que con el enfoque actual del capital humano, la guerra civil es calificable como auténtico mazazo de proporciones estremecedoras; al cual para mayor inri, aún se adjuntarían en la inmediata postguerra las implacables depuraciones de funcionarios y profesionales que comportó el totalitarismo subsiguiente.

Macroeconómicamente, al final de la guerra, el nivel de renta del español medio se había hundido un 30 por 100; y con la lenta recuperación de la posguerra –la era de la autarquía—, sólo en 1951 se recuperó el PIB per cápita de 1935; esto es, tras 12 años de posguerra, con un total de tres lustros de retroceso económico. Pudiendo decirse que la incorporación de España a la normalidad de sus relaciones internacionales no se produjo hasta el Plan de Estabilización de 1959, dos décadas después del final de la contienda..."


Ramón Tamames. Conferencia en la Universidad Internacional de Andalucía en La Rábida

La primera víctima del tabaco

Desde el punto de vista del peso de la ley fue un tal Rodrigo de Jerez, quién está considerado como el primer español en disfrutar del placer de fumar tabaco y el primero en sufrir un castigo por ello.

Rodrigo era natural de Ayamonte , localidad que en el año 2007 le honró con una cerámica relatando su peripecia. Fue uno de los marineros que acompañó al Almirante Cristóbal Colón en su primer viaje a América, allí descubre el tabaco de los indios en la isla de Cuba.

A su vuelta del viaje, en Sevilla, Rodrigo de Jerez siguió con el hábito de fumar, hasta el punto que fue denunciado por su propia mujer al escandalizarse ésta de verle expeler humo por la boca.

El Tribunal del Santo Oficio le condenó nada más y nada menos que a ¡siete años de prisión! culpable ya que: "solo Satanás puede conferir al hombre la facultad de expulsar humo por la boca".

Al salir del encierro comprobaría asombrado y perplejo que la costumbre de fumar ya se había extendido entre todas las clases sociales de España.

De Rodrigo se sabe que murió en su pueblo natal en el barrio del Salvador y que fue enterrado en la Parroquia de San Mateo , la cual fue destruida en una de la guerras que España mantuvo con Portugal.

Mientras tanto, los frailes, en los huertos cerrados de los conventos, resultarían ser los más entusiastas plantadores de tabaco -de ahí proviene el término de "ESTANCO" para designar el comercio de venta de dicho producto.

La costumbre de fumar se extendería por toda Europa de la mano del embajador francés en Portugal - Jean Nicot ( en su honor se denomina así a la planta de tabaco Nicotiana Tabacum)- al divulgar este las noticias sobre que el hecho que su consumo había curado las jaquecas de la ilustre reina consorte de Francia - Catalina de Médicis-.

lunes, 10 de enero de 2011

Una forma de no pagar impuestos

Como todos los imperios, cuando los incas llegaban a dominar un territorio establecían los correspondientes tributos, en su caso consistentes en la prestación de servicios personales obligatorios, ya que no conocían la moneda.

A los pueblos sometidos, evidentemente, no les hacía gracia, pero no les quedaba más remedio que conformarse. Pero los Uros, un pueblo que habitaba las riberas del lago Titicaca, encontraron una vía para eludir los tributos. Como les dijeron que todos los que vivían en las tierras del Tahuantinsuyo (el nombre quechua del imperio) debían pagar el tributo, decidieron ir a vivir fuera de tales tierras.

Parecía imposible, ya que el lago Titicaca (situado entre los actuales Perú y Bolivia) se hallaba muy lejos de las fronteras exteriores del Tahuantinsuyo. Incluso, de acuerdo con el mito, los Hijos del Sol, Manco Cápac y su hermana, Mama Ocllo, salieron del lago para fundar el imperio, por lo que el Titicaca constituía algo así como el origen mítico de su civilización. Aún así, los Uros encontraron una solución.

Con la totora (un junco que crece en abundancia en el lago), construyeron islas artificiales, sobre las que edificaron sus viviendas y en las que vivían dedicados, fundamentalmente, a la pesca. Cortaban grandes pedazos de las raíces de la totora que, al ser tejidos vivos, se conectaban entre sí, dando lugar a un soporte flotante bastante firme. Sobre este soporte, apilaban capas de juncos de forma alternada, para constituir una superficie seca, sobre la que edificaban construcciones también de totora.

El sistema funcionó, y los Uros quedaron exentos de los tributos incas, sus islas han llegado hasta nuestros días, si bien como mera atracción turística. No obstante, el precio a pagar fue alto: por una parte, el riesgo de incendio era elevado, dada la combustibilidad de los juncos; además, el fuego no destruía sólo las construcciones, sino también el solar sobre el que estaban edificadas; por otra, al vivir sobre el lago, eran presas fáciles del reumatismo, que amargaba sus días.

domingo, 9 de enero de 2011

Las Cuentas del Gran Capitán

Aún hoy en día, permanece en el lenguaje coloquial la añeja expresión hacer Las cuentas del Gran Capitán , como calificación burlona y despectiva de las argumentaciones que pretenden explicar y justificar proyectos descabellados, propósitos desmesurados o quimeras irrealizables.

El origen de tan longeva frase hecha (tiene una antigüedad de más de cinco siglos) surge de la auditoría de los gastos de la Guerra de Nápoles que, realizó en 1506, Fernando el Católico a Gonzalo Fernández de Córdoba y Aguilar su más aguerrido guerrero, bravo soldado y Virrey de Nápoles, como parte de una campaña de descrédito del militar ya que su creciente popularidad y poder amenazaban con que proclamase la independencia de la región italiana de la Corona de Aragón. El pulso entre el monarca y el militar finalizó con la caída en desgracia de éste y su vuelta a España.

No está documentado que el Rey Católico solicitase de Fernández de Córdoba una rendición de cuentas ni que esta fuera la excusa para retirarle del virreinato; sin embargo la imaginación popular (que consideraba al militar un auténtico héroe y le bautizó con el sobrenombre de El Gran Capitán) así lo consideraba y surgió la leyenda de las Cuentas del Gran Capitán. En aquella época la expresión se asociaba como un acto de desprecio y desafío del hombre de acción ante la autoridad palaciega.

Así, no tardó en circular una versión "verídica" (y de autor anónimo) de la relación de sus excesivos gastos de que, supuestamente, presentó Gonzalo Fernández de Córdoba a Fernando el Católico. El impagable, disparatado y popularísimo recuento - que se recitaba de memoria - rezaba así:

Por picos, palas y azadones, cien millones de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados; por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados; por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados; y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado un reino, cien millones de ducados.

Por si fuera poco la anécdota de la rendición de cuentas se consolidó entre los mitos populares al ser utilizada en 1638, más de un siglo después, por Lope de Vega en su comedia Las cuentas del Gran Capitán.

No compartir algunos versos de la obra sería , tal vez, imperdonable:

CAPITÁN (Lee.) Memoria de lo que tengo gastado en estas conquistas, que me cuestan sangre y sueño, y algunas canas también

GARCÍA Allá decía un discreto, que no venían por años, ni las canas ni los cuernos. Vese claro, pues el Sol tiene de edad lo que el tiempo, y se está tan boquirrubio, como cada día le vemos. La Luna está toda cana desde niña, y le salieron cuernos aquel mismo día.

CAPITÁN Primeramente se dieron a espías ciento y sesenta mil ducados.

CONTADOR ¡Santos cielos!

CAPITÁN ¿Qué os espantáis? Bien parece que sois en la guerra nuevo. Más cuarenta mil ducados de misas.

CONTADOR 2.º Pues, ¿a qué efeto?

CAPITÁN A efeto de que sin Dios no puede haber buen suceso.

GARCÍA Y como, demás que entonces andando todo revuelto, no se hallaba un capellán por un ojo

CONTADOR Al paso desto, yo aseguro que le alcance.

CAPITÁN Como se va el Rey huyendo de tantas obligaciones, quiero alcanzarle y no puedo. Más ochenta mil ducados de pólvora.

CONTADOR 2.º Ya podemos dejar la cuenta.

GARCÍA Bien hacen: temerosos son del fuego.

CAPITÁN Escuchen por vida mía. Más veinte mil y quinientos y sesenta y tres ducados, y cuatro reales y medio, que pagué a portes de cartas.

CONTADOR ¡Jesús!

CAPITÁN Más de dar a sacristanes que las campanas tañeron por las vitorias que Dios fue servido concedernos, seis mil ducados y treinta y seis reales

GARCÍA Sí, que fueron infinitas las vitorias, y andaban siempre tañendo.

CAPITÁN Más de limosnas a pobres soldados, curar enfermos, y llevarlos a caballo, treinta mil y cuatrocientos y cuarenta y seis escudos.

CONTADOR No solo satisfaciendo va vuestra Excelencia al Rey, más que no podrá sospecho pagarle con cuanto tiene. Suplícole que dejemos las cuentas, que quiero hablarle.


La fama, credibilidad y aceptación de Lope de Vega fueron, en su época, inmensos y lo narrado ut supra quedó establecido en el imaginario popular como los mandamientos de las Tablas de la Ley.  

A nadie se le ocurrió entonces, ni se le ocurre ahora, poner en duda que cien millones de ducados no sean un precio más que justo por unos cuantos picos, palas y azadones.

sábado, 8 de enero de 2011

La princesa de Éboli

Serie de Antena 3 en dos episodios.

Empezamos mal, vemos como dos criadas visten a la princesa, ¡de colores!, siendo viuda en la España del s. XVI (y de otros siglos) sólo podría vestir de negro, negro riguroso.

Joder, joder, joder. La princesa pasea por el jardín y ve a su hijo mayor, Rodrigo, justando con un amigo, criado o algo así. El hijo es peor con el florete y cae al suelo; por supuesto ella coge la espada y le da una buena lección a su hijo. Esto va muy mal.

Cuando era una niña, Ana de Mendoza, de los Mendoza de toda la vida, o sea, la flor y nata de la nobleza castellana, siempre quiso actuar como un chico, montaba a caballo, corría, y usaba la espada como cualquier paje de su edad. En un combate con un chico del servicio de su casa perdió el ojo derecho; esto ocurrió después de que se concertara su matrimonio con Ruy Gomes, un portugués secretario personal del joven Rey Felipe. Desde entonces, Ana no volvió a coger una espada. Por otro lado, su hijo mayor, Rodrigo, era como todos los nobles de su clase un practicante de la esgrima esmerado. Además de estar muy pagado de si mismo, ni a su madre ni a él se les ocurriría rectificarse delante del servicio. Sería un desdoro enorme para la imagen personal de cualquiera de ellos.

Por cierto, Belén Rueda lleva el parche en el ojo izquierdo, supongo que por problemas de equilibrio.

Ostia puta, el Antonio Pérez, ¡todo de negro!. Cuando en ésa época, y en cualquier otra, un recién llegado al servicio más alto del Rey tenía que mostrar con toda clase de lujos su nivel.
Antonio Pérez era el hijo bastardo de Gonzalo Pérez, uno de los secretarios del Rey Carlos, que llegaría al poder cercano de Felipe II gracias a su enorme capacidad de trabajo, y sus amplios conocimientos del mundo europeo de la época. Dio tantos y tan buenos servicios al Rey Felipe que éste hizo que las autoridades reconociesen a Gonzalo como padre legítimo de Antonio Pérez. Este era lo que entendemos por un lechuguino, algo afeminado en su rostro y en su vestir, siempre bien rasurado y con las ropas más caras que podía comprar en Francia e Italia. El actor que va de Antonio Pérez viste de negro, NO se inclina para saludar a la Princesa de Éboli frente a curiosos y criados, lleva barba y bigote y su media melena. A tomar por culo la cortesía y las normas sociales, en la rigurosa Castilla del XVI. Mal vamos.

Hasta aquí he llegado, qué caricatura de Felipe, medio mongoloide, comiendo y bebiendo de una forma extraña; ¡y compartiendo su pensamiento delante de los criados!. El rey Felipe II era el hombre más cerrado de la Cristiandad, nadie, y repito, nadie sabía nunca lo que estaba pensando. Hasta el momento que tomaba una decisión era el hombre más indeciso del mundo conocido.


He durado 7:45 minutos, esto es una novelita rosa con el Rey de malo. Que le den a Antena 3. No estoy dispuesto a perder mi tiempo con esta basura.

viernes, 7 de enero de 2011

Un soldado convertido en escritor

Hoy vamos a comentar la vida de un personaje que ha pasado a la Historia de España por sus escritos, Ramón Muntaner, un catalán que llegó hasta Bizancio y nos dejó una serie de escritos que nos acercan la vida de los soldados y los nobles de fines del siglo XIII y mediados del siglo XIV.

Un poco de historia de España y de Europa como introducción:

La casa real aragonesa quedó sin príncipe sucesor hacia principios del siglo XII. Por ello Ramiro II de Aragón casó a su hija Petronila con el poderoso Conde de Barcelona y traspasó a éste, aún en vida, el poder para evitar luchas por la sucesión. El hijo de ambos, Alfonso II, fue el primer Rey de Aragón de la Casa de Barcelona. La potencia que resultó de la unión bajo la Corona de Aragón de dicho reino con Cataluña y la Provenza fue aprovechada por Jaime I el Conquistador para conquistar Mallorca (1229), Valencia y Murcia, reinos que posteriormente se poblaron con sus súbditos, catalanes en su mayoría.
Estas fueron las primeras ocasiones en las que se usaron flotas aragonesas (formadas naturalmente por naves catalanas) tanto para la invasión de una isla, como para el apoyo del avance hacia el sur de los ejércitos de tierra.

El hijo de Jaime I, Pedro el Grande, se casó con Constanza de Hohenstaufen, nieta del Emperador alemán Federico II, lo que le permitió acudir a la ayuda de los sicilianos cuando se sublevaron en 1282 (Visperas Sicilianas) contra Carlos I de Anjou. Al morir el padre de Constanza se creó el reino de Sicilia para ella y sus hijos. La paz con los franceses se firmó en 1302, de esta forma se inició el dominio aragonés en el Mediterráneo occidental, que llegaría hasta las personas de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, tanto monta.

Aquí comenzamos la historia de nuestro personaje: Ramón Muntaner nació en Perelada (Gerona) en 1265, hijo de un posadero en cuyo establecimiento se hospedaban personalidades, Allí conoció personalmente al rey Jaime I en 1274.

En 1276, apenas con once años de edad, se marchó de Cataluña en el séquito de Roger de Lauria, quién acompañaba al infante Pedro.

En 1300 participó en la defensa de Mesina (Sicilia). Firmada la paz con los Anjou en 1302, el ejército aragonés se quedó en paro y se organizó la “Compañía Catalana”, que entró al servicio del Emperador de Bizancio para luchar contra los turcos.

Muntaner se quedó con la compañía hasta 1307, cuando ésta se estableció en el Condado de Atenas. Participó en 32 batallas.

El Rey Federico de Sicilia le nombró gobernador de las islas Yerba y Querquenes frente a las costas de Africa en 1309, cargo que ejerció hasta 1315.

Retirado ya a sus posesiones de Chirivella (Valencia), resultado de su botín de guerra, inició en 1325 la redacción de la crónica de sus aventuras. Durante las que conoció a cinco reyes de Aragón, tres de Mallorca y uno de Sicilia, todos ellos de la Casa de Barcelona.

Luego aún ejerció diversos cargos al servicio de estos reyes, falleciendo en 1336 siendo alcalde de Ibiza.

jueves, 6 de enero de 2011

Los conciertos navarro y vascongado

En el País Vasco y Navarra se aplicaron tradicionalmente una serie de usos y costumbres que servían para regular diversas cuestiones de derecho público y privado y que recibieron el nombre de fueros. A partir del año 1200, los territorios de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa se incorporaron a Castilla, reconociéndoseles la exención en el pago de impuestos a la Corona, la liberación en la obligación de aportar soldados al Ejército Real y el respeto a determinados aspectos de su organización interna. Por su parte, cuando Navarra fue anexionada por las armas en 1512, Fernando II el Católico juró respetar los fueros de Navarra.

Al igual que ocurría en esos territorios, los antiguos reinos de la Corona de Aragón también gozaban de privilegios. Así, Aragón, Valencia, Baleares y Cataluña se regían por normas internas específicas y no contribuían con dinero o soldados a las necesidades del Estado.

El primer intento serio de acabar con esta situación tuvo lugar durante el reinado de Felipe IV, cuando el Conde Duque de Olivares consideró que era imposible que las innumerables guerras de su época se costearan sólo por unas cuantas regiones. Por tal motivo, pretendió que el resto de territorios aportaran también recursos. Esta idea se abandonó al provocar la sublevación de Cataluña y la guerra de la independencia de Portugal en 1640.

Setenta y cinco años más tarde, Aragón, Cataluña, Baleares y Valencia perdieron los fueros al ser abolidos por Felipe V, como castigo por su fidelidad al Archiduque de Austria en la Guerra de Sucesión. Desde ese momento, esos territorios pasaron a pagar impuestos para el sostenimiento del conjunto de España. En sentido opuesto, los fueros subsistieron en Navarra y en el País Vasco por su apoyo a Felipe de Borbón en la contienda, pero, a lo largo del siglo XIX, sufrieron varios procesos de eliminaciones parciales y restauraciones, como consecuencia de que la ideología liberal pretendía igualar las normas aplicables en todo el país.

En este contexto, la Primera Guerra Carlista estalló en 1833 como consecuencia de la disputa en la sucesión al trono de España entre Isabel II y su tío Carlos, pero, además, el conflicto tuvo entre sus orígenes la defensa del sistema foral frente al liberalismo por parte de las regiones del norte. A pesar de la derrota carlista en 1839, se mantuvieron los fueros en el País Vasco, aunque limitados, como consecuencia del acuerdo de paz entre los generales Espartero y Maroto en Vergara. Por su parte, Navarra perdió sus fueros al quedar excluida del abrazo de Vergara, siendo sustituidos por la Ley Paccionada de 1841 que estableció el sistema convenio, consistente en una contribución directa a tanto alzado que Navarra realiza a favor del Estado.

Con ocasión del final de la Tercera Guerra Carlista, los fueros de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava fueron derogados en 1876, quedando los territorios forales y sus ciudadanos sujetos a las obligaciones tributarias del resto de España. Pero, precisamente, es en ese momento cuando se crea el concierto económico de las Vascongadas que institucionaliza la contribución de estos territorios a través de un cupo. El primer concierto económico tuvo lugar en 1878, el segundo en 1887, el tercero en 1894, el cuarto en 1906 y el quinto en 1925, con una duración de veinticinco años.

Más tarde, en plena guerra civil, Guipúzcoa y Vizcaya pierden el sistema de concierto mientras que Álava y Navarra lo siguieron conservando. No obstante, tanto Guipúzcoa como Vizcaya lo vuelven a recuperar, a posteriori, mediante sendos decretos leyes de los años 1968 y 1976. Este Franco, cuidando de los suyos.

Finalmente, la Constitución Española de 1978 ampara los derechos históricos de los territorios forales, que han sido regulados con posterioridad en los Estatutos de Autonomía y en varias leyes ordinarias y orgánicas.

Y desde que nos unimos a la CEE, en diversas ocasiones la justicia de la Unión Europea nos ha condenado a varias multas por tener partes del territorio de la Comunidad con ventajas fiscales que no comparten otros ciudadanos del mismo país.

Pero así son los políticos españoles, se les llena la boca con la igualdad, la democracia y chorradas varias, pero a la hora de la verdad todos buscan quedarse con la tajada más grande y que le den al españolito de a pie.

miércoles, 5 de enero de 2011

El Catastro de Ensenada

Zenón de Somodevilla y Bengoechea nació en Hervías (La Rioja) en 1702. A los dieciocho años de edad, inició sus servicios a la Corona de España en la Armada. Tras un periodo de aprendizaje, participó con gran éxito en la organización de las escuadras que, al mando del Duque de Montemar y Blas de Lezo, conquistaron Orán y Nápoles en los años 1732 y 1733. En reconocimiento a su labor, el Rey de Nápoles -futuro Carlos III de España- le concedió el título de marqués de la Ensenada.

En su madurez fue Secretario de Guerra, Marina, Hacienda e Indias. Esta confluencia de cargos le ganó el sobrenombre de "secretario de todo". Desde estos ministerios acometió la realización de importantes obras públicas -carreteras y canales-, fomentó la investigación científica, suscribió un Concordato con la Iglesia Católica que estaría vigente durante doscientos años y, lo más importante, reorganizó la Armada -creando astilleros, construyendo poderosos buques y espiando el sistema inglés de fabricación de barcos-. De esta forma, consiguió que la Marina Real defendiera eficazmente los mares que bañaban los vastos territorios del Imperio español durante varias décadas.    

Fue nombrado Secretario de Estado y del Despacho Universal de Hacienda en 1743, extendiendo su ministerio hasta 1754. Su obra más destacada durante este periodo fue el Catastro de Ensenada. Este censo nació como elemento necesario para el establecimiento de un novedoso tributo, llamado "Única Contribución", que pretendía sustituir la maraña de impuestos (alcabalas, millones, tercias, cientos, etc.) integrantes del sistema fiscal español en el siglo XVIII. La finalidad era modernizar la Hacienda Pública e introducir una mayor justicia y equidad al gravar a todos los ciudadanos en función de su capacidad contributiva. ¡El tipo fue un socialista adelantado a su tiempo!

Para conseguir estos objetivos era necesario conocer la riqueza que existía en el país; para ello se encomendó a los funcionarios hacendísticos la ingente tarea de confeccionar un catastro, pesquisa o averiguación que reuniera toda la información posible sobre los contribuyentes, sus oficios, bienes, derechos, privilegios, etc.

El rey Fernando VI ordenó que los trabajos empezaran a partir del 10 de octubre de 1749 en las veintidós provincias de la Corona de Castilla. Como órganos de dirección del proyecto se crearon la Real Junta de la Única Contribución, a nivel central, y los intendentes, que eran los funcionarios superiores que dirigían las actuaciones en cada una de las provincias. Aunque se amplió notablemente la plantilla de empleados del Ministerio de Hacienda, la magnitud de la empresa originó que la recopilación de información se extendiera hasta 1756. ¡Siete años!

Desgraciadamente, el Catastro de Ensenada no se utilizó en la práctica puesto que se llegó a la conclusión de que la "Única Contribución" era inaplicable en aquel momento. Por tanto, se siguieron recaudando los vetustos impuestos del Antiguo Régimen durante más de cien años.

En todo caso, gracias al Catastro de Ensenada los investigadores y aficionados a la historia cuentan con una gigantesca fotografía, contenida en más de ochenta mil volúmenes, de la geografía, el gobierno, el vecindario, la riqueza y actividades de los pueblos españoles en los años centrales del siglo XVIII.   

El Marqués de la Ensenada cayó en desgracia en 1754 por una crisis con el vecino reino de Portugal, siendo condenado al destierro en Granada. Algunos años más tarde fue perdonado por Carlos III, pero volvió a ser confinado en Medina del Campo en 1766 a raíz del Motín de Esquilache. Falleció en esa localidad a los ochenta años de edad.

Para saber mas:

http://es.wikisource.org/wiki/Catastro_de_Ensenada
http://www.catastro.meh.es/esp/publicaciones1.asp