Rui Gómez de Silva, hijo de pequeños nobles portugueses venidos a España con la futura emperatriz Isabel, había nacido en 1516. Vivió en la corte de Carlos V y se situó de forma muy conveniente al lado del príncipe Felipe, para el que se convertiría en un hombre imprescindible.
Cuando éste accedió al trono, Rui Gómez mantenía con él –y conservaría hasta su muerte en 1573– lo que Marañón ha calificado de “la más espontánea y duradera cortesía”.
En 1552 contrajo matrimonio con Ana Mendoza de la Cerda, de linajudo origen. Matrimonio que no fue consumado, segun testigos del momento, hasta siete años más tarde, debido a las ausencias que su servicio al rey le imponía.
Permanentemente enfrentado al Duque de Alba, Éboli se distinguió en su apoyo a posturas belicistas en política exterior. Encabezó en la corte un poderosísimo grupo de presión que tuvo una enorme influencia sobre el monarca y del que formaban parte el príncipe Don Carlos, Don Juan de Austria y Alejandro Farnesio.
Protección especial de Éboli recibiría siempre Antonio Pérez, el controvertido secretario del rey.
Ana Mendoza, de extremoso y difícil carácter, aparecía como contrapartida a la sensatez y discreción de su marido. Nacida en 1540, tuvo con él diez hijos, cuyo cuidado no le impidió mantener una activa vida cortesana.
En 1573, a la muerte de Éboli, se retiró a un convento de Pastrana, de donde regresó de inmediato a la vida mundanal. A partir de entonces, su trayectoria adquiere los tintes más novelescos. Entre rumores de sus amoríos con Pérez y con el propio rey –de los que se haría eco la misma Teresa de Jesús– la princesa protagonizó episodios que unían las intrigas domésticas, la alta política internacional y los más concretos intereses económicos.
En julio de 1579, fue arrestada –acusada de traición– al mismo tiempo que Antonio Pérez. A partir de este momento, su existencia estaría jalonada por los lugares donde cumplió prisión: las fortalezas de Pinto y Santorcaz y su palacio de Pastrana.
Vista actual de la torre de Pinto
El disfavor real le privó tanto de la tutoría de sus hijos como de la administración de sus bienes, tras verse condenada sin proceso ni defensa. En aislamiento casi absoluto, murió en febrero de 1592.
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