domingo, 9 de enero de 2011

Las Cuentas del Gran Capitán

Aún hoy en día, permanece en el lenguaje coloquial la añeja expresión hacer Las cuentas del Gran Capitán , como calificación burlona y despectiva de las argumentaciones que pretenden explicar y justificar proyectos descabellados, propósitos desmesurados o quimeras irrealizables.

El origen de tan longeva frase hecha (tiene una antigüedad de más de cinco siglos) surge de la auditoría de los gastos de la Guerra de Nápoles que, realizó en 1506, Fernando el Católico a Gonzalo Fernández de Córdoba y Aguilar su más aguerrido guerrero, bravo soldado y Virrey de Nápoles, como parte de una campaña de descrédito del militar ya que su creciente popularidad y poder amenazaban con que proclamase la independencia de la región italiana de la Corona de Aragón. El pulso entre el monarca y el militar finalizó con la caída en desgracia de éste y su vuelta a España.

No está documentado que el Rey Católico solicitase de Fernández de Córdoba una rendición de cuentas ni que esta fuera la excusa para retirarle del virreinato; sin embargo la imaginación popular (que consideraba al militar un auténtico héroe y le bautizó con el sobrenombre de El Gran Capitán) así lo consideraba y surgió la leyenda de las Cuentas del Gran Capitán. En aquella época la expresión se asociaba como un acto de desprecio y desafío del hombre de acción ante la autoridad palaciega.

Así, no tardó en circular una versión "verídica" (y de autor anónimo) de la relación de sus excesivos gastos de que, supuestamente, presentó Gonzalo Fernández de Córdoba a Fernando el Católico. El impagable, disparatado y popularísimo recuento - que se recitaba de memoria - rezaba así:

Por picos, palas y azadones, cien millones de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados; por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados; por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados; y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado un reino, cien millones de ducados.

Por si fuera poco la anécdota de la rendición de cuentas se consolidó entre los mitos populares al ser utilizada en 1638, más de un siglo después, por Lope de Vega en su comedia Las cuentas del Gran Capitán.

No compartir algunos versos de la obra sería , tal vez, imperdonable:

CAPITÁN (Lee.) Memoria de lo que tengo gastado en estas conquistas, que me cuestan sangre y sueño, y algunas canas también

GARCÍA Allá decía un discreto, que no venían por años, ni las canas ni los cuernos. Vese claro, pues el Sol tiene de edad lo que el tiempo, y se está tan boquirrubio, como cada día le vemos. La Luna está toda cana desde niña, y le salieron cuernos aquel mismo día.

CAPITÁN Primeramente se dieron a espías ciento y sesenta mil ducados.

CONTADOR ¡Santos cielos!

CAPITÁN ¿Qué os espantáis? Bien parece que sois en la guerra nuevo. Más cuarenta mil ducados de misas.

CONTADOR 2.º Pues, ¿a qué efeto?

CAPITÁN A efeto de que sin Dios no puede haber buen suceso.

GARCÍA Y como, demás que entonces andando todo revuelto, no se hallaba un capellán por un ojo

CONTADOR Al paso desto, yo aseguro que le alcance.

CAPITÁN Como se va el Rey huyendo de tantas obligaciones, quiero alcanzarle y no puedo. Más ochenta mil ducados de pólvora.

CONTADOR 2.º Ya podemos dejar la cuenta.

GARCÍA Bien hacen: temerosos son del fuego.

CAPITÁN Escuchen por vida mía. Más veinte mil y quinientos y sesenta y tres ducados, y cuatro reales y medio, que pagué a portes de cartas.

CONTADOR ¡Jesús!

CAPITÁN Más de dar a sacristanes que las campanas tañeron por las vitorias que Dios fue servido concedernos, seis mil ducados y treinta y seis reales

GARCÍA Sí, que fueron infinitas las vitorias, y andaban siempre tañendo.

CAPITÁN Más de limosnas a pobres soldados, curar enfermos, y llevarlos a caballo, treinta mil y cuatrocientos y cuarenta y seis escudos.

CONTADOR No solo satisfaciendo va vuestra Excelencia al Rey, más que no podrá sospecho pagarle con cuanto tiene. Suplícole que dejemos las cuentas, que quiero hablarle.


La fama, credibilidad y aceptación de Lope de Vega fueron, en su época, inmensos y lo narrado ut supra quedó establecido en el imaginario popular como los mandamientos de las Tablas de la Ley.  

A nadie se le ocurrió entonces, ni se le ocurre ahora, poner en duda que cien millones de ducados no sean un precio más que justo por unos cuantos picos, palas y azadones.

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