Para los extranjeros la imagen del Rey Felipe II es la de la araña en el centro de la tela esperando a sus incautas presas. Esto es herencia de la Leyenda Negra.
Para los españoles, acaso para aquellos que aún saben leer, Felipe II es el Rey Prudente. Siempre quería saberlo todo sobre todos los temas de gobierno.
Se podrá discrepar del gusto filipesco, más no de su diligencia en la gobernación de los reinos. Se despertaba, por lo general, a las ocho de la mañana y pasaba casi una hora en la cama leyendo papeles. Hacia las nueve y media se levantaba, le afeitaban sus barberos y sus ayudas de cámara le vestían.
Oía luego misa, recibía audiencias hasta mediodía y almorzaba. Tras la siesta se recluía a trabajar en su despacho hasta las nueve, hora de la cena, y aún después seguía trabajando. Despachaba unos 400 documentos diarios; recibía secretarios, embajadores, arquitectos y emisarios; escuchaba informes sobre la marcha de las obras y tomaba decisiones sobre innumerables asuntos, importante o nimios.
Se ha hecho célebre su pequeño estudio en El Escorial, pero el rey estaba dispuesto a trabajar en cualquier sitio y a cualquier hora. Creó incluso un archivo especial, en Simancas, para conservar su documentación.
Rara vez se desplazaba sin sus papeles y si hacía buen tiempo los llevaba al campo y los consultaba en la carroza que le transportaba. A veces negoció a bordo de barcos: navegando por el Tajo hacia Aranjuez, Felipe II “llevaba en su barca un bufete en que iba firmando y despachando negocios que le traía Juan Ruiz de Velasco, su ayudante de Cámara”, mientras las damas de la corte danzaban y una orquesta de negros tocaba la guitarra.
Pero no solían ser tan placenteros los días laborables. A menudo se quejaba el rey del intenso trabajo, de su vida fatigada, de su enorme cansancio. Así, en mayo de 1575 decía a su secretario:
“Agora me dan otro pliego vuestro. No tengo tiempo ni cabeza para verle y así no le abro hasta mañana y son dadas las 10 y no he cenado; y quédame la mesa llena de papeles para mañana pues no puedo más agora”.
De nuevo, en 1577, escribe: “Son ya las 10 y estoy hecho pedazos y muerto de hambre y es día de ayuno. Y así quedará esto para mañana”.
A veces se sentía tan agobiado por las obligaciones de su cargo que ansiaba dejarlo todo:
“ Son cosas estas que no pueden dexar de dar mucha pena y cansar mucho y así creed que lo estoy tanto dellas y de lo que pasa en este mundo; si no fuese por (algunas)... cosas a que no se puede dexar de acudir, no sé que me haría... Cierto que yo no estoy bueno para el mundo que agora corre, que conozco yo muy bien que havría menester otra condición no tan buena como Dios me la ha dado, que sólo para mí es ruín”.
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