La Hacienda en el reinado de Alfonso X
Alfonso X el Sabio reinó en Castilla y León entre los años 1252 y 1284 y fue, sin duda, uno de los más importantes personajes de la Edad Media española. En la actualidad es recordado por su decisiva contribución al avance de las ciencias de la naturaleza, el arte, la historia y el derecho. Ejemplos excepcionales de su quehacer son las Cantigas de Santa María y las Siete Partidas. En su época destacó, además, por el impulso que dio a la reconquista y sus triunfos militares sobre los moros. Así, participó en la toma de Murcia y Sevilla, en sus años juveniles, y en la conquista del valle del Guadalquivir, Jerez, Cádiz, Huelva y Niebla, siendo ya rey.
Su labor modernizadora se extendió también al terreno hacendístico. En primer lugar, reforzó notoriamente la posición del monarca frente a la aristocracia a la hora de exigir tributos, dejando claro que sólo aquél gozaba de esa potestad con carácter general, mientras que los nobles la debían circunscribir a sus dominios territoriales.
Su segundo objetivo fue incrementar la exigua recaudación tributaria que existía en la época de su padre, Fernando III. De esta manera, creó nuevos impuestos que gravaron algunas de las actividades económicas más pujantes de los años intermedios del siglo XIII. En concreto, estableció los diezmos aduaneros, que recaían sobre el comercio exterior, y un impuesto sobre la ganadería trashumante, que se concretaba en el pago de un maravedí por cada mil cabezas de ganado lanar.
Otra vía para incrementar la recaudación consistió en normalizar los servicios, que hasta ese momento tenían un carácter extraordinario. Los servicios eran recursos adicionales que se recababan de los ciudadanos para sustentar necesidades imprevistas de la monarquía y que debían ser aprobados previamente por las Cortes. Este proceso se inició en 1264, cuando Alfonso exigió un servicio para dominar la sublevación de los mudéjares murcianos y sevillanos. Cinco años más tarde solicitó en las Cortes reunidas en Burgos seis nuevos servicios para sostener la guerra contra los musulmanes y un servicio doble para viajar a Alemania.
Esta última petición fue debida a que, durante dos décadas, Alfonso X intentó, sin éxito, ser elegido emperador del Sacro Imperio Germánico. Su candidatura se fundamentaba en el gran prestigio que tenía en las cortes cristianas de Europa y en que descendía, a través de su madre, de varios emperadores germánicos y bizantinos.
Otros tres servicios se aprobaron en 1275 con ocasión de la invasión del sur de la península por unos poderosos guerreros norteafricanos, los benimerines. Además, la traición del almojarife mayor Zag de la Maleha, y su posterior ejecución, pudo ser el detonante de la poderosa elevación de la fiscalidad sobre los judíos a partir de 1281. No contento con lo anterior, Alfonso X pidió a sus vasallos otro servicio en las Cortes sevillanas celebradas ese mismo año.
La creación de nuevos impuestos, el aumento de sus tipos y la frecuente exigencia de servicios llevó a que la presión fiscal se multiplicase por cuatro, originándose un profundo descontento entre los nobles y comerciantes que desembocó en una auténtica guerra civil a partir de 1281.
Este conflicto militar amargó profundamente los últimos tres años del reinado, puesto que los descontentos fueron acaudillados por Sancho, segundo hijo de Alfonso X. No obstante, la traición de Sancho tenía un fundamento: el Monarca le había relegado en la sucesión al trono, anteponiendo a los Infantes de la Cerda, hijos de su primogénito Fernando, el cual había fallecido prematuramente.
Decepcionado y abandonado por una parte de sus vasallos, Alfonso X el Sabio falleció el 4 de abril de 1284 en Sevilla, después de haber perdonado a su hijo Sancho, que le sucedería, a pesar de todo, con el nombre de Sancho IV el Bravo.
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