"...Cómo se pagó la destrucción mutua e insensata de un lado y de otro, desde 1936 a 1939. Me referiré, primero, a los créditos que recibió el bando de Franco, por un equivalente a 400 millones de dólares en el caso de Alemania y 260 en el de Italia; es decir, 660 millones; aparte de pagos hechos por carburantes con el célebre cheque de Juan March, y otros suministros.
Las sumas adeudadas a las potencias del Eje se abonaron cabalmente; a Alemania, con suministros de materias primas y alimentos durante varios años, retirándose del consumo de los españoles para lo más imprescindible, cuando el racionamiento situaba a todo el país al borde del hambre. En cuanto a Italia, al valorarse el crédito a largo plazo y en liras corrientes (¡la gran confianza de Mussolini en su victoria!), el pago se terminó mucho antes de lo previsto, en 1960, aprovechando el colapso de la lira por sus sucesivas devaluaciones.
Frente a la cifra comentada del lado nacional (o faccioso, según los gustos), la República (o los rojos) utilizó las reservas metálicas del Banco de España, enviadas a la URSS en 1936, desde donde se facturaron las compras de armas por el bando republicano; en todo un episodio financiero discutido ampliamente en sus más diversos aspectos. El total de ese oro se estimó en 510 millones de toneladas, equivalentes a 16,4 millones de onzas troy; que a la paridad de entonces del dólar (una onza = 33), equivalió a una suma de 541 millones de moneda estadounidense: menos, pues, de lo recibido por Franco, en forma de créditos, de las potencias del Eje.
Hemos de preguntarnos también qué representó en términos macroeconómicos la guerra, y según los cálculos disponibles, la respuesta es bien sencilla: 1,25 veces el PIB del país en 1935. O si se quiere decir de otra forma, en términos aproximados, cada uno de los tres años de guerra se dedicó el 40 por 100 del PIB español al esfuerzo bélico: a pulverizarse unos a otros en pugna fratricida de sufrimiento sin fin. Un auténtico desastre, que se tradujo en una cifra de muertos (incluyendo los caídos en campaña, la retaguardia, las represalias en ambas zonas y los tétricos fusilamientos en la inmediata posguerra en la España de Franco) situable en no menos de medio millón de personas. A lo cual habría de agregarse el menor crecimiento poblacional durante la contienda, por la fuerte caída de la natalidad, computable en otro medio millón de personas; así como 300.000 españoles que se exiliaron de manera prácticamente definitiva.
En resumen, respecto a la población, de 24,7 millones de habitantes de 1935, el total de 1,3 millones de muertes, natalidad reducida y exilio, representó nada menos que el 5,26 por 100 del stock demográfico. A lo cual habrían de sumarse, según evaluó directamente el autor, en 800.000 hombres/año de reclusos en campos de concentración y cárceles. Cifra aún más terrible, sin desdén para nada, al incluir lo más granado de la juventud española, de los efectivos más valerosos y prometedores, que se empeñaron en buscar, por sendas apocalípticas, un futuro para su patria. De modo que con el enfoque actual del capital humano, la guerra civil es calificable como auténtico mazazo de proporciones estremecedoras; al cual para mayor inri, aún se adjuntarían en la inmediata postguerra las implacables depuraciones de funcionarios y profesionales que comportó el totalitarismo subsiguiente.
Macroeconómicamente, al final de la guerra, el nivel de renta del español medio se había hundido un 30 por 100; y con la lenta recuperación de la posguerra –la era de la autarquía—, sólo en 1951 se recuperó el PIB per cápita de 1935; esto es, tras 12 años de posguerra, con un total de tres lustros de retroceso económico. Pudiendo decirse que la incorporación de España a la normalidad de sus relaciones internacionales no se produjo hasta el Plan de Estabilización de 1959, dos décadas después del final de la contienda..."
Ramón Tamames. Conferencia en la Universidad Internacional de Andalucía en La Rábida
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