jueves, 18 de marzo de 2010

Matilde de Canossa. Una mujer de armas tomar

Nacida en 1046, no se sabe si en Mantua, en Ferrara, en Lucca, o en Canossa; es la última descendiente de la dinastía feudal de Canossa, de origen longobardo, era hija de Bonifacio III, marqués de Toscana, y de Beatriz de Lorena.

Al morir su padre, asesinado en una cacería, contaba sólo 6 años. Su madre asumió entonces el poder de los Canossa optando por apoyarse en la Iglesia. A la muerte de sus dos hermanos, Matilde fue nombrado única heredera de los vastísimos bienes feudales tanto paternos como maternos: aproximadamente un tercio de toda Italia, con una posición estratégica que permitía controlar todos los puertos que del norte posibilitaban el paso hacia Roma. No sólo logró mantenerlos sino que los consolidó y estableció sobre ellos un sistema de control directo.


Estaba muy orgullosa de su fe -en su sello se leía Matilde, si es algo, lo es por la gracia de Dios- su vida se desarrolló en el tránsito entre los siglos XI y XII en contacto con los principales señores del poder terreno y espiritual. Allí contrajo dos matrimonios, ambos impuestos por razones políticas y ambos desafortunados. El primero fue, de 1069 a 1076, Gofredo el Jorobado, con el que tuvo una hija que murió a los pocos días de nacer y que acabaría trágicamente con su vida, al traicionar la causa del Papado. Matilde siguió ofreciendo su apoyo a la reforma gregoriana de la Iglesia, sosteniendo y defendiendo a sus partidarios. Las segundas nupcias se celebraron cuando Matilde, ya madura, se decidió por Güelfo de Baviera. Una unión que también duró poco y que se reveló estéril e infeliz.

Mientras tanto la enemistad entre el Papa y el Emperador había ido aumentando. La fase más aguda del enfrentamiento se conoce con el nombre de la Lucha de las Investiduras, esta se basaba en la disputa sobre el nombramiento por parte de las autoridades laicas, con el consiguiente derecho al homenaje feudal, de obispos, abades y otros cargos, en una época en que gran parte de las tierras más fértiles pertenecía a la Iglesia, constituyendo un rico y apetecible patrimonio. La batalla alcanzaría su cénit entre 1077 y 1122, año de la fase crucial de esta contienda, que concluyó con el Concordato de Worms, el cual restituiría la potestad de designar obispos y abades a la Iglesia de Roma.

Con dureza e inteligencia, animada por una fe profunda y sincera, Matilde se presentó como la principal sostenedora de la causa de Gregorio VII. El Pontífice, gran amigo y confidente suyo, llevó a acabo unos cambios trascendentales en la Iglesia. Para alcanzar el sur de la península y llegar a Roma, el Emperador debía atravesar los Apeninos, cuyos puertos se encontraban bajo el control de las fortalezas de Matilde. Enrique IV, excomulgado por el Papa, se vio obligado a implorar perdón en Canossa, permaneciendo ante el castillo durante tres días, mientras que el Papa, junto con Matilde y el abad de Cluny se negaban a recibirlo. Al final, el Emperador obtuvo el perdón, aunque no tardó en traicionar de nuevo al Papa.

Por su posición defensiva del Papa, Matilde fue víctima de varios ataques y derrotas por parte de las tropas imperiales, que llegaron a deponerla. Las crónicas de la época no le reconocen una sola ocasión de prácticas femeninas como bordar, tocar música, aderezarse, vivir algún momento romántico o bien fomentar el arte. Matilde representa un modelo de mujer de comportamiento viril y de gran temple para la época. Así que no tardó en demostrar su extraordinaria capacidad de reacción: gracias a sus positivas relaciones con las poblaciones, a su habilidad militar y a la eficiente y extensa red de castillos y de los centros sociales y religiosos alrededor de las abadías y de las iglesias benedictinas, con gran determinación consiguió restablecer su poder de Gran Condesa.

Sin dejar descendencia, Matilde murió de gota en Bondeno de Roncore, el 24 de julio de 1115, siendo sepultada en la abadía de San Benedetto di Polirone. Posteriormente, en 1632 por decisión del Papa Urbano VIII, sus restos fueron trasladados a Roma, siendo enterrada en San Pedro en una solemne tumba esculpida por Bernini. Se trata de la única mujer laica que ha recibido sepultura en la Basílica Vaticana, junto con la beatificada Cristina de Suecia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario