sábado, 20 de marzo de 2010

Españoles en Vietnam

El 17 de febrero de 1859, fuerzas aliadas españolas y francesas tomaban al asalto los últimos reductos de la Ciudadela de Saigón, lo que representaría el comienzo de la presencia francesa en la península indochina, que duraría hasta 1954. Saigón no era la capital del Imperio Annamita, pero sí era el puerto más importante del rio Mekong, granero de arroz en su delta y potencial centro para la expansión europea.

Estas fuerzas aliadas llevaban operando en territorio annamita desde septiembre del año anterior. Los gobiernos de París y Madrid habían decidido actuar conjuntamente contra el emperador Tu Duc, a consecuencia de la sangrienta persecución a la que estaban sometidos los cristianos en su país, lo que había llevado a un cruel martirio a dos obispos españoles. La España de Isabel II reaccionó con generosidad cuando Napoleón III propuso, a finales de 1857, ejecutar una operación de castigo contra la Corte de Hué.

Lo que fué una decisión política urgente se tradujo en una complicada y larga fase de preparación. No obstante, al año de la toma de decisiones políticas, el 1 de septiembre de 1858, una fuerza conjunta hispanofrancesa desembarcaba en la bahía de Tourane, la actual Da Nang, a unos 60 millas de la capital Hué.

Pero lo que inicialmente resultó ser una fácil conquista, debido a la contundencia del fuego de la artillería naval, se convirtió pronto en trágica pesadilla, debido al clima insano, a las enfermedades, al hostigamiento permanente de un enemigo sutil, a la falta de medios suficientes para continuar el ataque y a una indiscutible carencia de iniciativa por parte de los mandos.

El almirante francés decidió atacar hacia el Sur, hacia Saigón, sin tener en cuenta ni pedir consejo a los mandos españoles. Porque el cambio de objetivo entrañaba una variación importante respecto al motivo inicial de la operación: no se trataba ya de una operación de castigo sino de conquista terriorial. Francia decidía unilateralmente, no como aliada. Algunos autores actuales piensan que el movimiento francés simplemente respondía a una necesidad estratégica básica: adelantarse a Inglaterra. Los franceses sabían que Londres había dado la orden de ocupar Saigón, pues estaba en el camino del eje Singapur-Hong Kong, dos posesiones británicas en el Extremo Oriente.Francia se sentía en inferioridad ante Inglaterra, que controlaba varios puertos en la costa china, y ante España que dominaba hacía siglos las Filipinas, las Marianas y las Joló (más de 7.000 islas en total). El floreciente imperio de Napoleón III no quería seguir ausente de aquellos mercados, cuando ya Lesseps había iniciado la difícil apertura del Canal de Suez.

Cuando el obispo francés intentaba convencer al almirante francés de que lo importante era socorrer a los cristianos del Tonkún, la región norte, éste le contestó: “ No puedo subordinar importantes cuestiones estratégicas a intereses religiosos más o menos problemáticos; los reducidos efectivos del cuerpo expedicionario no me permiten atacar Hué, pero sí conquistar Saigón. Actuaré sobre la “cola de la serpiente” imperial, lo que me permitirá alcanzar su cabeza”.

El 3 de febrero de 1859, la fuerza estaba concentrada en Cabo Santiago, el Vung Fau de hoy. Había que remontar 60 millas de río que, aún teniendo 400 metros de anchura en algunos tramos, también presentaba escollos naturales y su ruta estaba jalonada por numerosos fuertes defensivos. El día 10, dos columnas mandadas por el comandante Reynaurd y el teniente-coronel Palanca conquistaban diversos fuertes. No bastaba batir los fuertes con la artillería naval: siempre tenía que acudir la infantería; estaban situados sobre terrenos pantanosos, rodeados de espesa vegetación, protegidos por trincheras, “pozos de lobo” y empalizadas, su conquista exigía un esfuerzo considerable.

La ciudad de Saigón estaba defendida por una ciudadela formada por un cuadrado amurallado de 500 metros de lado, a su vez protegida por canales y trincheras que circunvalaban la urbe. Situada a 800 metros de los muelles del puerto, exigía utilizar artillería de alcance medio o superior para neutralizarla.

La columna francesa estaba al mando del comandante De la Palliere – un hombre muy admirado por los hispanos- mientras que la columna española, bajo el mando del teniente-coronel Palanca, estaba formada por una compañía de cazadores, una batería de artillería y la dotación de desembarco del Elcano. Una sección de zapadores reforzaba a cada una de las columnas para facilitar la escalada y la apertura de brechas en la muralla.

En la orilla del río, una reserva al mando directo del almirante aseguraba la continuidad del esfuerzo. El contundente bombardeo naval, la buena coordinación del ataque, el hábil empleo de las reservas, el ejemplar comportamiento de los mandos y la bravura de soldados y marineros llevaron a la conquista de la plaza.

El botín de guerra fue importante: 200 cañones de bronce y de hierro; una corbeta y siete juncos de guerra, todavía en los astilleros; 20.000 fusiles y escopetas; 605 toneladas de pólvora; arroz para alimentar a siete u ocho mil hombres durante un año y una caja con monedas del país equivalente a 150.000 francos de la época. Sin embargo, Palanca se quejaría amargamente de la distribución de este botín.

La conquista de la ciudad y su puerto irían consolidando la nueva presencia francesa. Bajo la capa de garantizar a todos los ciudadanos los derechos de igualdad, equidad y justicia, estableció claramente las bases de una colonia que florecería rápidamente.

No sería fácil consolidar todo el sur de Cochinchina, el contingente español siguió luchando hasta abril de 1863, en que abandonaron el país desde una pequeña ciudad situada al sur de Saigón, llamada Go Gong. Habían pasado cerca de cinco duros años, marcados por la adversidad del clima, por la dureza de las operaciones y por el flagelo de las enfermedades. Pero también unos años complejos, debido a la extraña relación con las fuerzas de una potente Francia, cuyo rumbo político estaba bien determinado, en contraste con el de un Gobierno español y una Capitanía de Manila que prácticamente los abandonaron a su suerte.

De entre todos los héroes, tanto de sangre española como tagala, sobresale el teniente-coronel Palanca, una extraña mezcla de hombre exigente con sus tropas en el combate y, a la vez, un mando que pelea por su bienestar hasta la extenuación; incómodo con los almirantes franceses, pero a la vez eficaz, leal y disciplinado. Siempre fue el mejor informado; siempre pidió luchar en vanguardia; siempre asumió sacrificios y esfuerzos. Palanca conseguiría para España una alta consideración en el Tratado de Paz. Luego, sin embargo, conocería los celos, las envídias y hasta el destierro.


Para saber más: Alejandre, L. La guerra de la Cochinchina. Cuando los españoles conquistaron Vietnam. Edhasa, 2007.

Gaínza, F. La campaña de la Cochinchina. Algazara, 1997 (Original: Manila, 1859)



Tomado de: General Luís Alejandre. La Aventura de la Historia, nº 124

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