Tenemos un gran conocimiento del Egipto predinástico gracias a los Textos de las Pirámides, pero eso merece otra entrada.
Las deidades locales son el centro de la vida comunal. Cada nomo rinde culto a una dedidad diferente, siempre identificada con un animal. Poco a poco, por anexión, los nomos del Delta se unifican, más tarde el alto Egipto y por último Nubia. Al final nos encontramos con un reino y con un faraón.
La crecida del Nilo hace patente la necesidad de una forma de contar los días, cómo hacer diques de irrigación; saber las medidas de los campos e, importantísimo, cuantos impuestos generan los excedentes.
Los excedentes agrícolas permiten el rápido desarrollo de una civilización agrícola a una urbana, especialmente en el Delta y más tarde en el Alto Egpito. Surgieron grandes ciudades, se produjo la división del trabajo y apareció la estratificiación social; fue en estas ciudades donde se inventó la escritura con un claro componente económico.
El calendario de 365 es probablemente un invento predinástico del Delta. Sin embargo, nunca llegaron a añadir el año bisiesto, con lo que su año oficial se separaba un día cada cuatro años del año astronómico. Los antiguos egipcios se dieron cuenta que las estaciones iban cambiando de fecha según pasaban los años. Pero también se dieron cuenta que lo hacía cíclicamente, en un periodo de 1.460 años, el llamado ciclo sotaico.
Los egiptólogos han encontrado rastros de este conocimiento por todos los documentos rescatados de la arena, lo que ha permitido comparar las fechas egipcias con el año astronómico y se ha podido fechar el invento del calendario en la época predinástica en el año 4260 a.C
viernes, 23 de octubre de 2009
viernes, 16 de octubre de 2009
Felipe V
La guerra de Sucesión había terminado técnicamente el 11 de abril de 1713 con la firma de la Paz de Utrecht. El Duque de Anjou era reconocido como Rey de España y las Américas por las distintas potencias europeas. Estaba en el momento de mayor gloria personal.
Pasan algo menos de 8 años.
En el año 1721 el duque de Saint-Simon visitó España y registraba en sus memorias la transformación sufrida por el rey Felipe V de España desde que era duque de Anjou.
Dice así: “La primera ojeada, cuando hice una reverencia al rey de España al llegar, me sorprendió tanto que tuve necesidad de apelar a toda mi sangre fría para reponerme. No vislumbré rastro alguno del duque de Anjou, a quien tuve que buscar en su rostro adelgazado e irreconocible. Estaba encorvado, empequeñecido, la barbilla saliente, sus pies completamente rectos se cortaban al andar y las rodillas estaban a más de quince pulgadas una de otra; las palabras eran arrastradas, su aire tan necio, que quedé confundido. Una chaqueta sin dorado alguno, de un paño burdo moreno, no mejoraba su casa ni su presencia.”
Los médicos reales dictaminaban que el rey sufría “frenesí, melancolía, morbo, manía y melancolía hipocondriaca”. La salud del rey no se restauró ya que en un documento del 13 de julio de 1722 se nos revela que no había mudado de ropa desde hacía un año. Así, su traje caía hecho pedazos, y principalmente su pantalón descosido desde la cintura hasta abajo, cuando se sentaba se le veían los muslos. Al principio, un ayuda de cámara le remendaba el pantalón; se cansó de hacerlo. El rey hacía él mismo los remiendos con seda que pedía a las camareras.
El 17 de enero de 1724, Felipe V abdicó en su hijo Luis I, casado con Luisa Isabel de Francia, la mademoiselle de Montpensier, hija del regente de Francia, Felipe de Orleans, de quién decían que “tenía la inteligencia de un niño, la curiosidad de un adolescente y las pasiones de un hombre.”
Felipe de Anjou fue rey de España sin contestación unos 11 años y envejeció de manera horrible.
Vanitas vanitatis et omnia vanitas.
Pasan algo menos de 8 años.
En el año 1721 el duque de Saint-Simon visitó España y registraba en sus memorias la transformación sufrida por el rey Felipe V de España desde que era duque de Anjou.
Dice así: “La primera ojeada, cuando hice una reverencia al rey de España al llegar, me sorprendió tanto que tuve necesidad de apelar a toda mi sangre fría para reponerme. No vislumbré rastro alguno del duque de Anjou, a quien tuve que buscar en su rostro adelgazado e irreconocible. Estaba encorvado, empequeñecido, la barbilla saliente, sus pies completamente rectos se cortaban al andar y las rodillas estaban a más de quince pulgadas una de otra; las palabras eran arrastradas, su aire tan necio, que quedé confundido. Una chaqueta sin dorado alguno, de un paño burdo moreno, no mejoraba su casa ni su presencia.”
Los médicos reales dictaminaban que el rey sufría “frenesí, melancolía, morbo, manía y melancolía hipocondriaca”. La salud del rey no se restauró ya que en un documento del 13 de julio de 1722 se nos revela que no había mudado de ropa desde hacía un año. Así, su traje caía hecho pedazos, y principalmente su pantalón descosido desde la cintura hasta abajo, cuando se sentaba se le veían los muslos. Al principio, un ayuda de cámara le remendaba el pantalón; se cansó de hacerlo. El rey hacía él mismo los remiendos con seda que pedía a las camareras.
El 17 de enero de 1724, Felipe V abdicó en su hijo Luis I, casado con Luisa Isabel de Francia, la mademoiselle de Montpensier, hija del regente de Francia, Felipe de Orleans, de quién decían que “tenía la inteligencia de un niño, la curiosidad de un adolescente y las pasiones de un hombre.”
Felipe de Anjou fue rey de España sin contestación unos 11 años y envejeció de manera horrible.
Vanitas vanitatis et omnia vanitas.
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