martes, 19 de enero de 2010

La guerra de la oreja de Jenkins III

Los combates en el frente norteamericano tuvieron como centro Georgia, una joven colonia fundada por ex-presidiarios en 1733 que ya había conocido la guerra contra los españoles en 1735, y que se veía en el ojo del huracán por su proximidad a las posesiones españolas en Florida y las francesas en Luisiana. Con la idea de que un ataque preventivo sería la mejor defensa frente a una previsible invasión española, el gobernador James Edward Oglethorpe acordó la paz con los indios seminola con el fin de mantenerlos neutrales en el conflicto y ordenó la invasión de Florida en enero de 1740. El 31 de mayo los británicos asediaron la fortaleza de San Agustín, pero ésta resistió bien y los asaltantes se vieron obligados a levantar el sitio en julio debido a la llegada de refuerzos españoles procedentes de La Habana y retroceder hasta el otro lado de la frontera. Otros intentos británicos de penetrar en Florida fueron igualmente infructuosos.

El contraataque español, de escasa entidad debido a que la mayoría de las tropas estaban ocupadas en otros frentes, se produjo finalmente en julio de 1742. Con el fin de bloquear el paso entre la base británica de Savannah y Florida, el gobernador Manuel de Montiano dirigió una pequeña operación en la isla de Saint Simons, defendida por los fuertes Saint Simons y Frederica. Las tropas atacantes estaban formadas por soldados de San Agustín, granaderos de La Habana y milicianos negros del Fuerte Mosé, antiguos esclavos fugitivos de los británicos que habían sido acogidos y armados por los españoles para formar una peculiar fuerza fronteriza. En primer lugar, los españoles ocuparon el fuerte St. Simons con el fin de convertirlo en su base de operaciones, y luego avanzaron hacia el Frederica. Sin embargo, fueron sorprendidos en una emboscada por un conjunto de soldados ingleses, colonos escoceses de las Tierras Altas e indios yamacraw y debieron retroceder tras cosechar una docena de bajas. Durante el viaje de vuelta Montiano se dio cuenta de que algunos soldados habían quedado separados tras las líneas inglesas y planificó una expedición de rescate a través de un pantano. En medio de éste fueron emboscados de nuevo por una patrulla inglesa, pero tras unos pocos combates la pusieron en fuga hacia Frederica.

Esto encolerizó a Oglethorpe, quien ordenó a los huidos que regresaran junto con parte de la guarnición del fuerte para atacar a los españoles. Sin embargo, para cuando llegaron a la marisma se encontraron con que los escoceses habían mantenido una nueva batalla contra los españoles, matando a siete de ellos y obligándoles a retirarse al acabárseles la munición. No obstante, la presencia española en Saint Simons representaba un peligro constante, así que Oglethorpe decidió eliminarlo por medio del engaño: comunicó a un prisionero español que estaban a punto de llegar grandes refuerzos desde Charlestown (lo cual era falso, pues sólo se habían podido enviar algunas naves menores) y acto seguido lo liberó. Éste regresó a Saint Simons y comunicó la falsa noticia a Montiano, quien optó por destruir el fuerte y volver a Florida.

Esta victoria fue también enormemente exagerada por los británicos, quienes aseguraron haber matado a 50 españoles en el pantano y bautizaron a éste como Bloody Marsh porque supuestamente se había teñido de rojo con la sangre de los muertos. La fecha se conmemora todavía hoy en Georgia como el día en que el estado «evitó ser español».

Mar de Filipinas y zonas circundantes.

El 16 de septiembre de 1740, otra escuadra británica dirigida por el comodoro George Anson se dirigió hacia Sudamérica con la intención de bordear el cabo de Hornos y atacar a los españoles en el océano Pacífico. La expedición se encontró con una violenta tormenta en el extremo sur de América que destruyó uno de los barcos e impidió a otros dos bordear el cabo, obligándolos a regresar a Inglaterra. En junio de 1741 las tres naves restantes alcanzaron el archipiélago de Juan Fernández; para entonces la tripulación se había visto reducida a un tercio de la original, debido principalmente a la acción de las enfermedades. Entre el 13 y el 14 de noviembre los británicos saquearon el pequeño puerto de Paita, en la costa de Perú. Tras abandonar dos de sus buques e introducir a todos los marinos supervivientes en la nave insignia, el HMS Centurion, Anson puso rumbo a la isla de Tinian y luego a Macao con la intención de interceptar el galeón de Manila, encargado de llevar los ingresos procedentes del comercio con China a México. Sin embargo, al llegar al mar de China Meridional Anson se encontró con ataques inesperados por parte de los chinos. Para éstos, todo aquel barco que no llegase a la zona con intereses comerciales era considerado pirata y como tal debía ser apresado y hundido.

Anson no se dio por vencido y tras sortear las naves chinas durante un año logró apresar el galeón Nuestra Señora de Covadonga el 20 de junio de 1743, mientras navegaba en las cercanías de Filipinas. Las mercancías capturadas fueron revendidas a los chinos en Macao y Anson retornó entonces a Gran Bretaña tras bordear el Cabo de Buena Esperanza en 1744. Después de tantas calamidades sufridas, el comodoro se convirtió en un hombre rico gracias a las ganancias obtenidas por la captura del Covadonga. No podemos ignorar la gran hazaña naval realizada por Anson durante algo más de cuatro años.


Consecuencias
Se podría decir que la guerra entró en punto muerto a partir de 1742 (si se exceptúan las acciones menores de Anson y Knowles) pero el estallido de la Guerra de Sucesión Austriaca en Europa, en la que España y Gran Bretaña tenían intereses enfrentados, provocó que no se firmara paz alguna hasta el Tratado de Aquisgrán de 1748. Éste puso fin a todas las hostilidades, retornando prácticamente todas las tierras conquistadas a quienes las gobernaban antes de la guerra con el fin de garantizar el retorno al statu quo anterior.

En el caso de la América española, la acción del tratado fue prácticamente inexistente, ya que al final de la contienda ningún territorio (con la excepción de Louisbourg, que retornó a manos francesas) permanecía bajo otra ocupación que no fuera la original. España renovó tanto el derecho de asiento como el navío de permiso con los británicos, cuyo servicio se había interrumpido durante la guerra.

Sin embargo, esta restitución duraría apenas dos años, ya que por el Tratado de Madrid (1750), Gran Bretaña renunció a ambos a cambio de una indemnización de 100.000 libras. Estas concesiones, que en 1713 parecían tan ventajosas (y constituyeron unas de las cláusulas del Tratado de Utrecht), se habían tornado prescindibles en 1748. Además, entonces ya parecía claro que la paz con España no duraría demasiado (se rompió de nuevo en 1761, al sumarse los españoles a la Guerra de los Siete Años en apoyo de los franceses), así que su pérdida no resultaba para nada catastrófica.

La derrota británica en América y en especial en Cartagena de Indias aseguró la preponderancia española en el Atlántico hasta finales del siglo XVIII, a pesar de las continuas rivalidades con Gran Bretaña y Francia. Si Vernon hubiese tenido un éxito rotundo en su campaña, los británicos podrían haber exigido la paz antes del estallido de la contienda austríaca y probablemente habrían reclamado la entrega de Florida, Cuba e incluso porciones de la costa de Nueva Granada.

Esto habría convertido el Caribe español en un mar británico (como se pretendía) y a la larga, podría haber precipitado el expansionismo británico sobre México, al igual que la ocupación de Terranova durante la Guerra de Sucesión Española acabó pronduciendo a la desaparición del Imperio colonial francés en Norteamérica medio siglo después. No cabe duda que, en este caso, la configuración del mapa político americano posterior hubiese sido muy diferente.

Visión de los ingleses
Hasta bien entrado entrado el siglo XIX, la valoración de la Guerra de la oreja de Jenkins en Gran Bretaña estuvo basada en el estudio de panfletos, correspondencia, debates parlamentarios y artículos periodísticos realizados en la misma época de los combates o poco después, por lo que lógicamente eran cualquier cosa menos imparciales. Vernon, por ejemplo, ya comienza a defender sus acciones en su correspondencia mucho antes de regresar del Caribe. En esta empresa le apoyó fuertemente Charles Knowles, quien en su libro Account of the Expedition to Carthagena (publicado en 1743 tras dos años circulando como panfleto) no dudaba en atribuir toda la culpa del fracaso al general Wentworth.

Hasta comienzos del siglo XX no se realizó el primer estudio científico serio sobre el conflicto. Un británico, Sir Herbert Richmond, basándose exclusivamente en las evidencias y fuentes disponibles, publicó The Navy in the War of 1739–1748 entre 1907 y 1914, como parte de una colección de estudios sobre la Historia de la Marina. Aunque es cierto que Richmond dejó que su obra se viese influida por sus propios prejuicios acerca de la influencia civil sobre la Marina (el autor culpa sin reparos del fracaso al gabinete de Walpole, juzgándolo incompetente e indeciso), el texto se sigue considerando en la actualidad como una de las grandes obras de investigación de la literatura inglesa sobre la Royal Navy.

Nuevos trabajos, entre los que destaca el libro Amphibious warfare in the eighteenth century. The British Expedition to the West Indies, 1740–1742 de Richard Harding, suelen minusvalorar el texto de Richmond, en especial en lo que concierne a la figura de Edward Vernon. En una detallada reconstrucción de la expedición británica a las Indias Occidentales, Harding consigue reconstruir tanto un relato sin fisuras en los aspectos militares e históricos de la guerra, como demostrar la parte de culpa que tuvo Vernon en el fracaso británico.

Bibliografia:

es.wikipedia.org
Herbert Richmond, The Navy in the war of 1739-1748. (www.archives.org)

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