jueves, 7 de abril de 2011

La ocupación de las islas Carolinas

Sabemos que el primero que visitó estas islas fue Fernando de Magallanes, quién llego en marzo de 1521 a las Marianas, a las que llamó Islas de los Ladrones, y al dirigirse hacia las Filipinas tocó algunos de los islotes de menor importancia de las Carolinas.
 
Fueron oficialmente descubiertas en 1526 por Toribio Alonso de Salazar, pero no fue esta enero de 1528 cuando Alvaro de Saavedra tomó posesión en nombre del Rey de España. En esta época se las conocía como islas de las Hermanas, Hombres Pintados y Los Jardines. Se perdieron las noticias de ellas hasta que Francisco de Lezcano en 1686 las llamó Carolinas, en honor de Carlos II (incluyó en esta denominación a las Palaos, Marshall y Gilbert). Desde entonces fueron visitadas regularmente por misioneros, navegantes y expediciones geográficas.
 
En 1885 el Gobierno decidió ocuparlas de forma efectiva, estableciendo una colonia, de carácter militar, con preponderancia de la Marina. La colonia se mantuvo hasta 1899, año en que las Carolinas fueron vendidas a Alemania, tras la guerra hispano-americana.
 
La documentación generada en estos años por la colonia nos permiten conocer en profundidad la vida en el Pacífico, se reparten los legajos entre el Archivo Histórico de la Armada de la Zona Marítima del Mediterráneo, sito en Cartagena; la documentación del Museo Naval de Madrid (donde la exposición de carácter antropológico es maravillosa) y, por último aunque no menos importante, el Archivo-Museo D. Alvaro de Bazán, en el Viso del Marqués, donde se encuentran las hojas de servicio del personal de la colonia, así como los legajos de las rebeliones de los naturales de Ponape y la documentación del estado de las islas en los últimos años y del proceso de venta y entrega del archipiélago a Alemania. Sin olvidarnos de los archivos extranjeros, tanto de Alemania como de los EEUU para conocer el enfoque diplomático de la época.
 
 El archipiélago de las Carolinas está formado por varios grupos de pequeñas islas en número cercano a seiscientas, en plena Micronesia, al norte de Nueva Guinea, al este de Filipinas, al sur de las Marianas y al oeste de las Marshall. Fue poblado por oleadas sucesivas de melanesios, papúes, polinesios y malayos que se mezclaron hasta formar un nuevo grupo. Estaban organizados en tribus que solían coincidir con las aldeas, cada una con un jefe con poder absoluto de vida y muerte sobre sus súbditos.
 

Eran tribus guerreras, por lo que frecuentemente se suscitaban conflictos entre grupos rivales de las misma isla. En su mayoría eran monógamos, aunque se aceptaba que un hombre rico tuviera más de una esposa, pero siempre manteniendo un sentimiento familiar muy acusado. Su cultura era poco desarrollada, sus medios de vida eran la pesca y la agricultura rudimentaria, pues no conocían el arado. En contraste, fueron excelentes navegantes y buenos constructores de embarcaciones, llegando a realizar larguísimas travesías. Sus casas eran sencillas y de pequeñas dimensiones, de madera, bambú y cañas, construidas sobre pilares. Sus vestidos se reducían a taparrabos y faldas cortas de fibras vegetales. Les gustaban los tatuajes.
 
Eran poco religiosos, que no había desarrollado ningún sistema de culto y cuya única divinidad era un dios situado en las estrellas que dirigía los cambios de la naturaleza, además de los numerosos espíritus buenos y malos que creían presentes en todos los actos de la vida. La educación se centraba en conocimientos prácticos de navegación, pesca, astronomía y geografía de las islas para los niños y en el buen gobierno de un hogar para las niñas. Toda la enseñanza estaba orientada a su vida cotidiana y era oral, ya que no tenían alfabeto ni escritura; hablaban, con ciertas variaciones interinsulares, una serie de dialectos similares al tagalo y al malayo y su lenguaje era sonoro y de fácil pronunciación para el español.
 
 
Como hemos dicho el establecimiento definitivo de residentes en el archipiélago se produjo a mediados del s. XIX, cuando comerciantes interesados en el negocio de la copra y de productos tropicales, comenzaron a abrir sucursales de sus compañías en las islas con el propósito de explotarlas. Primeros fueron los ingleses en las islas más occidentales, rápidamente seguidos por los alemanes en las islas más orientales, bien formando sus compañías particulares, bien abriendo sucursales de otras grandes casas. Siguiendo este ejemplo se instalaron pequeñas firmas americanas, holandesas y japonesas que comerciaban por su cuenta, vendiendo sus productos a compañías mayores o mandándolos a otros mercados por medio de barcos que pasaban por el archipiélago. Por estos mismo años se habían asentado en las Carolinas una misión de metodistas americanos (1852). Estos misioneros desarrollaron una intensa labor religiosa y educadora, enseñando a leer y a escribir a los naturales, fomentando la agricultura y el comercio y mejorando las condiciones de vida de los nativos, por lo que fueron favorablemente acogidos y adquirieron una gran influencia sobre ellos.
 
En el último tercio del s.XIX cambió la situación al decidir el Gobierno de Cánovas la ocupación efectiva de las islas. Esto vino motivado por la situación internacional en 1885, en pleno reparto colonial se hacía necesaria la ocupación efectiva del territorio si se quería mantener el dominio español sobre las Carolinas.
 
Los problemas de orden surgidos en las islas por el asentamiento y la actividad económica de europeos y americanos, las disputas que originaban las rivalidades entre los comerciantes, y las difíciles relaciones entre los indígenas y los extranjeros, hicieron deseable la presencia de una autoridad que administrara y gobernara el archipiélago. Por ello, los residentes en Carolinas y parte de sus naturales solicitaron reiteradamente desde 1882 la ayuda de España. En 1884 volvió a repetirse la petición, solicitando el establecimiento de representantes del gobierno español que mantuvieran el orden en las islas y mediaran en los conflictos, así como la creación de una misión que paliara la falta de principios religiosos y educativos, amenazando con que si su petición no era atendida pedirían ayuda a alguna otra potencia.
 
A Madrid habían llegado unos rumores afirmando que barcos de guerra norteamericanos había izado su bandera en Carolinas, exigiendo dinero a sus habitantes. También existía el miedo a que Alemania se interesara por las Carolinas o intentara ocupar alguna de sus islas para defender sus privilegios económicos en la zona(debemos recordar que las cercanas islas Marshall eran propiedad alemana).
 
Después de la Conferencia de Berlín ya no era posible continuar defendiendo la posesión de un lejano territorio en el que no había ninguna presencia de la metrópoli, reclamando derechos de descubrimiento y conquista que se remontaban a siglos atrás. La carrera colonial era demasiado intensa y los principales países imperialistas estaban dispuestos a repartirse los pocos espacios que quedaban libres. Las Carolinas tenían un indudable interés estratégico y económico en el Pacífico, no podía quedar libres de la presencia europea.
 
Además, el archipiélago formaba parte del sistema español en el Pacífico como vértice del triángulo Marianas-Carolinas-Filipinas. La presencia de otra potencia en estas islas rompería la muralla de contención y amenazaría la seguridad de las demás posesiones en el área. Debemos recordar que estaba a punto de inagurarse el Canal de Panamá, con lo que las Carolinas supondría una estación intermedia entre las Antillas y Filipinas, donde poder recalar y repostar carbón con seguridad.
 
El Gobierno español aprobó una Real Orden, el 19 de enero de 1885, que autorizaba la ocupación efectiva de las islas Carolinas. Los preparativos fueron minuciosos. El 10 de agosto de 1885 partió de Filipinas una expedición formada por el Manila y el San Quintín para llevar a cabo la ocupación efectiva de las islas. Llegaron al puerto de Tomil el 22 de agosto. Entraron en contacto con los naturales y con los extranjeros, invitándoles al acto oficial de toma de posesión, que tendría lugar el día 26, tras firmar los jefes indígenas una acta de reconocimiento de la soberanía española.
 
Con los preparativos casi terminados, a la caída de la tarde del día 25 se vio entrar en puerto a la goleta alemana Iltis, que fue recibida sin el menor recelo, como buque de una nación amiga. Pero al anochecer los tripulantes del barco germano bajaron a tierra y al enterarse que los españoles aún no había tomado posesión formal de la isla, se apresuraron a enarbolar su pabellón en territorio carolino, declarando solemnemente el protectorado alemán sobre Carolinas y Palaos.
 
Al enterarse las autoridades españolas surgió ese tan conocido carácter español en el que si tenemos dos españoles discutiendo nos encontramos tres opiniones diferentes. El que debía convertirse en Gobernador de las Carolinas quiso usar la fuerza para expulsar a los alemanes mientras que el jefe de la expedición era partidario de elevar una protesta ante los alemanes y retirarse a las Filipinas para que fuesen los políticos quienes resolviesen el contencioso diplomático.
 
Después de una tremenda discusión, el futuro Gobernador hizo izar la bandera española esa misma noche pero el jefe militar de la expedición decidió retirarse a Manila y poner la situación en conocimiento de sus superiores, no sin antes recriminar de manera oficial la conducta alemana y reafirmar los derechos españoles a la soberanía sobre las islas.
 
El San Quintín regresó a Filipinas el 28 de agosto para dar cuenta de lo sucedido y el Manila permaneció en Yap, aguardando órdenes y como símbolo de las reivindicaciones españolas sobre el archipiélago. El desarrollo diplomático del conflicto ha sido el tema relativo a las Carolinas más estudiado por la historiografía. El enfrentamiento se resolvió gracias a la mediación de León XIII, que daría como fruto el Laudo Pontificio del 22 de octubre de 1885. En él se reconocía la soberanía española sobre el archipiélago, así como la prioridad de ocupación. Se obligaba a España a hacer efectiva su presencia en las islas. Alemania, a su vez, obtenía plena y entera libertad de comercio, navegación y pesca en Carolinas y Palaos. Ello implicaba la libre importación y exportación de mercancías y que sus barcos pudieran moverse libremente por el archipiélago, sin que las autoridades españolas pudieran obligarlos a tocar un punto determinado ni exigirles el pago de ningún derecho ni la observación de ninguna norma en los lugares no ocupados. Asimismo, se declaraba que los súbditos alemanes tendrían plena libertad para adquirir inmuebles, hacer plantaciones y fundar establecimientos agrícolas, así como para ejercer toda especie de comercio y efectuar contratos con los indígenas, y explotar el suelo en las mismas condiciones que los españoles. Finalmente el Gobierno alemán adquiría el derecho de establecer una estación naval y un depósito de carbón para uso de la Marina Imperial.
 
Una vez resuelto el conflicto hispano-alemán, tuvo lugar la ocupación efectiva, llegando el primer gobernador de Carolinas, el 4 de febrero de 1887, el capitán de fragata D. Isidro Posadillo. Celebrándose la proclamación solemne de la soberanía de España el 19 de abril de 1887, estando presentes gran número de carolinas, los residentes extranjeros y los oficiales, soldados y misioneros españoles

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