Algunos tenemos guardada una carpeta con recortes, textos o imágenes que, en su momento, nos parecieron interesantes. Los que estamos viviendo la transición de la oficina de papel a la oficina de bits también tenemos archivos perdidos por esos discos duros, CD´s e incluso ¡disquetes!.
Limpiando un pequeño archivador de discos de 5 1/4 que usaba como cajón de sastre han aparecido un montón de ficheros de textos con más de 5, y más de 7 años de antigüedad.
Iré mirando lo que contienen y probablemente ya no me interesen tanto como en su momento, pero que le vamos a hacer, nos hacemos viejos.
Este es un texto que no se de donde lo saqué, y sigue siendo interesante.
Las momias egipcias
Los egipcios tenían una compleja concepción de la muerte que se mantuvo invariable desde los inicios de su civilización hasta la época greco-romana. Orientaron sus creencias de ultratumba hacia el triunfo sobre la muerte. Para ello intentaron que el fin de la vida terrena se convirtiera en una etapa de transición a la vida eterna.
La momificación de los cadáveres derivaba de la necesidad de conservar el cuerpo para asegurar la supervivencia del “ka”, el doble divino de cada ser humano. Existe otra división del alma, llamada “ba”, que representa la parte capaz de mantener el contracto entre ese mundo y el más allá. El “ba” que se representa como un pájaro con cabeza humana, permanece junto a la momia en la oscuridad de la noche, pero durante día sala al aire libre. El “ka” debe mantenerse en estado reconocible para que cada noche el “ba” lo identifique.
En el Periodo Predinástico (antes del 3.000 a.C.) las manipulaciones del cadáver eran mínimas, las condiciones del sustrato arenoso y la sequedad del clima favorecieron la conservación natural de estos cuerpos. Durante la III Dinastía (hacia el 2.700 a. C.) se conocen algunos indicios de la práctica de la momificación. Poco a poco, el proceso ganó en complejidad hasta que se alcanzó la perfección.
El proceso de un buen embalsamamiento podía prolongarse más de 150 días, requiriendo un periodo mínimo de setenta días. P. A. Leca fue capaz de establecer la secuencia y orden de las operaciones: ablación del cerebro, extracción de las vísceras y tratamiento de las mismas tras un lavado cuidadoso del cadáver, deshidratación del cuerpo y nuevo lavado, rellenado del cráneo y cavidades torácica y abdominal, unción y masaje, colocación de una placa metálica en la incisión del costado, aplicación de resinas calientes y finalmente, el vendaje, que podía requerir hasta quince días.
La operación de mayor importancia es la desecación del cuerpo, que se hacía con natrón en seco (sodio carbonatado que se encontraba como una sal natural en el desierto egipcio). Habitualmente las vísceras, después de limpias y embalsamadas, se depositaban en cuatro vasos llamados canopos, ya que era precisa su conservación para garantizar su “funcionamiento” en la otra vida. Las cavidades se rellenaban con natrón. Una vez desecado el cadáver se realizaba una segunda limpieza y podía rellenarse el cuerpo con paja, resina, etc, para que se mantuviera rígido. Los ojos, inutilizados por el patrón, se sustituían por bolas de tejido a las que se les pintaba la pupila y el iris, o bien por pequeñas piedras o cantos redondeados. Antes de empezar el vendaje se cerraban los orificios y se colocaban los brazos; normalmente los de los hombres estirados y cruzados a la altura del pubis y los de las mujeres estirados y pegados al cuerpo. Durante la XVIII dinastía (hacia el 1550 a. C.) se hizo frecuente cruzar los brazos a la altura del pecho, postura ésta que ha trascendido como la propia de las momias egipcias.
El vendaje final se realizaba siempre con lino. Primero se envolvía el cuerpo en un gran paño a modo de sudario; después se realizaba un cuidadoso vendaje disponiendo multitud de pequeñas joyas y amuletos bajo las tiras de lino. A medida que se iba cubriendo el cuerpo de vendas se derramaba resina para consolidar la cubierta. El remate final consistía en la realización de una máscara para perpetuar las facciones: de oro en quienes podían permitírselo o pintada sobre madera, generando una tradición retomada en época romana por los retratos de El Fayum.
Finalmente el cuerpo se introducía en el sarcófago y estaba dispuesto para ser depositado en la tumba.
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