martes, 16 de noviembre de 2010

Un descubrimiento por casualidad

Este fin de semana ha muerto Berlanga, el director de cine y antiguo miembro de la División 250 en el frente del Este. He recordado a otro Berlanga, que también fue muy conocido y respetado. Hoy en día, prácticamente nadie se acuerda de él aunque sí agradecemos lo que le hizo entrar en la Historia de los descubrimientos.



El acceso español al océano Pacífico se realizó por dos puntos. La primera vez Vasco Núñez de Balboa (1513), lo hizo en el istmo centroamericano; carecía de elementos de juicio para hacer una valoración de lo que él llamó “Mar del Sur” por hallarlo en esa dirección. En segundo lugar se efectuó el contacto con el Pacífico por el sur mediante la expedición Magallanes-Elcano que, ésta sí, pudo apreciar la magnitud y, con terror, el vacío oceánico. Se comenzó a buscar islas-escalas, al estilo de Azores, Cabo Verde, Canarias o Madera, a la vez que seguía el avance tierra adentro por el continente sudamericano.

En estos momentos se estaba produciendo la conquista del Perú, mientras se estaba luchando contra los indígenas, las distintas facciones hispanas: los Pizarro por un lado y Almagro por el otro; habían estado en paz. Pero cuando se alzaron victoriosos sobre el peligro común, las desavenencias volvieron a aflorar. La ventaja legal estaba de parte de Pizarro, pero Almagro no se resignaba, mandó un mensaje al Emperador Carlos. Este le concedería el mandato sobre Nueva Toledo, al sur de las actuales posesiones. El problema estribaba en la lentitud de las comunicaciones entre la metrópoli y los nuevos territorios. Cuando llegó la autorización de la Corona: “descubrir y poblar en un ámbito de 200 leguas al sur de Nueva Castilla”; el Cuzco entraba justo en la frontera que desde Madrid habían trazado. El conflicto estaba servido.

Aquí entra en juego nuestro protagonista principal.

La Corona, previsora, había tomado una primera provisión mediadora más entre los contendientes que entre su obra. Había elegido a un prestigioso fraile: fray Tomás de Berlanga, obispo de Castilla del Oro (Panamá). Había llamado la atención del Emperador Carlos con anterioridad por una misiva que envió desde su sede en Castilla del Oro, que constituye un informe detallado del estado del reino con precisos apuntes de interés geográfico e histórico. Partió por mar desde su sede en Panamá hacia el Perú para mediar entre los dos antiguos amigos y al momento actual acérrimos enemigos, así nuestro protagonista entrará en la Historia de los Descubrimientos.

Su embarcación partió el 23 de febrero de 1535, Durante siete días tuvieron muy buena brisa. Después tuvieron seis días de clama chicha. Fueron empujados por la fuertes corrientes y el 10 de marzo vieron una isla. Hoy sabemos que es la contracorriente ecuatorial apoyada por los alisios. Avistaron otra isla cercana y tardaron tres días en pasar de una a otra. Pensando que estaban cerca de la costa del Perú no hicieron aguada y se dieron a la vela. Hoy sabemos que la distancia entre el archipiélago de las Galápagos y el continente es de unos 1.000 kms en línea recta. Estuvieron navegando once días, y se quedaron sin agua. Sin poder arrumbar a su destino, sabemos que la corriente de Humboldt los dirigía en dirección contraria a sus intereses. En este momento tomó la decisión que le consagraría en la Historia de la Navegación. Hizo virar el barco del otro bordo, navegando ocho días y vieron tierra. Acababa de descubrir el mecanismo que en el océano Atlántico los portugueses habían denominado “la volta de Guiné.”

Esto, aún siendo muy importante para la navegación de la época, no sería suficiente para que el fraile Berlanga fuese recordado en nuestros días. Pero fray Tomás era un hombre con un espíritu observador. Nos dejó una descripción muy ajustada de las islas que había encontrado, que en nuestros días aún asombra. De su carta al Emperador Carlos cuando arribó al Perú podemos leer:

“ E salidos a tierra no hallaron sino lobos marinos e tortugas e galápagos tan grandes que llevaban cada uno un hombre encima, e muchas iguanas....Vimos otra isla mayor y de grandes sierras, creyendo que tendría ríos e frutas, fuimos a ella.... Salimos todos los pasajeros en tierra e unos hicieron un pozo, e otros en buscar agua por la isla; del pozo salió el agua más amarga que la del mar; en la tierra no pudieron descubrir agua en dos días. Con las necesidades que la gente tenía echaron mano de una hoja de unos cardos que estaban como zumosas aunque no muy sabrosas comenzaron a comer dellas e esprimirlas para sacar de ellas agua e sacada parecía lavadizas de legía.”

Después de mucho buscar encontraron un poco del líquido elemento, pero no antes de perder dos hombres y diez caballerías por deshidratación. En esta segunda isla también encontraron lobos marinos, iguanas, galápagos, pingüinos, etc., y piedras duras, otras de gran tamaño, lo que hizo exclamar al obispo “parece que algún tiempo llovió piedras. No pienso que haya donde se pueda sembrar una fanega de maíz.”

En su carta el obispo deja traslucir que fue su tripulación quien acordó realizar esa escala técnica en el camino al Cuzco, como si quisiera disculpar su tardanza ante el Emperador.

Podemos afirmar que se trata de un hallazgo fortuito e involuntario, pero también afortunado, por cuanto supuso ganar un archipiélago, apasionante para el hombre del s. XX, y descubrir el mecanismo eólico y de circulación en la hidrosfera para regresar al continente americano.

En strictu sensu el obispo Berlanga no fue un descubridor, ya que se dirigía a otro lugar y todos sus sentidos estaban enfocados al punto de destino no a lo que se encontrase durante el camino. Además, carecía de intención y de interés inmediato por el descubrimiento que surgió ante sí. Ni siquiera puso en práctica la más mínima medida para ejercer o dar la sensación de “toma de posesión” tan común y habitual en el Nuevo Mundo en aquella época. Más aún, no se tomó la molestia ni de poner nombre a las islas o a determinados accidentes geográficos.

Puede apreciarse en Berlanga un embrión de científico y explorador, desde el punto de vista intelectual. Conoció someramente algunos aspectos biológicos, climáticos, ambientales pero no dio el paso de actuar en forma analítica ni minuciosa que hubiera dado a su figura talla universal.

Como Berlanga no tenía una misión de descubrimiento ni de exploración la carta al Emperador Carlos pasó desapercibida a los cosmógrafos de la Casa de Contratación, por lo que no quedó recogida en las descripciones de los descubrimientos. La literatura histórica ha canonizado al famoso Ortelius como primer cartógrafo que incluye el archipiélago en su mapa de 1570, ya resulta enormemente difícil corregir el error.

Como anécdota, y porque aquí no pueden faltar los perros, diremos que el pirata Henry Morgan arribó a estas islas hacia 1675 para reparar su barco. Uno que dejó un amplio informe, muy interesante, sería William Dampier en mayo de 1684.

Durante toda la época colonial el archipiélago se mantuvo deshabitado, no fue hasta la época republicana que Ecuador se decidió por una toma de posesión efectiva, el 12 de febrero de 1831. El archipiélago sería un lugar apenas visitado durante todo el siglo XIX, sin olvidarnos del viaje del Beagle en 1835, donde iba un joven naturista llamado Charles Darwin.

En 1852 el Reino Unido y más tarde, en 1858, los Estados Unidos, intentaron comprar el archipiélago por su interés geoestratégico. Intentos que se repitieron a principios del s. XX, con la apertura del Canal de Panamá podía servir como depósitos de carbón para aprovisionamiento de las escuadras. Recordemos, por lo que nos toca de cerca, que los EEUU entraron en negociaciones con la Corona de España para comprar una pequeña isla deshabitada frente a las costa de Marruecos, llamada Perejil, con ese mismo fin.

En total , un cúmulo de gentes de variada catadura y de diversos intereses que fueron dando nombre a islas y accidentes geográficos, produciendo una duplicidad, cuando no una multiplicidad de topónimos para designar un mismo punto. Hasta que, en la conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento, el Congreso de la República del Ecuador aprobó un proyecto del Ministerio de Instrucción Pública, por el que todas las islas cambiaban los nombres que habían ido imponiéndose en la cartografía por una toponimia hispana, así tenemos: San Cristóbal, Santa María, Isabela, Fernandina, San Salvador, Santa Cruz, Santa Fe, Pinta, Pinzón, Marchena, La Rábida, Española, Genoveva, Núñez.

Y el archipiélago de las Galápagos pasó a llamarse Archipiélago de Colón. Aunque este último nombre sólo lo usan los cartógrafos.

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