La galera fue la más genuina representante de la guerra naval y de buena parte de los tráficos mercantes durante la Edad Media, dentro del ámbito mediterráneo, en un medio en el que la navegación exclusivamente a vela resultaba menos apropiada que en el Atlántico, debido a las condiciones naturales de un mar interior, con vientos de dirección irregular y cambiantes. Sin embargo, la navegación a remo resultaba muy costosa por el número de individuos que era necesario emplear. Afortunadamente, estas naves podían ser usadas por los particulares cuando no servían a la Corona en circunstancias concretas. La expansión mediterránea de la Corona de Aragón no podría entenderse sin atender a las responsabilidades asumidas por la iniciativa privada o por las poderosas ciudades costeras: Barcelona, Mallorca y Valencia. Estas serán las que sostendrán, por ejemplo, la guerra contra Génova por la posesión de Cerdeña en un momento en que Alfonso el Benigno, su soberano, se desentenderá del problema.
Durante el reinado de Pedro el Ceremonioso la actividad del corso alcanzará una considerable expansión, debido precisamente a la guerra contra Génova. A una guerra terrestre en la isla de Cerdeña, que requerirá continuos envíos de tropas y suministros, se superpondrá una auténtica guerra naval en la que llegarán a verse implicados casi todos los países mediterráneos: Génova, Venecia, el Imperio Latino de Oriente, la Corona de Anjou o la propia Corona de Aragón. El equilibrio de fuerzas será tan grande y el resultado de las batallas tan ajustado, que la solución drástica se demostró operativamente imposible. Por lo que no quedó otra alternativa que buscar métodos subsidiarios de desgaste del rival y debilitamiento a la espera de obtener una ventaja real y moral que permitiese plantear un conflicto a gran escala.
Las acciones de corso ligur contra puertos y barcos de la Corona de Aragón se sucederán, ininterrumpidamente, desde mediados del trescientos hasta finales del cuatrocientos. Pedro el Ceremonioso dará carta blanca a los aparejos corsarios en sus territorios contra los enemigos del rey. A cambio de condiciones muy favorables, muchos armadores particulares accederán a botar sus barcos, algunos en condiciones muy precarias, para asegurar las comunicaciones con Cerdeña y lanzar una contraofensiva que frenase la avalancha genovesa en aguas de la Corona de Aragón. El objetivo se cumplió, se logró mantener abierta la ruta hacia la isla sarda, lo que permitirá a Alfonso el Magnánimo saltar sobre la Península italiana. Lo que nos llevará a la posesión española del sur de la Italia renacentista.
Que duda cabe que la guerra de corso y la piratería se confundirán con tanta asiduidad que obligará a tener que considerar a piratas y corsarios como dos categorías igualmente perseguibles en muchos casos. El área donde más se va a notar esta confusión será en los mares de Berbería. La abundancia de barcos armados poco sujetos a las leyes de la guerra naval se convertirá en un problema por doquier. Ante esta situación y ante la creciente avalancha de corsarios genoveses y musulmanes que corrían los mares peninsulares aparecerá otra alternativa para la protección pública. Las ciudades catalanas, valencianas y baleáricas de la Corona de Aragón tenderán a formar ligas y a aparejar en común barcos, verdaderas flotillas de cuatro o seis unidades, para su autodefensa.
La experiencia no acabó de consolidarse ,por los múltiples factores que intervenían en cada caso y la lentitud en acordar planes de operaciones cuando los enemigos eran potencialmente menos peligrosos. Así pues, ante la amenaza de dos o tres barcos piratas, la reacción lógica fue la de actuar independientemente cada población. Valencia contaba con una pequeña escuadrilla de barcos comunales compuesta por una o dos galeras y varias unidades menores. Generalmente, los buques permanecían varados, desarmados y a la intemperie en las playas del Grao de la capital, siendo objeto de deterioro muy acelerado. Frente a una operación menor como la vigilancia costera o la búsqueda, localización y eliminación de un número reducido de piratas incluso resultaba gravosísimo la puesta en servicio de las galeras ciudadanas. Por lo que se procedió con frecuencia a la contratación de naves de las que frecuentaban las playas del Grao. El flete de una nao de gran porte, con una dotación bien armada, o la contratación temporal de una galera siempre resultó más económico y con frecuencia igualmente efectivo. Como vemos no es nuevo eso de cerrar servicios públicos en favor de la iniciativa privada, y eso que aún no gobernaba el PP (aunque seguro que sí estaba Fraga por ahí).
Debemos ser conscientes que las cosas no eran como las muestran en las películas de Jolibú: por lo general los piratas y corsarios que entraban en acción disponían de una fuerza armada muy reducida, los aparejos de sus barcos eran deficientes e incompletos, en suma, muchas veces los asaltantes corrían tan serios peligros de ser capturados como los que sufrían sus potenciales víctimas. Por ejemplo, los musulmanes con fustas pequeñas y mal equipadas rehuían los encuentros con barcos de tráfico y buscaban los abrigos de la costa, los barcos de pesca de bajura o las localidades litorales aisladas, mal defendidas y con escasa población; sus objetivos se centraban en la captura de cautivos y el robo de ganado. En cambio los piratas genoveses disponían de grandes y poderosas naves, sus objetivos eran los barcos que hacían las rutas comerciales o los grandes puertos de la Corona de Aragón, siguiendo la tradicional guerra de desgaste que duraba más de un siglo. La pérdida de los barcos con cereal tendría repercusiones muy negativas para las grandes ciudades, es por eso que los rectores políticos cuidaban especialmente la continuidad de este tráfico.
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