El siglo XVI fue testigo de un notable cambio en el status y adiestramiento de pilotos en Europa. La pericia náutica para la mayoría de los viajes marítimos eran limitadas y había cambiado poco durante el siglo anterior, podía ser ejercida bien por pilotos especializados, maestres o por oficiales de menor rango. Lo que importaba era la capacidad de memorizar marcas de tierra, calcular distancias y tener conocimiento de las mareas y aguas en que navegaban, empleándose cálculos de la velocidad6 del buque y una estima muy simples. La experiencia e instrucción por viejos pilotos eran los requisitos para una eficaz navegación costera y bastarían para la mayoría de los buques que navegaban por derrotas bien establecidas (Michael Coignet, 1581). Se conocía la aguja magnética, los portulanos y la observación celeste, y se empleaban regularmente en sus viajes más largos, pero escasamente en viajes rutinarios costeros.
Las exploraciones portuguesas en Africa y el posterior descubrimiento de nuevos continentes reflejaban el gradual avance en navegación y proyecto de buques, pero lo que es más importante, dieron un tremendo empuje a la invención y mejora de instrumentos y técnicas. El adiestramiento de pilotos para las nuevas navegaciones a grandes distancias se convirtió en asunto de la mayor importancia para el gobierno central. Las potencias ibéricas establecieron instituciones especiales para la instrucción y control de estos especialistas, por muy buenas razones, la más obvia, que los buques con navegantes expertos solían volver a salvo. Más importante era la necesidad de controlar información de gran valor político. Los pilotos experimentados podía llevar a otros a las nuevas tierras y junto con cartógrafos establecer la posesión de aquellos territorios después que las naciones ibéricas y el Papado dividieron el mundo en dos áreas.
Era esencial el control de la información y pronto se hizo corriente la falsificación deliberada y el empleo de trucos para confundir al enemigo. Las prolongadas y poco decorosas disputas sobre la posición y posesión de Las Molucas y las Filipinas, ilustran el valor de los pilotos y cartógrafos.
Cuando Felipe II volvió a España como regente en 1551, inmediatamente mostró su interés por la navegación y la geografía y su deseo en mejorar estas ciencias, e inició una completa reforma de la instrucción técnica que se daba a los pilotos y maestres en la Casa de la Contratación de Sevilla. Creó una cátedra de navegación y cosmografía en 1552 y reguló el contenido de los cursos. Los aspirantes a piloto recibían buena base teórica para las observaciones astronómicas, así como instrucción en el empleo de instrumentos como la aguja magnética, el astrolabio, el cuadrante, la ballestilla y los relojes. En 1582 fundó en Madrid una nueva Academia de Matemáticas, siendo la navegación una parte muy importante del currículum.
El aprecio de la pericia de los pilotos era evidente en la legislación y en los nuevos tipos de pagas, como muestran contratos del s. XVI en que muchos pilotos eran pagados mejor que los maestres (capitanes) de los buques en los viajes al Norte y a las Indias. A partir de 1580 armadores sin conocimientos de navegación eran permitidos a ser maestres en sus propios barcos siempre que llevaran a bordo al menos dos pilotos.
Los aspectos teóricos de la navegación aumentaron notablemente durante este siglo. Los españoles y portugueses eran los primeros en cartografía y en la construcción y empleo de instrumentos náuticos, produciendo también los mejores maestros, como pronto se dieron cuenta los demás países. El “Arte de navegar”, de Medina, publicado en 1545, se utilizaba ya en su traducción francesa en 1554 y posteriormente se publicó en la mayoría de las lenguas europeas. El libro “Breve compendio de la sphera y del Arte de Navegar” de Martin Cortés, se publicó en Sevilla en 1551, siendo adoptado como texto fijo por la Casa de Contratación. Fue traducido al inglés en 1561, la primera de nueve ediciones antes de 1630. Pedro de Medina afirmaba con orgullo que ahora los pilotos podían navegar con el empleo de la aritmética, geometría y astronomía y no necesitaban marcas de tierra para guiarse. En realidad los más renombrados autores y maestros del arte de la navegación no tenían experiencia naval, se concedía mayor respeto a aquellos con capacidad teórica que a los que sólo tenían experiencia práctica. La Corona mantuvo equilibradas las cosas al insistir en que los pilotos para las Indias no debían obtener licencia antes de haber adquirido experiencia práctica navegando por aquellas aguas.
Pero, no debemos olvidar la presión comercial, pues la expansión del comercio de Indias requería una continua provisión de pilotos, por lo que se redujo dramáticamente el tiempo empleado en la instrucción formal. Si bien se había pretendido que los pilotos debían pasar un curso de un año, en 1555 se redujo a tres meses y en 1567 a dos contando los días festivos. Los maestros se quejaban del bajo nivel entre los pilotos adiestrados, pero estas críticas se dirigían a las deficiencias en la lectura y escritura de algunos pilotos, y a la falta de interés que demostraban por los aspectos más teóricos del curso. Aquellos pilotos empleados en la carrera de Indias eran considerados como los mejores expertos del oficio y las potencias extranjeras trataban continuamente de atraer pilotos españoles y portugueses a su servicio, siendo el problema que nunca había bastantes para satisfacer a la demanda.
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