viernes, 29 de enero de 2010

Problemas temporales

Hola

Por desgracia mi PC ha pasado a mejor vida. El pobre era viejecito, la placa y el micro eran del año 2004, el resto de componentes los he ido cambiando a lo largo del tiempo según iban fallando (fuente de alimentación) o quería mejorarlas (tarjeta gráfica, la original era de 64 mb y la última que compré es de 256 Mb).

Por otro lado, el portátil casi lo destrozo. Los que me conoceís sabeís lo manazas que soy, el otro día medio arranqué las bisagras de la tapa-pantalla. Medio arranqué quiere decir que arranqué una de las dos y la otra se mantiene en tenguerengue.

Así que el portátil se queda en casa como nuevo sobremesa y sin poder moverlo mucho.

Como sabeís paso los fines de semana en Sevilla, tirando de una carreta, por lo que los posts se iran colgando aquí desde el lunes al jueves por la tarde.

Saludos

jueves, 28 de enero de 2010

El desembarco en Menorca en 1781

Capturada por los británicos en 1708 durante la Guerra de Sucesión Española y cedida oficialmente a raíz del Tratado de Utrecht, pasó a ser durante setenta años una dependencia británica (y el puerto de Mahón una base naval británica en el Mediterráneo) en el siglo XVIII.

La presencia británica impulsó la economía de la isla y la ciudad de Mahón se convirtió en un centro comercial y de contrabando de primer orden en el Mediterráneo. La influencia británica se puede apreciar en la arquitectura local. Por el contrario, Ciudadela, sede episcopal y donde residía la mayor parte de los propietarios terratenientes y nobleza local, languidecía.

Avanzemos en el tiempo:

Apenas iniciada la guerra de 1779, la lucha entre España e Inglaterra en Europa significaba dos frentes: el Peñón y Menorca, ambos conectados para ayuda mutua. Asi que lo mejor para los intereses españoles era reconquistar la isla ya que existían informes reservados previos sobre la situación militar inglesa y el ánimo de la población; el conde de Floridablanca había hecho ver al monarca Carlos III que la bahía menorquina acogía a más de 80 corsarios que infestaban el Mediterráneo, además de ser el mejor y único abrigo que tenían los ingleses para sus escuadras en aquel mar.

Afortunadamente para los intereses españoles la expedición pudo mantenerse en secreto haciendo creer a todos los interesados que se preparaban un gran bloqueo contra Gibraltar para cerrar el Mediterráneo; subterfugio que se mantuvo hasta que los barcos estaban en ruta.
A la decisión de Carlos III se unió los problemas de Inglaterra: se veía acosada por las escuadras combinadas hispano-francesas desde el canal de la Mancha al seno mejicano, expulsada de Honduras e islas antillanas y Florida, hostigada por sus colonos norteamericanos, enfrentada con Holanda y opuesta a las demás potencias europeas contrarias a su proceder con el comercio marítimo.

En julio de 1781 fondeaba en la bahía de Cádiz una concentración naval de 73 embarcaciones mercantes fletadas por la Real Armada para el transporte de tropas, material de guerra y víveres, con destino ignorado. Días después se les unieron dos naves más en aguas de Cartagena. Estaban divididas:
1º Por clases:

Fragatas....................34
Polacras....................10
Bergantines..................9
Urcas....................... 5
Paquebotes................. 4
Saetías..................... 3
Jabeques.................... 3
Pingues.................... 2
Sin especificar............. 5

2º Por su nación:

Españolas.....................37
Genovesas.....................11
Holandesas.................... 9
Suecas........................ 5
Napolitanas................... 4
Portuguesas................... 3
Imperiales.................... 2
Toscanas...................... 1
No consta..................... 3

3º Por servicios: 20 al cuerpo de artillería y tren artillero (aparte del trasnportado a bordo de los buques de guerra), 1 para los ingenieros, 3 con víveres, 2 de hospitales y el resto para el transporte de tropas (49).

En cuanto al tonelaje, iba desde las 416 toneladas de una fragata española hasta las 62 de un bergantín también español. Las dotaciones de los barcos mercantes sumaban unos 1.000 hombres, las de los buques de guerra ascendían a 4.588 sumando oficiales y marinería, mientras que las tropas sumaban alrededor de 8.000 soldados.

Los buques se hallan al mando del Brigadier mayor general de la Armada don Buenaventura Moreno, mientras que el jefe de la expedición de mar es el teniente general del ejército duque de Crillón, de nacionalidad francesa, quién embarcó en el buque insignia del comandante de la escuadra y del convoy.

El 19 de julio la armada surta en la bahía gaditana hizo triple salva de veintiún cañonazos y descargas de fusilería en celebración de la conquista de Pensacola, que se estimo como buen augurio para la expedición que se iba a emprender. Pero esto merece otro post.

A las nueve de la mañana del día 21 empezó a salir del puerto de Cádiz la escuadra combinada hispano-francesa de Córdoba, seguida por la de Moreno, fondeando en las cercanías de Rota a la espera de la naves mercantes que salieron al día siguiente. La flota combinada hispano-francesa se separó de la flota de Moreno y puso rumbo al Atlántico. Mientras tanto, el convoy dió la señal de zafarrancho de combate al embocar el Estrecho.

El día 27 salieron de Algeciras con rumbo a Cartagena cuatro embarcaciones con cargas para cuatro cañoneras. El día 29, Floridablanca había dispuesto que los capitanes generales de Barcelona y Mallorca atendiesen preferentemente las demandas de los mandos del convoy. Crillón dio una instrucción militar con fuerza de ordenanza cuyo artículo primero se refería a los menorquines:

“Siendo todos los habitantes del país oriundos de España y no habiendo dejado de tener nunca el corazón español, de ningún modo se deberán considerar como enemigos, antes al contrario será preciso tratarlos con la mayor suavidad y amistad, debiendo todos los individuos del Ejército considerarse en esta isla como si estuvieran en el centro de España.”

El día 19 de agosto el convoy pasó frente al Castillo de San Felipe, quiso el brigadier Moreno acercar el navío a medio tiro del castillo e izar ante el enemigo la bandera y gallardetón acompañándolo de un cañonazo. A las dos de la tarde el convoy llegó a la Mezquida donde comenzó el desembarco en primer lugar la falúa del navío insignia con el duque de Crilón, brigadier Moreno, mayor general Roca, mariscal conde de Cifuentes, coronel marqués de Peñafiel, cuartel maestre general Lemaur, comandante de la artillería Tortosa, intendente Montenegro, capitán de navío Castejón; plantaron la bandera de la falúa en un montecillo a la vista de los embarcados. El desembarco duró hasta la medianoche sin ser molestados por los ingleses y contemplado por algunos paisanos que vitoreaban los colores españoles.

Las tropas inglesas en la isla apenas si enfrentaron a las españolas, el avanze por toda la isla fue meteórico. La isla de Menorca volvía a ser española después de 5 días de combates, las tropas tomaron el arsenal, así como 53 almacenes valiosos, apresaron varias embarcaciones, hechos más de 150 prisioneros, tomados cañones, establecido el cuartel general en Mahón, acampadas las vanguardias ante el castillo, bloqueado el puerto, entrados por tierra en Ciudadela y Fornells los destacamentos de los marqueses de Avilés y Peñafiel y acatada jubilosamente la soberanía de Carlos III, “el 24 era toda la isla del rey de España, excepto el fuerte de San Felipe.”
El fuerte de San Felipe caería pasados tres meses y medio.

Merced a tan venturoso acaecimiento fue confirmada tal soberanía por la paz de Versalles en 1783 y reafirmada en 1802 por la de Amiens.

Como anécdota lúdico-religiosa: cada año se celebra en la isla canaria de Tenerife la festividad de la Pascua Militar, que se instituyó en 1782, bajo el reinado de Carlos III, como expresión de júbilo por la recuperación de la isla.


Tomado de: José Gella Iturriaga. Revista de Historia Naval nº 1

domingo, 24 de enero de 2010

El anticiclón de las Azores y el del Pacífico

Hasta la mecanización de las naves, el viento era la principal fuente de energía junto con el trabajo humano. De ahí que marinos y navegantes han sido excelentes observadores y avezados predictores del tiempo atmosférico. La observación y el análisis de los vientos es algo antiquísimo. Sin duda fueron los marinos los auténticos pioneros en los estudios de la meteorología, sobre todo a partir de la época de los descubrimientos geográficos, en la era de los grandes navegantes.

El anticiclón de las Azores

Y el primero de los grandes navegantes sin duda algunas es Cristobal Colón. Al completar su primer viaje Colón descubrió el anticiclón de las Azores; en el viaje de ida se apoyó continuamente en los vientos alisios. En el viaje de regreso, se encaminó hacia el norte para apoyarse en los vientos del oeste, que corresponden al borde septentrional de la célula atlántica del cinturón de altas presiones del hemisferio norte.
Con nuestros conocimientos actuales nadie recomendaría hacer ese viaje en esa época del año, Colón tuvo mucha suerte con el tiempo atmosférico, sabemos que la amenaza de los terribles huracanes tropicales es muy alta en esos meses. Si se hubiese encontrado con un huracán, muy probablemente la historia se hubiera desarrollado de otra manera; la colonización del Nuevo Mundo quizá se hubiese retrasado un par de generaciones y se habría realizado de norte a sur dirigida por los anglosajones y escandinavos.

Después de descubrir varias pequeñas islas y llegar a Cuba, que Colón pensaba era parte occidental del Catay, se hacía necesario volver a Europa para dar cuenta de tantas y transcendentales noticias. Pero, las naves habían llegado con vientos favorables casi todo el camino; se hacía evidente que no podrían regresar por el mismo camino pues el camino se haría interminable a base de bordadas para luchar contra el viento. De nuevo surgió el genio inconmensurable de Colón; se fue al norte, seguro de encontrar vientos favorables para el retorno. Hoy sabemos que el primer viaje de Colón fue un completo rodeo del gran anticiclón de las Azores.

Mientras Colón al mando de la Niña arribaba a Santa María de las Azores, donde fue arrestado por el gobernador portugués, Martín Alonso, al mando de la Pinta realizó un viaje directo desde La Española hasta Bayona de Galicia. Los temporales, sin duda las borrascas atlánticas muy activas del final del invierno, batieron duramente a la nave. Pinzón llegó muy enfermo y extenuado. Salió para Palos y llegó el mismo día que Colón. Ya no levantaría cabeza y un par de semanas después fallecía de agotamiento. El primero de una serie de grandes nautas que lucharon como titanes contra el mar embravecido y al llegar a tierra firme y segura, murieron.

El anticiclón del Pacífico

Correspondería a Andrés de Urdaneta, nacido en Villafranca de Oria en 1508. Tendría catorce años cuando sucedió algo de gran resonancia en toda Europa, un día de septiembre llegó a Sanlúcar de Barrameda la nao Victoria, y de ella desembarcó un puñado de hombres, casi espectros, terriblemente demacrados. Al frente de ellos, Juan Sebastián Elcano. Finalizaba la primera vuelta al mundo; como premio algunos sacos de especias que se pagarán a precios fabulosos.

La disputa entre España y Portugal por el dominio de las Molucas está en todo lo alto, el arbitraje del Papa Alejandro VI presente serias dificultades. Ningún bando quiere dar su brazo a torcer. Las conversaciones bilaterales fracasan tanto en Elvas como en Badajoz. Al año siguiente, julio de 1523, zarpa de La Coruña una expedición precipitadamente preparada, son siete naves, al mando de Gofre de Loaysa, el piloto principal es Juan Sebastián Elcano, quien lleva un paje llamado Andrés de Urdaneta.

Después de recorrer el golfo de Guinea, descubriendo la isla de Anobón, ponen rumbo al Estrecho de Magallanes que empezaran a cruzar en abril de 1524. Por fin, en junio, la escuadra tiene ante sí el infinito Pacífico, que no hace honor a su nombre porque el mismo día 2 una terrible tempestad dispersará definitivamente la flota. Tan sólo un navío, el de mayor porte, Santa María de la Victoria, llegará a las Molucas, tras quince meses terribles.

Comienza una nueva lucha, los portugueses están sólidamente asentados en Malaca. Los españoles, un sólo barco maltrecho, se disponen a la batalla. Cuando los españoles ponen pie en la isla de Gilolo, el jefe de la expedición es Zarquizano, ya que Loaysa ha muerto tres meses antes y, pocos días después, el 6 de agosto, fallece también Juan Sebastián de Elcano. Urdaneta se ha revelado como un navegante experimentado, soldado terrible y como un habilísimo interlocutor con los indígenas. Estos españoles se mantuvieron en las Molucas durante cinco años sin refuerzos, apoyándose únicamente en los reyezuelos indígenas en su lucha contra los portugueses. Hoy no nos vamos a centrar en la increible aventura la expedición a las Molucas, sino en como se descubrió el régimen de vientos que permitió realizar el denominado Tornaviaje desde las Molucas hasta Méjico.

En los treintas años siguientes hubo numerosos intentos fallidos para alcanzar Méjico desde Filipinas: fracasa Grijalva en 1536; en 1543 también el descubridor de las islas del Coral, López de Villalobos, recorre 700 leguas en dos meses y medio, y al no poder seguir, las retrocede en sólo trece días. En 1545 falla también Iñigo López de Retes. Un correo desde Filipinas a Méjico habría de pasar por el cabo de Buena Esperanza y por España: más de dos años, sin contratiempos.

Mientras tanto, Urdaneta ha vuelto a España dando la vuelta al mundo, es un consumando navegante, cosmógrafo y político. Marcha a Méjico donde viste el hábito de San Agustín. Se propone al joven rey Felipe II una expedición a Filipinas, cinco años duran los preparativos. El 21 de noviembre de 1564 zarpa la expedición casi toda pagada por Legazpi, siendo el piloto mayor Andrés de Urdaneta, con 56 años, un anciano para la época. Descubren las islas Marshall, y en enero tocan en una isla que Urdaneta llama Guam. Poco después tocan y exploran las Filipinas, así llamadas en honor del rey de Castilla y Aragón. El viaje no ha tenido grandes problemas en el recorrido de ida. Pero, ¿y la vuelta?. Hasta ahora todos han fracasado.

Aquí vino la genial intuición de Andrés de Urdaneta; tuvo la luminosa idea de volver a Méjico, no por el camino de ida, sino desviándose hacia el norte, donde esperaba encontrar vientos del oeste, semejantes a los que encontró Colón en su regreso. Y el 9 de junio, zarpa con la nave San Pedro rumbo a Nueva España, pero dirigiéndose hacia el Norte. El 22 de agosto está ya a 34º N. Llegan hasta casi 40º N, a mediados de septiembre están ya bajando por las costas americanas y al amanecer el primero de octubre, están frente al puerto mejicano de Navidad.

Así quedó descubierta la circulación de los vientos en el anticiclón del Pacífico, al quedar comprobado que, en bajas latitudes reinaban vientos del este, y de poniente en latitudes superiores, cerrándose así la circulación de una célula anticiclónica, en la que los vientos siguen en nuestro hemisferio el giro de las agujas del reloj.

Como curiosidad podemos decir que a partir de este descubrimiento los mapas empezaron a mostrar ilustraciones de barcos que recibían el viento desde poniente cuando aparecían dibujados lejos del Ecuador, mientras que antes todos los barcos recibían el viento desde Levante

martes, 19 de enero de 2010

La guerra de la oreja de Jenkins III

Los combates en el frente norteamericano tuvieron como centro Georgia, una joven colonia fundada por ex-presidiarios en 1733 que ya había conocido la guerra contra los españoles en 1735, y que se veía en el ojo del huracán por su proximidad a las posesiones españolas en Florida y las francesas en Luisiana. Con la idea de que un ataque preventivo sería la mejor defensa frente a una previsible invasión española, el gobernador James Edward Oglethorpe acordó la paz con los indios seminola con el fin de mantenerlos neutrales en el conflicto y ordenó la invasión de Florida en enero de 1740. El 31 de mayo los británicos asediaron la fortaleza de San Agustín, pero ésta resistió bien y los asaltantes se vieron obligados a levantar el sitio en julio debido a la llegada de refuerzos españoles procedentes de La Habana y retroceder hasta el otro lado de la frontera. Otros intentos británicos de penetrar en Florida fueron igualmente infructuosos.

El contraataque español, de escasa entidad debido a que la mayoría de las tropas estaban ocupadas en otros frentes, se produjo finalmente en julio de 1742. Con el fin de bloquear el paso entre la base británica de Savannah y Florida, el gobernador Manuel de Montiano dirigió una pequeña operación en la isla de Saint Simons, defendida por los fuertes Saint Simons y Frederica. Las tropas atacantes estaban formadas por soldados de San Agustín, granaderos de La Habana y milicianos negros del Fuerte Mosé, antiguos esclavos fugitivos de los británicos que habían sido acogidos y armados por los españoles para formar una peculiar fuerza fronteriza. En primer lugar, los españoles ocuparon el fuerte St. Simons con el fin de convertirlo en su base de operaciones, y luego avanzaron hacia el Frederica. Sin embargo, fueron sorprendidos en una emboscada por un conjunto de soldados ingleses, colonos escoceses de las Tierras Altas e indios yamacraw y debieron retroceder tras cosechar una docena de bajas. Durante el viaje de vuelta Montiano se dio cuenta de que algunos soldados habían quedado separados tras las líneas inglesas y planificó una expedición de rescate a través de un pantano. En medio de éste fueron emboscados de nuevo por una patrulla inglesa, pero tras unos pocos combates la pusieron en fuga hacia Frederica.

Esto encolerizó a Oglethorpe, quien ordenó a los huidos que regresaran junto con parte de la guarnición del fuerte para atacar a los españoles. Sin embargo, para cuando llegaron a la marisma se encontraron con que los escoceses habían mantenido una nueva batalla contra los españoles, matando a siete de ellos y obligándoles a retirarse al acabárseles la munición. No obstante, la presencia española en Saint Simons representaba un peligro constante, así que Oglethorpe decidió eliminarlo por medio del engaño: comunicó a un prisionero español que estaban a punto de llegar grandes refuerzos desde Charlestown (lo cual era falso, pues sólo se habían podido enviar algunas naves menores) y acto seguido lo liberó. Éste regresó a Saint Simons y comunicó la falsa noticia a Montiano, quien optó por destruir el fuerte y volver a Florida.

Esta victoria fue también enormemente exagerada por los británicos, quienes aseguraron haber matado a 50 españoles en el pantano y bautizaron a éste como Bloody Marsh porque supuestamente se había teñido de rojo con la sangre de los muertos. La fecha se conmemora todavía hoy en Georgia como el día en que el estado «evitó ser español».

Mar de Filipinas y zonas circundantes.

El 16 de septiembre de 1740, otra escuadra británica dirigida por el comodoro George Anson se dirigió hacia Sudamérica con la intención de bordear el cabo de Hornos y atacar a los españoles en el océano Pacífico. La expedición se encontró con una violenta tormenta en el extremo sur de América que destruyó uno de los barcos e impidió a otros dos bordear el cabo, obligándolos a regresar a Inglaterra. En junio de 1741 las tres naves restantes alcanzaron el archipiélago de Juan Fernández; para entonces la tripulación se había visto reducida a un tercio de la original, debido principalmente a la acción de las enfermedades. Entre el 13 y el 14 de noviembre los británicos saquearon el pequeño puerto de Paita, en la costa de Perú. Tras abandonar dos de sus buques e introducir a todos los marinos supervivientes en la nave insignia, el HMS Centurion, Anson puso rumbo a la isla de Tinian y luego a Macao con la intención de interceptar el galeón de Manila, encargado de llevar los ingresos procedentes del comercio con China a México. Sin embargo, al llegar al mar de China Meridional Anson se encontró con ataques inesperados por parte de los chinos. Para éstos, todo aquel barco que no llegase a la zona con intereses comerciales era considerado pirata y como tal debía ser apresado y hundido.

Anson no se dio por vencido y tras sortear las naves chinas durante un año logró apresar el galeón Nuestra Señora de Covadonga el 20 de junio de 1743, mientras navegaba en las cercanías de Filipinas. Las mercancías capturadas fueron revendidas a los chinos en Macao y Anson retornó entonces a Gran Bretaña tras bordear el Cabo de Buena Esperanza en 1744. Después de tantas calamidades sufridas, el comodoro se convirtió en un hombre rico gracias a las ganancias obtenidas por la captura del Covadonga. No podemos ignorar la gran hazaña naval realizada por Anson durante algo más de cuatro años.


Consecuencias
Se podría decir que la guerra entró en punto muerto a partir de 1742 (si se exceptúan las acciones menores de Anson y Knowles) pero el estallido de la Guerra de Sucesión Austriaca en Europa, en la que España y Gran Bretaña tenían intereses enfrentados, provocó que no se firmara paz alguna hasta el Tratado de Aquisgrán de 1748. Éste puso fin a todas las hostilidades, retornando prácticamente todas las tierras conquistadas a quienes las gobernaban antes de la guerra con el fin de garantizar el retorno al statu quo anterior.

En el caso de la América española, la acción del tratado fue prácticamente inexistente, ya que al final de la contienda ningún territorio (con la excepción de Louisbourg, que retornó a manos francesas) permanecía bajo otra ocupación que no fuera la original. España renovó tanto el derecho de asiento como el navío de permiso con los británicos, cuyo servicio se había interrumpido durante la guerra.

Sin embargo, esta restitución duraría apenas dos años, ya que por el Tratado de Madrid (1750), Gran Bretaña renunció a ambos a cambio de una indemnización de 100.000 libras. Estas concesiones, que en 1713 parecían tan ventajosas (y constituyeron unas de las cláusulas del Tratado de Utrecht), se habían tornado prescindibles en 1748. Además, entonces ya parecía claro que la paz con España no duraría demasiado (se rompió de nuevo en 1761, al sumarse los españoles a la Guerra de los Siete Años en apoyo de los franceses), así que su pérdida no resultaba para nada catastrófica.

La derrota británica en América y en especial en Cartagena de Indias aseguró la preponderancia española en el Atlántico hasta finales del siglo XVIII, a pesar de las continuas rivalidades con Gran Bretaña y Francia. Si Vernon hubiese tenido un éxito rotundo en su campaña, los británicos podrían haber exigido la paz antes del estallido de la contienda austríaca y probablemente habrían reclamado la entrega de Florida, Cuba e incluso porciones de la costa de Nueva Granada.

Esto habría convertido el Caribe español en un mar británico (como se pretendía) y a la larga, podría haber precipitado el expansionismo británico sobre México, al igual que la ocupación de Terranova durante la Guerra de Sucesión Española acabó pronduciendo a la desaparición del Imperio colonial francés en Norteamérica medio siglo después. No cabe duda que, en este caso, la configuración del mapa político americano posterior hubiese sido muy diferente.

Visión de los ingleses
Hasta bien entrado entrado el siglo XIX, la valoración de la Guerra de la oreja de Jenkins en Gran Bretaña estuvo basada en el estudio de panfletos, correspondencia, debates parlamentarios y artículos periodísticos realizados en la misma época de los combates o poco después, por lo que lógicamente eran cualquier cosa menos imparciales. Vernon, por ejemplo, ya comienza a defender sus acciones en su correspondencia mucho antes de regresar del Caribe. En esta empresa le apoyó fuertemente Charles Knowles, quien en su libro Account of the Expedition to Carthagena (publicado en 1743 tras dos años circulando como panfleto) no dudaba en atribuir toda la culpa del fracaso al general Wentworth.

Hasta comienzos del siglo XX no se realizó el primer estudio científico serio sobre el conflicto. Un británico, Sir Herbert Richmond, basándose exclusivamente en las evidencias y fuentes disponibles, publicó The Navy in the War of 1739–1748 entre 1907 y 1914, como parte de una colección de estudios sobre la Historia de la Marina. Aunque es cierto que Richmond dejó que su obra se viese influida por sus propios prejuicios acerca de la influencia civil sobre la Marina (el autor culpa sin reparos del fracaso al gabinete de Walpole, juzgándolo incompetente e indeciso), el texto se sigue considerando en la actualidad como una de las grandes obras de investigación de la literatura inglesa sobre la Royal Navy.

Nuevos trabajos, entre los que destaca el libro Amphibious warfare in the eighteenth century. The British Expedition to the West Indies, 1740–1742 de Richard Harding, suelen minusvalorar el texto de Richmond, en especial en lo que concierne a la figura de Edward Vernon. En una detallada reconstrucción de la expedición británica a las Indias Occidentales, Harding consigue reconstruir tanto un relato sin fisuras en los aspectos militares e históricos de la guerra, como demostrar la parte de culpa que tuvo Vernon en el fracaso británico.

Bibliografia:

es.wikipedia.org
Herbert Richmond, The Navy in the war of 1739-1748. (www.archives.org)

viernes, 15 de enero de 2010

La guerra de la oreja de Jenkins II

Vernon ordenó bloquear el puerto el 13 de marzo de 1741, al tiempo que desembarcaba un contingente de tropas y artillería destinado a tomar el Fuerte de San Luis de Bocachica, contra el que abrieron fuego de forma simultánea las naves británicas a razón de 62 cañonazos por hora. Lezo dirigió cuatro de las naves en ayuda de los 500 soldados que defendían la posición con Des Naux a la cabeza, pero los españoles hubieron de retirarse finalmente hacia la ciudad, que ya estaba comenzando a ser evacuada por la población civil.
Tras abandonar también el castillo de Bocagrande, los españoles se reunieron en la castillo San Felipe de Barajas mientras los virginianos de Washington se desplegaban en la cercana colina de La Popa para tomar posiciones. Fue entonces cuando Edward Vernon cometió el error de dar la victoria por conseguida y mandó un correo a Jamaica comunicando que había conseguido tomar la ciudad. El informe se reenvió más tarde a Londres, donde las celebraciones alcanzaron cotas aún mayores que las realizadas por Portobelo, llegando a acuñarse medallas conmemorativas en las que aparecía Blas de Lezo arrodillándose ante Vernon.
Por aquel entonces Blas de Lezo era tuerto, cojo y tenía una mano impedida debido a diferentes heridas sufridas años atrás (era conocido como Mediohombre), pero ninguna de estas taras se reflejó en las medallas con el fin de que no se tuviese la idea de haber derrotado a un enemigo débil.
Pero para desgracia de Vernon, lo que estaba por llegar no era la tan esperada victoria británica. La noche del 19 de abril se produjo un asalto a San Felipe que se juzgaba definitivo, llevado a cargo por tres columnas de granaderos apoyados por los jamaicanos y varias compañías británicas, convenientemente ayudados por la oscuridad y el constante bombardeo procedente de los buques. Al llegar se encontraron con que Blas de Lezo habia hecho excavar fosos al pie de las murallas por lo que las escalas eran demasiado cortas, de tal manera que no podían atacar ni huir debido al peso del equipo. Aprovechando esto, los españoles abrieron fuego contra los británicos, produciéndose una carnicería sin precedentes. Al amanecer, los defensores españoles abandonaron sus posiciones y cargaron contra los asaltantes a la bayoneta, masacrando a la mayoría y haciendo huir a los que quedaban hacia los barcos. A pesar de los constantes bombardeos y el hundimiento de la pequeña flota española por el propio Lezo, para bloquear la bocana del puerto, los españoles se las ingeniaron para impedir desembarcar al resto de las tropas inglesas, que se vieron obligadas a permanecer en los barcos durante un mes más sin provisiones suficientes.
El 9 de mayo, con la infantería prácticamente destruida por el hambre, las enfermedades y los combates, Vernon se vio obligado a levantar el asedio y volver a Jamaica. Seis mil británicos murieron frente a menos de mil muertos españoles, dejando algunos barcos ingleses tan vacíos que fue preciso hundirlos por falta de marinería. La mayor operación de la Royal Navy hasta el momento se saldaba también como la mayor derrota de su historia.

Vernon trató de paliar este gran fracaso atacando a los españoles en la bahía de Guantánamo en Cuba y luego, el 5 de marzo de 1742 y con la ayuda de refuerzos llegados desde Europa, en Panamá. Allí esperaba repetir el éxito de Portobelo y fue precisamente a este lugar adonde se dirigió. Sin embargo, los españoles abandonaron la plaza (que seguía destruida) y se replegaron hacia Ciudad de Panamá, desbaratando el posterior intento británico de desembarcar y plantar batalla en tierra. Vernon se vio obligado finalmente a regresar a Inglaterra, donde comunicó que el triunfo del que había informado previamente no existía. Esto causó tal vergüenza a Jorge II que el propio rey prohibió escribir sobre el asunto a sus historiadores.


Cuba no volvería a tener un papel relevante en la guerra hasta 1748, año en que el contralmirante británico Charles Knowles dejó Jamaica con la intención de interceptar la Flota de Indias en su viaje desde Veracruz a La Habana. Tras rondar durante varios meses las costas de la isla, la escuadra de Knowles se enfrentó finalmente con la flota de La Habana mandada por el general Andrés Reggio el 1 de octubre en el canal de las Bahamas. Este enfrentamiento terminó sin un claro vencedor. Posteriormente, Knowles puso rumbo a La Habana, donde el 12 de octubre se topó casi por casualidad con una pequeña escuadra española de 6 barcos dirigida por Reggio y el también general Benito Spínola. A pesar de su superioridad, la flota británica sólo pudo hundir un barco y dañar lo suficiente otro como para obligar a su propia tripulación a incendiarlo. Las otras cuatro naves españolas regresaron a La Habana. Knowles, no obstante, consideró que no lo había hecho mal y mandó un informe a Londres diciendo que se disponía a capturar la Flota de Indias. Para su sorpresa, lo que recibió fue una reprimenda, ya que los gobiernos británico y español habían firmado la paz pocos días antes.
Continuará

miércoles, 13 de enero de 2010

La guerra de la oreja de Jenkins I

La conclusión de la Guerra de Sucesión Española, con el tratado de Utrecht no había supuesto únicamente el desmembramiento del patrimonio de la monarquía hispánica en Europa. Inglaterra, ya Gran Bretaña, aparte de haber evitado la creación de una potencia hegemónica en el continente europeo (con la combinación de las monarquías borbónicas de Francia y España, junto con las posesiones de la última en el continente), había conseguido amplias concesiones comerciales en el imperio español en América. Así, aparte de la posesión de Gibraltar y Menorca (territorios reclamados porfiadamente por España durante todo el siglo XVIII), Gran Bretaña había obtenido el denominado «asiento de negros» (posibilidad de vender esclavos negros en la América hispana) durante treinta años y la concesión del «navío de permiso» (que permitía el comercio directo de Gran Bretaña con la América española por el volumen de mercancías que pudiese transportar un barco de 500 toneladas de capacidad), rompiendo así el monopolio para el comercio con la América española, restringido con anterioridad por la Corona a comerciantes provenientes de la España metropolitana. Ambos acuerdos comerciales estaban en manos de la Compañía de los Mares del Sur.

Sin embargo, el comercio directo de Gran Bretaña con la América española sería una fuente constante de roces entre ambas monarquías. Aparte de ello, existían otros motivos de conflicto: problemas fronterizos en América del Norte entre Florida (española) y Georgia (británica), quejas españolas por el establecimiento ilegal de cortadores de palo británicos en las costas del Caribe, reclamación constante de retrocesión de Gibraltar y Menorca por parte de España, el deseo británico de dominar los mares, algo difícil de conseguir ante la recuperación de la marina española y la rivalidad consiguiente entre Gran Bretaña y España, lo que ya había ocasionado previamente una corta guerra entre ambos países en 1719 en la que llegó a darse un fallido intento español de invadir Inglaterra.
Sin embargo, en el terreno comercial era donde los roces produjeron un incesante crecimiento de la tensión. España mantenía el monopolio comercial con sus colonias en América, con la única salvedad de las concesiones hechas a Gran Bretaña, relativas al navío de permiso y el comercio de esclavos.
Bajo las condiciones del Tratado de Sevilla (1729), los británicos habían acordado no comerciar con las colonias de la América española (aparte del navío de permiso), para lo cual acordaron permitir, a fin de verificar el cumplimiento del tratado, que navíos españoles interceptaran a los navíos británicos en aguas españolas para verificar su carga, lo que se conoció como «derecho de visita».
Sin embargo, las dificultades de abastecimiento de la América española propiciaron el surgimiento de un intenso comercio de contrabando en manos de holandeses y, fundamentalmente, británicos. Ante tales hechos, la vigilancia española se incrementó, al tiempo que se fortificaban los puertos y se mejoraba el sistema de convoyes que servía de protección a la valiosa flota del tesoro que llegaba de América. De acuerdo con el «derecho de visita», los navíos españoles podrían interceptar cualquier barco británico y confiscar sus mercancías, ya que, a excepción del navío de permiso, todas las mercancías con destino a la América española eran, por definición, contrabando. De esta forma, no sólo navíos reales, sino otros navíos españoles en manos privadas, con concesión de la corona y conocidos como guarda costas, podían abordar los navíos británicos y confiscar sus mercancías. Tales actividades eran, sin embargo, calificadas de piratería por el gobierno de Londres.
Aparte del contrabando, seguía habiendo barcos británicos dedicados a la piratería. Buena parte del continuo hostigamiento de la Flota de Indias recaía sobre la tradicional acción de corsarios ingleses en el Mar Caribe, que se remontaba a los tiempos de Francis Drake. Las cifras de barcos capturados por ambos bandos difieren enormemente y son por tanto muy difíciles de determinar: hasta septiembre de 1741 los ingleses hablan de 231 buques españoles capturados frente a 331 barcos británicos abordados por los españoles; según éstos, las cifras respectivas serían de sólo 25 frente a 186. En cualquier caso, es de notar que para entonces los abordajes españoles con éxito seguían siendo más frecuentes que los británicos.
Entre 1727 y 1732, transcurrió un periodo especialmente tenso en las relaciones bilaterales, al que siguió un periodo de distensión entre 1732 y 1737, gracias a los esfuerzos en tal sentido del primer ministro británico —whig—, sir Robert Walpole y del Ministerio de Marina español, a lo que se unió la colaboración entre ambos países en la Guerra de Sucesión de Polonia. No obstante, los problemas siguieron sin resolverse, con el consiguiente incremento de la irritación en la opinión pública británica (en la primera mitad del siglo XVIII empieza a consolidarse el sistema parlamentario británico, con la aparición de los primeros periódicos). La oposición a Walpole (no solo tories, sino también un número significativo de whigs descontentos) aprovechó este hecho para acosar a Walpole (conocedor del balance de fuerzas y, por lo tanto, contrario a la guerra con España), comenzando una campaña a favor de la guerra. En este contexto se produjo la comparecencia de Robert Jenkins ante la Cámara de los Comunes en 1738, un contrabandista británico cuyo barco, el Rebecca, había sido apresado en abril de 1731 por un guarda costas español, confiscándose su carga. Según el testimonio de Jenkins, el capitán español, Julio León Fandiño, que apresó la nave, le cortó una oreja al tiempo que le decía: «Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve». En su comparecencia ante la cámara, Jenkins apoyó su testimonio mostrando la oreja amputada.
La oposición parlamentaria y posteriormente la opinión pública sancionaron los incidentes como una ofensa al honor nacional y claro casus belli . Incapaz de hacer frente a la presión general, Walpole cedió, aprobando el envío de tropas a América y de una escuadra a Gibraltar al mando del almirante Haddock, lo que causó una reacción inmediata por parte española. Walpole trató entonces de llegar a un entendimiento con España en el último momento, algo que se consiguió momentáneamente con la firma del Convenio de El Pardo (14 de enero de 1739), por el que ambas naciones se comprometían a evitar la guerra y a pagarse compensaciones mutuas, además de acordarse un nuevo tratado futuro que ayudase a resolver otras diferencias acerca de los límites territoriales en América y los derechos comerciales de ambos países.
Sin embargo, el Convenio fue rechazado poco después en el parlamento británico, contando también con la decidida oposición de la Compañía de los Mares del Sur. Estando así las cosas, el rey Felipe V exigió el pago de las compensaciones acordadas por parte británica antes de hacerlo España.
En ambos lados las posiciones se endurecieron, incrementándose las preparativos para la guerra. Finalmente, Walpole cedió a las presiones parlamentarias y de la calle, aprobando el inicio de la guerra. Al mismo tiempo, el embajador británico en España solicitó la anulación del «derecho de visita». Lejos de plegarse a la presión británica, Felipe V suprimió el «derecho de asiento» y el «navío de permiso», y retuvo todos los barcos británicos que se encontraban en puertos españoles, tanto en la metrópoli como en las colonias americanas. Ante tales hechos, el gobierno británico retiró a su embajador de Madrid (14 de agosto) y declaró formalmente la guerra a España (19 de octubre de 1739).

Puerto Bello

La primera acción fue protagonizada por el almirante Edward Vernon, quien al mando de seis naves capturó y destruyó Puerto Bello (actual Portobelo, en Panamá), un centro de exportación de plata en el Virreinato de Nueva Granada en noviembre de 1739. El éxito fue enormemente magnificado por la naciente prensa inglesa, la cual publicó toda clase de sátiras sobre las fuerzas españolas al tiempo que lanzaba vítores a Vernon. Durante una cena en honor a éste a la que asistió el rey Jorge II de Inglaterra, en 1740, se presentó un nuevo himno creado para conmemorar la victoria, que no es otro que el actual himno nacional británico God Save the King. Un vestigio de estas celebraciones puede aún encontrarse en el mapa de la ciudad de Londres: la conocida calle de Portobello Road, aunque urbanizada en la segunda mitad del siglo XIX, deriva su nombre de una granja situada anteriormente en el lugar, y denominada Portobello Farm en conmemoración de esta batalla.

Nueva Granada (la batalla de Cartagena)

La inesperada victoria en Puerto Bello (que no recuperaría su importancia portuaria hasta la construcción del Canal de Panamá) condujo a un cambio en los planes británicos. En lugar de concentrar su siguiente ataque sobre La Habana con la intención de conquistar Cuba, como se había previsto, Vernon partiría otra vez hacia Nueva Granada para atacar Cartagena de Indias, puerto principal del Virreinato y punto de partida principal de la Flota de Indias hacia la Península Ibérica. Los británicos reunieron entonces en Jamaica la mayor flota vista hasta entonces, compuesta por 186 naves (60 más que la famosa Gran Armada de Felipe II) a bordo de las cuales iban 2.620 piezas de artillería y más de 27.000 hombres, entre los que se incluían 10.000 soldados británicos encargados de iniciar el asalto, 12.600 marineros, 1.000 macheteros esclavos de Jamaica y 4.000 reclutas de Virginia dirigidos por Lawrence Washington, hermanastro del que sería padre de la independencia de Estados Unidos.

La difícil tarea de defender la plaza corrió a cargo del veterano marino vasco Blas de Lezo, curtido en numerosas batallas navales de la Guerra de Sucesión Española en Europa y varios enfrentamientos con los piratas en el Caribe y Argelia. Apenas contaba con la ayuda de Melchor de Navarrete y Carlos Desnaux, una flotilla de seis naves (la nao capitana Galicia más los buques San Felipe, San Carlos, África, Dragón y Conquistador) y una fuerza de 3.000 hombres entre soldados y milicia urbana a la que se unieron 600 arqueros indios del interior.

Continuará

jueves, 7 de enero de 2010

Ataque inglés a Lisboa en 1589

El fracaso de la contraofensiva inglesa de 1589

La abortada contrarmada de Drake para la toma de Lisboa demostró que España, igual que Inglaterra, resultaba fundamentalmente inviolable por tierra y que se prometía más rentable la guerra náutica y colonial.
España bajo los Austrias John Lynch


Basado en un documento del Archivo de Simancas, Avisos de Inglaterra de 2 de agosto 1589, desempolvado por Hugo O´Donnell y duque de Estrada, Revista de Historia Naval, 1982.

El autor del documento debió ser un agente de la corona de España, lo que se llamaba un confidente. El destinatario es el jefe de la red para asuntos de los países anglosajones: Alejandro Farnesio, duque de Parma.

Es una relación testimonial de la reacción oficial y popular ante el conocimiento del desastre de la Gran Armada, circunstancia que le brindó a la reina Isabel la oportunidad de pasar a la ofensiva, en noviembre de 1588 comenzaron los preparativos. La Reina, hasta entonces tan cauta frente a España, dio su conformidad a un plan absurdo y precipitado, con mucho de negocio mercantil. El pretexto oficial era el de poner en el trono de Portugal al pretendiente don Antonio, prior de Crato, en ese momento refugiado en Inglaterra. Esto carecía de base jurídica, ya que el mejor derecho correspondía a la católica majestad del rey Felipe II de España, cuya madre, la emperatriz, fue la hija mayor de don Manuel el Afortunado.

El peligro para España era claro, se desprende de las capitulaciones con la Reina y su consejo por las que don Antonio prometió en pago de la ayuda de la flota y ejército expedicionario ingleses, el tributo perpetuo de 300.000 ducados de oro al año y la entrega de 5.000.000 a los dos meses de la conquista. Las sedes episcopales sería ocupadas por católicos ingleses fieles al gobierno inglés y, lo que era más grave aún, aceptaba guarnecer los castillos y fortalezas con tropas inglesas mantenidas por los portugueses. Además de futuras concesiones comerciales en la Indias portuguesas. Todo esto convertiría a Portugal en una mera dependencia militar y mercantil de Inglaterra.

El mando naval de la expedición lo ostentaría Drake, mientras que la fuerza expedicionaria obedecería las órdenes de Ralph Norris. El 13 de abril de 1589 salió de Plymouth la flota que se dirigió a La Coruña, donde intentaba conseguir aprovisionamiento gratis para las naves gracias al saqueo. El Rey Felipe II estaba más preocupado por la posible caída en poder de los ingleses de las reliquias del Santo Apostol Santiago. El pueblo coruñés hizo frente a todos los ataques con gran heroísmo como reconoció el hispanista Thomas Walsh. Los vecinos se apresuraron a comprar armas y hasta las mujeres lucharon detrás de los hombres con piedras y agua hirviendo.

Don Antonio y sus aliados tuvieron que hacerse a la vela el 1 de mayo de 1589, sólo pudieron saquear y quemar la pescadería y el monasterio de Santo Domingo. Este retraso ante La Coruña permitió al representante del rey en Portugal, el cardenal Alberto, completar sus preparativos de defensa.

Tras desembarcar a varias millas de Lisboa, los ingleses tomaron la fortaleza de Peniche; pero los caballeros portugueses permanecieron fieles al Cardenal y las tropas invasoras, tras destruir y saquear algunos barcos de la Liga Hanseática fondeados en el Tajo, tuvieron que hacerse a la vela y regresar a Inglaterra pues no tuvieron deseos de enfrentarse a la tropas de infantería española.

La mayor parte del pueblo bajo portugués no aceptaba la dominación española, pero Felipe II había aprendido la lección de los Países Bajos y llevó a cabo un inteligente uso del dinero, se creó un partido hispanófilo. La nación necesitaba del tesoro americano, sus naves servían con buenas ganancias a España. El Rey Felipe II respetó todos los acuerdos tomados antes de la ocupación: la asamblea sería portuguesa, los cargos políticos y administrativos serían ocupados por naturales del país, no habría fuerzas de ocupación y la defensa nacional estaba encomendada a tropas portuguesas, que combatieron duramente al pretendiente. Se habían suprimido las aduanas fronterizas y prohibido los impuestos castellanos. Portugal no fue incorporado ni tratado como nación sometida.

Por todo esto, los portugueses lucharon contra los invasores con denuedo y fiereza. Los ingleses perdieron de 16.000 a 17.000 personas y de ellos cerca de 4.000 marineros. A la vuelta sufrieron de hambre, necesidad y calores, muriendo muchos más soldados y marineros, aunque de los oficiales superiores sólo murió el tesorero general de la Armada. Perdieron de 12 a 15 bajeles de la Armada sin haberse encontrado con ninguna nave española. Los supervivientes fueron reembarcados y regresados a Plymouth, muriendo muchos aún después de llegar a Inglaterra por las penalidades sufridas; su derrota redundó en descrédito de Drake, que no volvió a la gracia de Isabel hasta 1594. Los ingleses cambiaron su forma de actuar, y comenzaron a conceder patentes de corso para hostigar las posesiones españolas.

En opinión de John Lynch la piratería es un signo de debilidad, no de fuerza. Las acciones inglesas eran un tributo a la potencia superior de España, pues ésta poseía las colonias que Inglaterra sólo podía asaltar. Esto sería así durante todo el siglo XVII y bastante parte del XVIII. La situación sólo cambiaría a principios del s. XIX con la independencia de la América Hispana y la introducción del librecambismo en las relaciones internacionales.

martes, 5 de enero de 2010

Buenos propósitos para el Año Nuevo

Voy a poner un mínimo de dos entradas a la semana. Es una buena forma de obligarme a escribir sobre lo mucho que leo.

Hace unas semanas me comentó Javier Valdés, o Javi el asturiano, que quizá fuera una buena idea centrarme en algún tipo determinado de historias, anécdotas o curiosidades. Después de pensarlo bastante, creo que tiene razón.

Así que, como mi gran afición después de leer es el mar, he decidido dedicarle un buen número de entradas de este nuevo año a las batallas navales, los descubrimientos geográficos y las exploraciones náuticas.

Por esto, he empezado el año recordando la batalla de Salamina. Seguiré por este camino intercalando batallas con exploraciones, haciendo fuerte hincapié en los descubrimientos españoles del siglo XVI, sin olvidar a los portugueses, nuestros grandes competidores y a veces enemigos.

En otro orden de cosas, (cómo me gusta esta construcción gramatical):

Los que me conocen saben que no soy cristiano (me eduqué en los Salesianos y allí pronto aprendía uno que una cosa era predicar y otra muy diferente dar trigo), pero con este gobierno de criptoderecha que tenemos un ciudadano debe posicionarse.

Yo defiendo nuestra cultura greco-romana, de inspiración judeo-cristiana, pasada por el tamiz del Renacimiento, de la Reforma y la Contrarreforma y de la Ilustración. Asi que:

FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO NUEVO.

Disfrutad de la Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo, Salvador del Mundo

La batalla de Salamina

Precedentes

En el año 490 a. C. los atenienses lograron derrotar al ejército persa en la batalla de Maratón. Después de la batalla, la flota y el ejército persa se retiraron al Asia Menor. Atenas se convirtió en la potencia predominante de la Hélade.
Darío I, rey de Persia, murió en el año 486 a. C. cuando preparaba una segunda campaña contra Grecia, le sucedió en el trono su hijo Jerjes. Este continuó con la preparación de la aplazada invasión a Grecia en la que empleó cuatro años. En esta preparación hizo construir un canal en la península Salónica para que pasaran sus naves, acumuló provisiones para el ejército a lo largo de la ruta por Tracia y construyó dos puentes de barcos en Sardes para que el ejército cruzara el estrecho de los Dardanelos.
En esa época vivía en Atenas un hombre excepcional, Temístocles, dotado de gran clarividencia pues después de la victoria de Maratón predicó que esta victoria significaba nada más que el comienzo de la guerra contra Persia y no el fin como estimaba la mayoría. Manifestó que en una guerra contra Persia lo único que podría salvar a Atenas era contar con una poderosa flota con la cual ejercer el dominio del mar.
Coincidió que en esa época, 483 a. C., se descubrió en Laurión, al sur de Atenas, un rico yacimiento de plata. Los atenienses, al principio, quisieron repartir la riqueza del mineral entre los ciudadanos atenienses, pero Temístocles convenció a la Asamblea de que se gastara esta riqueza en construir la poderosa flota que necesitaban. Con las ganancias se construyeron doscientos trirremes.
En el invierno del año 481 a.C., Jerjes inició su campaña contra Grecia cruzando el Helesponto por los puentes construidos con barcos.

De las Termópilas a Salamina

El Congreso de las ciudades griegas conformado por 31 ciudades-estado presididas por Esparta decidió enfrentar a los persas enviando su flota a Artemisio, en la costa noroccidental de la isla de Eubea y al ejército, mandado por Leónidas I, rey de Esparta, al paso de las Termópilas. El ejército persa derrotó a los griegos muriendo en forma heroica Leónidas y sus hoplitas pues no contaba con fuerzas suficientes con las que enfrentar a los persas.
Después de la derrota en las Termópilas, agosto de 480 a.C., en Atenas reinaba la consternación. Sin embargo, en lugar de pensar en rendirse, los atenienses tomaron las más heroica decisión de su historia. Fortificaron y guarnecieron la Acrópolis, evacuaron Atenas y el Ática trasladando a sus familias a Egina, Salamina y Trecena.
El ejército griego se retiró tras el muro de 6 kilómetros de largo que cruza el Istmo de Corinto protegiendo la entrada al Peloponeso.
El oráculo de Delfos fue consultado y ofreció la siguiente profecía: la victoria griega pasaría por la construcción de una muralla de madera. Esta muralla de madera fue interpretada por Temístocles como una formación de barcos.
La mayoría de los líderes griegos consideraba que lo mejor era hacer caso a la interpretación de Temístocles, los espartanos, con Euribíades al frente, creían que era preferible presentar batalla en Corinto para tener espacio para replegarse en caso de derrota. Sin embargo, fueron convencidos por Temístocles para luchar en Salamina.
Durante la discusión entre los líderes griegos, Atenas fue destruida tras ser saqueada por las recién llegadas tropas persas, que tomaron este ataque como una revancha por las derrotas sufridas anteriormente. La leyenda cuenta que Jerjes tras destruir la bella ciudad ordeno reconstruirla al día siguiente, aunque ya era tarde y la afrenta jamas le fue perdonada por los griegos.

Tropas participantes

Los persas: Iban al mando del propio rey Jerjes. El jefe del ejército era el general Mardonio. El número de hombres va desde los 2.641.610 que indica Heródoto hasta los 150.000 que indican historiadores modernos. El jefe naval era el almirante Ariabigne. Las naves de guerra eran 1.207 y los transportes 3.000 proporcionadas por sus aliados: egipcios, jonios, griegos y fenicios. En Salamina no se sabe cuantas naves de guerra participaron, sí sabemos que el contingente egipcio en esa oportunidad fue de 200 naves.
Los griegos: La armada griega estaba compuesta por 366 naves proporcionadas por 12 ciudades estado confederadas de las cuales 180 pertenecían a Atenas al mando de Temístocles. Aunque nominalmente el mando de toda la flota lo tenía Esparta bajo el general Euribíades, es muy posible que las tácticas usadas fueran de origen ateniense.

Movimientos previos

Temístocles sabía que la simple unión de los griegos no vencería a los persas, así que envió un esclavo al campamento de Jerjes para engañarle. El mensaje que llevaba el esclavo era que los griegos no estaban de acuerdo en cuanto al emplazamiento donde debían presentar batalla y que muchos, temerosos, huirían antes de llegar la flota persa. Además, le dijo que si Jerjes ordenaba el ataque, las naves atenienses (la mayor parte de la flota griega) se volverían y atacarían a los demás griegos.
Jerjes creyó el engaño de Temístocles, por lo que cercó la salida de la isla de Salamina. La opinión de sus consejeros estaba dividida en cuanto a qué debía hacer ahora que la isla estaba cercada. Su general Mardonio prefería iniciar un ataque contra las posiciones griegas, mientras que Artemisia I de Caria, aliada de los persas y primera mujer almirante de la historia, creía que las pesadas naves persas maniobrarían mal en las recortadas costas de Salamina, por lo que aconsejó a Jerjes que esperara a que los griegos quedaran sin suministros y se rindiesen. Jerjes hizo caso al consejo de Mardonio. Jerjes, estaba tam seguro de su victoria, que mandó construir un trono en lo alto de un monte situado al norte del Pireo para contemplar la batalla.

La batalla

Mientras Jerjes tomaba la Acrópolis ateniense, pasando a cuchillo a sus defensores, la flota griega reunía un consejo de guerra en el que Temístocles convenció a Euribíades de enfrentar a la flota persa en el canal del este de Salamina en lugar de hacerlo en el mar frente al istmo de Corinto. Según Temístocles combatir en mar abierto representaba una gran desventaja para los griegos, en cambio luchar en el estrecho brazo de mar de acceso a Salamina les daría la victoria pues ellos podrían maniobrar mejor que las pesadas naves persas.
En la mañana del 22 de septiembre se reunió nuevamente el consejo de guerra para tratar el tema del lugar donde enfrentar a la flota persa, ante lo cual Temístocles salió en secreto del consejo enviando un mensajero a la flota de los medos para comunicarles que debido al miedo, los griegos estaban considerando emprender la fuga, por lo que si los atacaban ahora los griegos no opondrían resistencia.
Jerjes creyó el mensaje enviado por el ateniense, pues sabía de las disputas que existían entre los griegos. Por lo que decidió bloquear los estrechos oriental y occidental de Salamina, embotellando a la flota griega. Para ello envió a la armada egipcia compuesta por 200 navíos a bloquear el estrecho occidental mientras el resto de su flota la formó en una triple línea que iba desde el sur del promontorio Cinosura en Salamina hasta el Pireo. La isla de Psitalia fue ocupada por tropas persas poco antes del amanecer del día 23.
Los griegos supieron que los persas habían cerrado los dos canales que rodean Salamina. Ante esto formaron sus naves en una línea de batalla en el canal oriental, entre la ciudad de Salamina y la playa del monte Heraclión, alineándose las 16 naves espartanas a la derecha, a la izquierda las naves atenienses compuestas por más de la mitad del total de la flota y en el centro el resto de de las naves aportadas por las otras ciudades-estado.
Las naves persas comenzaron a emtrar en el canal, los fenicios a la derecha y los jonios a la izquierda. Apenas iniciado este movimiento debido al gran número de naves persas, las columnas comenzaron a deshacerse. Pero la debacle comenzó por las tarde cuando al subir la marea, la corriente que entraba por el oeste del estrecho, dio impulso a las naves griegas y en cambio, hizo virar y chocar entre sí a las líneas persas, sorprendidas de frente. haciendolas fáciles presas para los griegos. Los persas se retiraron en medio de una gran confusión, y Jerjes tuvo que abandonar precipítadamente el trono que se había preparado. La batalla duró entre siete y ocho horas.
Los griegos no persiguieron a los persas. Arístides acabó con las tropas persas que habían ocupado la isla de Psitalia, las naves persas regresaron a Falero y los griegos a Salamina. Temístocles fue considerado por toda Grecia el héroe de la jornada. La propia Esparta le concedió, como recompensa, una corona de olivo.

Consecuencias

Salamina en el aspecto táctico no fue una gran victoria, pero estratégicamente tuvo un caráter decisivo para ambos pueblos. Los griegos perdieron 40 barcos, mientras que 200 de los persas fueron destruidos y otros muchos, capturados. Sin embargo, lo peor fue el gran golpe sufrido en su prestigio. Presagió las revueltas que tendría que afrontar en el futuro cercano, especialmente entre los griegos de Jonia. Hasta Salamina, el dominio del mar Egeo había sido indiscutible para Persia, pero después de la batalla se le hizo muy difícil mantener el abastecimiento de su numeroso ejército en la Grecia.
Terminada la batalla, Jerjes se preocupó especialmente de la suerte que podían correr sus puentes en el Helesponto por lo que envió inmediatamente la flota a Asia para proteger la costa oriental del Egeo y pocos días después se puso en marcha hacia el norte con su ejército, dejando en Grecia un ejército de ocupación de 300.000 hombres al mando de Mardonio.

Bibliografía:
Dickie, I. y otros. Técnicas bélicas de la guerra naval, 1190 a.C. hasta el presente
Wikipedia: La batalla de Salamina