jueves, 21 de junio de 2012

RECOMPENSAS REPUBLICANAS POR EL HUNDIMIENTO DEL BALEARES


Sobre el combate naval conocido como “del cabo de Palos” existe abundante y valiosa bibliografía. Haremos un somero resumen.  

A principios de 1938 la Flota republicana mostraba una casi absoluta falta de iniciativa, dejando el dominio del Mediterráneo en manos de la Flota nacional, inferior en muchos aspectos, pero no en profesionalizad y agresividad. La situación provocó un exceso de confianza en la Flota franquista; la sensación de potencia de los cruceros nacionales hacía olvidar la peligrosidad intrínseca de los numerosos destructores republicanos que podían infligir importantes daños a los colosos de acero. Y así sucedió, en un encuentro fortuito que tuvo lugar entre la isla de Formentera y el cabo de Palos el día 6 de marzo. Los cruceros naciones Canarias, Baleares y Cervera daban escolta a los mercante Altube Mendi y Azcori Mendi, procedentes de Italia. Por otro lado, un grupo de combate republicano formado por los cruceros Libertad y Méndez Núñez y los destructores Lepanto, Antequera y Sánchez Barcáiztegui se había hecho a la mar el día anterior escoltando a unas lanchas rápidas que debían atacar la base de Palma.  
Ambos contendientes suponían al enemigo lejos, en otras aguas, y la sorpresa fue mutua. Amparados en las sombras, el Lepanto y el Antequera llevaron a cabo un ataque con torpedos que resultó eficaz y afortunado: en poco más de un minuto el Baleares se fue a pique. Los nacionales se alejaron del lugar, pero los republicanos fueron incapaces de explotar la situación. Cuando ambas flotas se separaron, 788 hombres habían perecido y la República había obtenido un gran éxito.  
Se celebró con la concesión a los participantes en la operación de las más altas recompensas: la Placa Laureada de Madrid para el comandante de la escuadra, Luis González de Ubieta, y el Distintivo de Madrid para el resto de hombres y naves.  



El 31 de octubre de 1936 la parte del Ejército español que permanecía leal a la legalidad republicana estrenaba un nuevo sistema de divisas y uniformidad. Se trataba de una iniciativa encaminada a conseguir que el ejército que estaba naciendo, el Ejército Popular, fuese nuevo también en cuanto a sus símbolos y formas, incluidas las condecoraciones. El nuevo sistema de condecoraciones no comportaba una ruptura total, sino una traducción de las viejas tradiciones militares al lenguaje de la nueva realidad. La más importante de las recompensas, la Placa Laureada de Madrid, no es otra cosa que una versión republicana de la Cruz Laureada de San Fernando, adaptada ahora a la mítica de Madrid como capital mundial del antifascismo. En las otras medallas continuarán vivos los valores clásicos del mérito militar, el valor individual, etc. De carácter absolutamente nuevo, más político que militar, sólo encontramos la Medalla de la Segunda Guerra de Independencia y una recompensa creada especialmente para los combatientes extranjeros, la Medalla de las Brigadas Internacionales.  



La Placa Laureada de Madrid sólo fue concedida a tres hombres: el general don José Miaja Menant (12 de junio de 1937 por la defensa de Madrid), el general don Vicente Rojo Lluch (10 de enero de 1938 por la efímera conquista de Teruel) y, finalmente, el capitán de corbeta don Luis González de Ubieta (16 de marzo de 1938 por el hundimiento del Baleares). Hubo algunos hombres que la recibieron a título póstumo: Ambrosio Ristori de la Cuadra, Domiciano Leal Sargenta y Manuel Álvarez Álvarez e, incluso, uno al que nunca se la entregaron: Leocadio Mendiola




El Distintivo de Madrid se concedía como recompensa colectiva y estaba equiparado en cuanto a méritos a la Placa Laureada de Madrid. Este distintivo lo ostentaban las banderas o enseñas de las unidades recompensadas, aunque también existió un distintivo personal, que podía lucirse, bordado en seda verde, en la manga izquierda de la camisa. Esta era la norma general. Pero para la ocasión que nos ocupa se creó otro diseño que refleja con meridiana claridad la misma esencia de la distinción, es decir, el mito de la ciudad de Madrid como emblema de la lucha por la República española; de hecho, el diseño se corresponde totalmente con el escudo de la Villa de Madrid, bordado en oro y plata.  



La España republicana celebró esta victoria de muchas formas, incluso cantando una curiosa adaptación de un tema muy popular que decía:  



No hay quien pueda,  
No hay quien pueda  
Con la gente marinera;  
Marinera, luchadora  
Que defiende su bandera.  
El Baleares ardió.  
¿Dónde está?, ¿dónde está?  
Nuestra Armada lo hundió en el fondo del mar.  



Por desgracia para los intereses republicanos, no hubo ningún efecto a posteriori. La propaganda republicana no supo o no pudo generar una corriente de confianza en su Flota, un desvertebrado conjunto de buques que, pese a su potencial, era burlado día a día en todos los mares y que no podía impedir la aparición del espectro del hambre y el racionamiento en la zona leal. Como es bien sabido, la Marina republicana no ganó en acometividad ni en eficacia, y permaneció hasta el final en sus puertos, salvo alguna acción esporádica que no pudo cambiar el statu quo de las flotas españolas en el Mediterráneo.  
Finalmente, hay un factor interesante a resaltar. La España republicana fue, en lineas generales, profundamente antimilitarista, y es por ello que todo lo relacionado con las condecoraciones, distinciones y recompensas militares no caló nunca en el pueblo, no teniendo apenas difusión ni importancia entre las herramientas de propaganda con las que contó la República

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