Sobre
el combate naval conocido como “del cabo de Palos” existe
abundante y valiosa bibliografía. Haremos un somero resumen.
A
principios de 1938 la Flota republicana mostraba una casi absoluta
falta de iniciativa, dejando el dominio del Mediterráneo en manos de
la Flota nacional, inferior en muchos aspectos, pero no en
profesionalizad y agresividad. La situación provocó un exceso de
confianza en la Flota franquista; la sensación de potencia de los
cruceros nacionales hacía olvidar la peligrosidad intrínseca de los
numerosos destructores republicanos que podían infligir importantes
daños a los colosos de acero. Y así sucedió, en un encuentro
fortuito que tuvo lugar entre la isla de Formentera y el cabo de
Palos el día 6 de marzo. Los cruceros naciones Canarias, Baleares y
Cervera daban escolta a los mercante Altube Mendi y Azcori Mendi,
procedentes de Italia. Por otro lado, un grupo de combate republicano
formado por los cruceros Libertad y Méndez Núñez y los
destructores Lepanto, Antequera y Sánchez Barcáiztegui se había
hecho a la mar el día anterior escoltando a unas lanchas rápidas
que debían atacar la base de Palma.
Ambos
contendientes suponían al enemigo lejos, en otras aguas, y la
sorpresa fue mutua. Amparados en las sombras, el Lepanto y el
Antequera llevaron a cabo un ataque con torpedos que resultó eficaz
y afortunado: en poco más de un minuto el Baleares se fue a pique.
Los nacionales se alejaron del lugar, pero los republicanos fueron
incapaces de explotar la situación. Cuando ambas flotas se
separaron, 788 hombres habían perecido y la República había
obtenido un gran éxito.
Se
celebró con la concesión a los participantes en la operación de
las más altas recompensas: la Placa Laureada de Madrid para el
comandante de la escuadra, Luis González de Ubieta, y el Distintivo
de Madrid para el resto de hombres y naves.
El
31 de octubre de 1936 la parte del Ejército español que permanecía
leal a la legalidad republicana estrenaba un nuevo sistema de divisas
y uniformidad. Se trataba de una iniciativa encaminada a conseguir
que el ejército que estaba naciendo, el Ejército Popular, fuese
nuevo también en cuanto a sus símbolos y formas, incluidas las
condecoraciones. El nuevo sistema de condecoraciones no comportaba
una ruptura total, sino una traducción de las viejas tradiciones
militares al lenguaje de la nueva realidad. La más importante de las
recompensas, la Placa Laureada de Madrid, no es otra cosa que una
versión republicana de la Cruz Laureada de San Fernando, adaptada
ahora a la mítica de Madrid como capital mundial del antifascismo.
En las otras medallas continuarán vivos los valores clásicos del
mérito militar, el valor individual, etc. De carácter absolutamente
nuevo, más político que militar, sólo encontramos la Medalla de la
Segunda Guerra de Independencia y una recompensa creada especialmente
para los combatientes extranjeros, la Medalla de las Brigadas
Internacionales.
La
Placa Laureada de Madrid sólo fue concedida a tres hombres: el
general don José Miaja Menant (12 de junio de 1937 por la defensa de
Madrid), el general don Vicente Rojo Lluch (10 de enero de 1938 por
la efímera conquista de Teruel) y, finalmente, el capitán de
corbeta don Luis González de Ubieta (16 de marzo de 1938 por el
hundimiento del Baleares). Hubo algunos hombres que la recibieron a título póstumo: Ambrosio Ristori de la Cuadra, Domiciano Leal Sargenta y Manuel Álvarez Álvarez e, incluso, uno al que nunca se la entregaron: Leocadio Mendiola
El
Distintivo de Madrid se concedía como recompensa colectiva y estaba
equiparado en cuanto a méritos a la Placa Laureada de Madrid. Este
distintivo lo ostentaban las banderas o enseñas de las unidades
recompensadas, aunque también existió un distintivo personal, que
podía lucirse, bordado en seda verde, en la manga izquierda de la
camisa. Esta era la norma general. Pero para la ocasión que nos
ocupa se creó otro diseño que refleja con meridiana claridad la misma
esencia de la distinción, es decir, el mito de la ciudad de Madrid
como emblema de la lucha por la República española; de hecho, el
diseño se corresponde totalmente con el escudo de la Villa de
Madrid, bordado en oro y plata.
La
España republicana celebró esta victoria de muchas formas, incluso
cantando una curiosa adaptación de un tema muy popular que decía:
No
hay quien pueda,
No
hay quien pueda
Con
la gente marinera;
Marinera,
luchadora
Que
defiende su bandera.
El
Baleares ardió.
¿Dónde
está?, ¿dónde está?
Nuestra
Armada lo hundió en el fondo del mar.
Por
desgracia para los intereses republicanos, no hubo ningún efecto a
posteriori. La propaganda republicana no supo o no pudo generar una
corriente de confianza en su Flota, un desvertebrado conjunto de
buques que, pese a su potencial, era burlado día a día en todos los
mares y que no podía impedir la aparición del espectro del hambre y
el racionamiento en la zona leal. Como es bien sabido, la Marina
republicana no ganó en acometividad ni en eficacia, y permaneció
hasta el final en sus puertos, salvo alguna acción esporádica que
no pudo cambiar el statu quo de las flotas españolas en el
Mediterráneo.
Finalmente,
hay un factor interesante a resaltar. La España republicana fue, en
lineas generales, profundamente antimilitarista, y es por ello que
todo lo relacionado con las condecoraciones, distinciones y
recompensas militares no caló nunca en el pueblo, no teniendo apenas
difusión ni importancia entre las herramientas de propaganda con las
que contó la República
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