Una película británica basada en una famosa novela (famosa en Gran Bretaña, los estudiantes la leen en el instituto); yo prefiero las novelas de S. Scarrow, protagonizadas por el joven Cato. La vida en la legión en Britania está mejor explicada. Como otras veces, destripamos la película. Que bonito me ha quedado el plural mayestático.
Un principio muy prometedor. La recreación de un campamento romano en el lejano norte de Britania muy bien hecho.
Un joven comandante en su primer mando de una cohorte, no quiere fallar especialmente después de que todos sepan que su padre perdió una legión más allá del muro de Adriano.
Un ataque de los indígenas en la noche, muy bien resuelto. Al amanecer los defensores ven cómo los indígenas le cortan la cabeza al jefe de una patrulla romana que habían salido el día anterior. El joven comandante sale a rescatar a los otros prisioneros al frente de una compañía. Los movimientos de ataque y defensa son bastante respetuosos con la historia real. Quizá queda mal la forma de retirarse ante la carga de los carros britanos. El joven comandante recibe una herida muy fea pero consigue salvar a sus hombres. La cohorte es recompensada con una corona dorada y el comandante recibe un brazalete por su valor. Pero es licenciado con honores a causa de la herida que no termina de curar. Pasa el tiempo en Calella en el sur de Britania en casa del hermano de su padre.
Un circo pequeño en el sur de Britania, de madera, provisional, recien construido. Muy bien. Un combate cómico ( el bombero torero pero con hombres). Un combate a muerte entre un gladiador y un esclavo brigante. El esclavo decide no luchar. Pulgares hacia abajo. Nuestro protagonista se levanta a duras penas y pide clemencia para el esclavo. Los espectadores cambian de parecer y levantan los pulgares. El esclavo no consigue morir. Es comprado y regalado al protagonista. El esclavo le dice que como le ha salvado la vida ahora está en deuda con el romano y hará todo lo que desee. ¡Uhmm!, todo lo que desee. Empecemos por: “¿Has visto alguna vez a un hombre desnudo?”
Intercalado entre todo esto, suena redundante ya lo se, lo se; el protagonista tiene visiones oníricas sobre la pérdida de la legión de su padre y el destino del Águila.
Me están gustando mucho los detalles en segundo plano, lo que da el ambiente correcto a la película tanto los claroscuros que crean las velas, el humillo de estas, como la vajilla “normal” que se ve en las mesas y en la cocina. De pronto vemos un detalle de lujo como puede ser una silla muy decorada o un manto blanco, muy blanco con ribetes púrpura.
Si antes lo digo antes veo algo que no me gusta: ha llegado un viejo compañero del tío de nuestro protagonista acompañado de su hijo. Se ponen a cenar sentados a una mesa, como nosotros. Es una cena medio importante entre patricios romanos, aunque muy lejos de Roma. No deberían estar sentados en taburetes alrededor de una mesa. Eso sí, están comiendo con las manos pero no vemos ningún aguamanil ni ningún esclavo con toallas para limpiarse. Pequeño fallo.
Pasa algún tiempo y se oyen historias sobre un templo de los pictos donde se adora un águila de oro. Por supuesto nuestro protagonista sabe que es el águila de la legión de su padre y decide ir a rescatarla. Se pone en camino desde el sur de Britania hasta el muro de Adriano acompañado sólo por su esclavo. Cuando cruzan el Muro están en territorio hostil. Entran en un bosque, y tenemos un homenaje a Goya y sus desastres de la guerra
Lo he dicho en otro ocasión y lo repito ahora, el Señor de los Anillos hizo mucho daño. Adivinad, pues sí, maravillosos paisajes vistos a lo lejos mientras nuestros protagonistas cabalgan hacia el norte por las Tierras Altas. Y cabalgan y cabalgan y vemos bonitos paisajes del norte, al menos estos no están tomados desde el aire. No vamos a decir nada de las riendas y los estribos de los caballos, no nos vamos a poner puristas. Pero podían cuidar los detalles, cuando un caballo está abrevando o lo lleva a pie su jinete NO deberían verse los estribos porque NO existían en esa época.
Una muy buena escaramuza con merodeadores, cuatro con dos. Muy bien resuelta, incluso el detalle final sin concesiones a lo políticamente correcto.
Más paisajes bonitos, más montañas y más paseos por las cimas, por fin vemos algo de nieve; recordad que estamos en el norte de Escocia, donde hace un frio del carajo todo el año.
Por fin han encontrado a los hombres azules, el esclavo se hace pasar por el dueño del romano, ya que su padre era un jefe de aldea con más de 50 hombres de lanza a sus órdenes. Ahora me recuerda a “Un hombre llamado caballo” cuando los indios lo capturan y lo llevan amarrado detrás de sus caballos al galope; estos van andando pero la imagen es la misma. Ayuda que los hombres azules lleven el pelo cortado a lo mohicano. A alguien se le ha ido la olla, son putos indios, las mujeres trabajando al lado del lago (en América sería el río) los niños dejan de jugar para mirar al extraño hombre blanco que traen los guerreros. Que no tienen armas de hierro sino de piedra y hueso.
Después de todas las vueltas que han dado por ahí, por fin han llegado al sitio correcto, aquí guardan el Águila tomado a la legión. Pasan varios días en compañía de los mohicanos, digo de los pictos, se realiza una fiesta de beber y endrogarse todos los hombres juntos. Nuestros protagonistas roban el Águila se dan a la fuga. A la mañana siguiente los mohi...los pictos se levantan sin resaca ni ná de na y se lanzan a la persecución. Los heroes a caballo y los pictos a pie, a ver quien gana.
Pues sí, los mohicanos. Me niego a llamarlos de otra manera. Los mohicanos alcanzan y adelantan a los protas, que han perdido los caballos.
El momento álgido llega cuando aparecen algunos supervivientes de la legión perdida 25 años antes.
Una peli bien hecha, con muy pocos errores históricos. Un poco lenta y con poca acción a lo yanqui. Se deja ver
miércoles, 13 de abril de 2011
sábado, 9 de abril de 2011
La conquista de Melilla
Una vez completada la conquista del Reino de Granada, el cubil más cercano de los piratas en el Estrecho era la ciudad de Melilla, los RRCC dieron autorización al Gobernador de Andalucía, Juan Alonso de Guzmán para que organizara una expedición de castigo. Este era conocedor de que la ciudad melillense debido a las continuas guerras ssostenidas entre los Reyes de Fez y Tremezen se hallaba casi despoblada; por lo que decidió realizar una operación de conquista.
Para ello encomendó los preparativos al jerezano Pedro de Estopiñán Virués. Había nacido entre 1460 y 1470, servidor de los Duques de Medina. Cuentan los cronistas que estando con la Duquesa en la Almadraba de Conil con apenas 18 años, se acercó una Galeota de moros haciéndose pasar por pescadores y una vez cerca de estos, capturaron uno de los buques que allí faenaba y se llevaron cautivos a los tripulantes. Alejados inmediatamente del lugar de la acción con la presa, los piratas levantaron una señal pidiendo rescte. Entonces la Duquesa envió a Pedro para que fuese en una barca de remmos a ver como podía rescatar a sus hombres, sin armas y con tan solo tres o cuatro marineros. "Llegó Estopiñán donde la galeota estaba, trató de rescte y el moro le pedí excesivo precio, ofrecióle por cada cautivo bastante dinero y el moro no lo quiso aceptar, y viendo la resistencia hizo que se despedía, y acercándose el capitán moro al borde para despedir a Estopiñán, se abrazó a este con él y lo arrojó al agua: los que estaban en la barca lo recogieron antes de ahogarse el moro y recibiendo tamibén a Estopíñán remaron ligeros para tierra sin que la Galeota pudiera favorecerlo, por estar ancorada al hacer armas por no matar a su capitán, y con este ardid dieron los moros de la galeota toda la presa que habían hecho por el Capitán que traxo."
Quizás por esta y otras historias, hazañas y valentías de este jerezano se le encargó tan importante misión.
Primero exploró la península de Tres Forcas, lo que realizó disfrazado de mercader en unión del artillero Francisco Ramirez de Madrid. Una vez de vuelta con los informes, preparó el Duque una escuadra que, con una dotación de 5.000 hombres, salió de Sanlucar de Barrameda en el mes de septiembre de 1497, partiendo con buen tiempo y deteniéndose en el mar para entrar en Melilla al amparo la oscuridad. Desembarcado en silencio, llevó a tierra un entramado de vigas de madera y otros materiales, estuvieron toda la noche trabajando reparando la muralla y cuando al otro día los moros que andaban por los campos vieron la muralla y torres levantadas, a pesar de hacer algún combate, se retiraron dejando la ciudad en manos españolas. Era el día 17 de septiembre de 1497.
Muchos fueron los esclavos y cautivos que fueron liberado con la toma de tan importante bastión, aunque otros cientos, miles de ellos se pudrían en casas particulares, trabajos forzados, galeras y mazmorras por toda Berbería esperando el ansiado rescate.
Para ello encomendó los preparativos al jerezano Pedro de Estopiñán Virués. Había nacido entre 1460 y 1470, servidor de los Duques de Medina. Cuentan los cronistas que estando con la Duquesa en la Almadraba de Conil con apenas 18 años, se acercó una Galeota de moros haciéndose pasar por pescadores y una vez cerca de estos, capturaron uno de los buques que allí faenaba y se llevaron cautivos a los tripulantes. Alejados inmediatamente del lugar de la acción con la presa, los piratas levantaron una señal pidiendo rescte. Entonces la Duquesa envió a Pedro para que fuese en una barca de remmos a ver como podía rescatar a sus hombres, sin armas y con tan solo tres o cuatro marineros. "Llegó Estopiñán donde la galeota estaba, trató de rescte y el moro le pedí excesivo precio, ofrecióle por cada cautivo bastante dinero y el moro no lo quiso aceptar, y viendo la resistencia hizo que se despedía, y acercándose el capitán moro al borde para despedir a Estopiñán, se abrazó a este con él y lo arrojó al agua: los que estaban en la barca lo recogieron antes de ahogarse el moro y recibiendo tamibén a Estopíñán remaron ligeros para tierra sin que la Galeota pudiera favorecerlo, por estar ancorada al hacer armas por no matar a su capitán, y con este ardid dieron los moros de la galeota toda la presa que habían hecho por el Capitán que traxo."
Quizás por esta y otras historias, hazañas y valentías de este jerezano se le encargó tan importante misión.
Primero exploró la península de Tres Forcas, lo que realizó disfrazado de mercader en unión del artillero Francisco Ramirez de Madrid. Una vez de vuelta con los informes, preparó el Duque una escuadra que, con una dotación de 5.000 hombres, salió de Sanlucar de Barrameda en el mes de septiembre de 1497, partiendo con buen tiempo y deteniéndose en el mar para entrar en Melilla al amparo la oscuridad. Desembarcado en silencio, llevó a tierra un entramado de vigas de madera y otros materiales, estuvieron toda la noche trabajando reparando la muralla y cuando al otro día los moros que andaban por los campos vieron la muralla y torres levantadas, a pesar de hacer algún combate, se retiraron dejando la ciudad en manos españolas. Era el día 17 de septiembre de 1497.
Muchos fueron los esclavos y cautivos que fueron liberado con la toma de tan importante bastión, aunque otros cientos, miles de ellos se pudrían en casas particulares, trabajos forzados, galeras y mazmorras por toda Berbería esperando el ansiado rescate.
jueves, 7 de abril de 2011
La ocupación de las islas Carolinas
Sabemos que el primero que visitó estas islas fue Fernando de Magallanes, quién llego en marzo de 1521 a las Marianas, a las que llamó Islas de los Ladrones, y al dirigirse hacia las Filipinas tocó algunos de los islotes de menor importancia de las Carolinas.
Fueron oficialmente descubiertas en 1526 por Toribio Alonso de Salazar, pero no fue esta enero de 1528 cuando Alvaro de Saavedra tomó posesión en nombre del Rey de España. En esta época se las conocía como islas de las Hermanas, Hombres Pintados y Los Jardines. Se perdieron las noticias de ellas hasta que Francisco de Lezcano en 1686 las llamó Carolinas, en honor de Carlos II (incluyó en esta denominación a las Palaos, Marshall y Gilbert). Desde entonces fueron visitadas regularmente por misioneros, navegantes y expediciones geográficas.
En 1885 el Gobierno decidió ocuparlas de forma efectiva, estableciendo una colonia, de carácter militar, con preponderancia de la Marina. La colonia se mantuvo hasta 1899, año en que las Carolinas fueron vendidas a Alemania, tras la guerra hispano-americana.
La documentación generada en estos años por la colonia nos permiten conocer en profundidad la vida en el Pacífico, se reparten los legajos entre el Archivo Histórico de la Armada de la Zona Marítima del Mediterráneo, sito en Cartagena; la documentación del Museo Naval de Madrid (donde la exposición de carácter antropológico es maravillosa) y, por último aunque no menos importante, el Archivo-Museo D. Alvaro de Bazán, en el Viso del Marqués, donde se encuentran las hojas de servicio del personal de la colonia, así como los legajos de las rebeliones de los naturales de Ponape y la documentación del estado de las islas en los últimos años y del proceso de venta y entrega del archipiélago a Alemania. Sin olvidarnos de los archivos extranjeros, tanto de Alemania como de los EEUU para conocer el enfoque diplomático de la época.
El archipiélago de las Carolinas está formado por varios grupos de pequeñas islas en número cercano a seiscientas, en plena Micronesia, al norte de Nueva Guinea, al este de Filipinas, al sur de las Marianas y al oeste de las Marshall. Fue poblado por oleadas sucesivas de melanesios, papúes, polinesios y malayos que se mezclaron hasta formar un nuevo grupo. Estaban organizados en tribus que solían coincidir con las aldeas, cada una con un jefe con poder absoluto de vida y muerte sobre sus súbditos.
Eran tribus guerreras, por lo que frecuentemente se suscitaban conflictos entre grupos rivales de las misma isla. En su mayoría eran monógamos, aunque se aceptaba que un hombre rico tuviera más de una esposa, pero siempre manteniendo un sentimiento familiar muy acusado. Su cultura era poco desarrollada, sus medios de vida eran la pesca y la agricultura rudimentaria, pues no conocían el arado. En contraste, fueron excelentes navegantes y buenos constructores de embarcaciones, llegando a realizar larguísimas travesías. Sus casas eran sencillas y de pequeñas dimensiones, de madera, bambú y cañas, construidas sobre pilares. Sus vestidos se reducían a taparrabos y faldas cortas de fibras vegetales. Les gustaban los tatuajes.
Eran poco religiosos, que no había desarrollado ningún sistema de culto y cuya única divinidad era un dios situado en las estrellas que dirigía los cambios de la naturaleza, además de los numerosos espíritus buenos y malos que creían presentes en todos los actos de la vida. La educación se centraba en conocimientos prácticos de navegación, pesca, astronomía y geografía de las islas para los niños y en el buen gobierno de un hogar para las niñas. Toda la enseñanza estaba orientada a su vida cotidiana y era oral, ya que no tenían alfabeto ni escritura; hablaban, con ciertas variaciones interinsulares, una serie de dialectos similares al tagalo y al malayo y su lenguaje era sonoro y de fácil pronunciación para el español.
Como hemos dicho el establecimiento definitivo de residentes en el archipiélago se produjo a mediados del s. XIX, cuando comerciantes interesados en el negocio de la copra y de productos tropicales, comenzaron a abrir sucursales de sus compañías en las islas con el propósito de explotarlas. Primeros fueron los ingleses en las islas más occidentales, rápidamente seguidos por los alemanes en las islas más orientales, bien formando sus compañías particulares, bien abriendo sucursales de otras grandes casas. Siguiendo este ejemplo se instalaron pequeñas firmas americanas, holandesas y japonesas que comerciaban por su cuenta, vendiendo sus productos a compañías mayores o mandándolos a otros mercados por medio de barcos que pasaban por el archipiélago. Por estos mismo años se habían asentado en las Carolinas una misión de metodistas americanos (1852). Estos misioneros desarrollaron una intensa labor religiosa y educadora, enseñando a leer y a escribir a los naturales, fomentando la agricultura y el comercio y mejorando las condiciones de vida de los nativos, por lo que fueron favorablemente acogidos y adquirieron una gran influencia sobre ellos.
En el último tercio del s.XIX cambió la situación al decidir el Gobierno de Cánovas la ocupación efectiva de las islas. Esto vino motivado por la situación internacional en 1885, en pleno reparto colonial se hacía necesaria la ocupación efectiva del territorio si se quería mantener el dominio español sobre las Carolinas.
Los problemas de orden surgidos en las islas por el asentamiento y la actividad económica de europeos y americanos, las disputas que originaban las rivalidades entre los comerciantes, y las difíciles relaciones entre los indígenas y los extranjeros, hicieron deseable la presencia de una autoridad que administrara y gobernara el archipiélago. Por ello, los residentes en Carolinas y parte de sus naturales solicitaron reiteradamente desde 1882 la ayuda de España. En 1884 volvió a repetirse la petición, solicitando el establecimiento de representantes del gobierno español que mantuvieran el orden en las islas y mediaran en los conflictos, así como la creación de una misión que paliara la falta de principios religiosos y educativos, amenazando con que si su petición no era atendida pedirían ayuda a alguna otra potencia.
A Madrid habían llegado unos rumores afirmando que barcos de guerra norteamericanos había izado su bandera en Carolinas, exigiendo dinero a sus habitantes. También existía el miedo a que Alemania se interesara por las Carolinas o intentara ocupar alguna de sus islas para defender sus privilegios económicos en la zona(debemos recordar que las cercanas islas Marshall eran propiedad alemana).
Después de la Conferencia de Berlín ya no era posible continuar defendiendo la posesión de un lejano territorio en el que no había ninguna presencia de la metrópoli, reclamando derechos de descubrimiento y conquista que se remontaban a siglos atrás. La carrera colonial era demasiado intensa y los principales países imperialistas estaban dispuestos a repartirse los pocos espacios que quedaban libres. Las Carolinas tenían un indudable interés estratégico y económico en el Pacífico, no podía quedar libres de la presencia europea.
Además, el archipiélago formaba parte del sistema español en el Pacífico como vértice del triángulo Marianas-Carolinas-Filipinas. La presencia de otra potencia en estas islas rompería la muralla de contención y amenazaría la seguridad de las demás posesiones en el área. Debemos recordar que estaba a punto de inagurarse el Canal de Panamá, con lo que las Carolinas supondría una estación intermedia entre las Antillas y Filipinas, donde poder recalar y repostar carbón con seguridad.
El Gobierno español aprobó una Real Orden, el 19 de enero de 1885, que autorizaba la ocupación efectiva de las islas Carolinas. Los preparativos fueron minuciosos. El 10 de agosto de 1885 partió de Filipinas una expedición formada por el Manila y el San Quintín para llevar a cabo la ocupación efectiva de las islas. Llegaron al puerto de Tomil el 22 de agosto. Entraron en contacto con los naturales y con los extranjeros, invitándoles al acto oficial de toma de posesión, que tendría lugar el día 26, tras firmar los jefes indígenas una acta de reconocimiento de la soberanía española.
Con los preparativos casi terminados, a la caída de la tarde del día 25 se vio entrar en puerto a la goleta alemana Iltis, que fue recibida sin el menor recelo, como buque de una nación amiga. Pero al anochecer los tripulantes del barco germano bajaron a tierra y al enterarse que los españoles aún no había tomado posesión formal de la isla, se apresuraron a enarbolar su pabellón en territorio carolino, declarando solemnemente el protectorado alemán sobre Carolinas y Palaos.
Al enterarse las autoridades españolas surgió ese tan conocido carácter español en el que si tenemos dos españoles discutiendo nos encontramos tres opiniones diferentes. El que debía convertirse en Gobernador de las Carolinas quiso usar la fuerza para expulsar a los alemanes mientras que el jefe de la expedición era partidario de elevar una protesta ante los alemanes y retirarse a las Filipinas para que fuesen los políticos quienes resolviesen el contencioso diplomático.
Después de una tremenda discusión, el futuro Gobernador hizo izar la bandera española esa misma noche pero el jefe militar de la expedición decidió retirarse a Manila y poner la situación en conocimiento de sus superiores, no sin antes recriminar de manera oficial la conducta alemana y reafirmar los derechos españoles a la soberanía sobre las islas.
El San Quintín regresó a Filipinas el 28 de agosto para dar cuenta de lo sucedido y el Manila permaneció en Yap, aguardando órdenes y como símbolo de las reivindicaciones españolas sobre el archipiélago. El desarrollo diplomático del conflicto ha sido el tema relativo a las Carolinas más estudiado por la historiografía. El enfrentamiento se resolvió gracias a la mediación de León XIII, que daría como fruto el Laudo Pontificio del 22 de octubre de 1885. En él se reconocía la soberanía española sobre el archipiélago, así como la prioridad de ocupación. Se obligaba a España a hacer efectiva su presencia en las islas. Alemania, a su vez, obtenía plena y entera libertad de comercio, navegación y pesca en Carolinas y Palaos. Ello implicaba la libre importación y exportación de mercancías y que sus barcos pudieran moverse libremente por el archipiélago, sin que las autoridades españolas pudieran obligarlos a tocar un punto determinado ni exigirles el pago de ningún derecho ni la observación de ninguna norma en los lugares no ocupados. Asimismo, se declaraba que los súbditos alemanes tendrían plena libertad para adquirir inmuebles, hacer plantaciones y fundar establecimientos agrícolas, así como para ejercer toda especie de comercio y efectuar contratos con los indígenas, y explotar el suelo en las mismas condiciones que los españoles. Finalmente el Gobierno alemán adquiría el derecho de establecer una estación naval y un depósito de carbón para uso de la Marina Imperial.
Una vez resuelto el conflicto hispano-alemán, tuvo lugar la ocupación efectiva, llegando el primer gobernador de Carolinas, el 4 de febrero de 1887, el capitán de fragata D. Isidro Posadillo. Celebrándose la proclamación solemne de la soberanía de España el 19 de abril de 1887, estando presentes gran número de carolinas, los residentes extranjeros y los oficiales, soldados y misioneros españoles
Fueron oficialmente descubiertas en 1526 por Toribio Alonso de Salazar, pero no fue esta enero de 1528 cuando Alvaro de Saavedra tomó posesión en nombre del Rey de España. En esta época se las conocía como islas de las Hermanas, Hombres Pintados y Los Jardines. Se perdieron las noticias de ellas hasta que Francisco de Lezcano en 1686 las llamó Carolinas, en honor de Carlos II (incluyó en esta denominación a las Palaos, Marshall y Gilbert). Desde entonces fueron visitadas regularmente por misioneros, navegantes y expediciones geográficas.
En 1885 el Gobierno decidió ocuparlas de forma efectiva, estableciendo una colonia, de carácter militar, con preponderancia de la Marina. La colonia se mantuvo hasta 1899, año en que las Carolinas fueron vendidas a Alemania, tras la guerra hispano-americana.
La documentación generada en estos años por la colonia nos permiten conocer en profundidad la vida en el Pacífico, se reparten los legajos entre el Archivo Histórico de la Armada de la Zona Marítima del Mediterráneo, sito en Cartagena; la documentación del Museo Naval de Madrid (donde la exposición de carácter antropológico es maravillosa) y, por último aunque no menos importante, el Archivo-Museo D. Alvaro de Bazán, en el Viso del Marqués, donde se encuentran las hojas de servicio del personal de la colonia, así como los legajos de las rebeliones de los naturales de Ponape y la documentación del estado de las islas en los últimos años y del proceso de venta y entrega del archipiélago a Alemania. Sin olvidarnos de los archivos extranjeros, tanto de Alemania como de los EEUU para conocer el enfoque diplomático de la época.
El archipiélago de las Carolinas está formado por varios grupos de pequeñas islas en número cercano a seiscientas, en plena Micronesia, al norte de Nueva Guinea, al este de Filipinas, al sur de las Marianas y al oeste de las Marshall. Fue poblado por oleadas sucesivas de melanesios, papúes, polinesios y malayos que se mezclaron hasta formar un nuevo grupo. Estaban organizados en tribus que solían coincidir con las aldeas, cada una con un jefe con poder absoluto de vida y muerte sobre sus súbditos.
Eran tribus guerreras, por lo que frecuentemente se suscitaban conflictos entre grupos rivales de las misma isla. En su mayoría eran monógamos, aunque se aceptaba que un hombre rico tuviera más de una esposa, pero siempre manteniendo un sentimiento familiar muy acusado. Su cultura era poco desarrollada, sus medios de vida eran la pesca y la agricultura rudimentaria, pues no conocían el arado. En contraste, fueron excelentes navegantes y buenos constructores de embarcaciones, llegando a realizar larguísimas travesías. Sus casas eran sencillas y de pequeñas dimensiones, de madera, bambú y cañas, construidas sobre pilares. Sus vestidos se reducían a taparrabos y faldas cortas de fibras vegetales. Les gustaban los tatuajes.
Eran poco religiosos, que no había desarrollado ningún sistema de culto y cuya única divinidad era un dios situado en las estrellas que dirigía los cambios de la naturaleza, además de los numerosos espíritus buenos y malos que creían presentes en todos los actos de la vida. La educación se centraba en conocimientos prácticos de navegación, pesca, astronomía y geografía de las islas para los niños y en el buen gobierno de un hogar para las niñas. Toda la enseñanza estaba orientada a su vida cotidiana y era oral, ya que no tenían alfabeto ni escritura; hablaban, con ciertas variaciones interinsulares, una serie de dialectos similares al tagalo y al malayo y su lenguaje era sonoro y de fácil pronunciación para el español.
Como hemos dicho el establecimiento definitivo de residentes en el archipiélago se produjo a mediados del s. XIX, cuando comerciantes interesados en el negocio de la copra y de productos tropicales, comenzaron a abrir sucursales de sus compañías en las islas con el propósito de explotarlas. Primeros fueron los ingleses en las islas más occidentales, rápidamente seguidos por los alemanes en las islas más orientales, bien formando sus compañías particulares, bien abriendo sucursales de otras grandes casas. Siguiendo este ejemplo se instalaron pequeñas firmas americanas, holandesas y japonesas que comerciaban por su cuenta, vendiendo sus productos a compañías mayores o mandándolos a otros mercados por medio de barcos que pasaban por el archipiélago. Por estos mismo años se habían asentado en las Carolinas una misión de metodistas americanos (1852). Estos misioneros desarrollaron una intensa labor religiosa y educadora, enseñando a leer y a escribir a los naturales, fomentando la agricultura y el comercio y mejorando las condiciones de vida de los nativos, por lo que fueron favorablemente acogidos y adquirieron una gran influencia sobre ellos.
En el último tercio del s.XIX cambió la situación al decidir el Gobierno de Cánovas la ocupación efectiva de las islas. Esto vino motivado por la situación internacional en 1885, en pleno reparto colonial se hacía necesaria la ocupación efectiva del territorio si se quería mantener el dominio español sobre las Carolinas.
Los problemas de orden surgidos en las islas por el asentamiento y la actividad económica de europeos y americanos, las disputas que originaban las rivalidades entre los comerciantes, y las difíciles relaciones entre los indígenas y los extranjeros, hicieron deseable la presencia de una autoridad que administrara y gobernara el archipiélago. Por ello, los residentes en Carolinas y parte de sus naturales solicitaron reiteradamente desde 1882 la ayuda de España. En 1884 volvió a repetirse la petición, solicitando el establecimiento de representantes del gobierno español que mantuvieran el orden en las islas y mediaran en los conflictos, así como la creación de una misión que paliara la falta de principios religiosos y educativos, amenazando con que si su petición no era atendida pedirían ayuda a alguna otra potencia.
A Madrid habían llegado unos rumores afirmando que barcos de guerra norteamericanos había izado su bandera en Carolinas, exigiendo dinero a sus habitantes. También existía el miedo a que Alemania se interesara por las Carolinas o intentara ocupar alguna de sus islas para defender sus privilegios económicos en la zona(debemos recordar que las cercanas islas Marshall eran propiedad alemana).
Después de la Conferencia de Berlín ya no era posible continuar defendiendo la posesión de un lejano territorio en el que no había ninguna presencia de la metrópoli, reclamando derechos de descubrimiento y conquista que se remontaban a siglos atrás. La carrera colonial era demasiado intensa y los principales países imperialistas estaban dispuestos a repartirse los pocos espacios que quedaban libres. Las Carolinas tenían un indudable interés estratégico y económico en el Pacífico, no podía quedar libres de la presencia europea.
Además, el archipiélago formaba parte del sistema español en el Pacífico como vértice del triángulo Marianas-Carolinas-Filipinas. La presencia de otra potencia en estas islas rompería la muralla de contención y amenazaría la seguridad de las demás posesiones en el área. Debemos recordar que estaba a punto de inagurarse el Canal de Panamá, con lo que las Carolinas supondría una estación intermedia entre las Antillas y Filipinas, donde poder recalar y repostar carbón con seguridad.
El Gobierno español aprobó una Real Orden, el 19 de enero de 1885, que autorizaba la ocupación efectiva de las islas Carolinas. Los preparativos fueron minuciosos. El 10 de agosto de 1885 partió de Filipinas una expedición formada por el Manila y el San Quintín para llevar a cabo la ocupación efectiva de las islas. Llegaron al puerto de Tomil el 22 de agosto. Entraron en contacto con los naturales y con los extranjeros, invitándoles al acto oficial de toma de posesión, que tendría lugar el día 26, tras firmar los jefes indígenas una acta de reconocimiento de la soberanía española.
Con los preparativos casi terminados, a la caída de la tarde del día 25 se vio entrar en puerto a la goleta alemana Iltis, que fue recibida sin el menor recelo, como buque de una nación amiga. Pero al anochecer los tripulantes del barco germano bajaron a tierra y al enterarse que los españoles aún no había tomado posesión formal de la isla, se apresuraron a enarbolar su pabellón en territorio carolino, declarando solemnemente el protectorado alemán sobre Carolinas y Palaos.
Al enterarse las autoridades españolas surgió ese tan conocido carácter español en el que si tenemos dos españoles discutiendo nos encontramos tres opiniones diferentes. El que debía convertirse en Gobernador de las Carolinas quiso usar la fuerza para expulsar a los alemanes mientras que el jefe de la expedición era partidario de elevar una protesta ante los alemanes y retirarse a las Filipinas para que fuesen los políticos quienes resolviesen el contencioso diplomático.
Después de una tremenda discusión, el futuro Gobernador hizo izar la bandera española esa misma noche pero el jefe militar de la expedición decidió retirarse a Manila y poner la situación en conocimiento de sus superiores, no sin antes recriminar de manera oficial la conducta alemana y reafirmar los derechos españoles a la soberanía sobre las islas.
El San Quintín regresó a Filipinas el 28 de agosto para dar cuenta de lo sucedido y el Manila permaneció en Yap, aguardando órdenes y como símbolo de las reivindicaciones españolas sobre el archipiélago. El desarrollo diplomático del conflicto ha sido el tema relativo a las Carolinas más estudiado por la historiografía. El enfrentamiento se resolvió gracias a la mediación de León XIII, que daría como fruto el Laudo Pontificio del 22 de octubre de 1885. En él se reconocía la soberanía española sobre el archipiélago, así como la prioridad de ocupación. Se obligaba a España a hacer efectiva su presencia en las islas. Alemania, a su vez, obtenía plena y entera libertad de comercio, navegación y pesca en Carolinas y Palaos. Ello implicaba la libre importación y exportación de mercancías y que sus barcos pudieran moverse libremente por el archipiélago, sin que las autoridades españolas pudieran obligarlos a tocar un punto determinado ni exigirles el pago de ningún derecho ni la observación de ninguna norma en los lugares no ocupados. Asimismo, se declaraba que los súbditos alemanes tendrían plena libertad para adquirir inmuebles, hacer plantaciones y fundar establecimientos agrícolas, así como para ejercer toda especie de comercio y efectuar contratos con los indígenas, y explotar el suelo en las mismas condiciones que los españoles. Finalmente el Gobierno alemán adquiría el derecho de establecer una estación naval y un depósito de carbón para uso de la Marina Imperial.
Una vez resuelto el conflicto hispano-alemán, tuvo lugar la ocupación efectiva, llegando el primer gobernador de Carolinas, el 4 de febrero de 1887, el capitán de fragata D. Isidro Posadillo. Celebrándose la proclamación solemne de la soberanía de España el 19 de abril de 1887, estando presentes gran número de carolinas, los residentes extranjeros y los oficiales, soldados y misioneros españoles
miércoles, 6 de abril de 2011
La caballería en la Empresa de Inglaterra de 1588
La fuerza de desembarco destinada a la Empresa de Inglaterra estaba compuesta por dos grandes contingentes: el primero, embarcado en la Armada, estaba constituido por unidades de infantería; el segundo, desgajado del ejército de Flandes, contaba también con un cuerpo auxiliar de caballería.
En la táctica de la época, el tercio era la unidad básica de combate, la que había de llevar a cabo el esfuerzo principal. Las unidades de caballería, normalmente pequeñas, llevaban a cabo misiones secundarias de protección de las comunicaciones, suministros propios y hostigamiento de los del enemigo; aparte de otras, como son la explotación del éxito, diversión y protección de retiradas.
Después de muchas variaciones en los planes iniciales, la fuerza de caballería que embarcó en la Empresa de Inglaterra se acercó a los 1.000 jinetes: 2 compañías de la guardia del Duque de Parma, 5 compañías de arcabuceros y 15 compañías de lanzas (6 españoles, 8 italianos, 1 albaneses). Quedaba en reserva, para la segunda oleada del desembarco cuando ya estuviera asegurada una buena cabeza de playa, la caballería pesada flamenca y los mercenarios alemanes.
La caballería en Flandes
La distinción clásica de los cuatro institutos (hombres de armas, caballos ligeros, arcabuceros a caballo y herreruelos) sufre en la práctica variaciones, convirtiéndose en dos: caballería pesada y ligera.
La caballería pesada estaba integrada por los grandes señores flamencos y sus feudatarios, reclutados para ocasiones especiales por tradición medieval, no eran permanentes. Su armamento y manutención corrían a cargo de los reclutadores. Su misión era la de defensa del territorio y ofensivas de corta duración en países limítrofes. Formaban en “bandas” de unos 3.000 jinetes, mandadas por un capitán con un teniente o lugarteniente y su abanderado, su trompeta, capellán y herrador. Estaban armados unos con lanza larga, estoque, cuchillo y maza; otros con armas de fuego (normalmente arcabuz) eran denominados, por tradición, Archeros. Habían abandonado, para defenderse más fácilmente, las piezas más pesadas y menos útiles de la armadura, como son las perneras y calzado de hierro.
Su misión táctica consistía en destruir la caballería pesada enemiga para cargar, acto seguido, sobre la infantería y romper su formación; avanzaban en masas compactas y regulares por zonas donde el terreno lo permitía. Su fuerte coraza les protegía de la pelotería (granizada de balas) menor enemiga. Estos caballeros constituían una genuina representación de la capacidad de choque del arma de caballería.
La caballería ligera constituía la única fuerza montada de carácter permanente, con misiones de patrulla de zona y protección de poblaciones en el aspecto defensivo y, en el ofensivo, perseguir al enemigo fugitivo, librar combate y entablar escaramuzas.
Los manuales de disciplina militar distinguían hasta cuatro tipos de caballería ligera; sin embargo, en la práctica la distinción era mucho más sencilla: lanceros y arcabuceros a caballo. El porcentaje aunque variable a lo largo de la época venía a ser, normalmente, de 3 compañías de lanzas por una de arcabuceros (arcabuz de reducido calibre y espada). Fueron la necesidad, la táctica y las circunstancias las que en todo momento determinaron el número. También la nacionalidad de los jinetes: españoles, italianos, albaneses y valones, principalmente.
Un tercer tipo de caballería, difícilmente encuadrable por sus amplísimas variaciones, era el constituido por los “herreruelos” o “reiters”, enrolados en los países limítrofes de lengua alemana para una empresa concreta, una vez terminada ésta, disolvían sus unidades. En esta época habían sustituido la lanza, arma tradicional, por la pistola de rueda y normalmente formaban regimientos de 1.500 hombres vestidos de oscuro.
Su táctica de combate consistía en acercarse al enemigo hasta estar a tiro, soltar la rociada y retirarse de nuevo rápidamente.
En la táctica de la época, el tercio era la unidad básica de combate, la que había de llevar a cabo el esfuerzo principal. Las unidades de caballería, normalmente pequeñas, llevaban a cabo misiones secundarias de protección de las comunicaciones, suministros propios y hostigamiento de los del enemigo; aparte de otras, como son la explotación del éxito, diversión y protección de retiradas.
Después de muchas variaciones en los planes iniciales, la fuerza de caballería que embarcó en la Empresa de Inglaterra se acercó a los 1.000 jinetes: 2 compañías de la guardia del Duque de Parma, 5 compañías de arcabuceros y 15 compañías de lanzas (6 españoles, 8 italianos, 1 albaneses). Quedaba en reserva, para la segunda oleada del desembarco cuando ya estuviera asegurada una buena cabeza de playa, la caballería pesada flamenca y los mercenarios alemanes.
La caballería en Flandes
La distinción clásica de los cuatro institutos (hombres de armas, caballos ligeros, arcabuceros a caballo y herreruelos) sufre en la práctica variaciones, convirtiéndose en dos: caballería pesada y ligera.
La caballería pesada estaba integrada por los grandes señores flamencos y sus feudatarios, reclutados para ocasiones especiales por tradición medieval, no eran permanentes. Su armamento y manutención corrían a cargo de los reclutadores. Su misión era la de defensa del territorio y ofensivas de corta duración en países limítrofes. Formaban en “bandas” de unos 3.000 jinetes, mandadas por un capitán con un teniente o lugarteniente y su abanderado, su trompeta, capellán y herrador. Estaban armados unos con lanza larga, estoque, cuchillo y maza; otros con armas de fuego (normalmente arcabuz) eran denominados, por tradición, Archeros. Habían abandonado, para defenderse más fácilmente, las piezas más pesadas y menos útiles de la armadura, como son las perneras y calzado de hierro.
Su misión táctica consistía en destruir la caballería pesada enemiga para cargar, acto seguido, sobre la infantería y romper su formación; avanzaban en masas compactas y regulares por zonas donde el terreno lo permitía. Su fuerte coraza les protegía de la pelotería (granizada de balas) menor enemiga. Estos caballeros constituían una genuina representación de la capacidad de choque del arma de caballería.
La caballería ligera constituía la única fuerza montada de carácter permanente, con misiones de patrulla de zona y protección de poblaciones en el aspecto defensivo y, en el ofensivo, perseguir al enemigo fugitivo, librar combate y entablar escaramuzas.
Los manuales de disciplina militar distinguían hasta cuatro tipos de caballería ligera; sin embargo, en la práctica la distinción era mucho más sencilla: lanceros y arcabuceros a caballo. El porcentaje aunque variable a lo largo de la época venía a ser, normalmente, de 3 compañías de lanzas por una de arcabuceros (arcabuz de reducido calibre y espada). Fueron la necesidad, la táctica y las circunstancias las que en todo momento determinaron el número. También la nacionalidad de los jinetes: españoles, italianos, albaneses y valones, principalmente.
Un tercer tipo de caballería, difícilmente encuadrable por sus amplísimas variaciones, era el constituido por los “herreruelos” o “reiters”, enrolados en los países limítrofes de lengua alemana para una empresa concreta, una vez terminada ésta, disolvían sus unidades. En esta época habían sustituido la lanza, arma tradicional, por la pistola de rueda y normalmente formaban regimientos de 1.500 hombres vestidos de oscuro.
Su táctica de combate consistía en acercarse al enemigo hasta estar a tiro, soltar la rociada y retirarse de nuevo rápidamente.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)