jueves, 26 de abril de 2012

DOS ISLAS ESPAÑOLAS





La isla de Tidore forma parte, junto con su casi gemela Ternate, del archipiélago norte de la provincia de Molucas, además de Halmahera y Morotai; y los archipiélagos menores de Bacan y de Sula. La capital es Ambón en la isla de Seram. 




Son las famosas Islas de las Especias, donde abundan los volcanes y las lagunas. Se hablan más de 150 dialectos, actualmente sus tradiciones están muy impregnadas del rastro de culturas occidentales, especialmente portuguesa y española. Algo que se mantiene en su folklore, en algunos apellidos, en los vestigios monumentales y nombres de ciudades. 

Ambas islas forman dos conos casi perfectos, uno enfrente de otro, separadas por unos 3.500 metros en un brazo de mar estrecho y profundo en el que se asienta la isla más pequeña de Maitara. 



La isla Tidore



La historia de Tidore (volcán de 1750 metros de altura), está dominada por la rivalidad con Ternate. Primero entre los dos sultanes de una y otra isla; después por el apoyo dado por los españoles a los tidoreños frente al Sultán de Ternate y sus aliados portugueses; y, más tarde, con las dos coronas unidas bajo Felipe II, chocaron con los holandeses que se asentaron en Ternate. 

Éste sería un brevísimo resumen de una azarosa historia que dominó los siglos XVI y XVII en el océano Pacífico. A partir de 1648 (Paz de Westfalia) España cede el control de las Molucas para concentrarse en Filipinas y la compañía holandesa V. O. C. ocupa el archipiélago moluqueño, estableciendo el monopolio del clavo y de las demás especias. 

En la actualidad, 1994, Tidore es una isla pobre dedicada básicamente a la agricultura (clavo, mango, coco) y a la pesca. Su infraestructura es precaria y elemental. Una sola carretera asfaltada rodea el perímetro de la isla que dispone de un único hotel de 12 habitaciones. Encontramos cuatro emplazamientos de tradición histórica. 



El fuerte Tsjobbe 

No quedan más que los restos. Se trata de una atalaya de reducidas dimensiones, situada al Norte del embarcadero de Rum. Fue construida por los hombres de Espinosa, que mandaba la Trinidad y que permanecieron en Tidore cuando la expedición de Magallanes, desde entonces mandada por Elcano, prosiguió viaje con la Victoria. La Trinidad se vio en la necesidad de permanecer en la isla para reparar, ya que los fondos y la quilla de la nave habían sido afectados por la broma. Construyeron una pequeña factoría para el acopio de especias y la protegieron artillando el reducto con las piezas de la Trinidad que no pudo seguir navegando. 

El día 8 de noviembre de 1521, la Victoria y la Trinidad fondearon en Tidore, al día siguiente el Sultán Al-Mansur fue recibido a bordo. Vio en la llegado de Elcano un apoyo decidido frente a los ternateños (apoyados por un pequeño destacamento portugués), no dudó en proclamarse vasallo de Carlos V y en bautizar a Tidore con el nuevo nombre de “Castilla”, en honor al emperador. 

Los marinos españoles fueron agasajados por el sultán con numerosas fiestas, en una de las cuales quedaron impresionados por “una procesión de cincuenta mujeres, todas adornadas de seda desde la cintura hasta los pies que portaban bandejas de manjares sobre sus cabezas y eran escoltadas por hombres que llevaban grandes jarras de vino y que más tarde ejecutaron la danza guerrera cakalele. Cuando el banquete finalizó, las mujeres capturaron jugando a algunos españoles y fue necesario entregar algunos regalos para que éstos volvieran a recobrar su libertad” nos cuenta el cronista Pigafetta. 

Pasados los días y zarpado Elcano con la Victoria, los hombres de la Trinidad se dedicaron a recolectar especias. Poco tiempo después fueron atacados por los portugueses, quienes se apoderaron de la factoría. Los portugueses reforzaron y acondicionaron el fuerte, dándole su fisonomía definitiva. 



Las ruinas de la ciudad real de Marieku 

En octubre de 1525 alcanzaron las Molucas, 150 hombres de los 450 que habían zarpado desde La Coruña en agosto, entre los muertos se encontraban don García Gofre de Loaysa, almirante de la escuadra, y su sucesor en el mando, el grande Juan Sebastián Elcano (murió el 7 de agosto y fue lanzado por la borda con todos los honores). 

Las islas estaban ocupadas por los portugueses. Los españoles se asientan de nuevo en Tidore. El clima de tensión va creciendo entre los dos grupos ibéricos. Los portugueses recibieron el refuerzo de 100 soldados. Se terminó la tregua. Los portugueses acompañados por 1.000 ternateños atacaron a los españoles de Tidore. Asolaron la ciudad real de Marieku, de la que no quedan más que unas piedras, apenas visibles entre la maleza. El interés que presentan los restos es escaso hoy día, y su acceso es muy dificultoso. 



El fuerte Torre o fuerte Tohula 

El calificativo español aparece en algunos mapas de la época, puede responder a dos razones: la primera, por referencia a su construcción, en la que destacaba una torre, aún en pie, aunque desmochada. La segunda, de origen más dudoso, derivaría del nombre del comandante de la fortaleza don Hernando de la Torre, entre 1527 y 1529. 

Esta fortaleza nos lleva a recordar al conquistador de México, Hernán Cortés, quién recibió una misiva del emperador Carlos, fechada en Granada el 20 de junio de 1526, en la que le informaba de las sucesivas expediciones enviadas a “las nuestras islas del Maluco” Poniendo en su conocimiento de la armada al mando de Sebastián Caboto, que había partido ese año con tres naos y una carabela para “también ir a las dichas islas del Maluco.” Cortés, informado de las desdichas de la armada de Loaysa, decidió enviar socorro a los españoles “de las Malucas”. En noviembre de 1527 salieron de Nueva España dos navíos y un bergantín. Las dos naos se hundieron, solamente la “Florida” pudo llegar a las Malucas, fondeando en Tidore el 27 de marzo de 1528. 

Mientras la armada se dirigía a las islas, los españoles habían continuado sus escaramuzas con los portugueses y sus aliados. La Torre había pactado el fin de las hostilidades con los lusitanos y se había asentado en la isla. El fuerte Torre debió ser el lugar del nuevo asentamiento al tiempo que la nueva ciudad de Soa Siu, sede del Sultán, se extendía en sus proximidades. 

Actualmente el fuerte, en ruinas, se mantiene discretamente en pie. No es fácilmente visible desde la carretera. 



Palacio del Sultán de Tidore 

Del palacio de los sultanes sólo quedan restos, entre ellos las escaleras de acceso y algunos lienzos de mampostería. Al parecer el palacio fue destruido durante los combates que enfrentaron a los españoles con los holandeses en la primera mitad del s. XVII. Existe un grabado holandés que representa el ataque de la escuadra del almirante Hoen a Tidore, en 1609, donde figura un palacio en llamas. 

El folklore actual de las Molucas, y no únicamente en Tidore y Ternate, recoge ecos de la presencia militar española en el archipiélago. La danza del “cakalele”, aporta datos significativos. El “guerrero” cubre su cabeza con una reproducción del capacete, el casco por antonomasia de los hombres de armas españoles de los s. XVI y XVII. 


La isla de Ternate 

Su volcán tiene una altura de 1721 metros. Es de menor extensión que su vecina y notablemente superior en desarrollo. La última erupción volcánica fue en 1990. 

Ternate, como ya hemos contado, fue una posesión portuguesa opuesta al Tidore español. Más adelante, a partir de 1580, durante la unión peninsular, castellanos y portugueses, pues españoles eran todos, harán causa común frente a la nueva amenaza holandesa. 

Una mancha en el blasón portugués fue el ocurrido con la armada de Ruy López de Villalobos, enviada desde el virreinato de Nueva España en 1542 a descubrir nuevas islas, y que los temporales obligaron a buscar refugio en Tidore. El gobernador portugués arremetió contra los hombres de Villalobos, enfermos y cansados de luchar contra los elementos, que terminaron siendo hechos prisioneros y enviados a Ambón en cautiverio. La mayoría fallecieron de beri-beri, incluyendo el propio almirante quiern recibió la extremaunción de un joven misionero llamado Francisco Javier quien intentaba convertir a los musulmanes de las islas. 

Los portugueses fueron expulsados de Ternate en 1575 por el sultán Baad. Se entra en una época de vacio europeo en las islas, con la excepción de alguna visita ocasional como la del pirata inglés Francis Drake. 

En la isla de Ternate quedan restos etimológicos de la presencia hispano-portuguesa como son las poblaciones de Kastela y Bastiong, así como La Laguna (talmente en español). 

De los diversos fuertes que existen en la isla, al menos tres de ellos están fuertemente vinculados a España. Son el fuerte de Nuestra Señora del Rosario, el fuerte de San Pedro y San Pablo y el antiguo fuerte Malayo o fuerte Oranje, que fue uno de los mayores puntos de choque entre españoles y holandeses. Pigafetta, cronista de Magallenes y después Elcano en su viaje, nada dice sobre los fuertes de Ternate, que no habrían pasado desapercibidos en la detallada descripción de las islas que hizo. 



Fuerte de Nuestra Señora del Rosario 

Al parecer el capitán de Brito recibió autorización para construir un castillo en 1522, en la amplia acepción del término entonces, es decir, almacén, cuadra, factoría, dormitorio y fortaleza, en las proximidades de la ciudad de Gammalamma, donde residía el sultán Bolief. El castillo de piedra portugués poco a poco fue levantándose. A lo largo de décadas. 

En 1575 los portugueses son expulsados de Ternate. Cinco años después se produce la unión de las dos coronas peninsulares. En ese época se inicia la penetración holandesa en Ternate, el sultán se alía con la compañía holandesa V. O. C. (Vereenigde Oostindische Compagnie). 

En 1606, don Pedro de Acuña, gobernador general de Filipinas, arma una flota de 37 buques de distinto porte, con un total de 1.300 españoles, 400 filipinos y 650 remeros de esta nacionalidad. Llegan a Tidore, el sultán renueva su vasallaje al Rey de España, Felipe III. Al amanecer del 1 de abril desembarcan en Ternate. Dos columnas se dirigen al fuerte de San Pedro y San Pablo, los ternateños, a pesar de su superiodad artillera se deciden por el cuerpo a cuerpo. Son aplastados por la infantería española. Al mediodía el fuerte se rinde. Don Pedro se dirige hacia Gammalamma y el fuerte de Nuestra Señora del Rosario, el sultán Said huye. Los holandeses se aprestan a la defensa, pero son arrollados por el asalto español. Estos capturan la factoría holandesa, en la que encuentran dos mil ducados, grandes depósitos de clavo y numerosas mercaderías. 

El sultán Said vuelve a su palacio al haberse rendido y reconocido la soberanía española sobre el sultanato. El 10 de abril de 1606 los españoles y ternateños firmaron la paz. Don Pedro de Acuña, cumplida su misión, regresó a Manila en el mes de mayo. 

Durante los meses sucesivos se levantaron puestos fortificados y guarniciones en las pequeñas islas vecinas; el fuerte de Nuestra Señora del Rosario albergó a 200 soldados, y cerca de 100 familias de portugueses, mestizos portugueses y españoles. 



El fuerte de Nuestra Señora del Rosario se puede visitar en la actualidad, aunque su interior está en ruinas, aún se aprecian los muros  y parte de la torre central. 

Los holandeses no habían estado ociosos desde su derrota, el capitán L´Hermite llegó a acuerdos secretos con el Sultán de Jailolo. A pesar de sufrir diversos reveses ante las tropas españolas, pudo conseguir una base en el antiguo fuerte Malayo, abandonado por los portugueses. Lo reconstruyó y lo puso en estado de defensa. Fue sitiado por los 250 españoles en junio de 1606 y defendido por 140 holandeses y ternateños aliados de estos. No pudo ser expugnado por los españoles. Esto animó a las fuerzas holandeses a extender su acción sobre Ternate y Tidore. Está situado en el centro de la moderna Ternate. Hoy día lo ocupa la policía local y es el único que presenta ciertas condiciones de habitabilidad. 



Fuerte de San Pedro y San Pablo 

Ya hemos visto que las tropas de Don Pedro de Acuña lo asaltaron y ocuparon en 1606. Fue empezado a construir después de 1525, las crónicas portuguesas cuentan que aquí fue asesinado el sultán Hairun por Antonio Pimentel en 1570. Lo que dio lugar a una guerra de cinco años, que terminó con la derrota portuguesa y su expulsión de Ternate. 

Se conservan los muros exteriores, pero no se puede acceder al interior. Los desniveles, la vegetación y los reptiles aconsejan observación prudente desde la carretera. 



Fuerte Toloco 

Un fuerte portugués, no existen indicios de presencia española. Buen estado de conservación exterior. 



Fuerte Santa Lucía 

Conocido como “El bastión”. No llegó a terminarse y hoy las aguas de la bahia de Talangame penetran entre sus muros. 



En síntesis, Tidore y Ternate, islas donde la presencia de España puede aún palparse en los vestigios de las fortificaciones, en las tradiciones del folklore y en las etimologías de muchos términos de su vocabulario, constituyen lugares de enorme interés no sólo para el historiador sino para todos los españoles que discurran por esas latitudes. El buque escuela Juan Sebastián Elcano estuvo por esas aguas en 1994.

domingo, 22 de abril de 2012

Ataque carolingio a los vascones


Allá por el año 776 d. C. la hegemonía en la Europa occidental se la disputaban dos grandes potencias: la cristiana y la musulmana, con sus centros de poder en Aquisgrán y Córdoba, respectivamente Carlomagno y Abderramán I, y sus áreas de dominio efectivo lo alcanzaban la primera hasta el río Loira y la segunda hasta el Ebro. En el espacio entre ambos existía una “marca”, extenso territorio muy fragmentado con un status político difícil de definir: desde monarquías locales hasta zonas de influencia. 

Al sur de los Pirineos encontramos al dux Lupo, que dominaba el territorio de los vascones y el norte de la actual Navarra. Era acérrimo enemigo de los carolingios quienes estaban presionando sobre las Aquitanias y empujaban contra el sur del Pirineo. Los carolingios idearon un plan para “hacer saltar el tapón” de Lupo: envolver por el sur el área vascona. A tal objeto bastaba con desembarcar un ejército en la bahía del Bidasoa, y remontando la vieja calzada “vía ad O Easo”, tras pasar el alto de Velate, presentarse ante la plaza fuerte de Pompiluna (Pamplona) a retaguardia del centro de la resistencia de los rebeldes. Rebeldes según la definición franca, claro está. Esta operación nos llega por primera vez relatada en el Poema de Fernán González, ese vascongado que crearía el condado de Castilla; redactado hacia el 1250. 

En el Poema se nos suministra la información de que fueron dos las derrotas que hubo de encajar Carlomagno en suelo hispano, la del 776, desembarco fallido en la bahía del Bidasoa con el fracaso de la operación de envolvimiento por el sur del bastión vascón; y la del 778, masacre en Roncesvalles de la retaguardia y fuga de la vanguardia y centro de su poderoso ejército. 

El plan estratégico de Carlomagno en el 776 era acertado: envolverlo por el sur, ocupando Pamplona. Pero al concebirlo cometió un error: para iniciarlo tenía que atravesar territorio del enemigo, al que sin duda minusvaloró, habitual ignorancia gala de las realidades hispanas. Pudo haberlo hecho actuando por sorpresa, pero faltó discreción; sus planes eran conocidos por el enemigo, según dice el Poema: “Sopo Bernald del Carpyo que franceses pasavan por conquerir Espanna.” Después de adjuntar muchas fuerzas de montañeses “Non dexó a ese puerto al rrey Carlos arribar.”. Los vascones hicieron frente a los carolingios en el momento del desembarco. Lo que era normal: en toda operación, cuya fase previa es el desembarco de la fuerza invasora, el momento crítico es aquél en que éste intenta tomar tierra, máxime si no juega a su favor el factor sorpresa. 

No tenemos detalles de la lucha que se produjo, sólo hay dos expresiones en el Poema que pueden ser indicios: 
1.- cuando dice “a ese puerto” (antes dijo que era el que llaman Fuenterrabía) lo que indica que la tentativa de invasión se efectuó en uno de los varios que había en la bahía del Bidasoa. 
2.- cuando dice “non le dexó arribar”, este verbo significa llegar, tratándose de un puerto alcanzar los atracaderos y ello quiere decir que los vascones impidieron el desembarco carolingio. 
No tenemos ninguna información que nos diga que los vascones tenían una flota capaz de enfrentarse a la carolingia, por lo que debemos aceptar que los vascones presentaron una eficaz resistencia en los muelles cuando la flota enemiga intentó desembarcar su primera ola de asaltantes. 

El Poema nos cuenta que los carolingios de la primera oleada eran muchas “assaz gentes” y la fortuna de las armas le fue adversa “Tovose por maltrecho Carlos esa vegada”. Ante el fracaso no les quedó más solución que la retirada. Su regreso fue penoso, sabían que la empresa había fracasado: “Quando fueran al puerto los franceses llegados/rendieron a Dios gracias que les avya guiados,/folgaron e durmieron que eran muy cansados./ Sy essora tornaran fueran byen venturados.” 

O dicho de otra manera: que fue gran suerte escapar con vida. Los de Roncesvalles no pensarían igual dos años después. 

José Luís Banús y Aguirre 
De la Real Academia de la Historia, 1990

viernes, 20 de abril de 2012

¿Ardor guerrero?


Tras el sometimiento de cántabros y astures, los diversos pueblos hispanos se incorporaron lentamente a los esquemas organizativos romanos y adquirieron su cultura y civilización. El ejército de ocupación romano, asentado en una tierra pacificada, dejaba de tener frentes de lucha. Se vivió un prolongado periodo de paz y el ejército perdió coraje combativo y sus músculos se entumecieron.


Es cierto que de vez en cuando Hispania sufrió  algún sobresalto. Así, la Bética fue invadida en el 171-172 por los mauri. Poco después, en el reinado de Cómodo (sí el de la película Gladiator), de nuevo los mauri invadieron la Península, realizando una incursión mucho más grande y peligrosa. No hay ni una fuente de información que aporte una prueba de que el ejército hispano, la Legio VII Gemina y sus unidades del noroeste, corriesen a rechazar la invasión. Era más importante que protegiesen las minas de oro. La ayuda vino de la misma Mauritania Tingitana.


El ejército estacionado en la Península no estaba acostumbrado ni preparado para luchar contra enemigos exteriores. Ninguna unidad del ejército hispano, por ejemplo, combatió en el 186 a los desertores encabezados por Materno que habían invadido el nordeste peninsular. La extinción de la insurrección la llevó a cabo tropas de las Galias.

Tuvieron el mismo comportamiento cuando francos y alamanes invadieron la Península en el siglo III. Diez años permaneció en Hispania un grupo de ellos y ningún testimonio literario ni epigráfico recuerda que las unidades militares abandonasen sus acuartelamientos para combatirlos.  Tampoco sabemos cómo desaparecieron los francos y alamanes.

miércoles, 18 de abril de 2012

Ataque inglés a La Habana, 1762




El 15 de agosto de 1761, España y Francia firmaron el Tercer Pacto de Familia, para evitar que Inglaterra “se hiciera dueña absoluta de la navegación y compelerla a volver en sí para una paz razonable”. Carlos III se prometía humillar la soberanía de Inglaterra, conteniendo sus progresos en América. El 2 de enero de 1762, Inglaterra declaraba la guerra a España. España respondió el 17 del mismo mes “ordenando ejercer toda suerte de hostilidades permitidas contra los vasallos del Rey de Inglaterra”

La Habana era la plaza más fuerte de las Antillas, y durante las últimas guerras, era la que había causado más daño a los ingleses; así es que éstos pensaran acabar de un solo golpe con el más fuerte de sus enemigos, enviaron una gran escuadra y un enorme ejército para apoderarse de La Habana. A su favor tenían dos circunstancias: después del último conflicto (1747), se habían descuidado las fortificaciones, y las milicias del país habían perdido mucha de su organización pues el año anterior (1761) se había declarado la fiebre amarilla en Cuba, que causó muchas bajas entre la guarnición y la población de La Habana. 

Para desorientar a los españoles sobre el verdadero objetivo de los preparativos se hizo circular la voz de que se destinaban a atacar a Santo Domingo, muy próxima a la Martinica, bajo la férula inglesa; incluso se publicó la noticia en la Gaceta de Londres el 9 de enero. Las autoridades inglesas de Jamaica recibieron la orden de aprestar dos divisiones de infantería (4.000 hombres del norte de América y 2.000 de Jamaica). 

Al mando de Cuba se hallaba D. Juan Prado de Portocarrero, quién se esforzaba desde febrero de 1761 en reorganizar todas las tropas de la isla; montar y habilitar toda la artillería; reparar todas las obras del recinto; emprender y ejecutar las que había proyectado el anterior Gobernador. Pero el trabajo se demostró titánico e imposible, no había esclavos y apenas presidiarios adscritos a las obras; por lo que las reparaciones apenas se empezaron. Al poco, llegaron de Veracruz algunos presidiarios para las obras de fortificación. Trajeron la peste que se extendió rápidamente a la población, escuadra y cuarteles. De una población de 40.000 personas en La Habana, murieron algo más de 1.800, atacaba virulentamente a los europeos poco acostumbrados al calor del trópico.

A mediados de año, se incorporaron trece compañías de infantería, una de artillería y 200 dragones de Edimburgo. El Marqués del Real Transporte, comandante general de la escuadra de América, tenía a sus órdenes catorce navíos y seis fragatas en La Habana, tres navíos y una fragata en Santiago de Cuba, un navío y dos fragatas en Veracruz, y tres navíos y una fragata en Cartagena.

El 5 de marzo partieron de Spithead para Jamaica 64 buques de guerra y más de 10.000 hombres de a pie. Llegaron a Martinica el 26 de marzo, donde se unieron a las tropas del norte de América y de Jamaica. La armada inglesa sumaba 2.292 piezas de artillería, 12.041 hombres de desembarco más 2.000 peones negros, que sumados a las tripulaciones hacían un total de 22.300 efectivos.

El 27 de mayo cruzaron el Canal Viejo de Bahama en dirección a Cuba; el 2 de junio se encontraron con 11 embarcaciones españolas que iban a cargar madera a Jagua, después de un duro combate que duró dos horas consiguieron doblegar a los españoles. Al amanecer del día 6 de junio estuvieron a la vista de la capital los 53 buques de guerra y los 200 transportes de aquella formidable armada. Las fortificaciones de La Habana eran las mejores que tenía España en las Antillas. Pero todas ellas estaban dominadas por alturas de fácil acceso, la ciudad no era inexpugnable para una fuerza superior en número de hombres y cañones.
 
Pero, por mala suerte para España, el gobernador de la isla, Prado de Portocarrero era un general poco apto y pusilánime. El 21 de mayo, quince días antes que los ingleses, llegó un hombre cubierto de barro hasta la antesala del palacio del Gobernador. Como no eran horas de audiencia fue despedido ásperamente. Cuando dos días después el Gobernador se dignó recibirle, desestimó el valor de sus noticias  al saber que era un traficante de Santiago con Jamaica. El gobernador dudaba mucho que una flota se atreviera a pasar por el Canal Viejo de Bahama. Incluso cuando la flota inglesa se presentó ante la plaza y fue observada por los vigías, el gobernador hizo volver las tropas a los cuarteles. Sólo varias horas después, cuando los ingleses iniciaron el desembarco reaccionó, nerviosamente ordenó la movilización de las milicias. 

Se envió a toda la maestranza de artillería para formar y artillar varios reductos para entorpecer el desembarco inglés, el más importante La Cabaña protegido por la milicia ciudadana. Al anochecer 2.000 ingleses fueron a reconocer la posición y se produjo un tiroteo, dispersándose las milicias; se abandonó despreocupadamente una posición ventajosa. Por otro lado se renunció a la defensa móvil de los buques en la bahía interior barrenando tres navíos a la entrada de dicha bahía. Fueron quitados los aparejos al restos de los navíos que, protegidos sus cubiertas y costados con sacos de tierra, sirvieron de baterías flotantes, concentrándose en los castillos y plazas las tropas regulares, y ordenándose que salieran de ella las personas inhábiles. Fuera de las murallas operaban aisladamente dos compañías de infantería, además de varios grupos de ciudadanos: el alcalde de Guanabacoa, D. José Antonio Gómez de Bullones, reunió un ardoroso núcleo de adictos en cuerpo de guerrillas y salió al paso de los ingleses conteniendolos durante varios días, haciéndoles infinidad de prisioneros y muertos. Por tal motivo, aún hoy, se denomina a Guanabacoa “la villa de Pepe Antonio”.

Los ingleses comenzaron el ataque al Castillo del Morro el 13 de junio, talando los árboles que había en su pendiente para instalar una batería de cañones. Los ingleses lanzaron más de 2.000 bombas sobre la plaza para proteger el trabajo de sus zapadores. Una salida nocturna para destruir el trabajo de los ingleses se saldó con derrota y pérdida de 500 vidas de soldados veteranos españoles. El 1 de julio los ingleses acercaron 3 navíos con 288 piezas de grueso calibre a tiro del Morro, comenzó el cañoneo. Después de 6 horas de lucha los ingleses comprobaron que la defensa del Morro la dirigía un genio heroico, D. Luis de Velasco, quién al mando de 18 piezas grandes más 12 piezas pequeñas, hizo frente y derrotó el intento de los ingleses de tomar el Morro. El día 2 los ingleses volvieron a intentarlo, pero Velasco volvió a demostrar su dominio de las técnicas de artillería, con proyectiles y ollas de fuego consiguió destruir las dos líneas de trincheras paralelas que un millar de ingleses tardaron 3 semanas en construir.

Las penalidades de los ingleses iban en aumento. Las enfermedades traídas de la Martinica y visiblemente aumentadas por la insalubridad del clima y lo penoso del servicio, han reducido el ejército a la mitad de su número, 5.000 soldados y 3.000 marineros estaban postrados por diversos males, al paso que la falta de buenos alimentos desespera a los enfermos y retarda su curación, siendo el mayor de los males la escasez de agua. Los ingleses se daban cuenta que disminuían sus esperanzas de éxito a medida que avanzaba la estación de los huracanes.

El 15 de julio, D. Luis de Velasco, con una fuerte contusión en la espalda, tuvo que retirarse a la ciudad a descansar. El nuevo jefe, capitán de navío D. Francisco de Medina, propuso cambiar el modo de la defensa en su deseo de ahorrar sangre y municiones, apostó a la gente detrás de las cortinas  y baluartes; así no pasaron de 250 las bajas de aquella guarnición en los nueve días que Medina defendió aquel fuerte. Pero esto permitió a los ingleses reforzar sus paralelas con dos baterías más de obuses y cañones, a la vez que avanzaban los trabajos en dos minas bajo los baluartes más sobresalientes (Tejada y Austria). El 18 de julio, bonita fecha ¿eh?, el capitán D. Fernando Herrera al mando de migueletes catalanes (todavía no existía el separatismo discutido y discutible) y un grupo de negros escogidos realizó una salida hacía San Lázaro, sorprendiendo a los centinelas ingleses, degolló a más de veinte hombres, hizo prisioneros a su comandante y a 16 más, poniendo en fuga a los restantes; clavó 16 piezas de cañones y cuatro de obuses, e incendió y desbarató la batería. Cuando los ingleses airados acudieron al contraataque, ya estaban fuera de su alcance. 

El 24 de julio, mejorado de su golpe, Velasco volvió al Morro para defendelo. Esto fue conocido en el campo inglés por la viveza con que, de repente, empezaron a disparar las baterías españolas. Desde el 25 al 28, disparó con tal tino que todo el trabajo inglés quedó paralizado, excepto en las dos minas que ya iban muy avanzadas. El día 24 habían desembarcado en La Chorrera los refuerzos que traían de Nueva York tres buques de guerra y un considerable número de transportes. El día 30 de julio, las minas inglesas estaban listas para explotar bajo los pies de los defensores del Morro. Al pedir Velasco órdenes al Gobernador en La Habana, este conminó la defensa del baluarte hasta el último hombre. Los ingleses prepararon el ataque acercando varios navíos a la costa para bombardear a los defensores, al mediodía del día 30 hicieron estallar las dos minas. No estaban bien preparadas y los dos baluartes aguantaron casi intactos, pero el teniente Forbes al mando de 20 granaderos le echó cojones y se encaramaron por la pequeña brecha  que se abrió. Superaron a la guardia española y se apoderaron del bastión. Cuando los españoles reaccionaron, el mismo Velasco tomó la delantera en el contraataque. Pero le penetró una bala en los pulmones, cayendo al suelo, ordenó con su último aliento “que a ningún cobarde le confiaran la defensa del pabellón nacional”. Fueron pereciendo agarrados a la bandera, un capitán de Aragón (D. Antonio Zubiría), su alférez (D. Marcos Fort); dos tenientes de navío (D. Andrés Fonegra y D. Hermenegildo Hurtado de Mendoza); dos oficiales subalternos de marina (D. Juan Pontón y D. Francisco Ezquerra); dos oficiales subalternos del Fijo (D. Martín de la Torre y D. Juan de Roca Champe); así como el Marqués González. Reducida la guarnición a menos de la mitad de su número, y con los ingleses entrando a borbotones, el capitán de granaderos de Aragón D. Lorenzo Millá, izó bandera blanca. El general inglés Keppel se precipitó a la sala donde curaban a Velasco, lo reconoció entre los demás heridos por la expresión noble y guerrera de su rostro; lo abrazó y lo dejó libre para pasar a curarse en la ciudad o por los mejores cirujanos de sus tropas. Aunque sus heridas no eran de muerte, su fiebre era tan alta que deliraba, era indispensable extraerle la bala; pero tuvieron que profundizar tanto, que le sobrevino el tétanos, falleciendo a las cuatro del 31 en brazos de su sobrino, siendo enterrado el 1 de agosto en el convento de San Francisco, disparando los dos bando salvas en honor del héroe. Así a los 44 días de trinchera abierta, terminó una de las defensas más gloriosas, que había costado más de 1.000 vidas a los españoles y más de 3.000 a los sitiadores. 

Minutos después de ondear la bandera enemiga en las almenas del Morro, el Gobernador ordenó que el castillo de La Punta dirigiera sus fuegos sobre el Morro. A las seis de la tarde, no era más que un montón de escombros el castillo que se había perdido.

El 1 de agosto arribó un nuevo convoy de Nueva York con más de 2.000 hombres. Para proteger el arsenal mandó el Gobernador ocupar la loma de Atares, donde se colocaron algunas piezas, pensando así prolongar la defensa.
 

El 10 de agosto, los ingleses hicieron llegar una carta al Gobernador conminándole a la entrega de la plaza. El Gobernador no se avino, en la noche del 11 de agosto los ingleses redoblaron sus ataques al castillo de La Punta, desde sus baterías en tierra y desde los navíos que habían introducido en la bahía después de haber superado la custodia de la entrada del puerto.


Al finalizar el día 11 de agosto sólo quedaba pólvora para mantener el combate cuatro o cinco horas seguidas; los ingleses habían abierto brechas en el castillo de La Punta, haciendo inevitable el asalto; se resolvió solicitar una honrosa capitulación, pidiendo una suspensión de armas por 24 horas para redactar en ellas los artículos de la capitulación.


El 12 de agosto de 1762 se firmó la capitulación entre el almirante Jorge Pockok, caballero de la Orden del Baño y el Conde de Albermale, comandante de la Escuadra y del Ejército de S. M. B., y el Marqués del Real Transporte, comandante general de la Escuadra de S. M. C. en América, y D. Juan de Prado, gobernador de La Habana, para la rendición de la plaza y navíos españoles en su puerto.

El número de bombas y granadas arrojadas por el enemigo, según el más arreglado cómputo ascendió a 21.174 (18.104 contra el castillo del Morro y las 3.070 restantes contra el de La Punta y demás baluartes de la plaza, cuerpo de la ciudad, navíos y demás embarcaciones. Y la pérdida de gente, comprendidas las tropas de Tierra y Marina, tripulaciones de la Escuadra, milicias de todos colores y gente de tierra adentro, se consideró de 2.910 hombres, sin incluir en este número al pie de 800 a 900 negros esclavos de particulares, que han perecido en los trabajos del Morro. 
Parte firmado por D. Juan de Prado Portocarrero, gobernador de La Habana.
 

El honor militar se había salvado, pero hubo 1.297 muertos y 1.313 heridos, de los 5.000 hombres que habían intervenido en la defensa de La Habana, con 4.000 fusiles, utilizando el resto armas de fortuna (tercerolas, lanzas, chuzos y machetes). El asedió duró 67 días. Se perdieron 17 navíos de diversa consideración. Los ingleses contaban con 15.000 soldados veteranos; la escuadra aparejaba 1.842 cañones más otros 200 desembarcados; 4.000 peones negros y 15.000 tripulantes.
 

El 8 de septiembre fue convocado el Cabildo Municipal de La Habana, y cuando entró Albermale pronunció un discurso en el que declaró que, conquistada la ciudad por las armas, el verdadero Soberano era Jorge III, a quién debían jurar obediencia y vasallaje. Al instante, el alcalde D Pedro Santa Cruz dijo en voz alta: “Milord, somos españoles y no podemos ser ingleses; disponed de vuestros bienes y sacrificad nuestras vidas antes que exigirnos juramento de vasallaje a un príncipe para nosotros extranjero. Vasallos por nuestro nacimiento y nuestra obligación jurada del Señor Carlos III, Rey de España, ése es nuestro legítimo monarca, y no podríamos, sin ser perjuros, jurar a otro. Los artículos de la capitulación de esta ciudad no os autorizan legalmente más que a reclamar de nosotros una obediencia pasiva y ésa ahora os la prometemos de nuevo y sabremos observarla.”

El 22 de noviembre se firmaron los preliminares de un tratado de paz, que serían ratificados el 10 de febrero de 1763 en Versalles, cediendo España los ruinosos presidios de Florida y los territorios al este y oeste del Mississippí, recibiendo, como indemnización de Francia, la Luisiana. El 4 de marzo se publicó la terminación de las hostilidades. Carlos III ordenó a Madariaga, gobernador de Santiago, que tomara posesión de La Habana en nombre de su Soberano, con este cometido salió de Santiago el 16 de junio. Los ingleses, haciendo honor a su fama, antes de abandonar la ciudad, destruyeron el arsenal y todo el material susceptible de ser aprovechado por los españoles. 
La Habana volvía a ser española.
 

Pilar Castillo Manrubia. Bibliotecaria del Estado Mayor de la Armada. 1990
Revista de Historia naval nº 28

sábado, 14 de abril de 2012

El orden de los factores no altera el producto, o sí.


Conocida fue la relación amorosa que hubo entre Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós (si no lo saben yo se lo cuento), pero también de dominio público la enemistad que llegaron a profesarse ambos.
En cierta ocasión, siendo ya mayores se encontraron accidentalmente en unas escaleras. Él subía jadeante y ella empezó a bajarla.
Mientras se cruzaban ella le espetó:
-Adiós, viejo chocho
Pero tal y como lo soltó se dio cuenta que le había puesto en bandeja una magistral contestación a una de las mentes más brillantes de la literatura española y universal. La Pardo Bazán aceleró el pasó escaleras abajo, pero le dio tiempo a escuchar la réplica de su viejo e íntimo enemigo:
-Adiós, chocho viejo