El
25 de julio de 1797 se produjo un hecho glorioso en las armas
españolas en el que se enfrentaron dos insignes militares: el
contralmirante Nelson, de la Royal Navy, y el teniente general del
Ejército español don Antonio Gutiérrez.
Horacio
Nelson nació en el año 1758. Ingresó como guardiamarina a los 12
años. Intervino en varias acciones de guerra. Su carrera fue
fulgurante, a los 20 años ya era capitán de navío y comandante de
la fragata Hinchimbrook. Tomó parte en un desembarco en Córcega,
donde perdió un ojo. En el año 1797 ascendió por antigüedad al
empleo de contralmirante.
Don
Antonio Gutiérrez nació en el año 1734, y su figura es muy
representativa de los militares del s. XVIII. Intervino en la última
campaña de Italia del reinado de Felipe V. De teniente coronel mandó
la fuerza que derrotó a los ingleses en las Malvinas. Llevó a cabo
la operación de castigo sobre Argel, siendo coronel, en represalia
por el ataque a Melilla, resultando herido. Ostentando el empleo de
general de brigada venció por segunda vez a los británicos, a las
órdenes del duque de Crillón, en 1782, en la recuperación de
Menorca. Desempeñó los destinos de comandante militar de Menorca y
gobernador militar de Mahón. En 1791 ascendió al empleo de teniente
general, tomando el mando militar del archipiélago canario.
En
agosto de 1796 Francia y España firmaron el Tratado de San
Ildefonso, que a juicio de Inglaterra alteraba el equilibrio europeo,
por lo que se dedicó a provocar a España, apresando los buques
españoles surtos en puertos británicos. España declaró la guerra
a la Gran Bretaña en octubre de ese mismo año.
La
escuadra del almirante Jervis bloqueó Cádiz con el objeto de
destruir a los buques españoles estacionados allí. El almirante
Mazarredo defendió la ciudad y bahía brillantemente, organizando
una flotilla de lanchas cañoneras que obligó a los británicos a
retirarse a mayor distancia de la costa. El bloqueo duró varios
meses, lo que dio lugar a una desmoralización de las dotaciones
británicas por la dureza de la vida a bordo, las incomodidades
propias de los buques en aquellos tiempos, la falta de actividad
durante días que parecían interminables. Todo ello llevó a que
algunas dotaciones se amotinaran.
Al
estar bloqueado el puerto de Cádiz, los buques procedentes de
ultramar descargaban sus valiosas mercancías en los puertos
canarios, especialmente en la plaza fortificada de Santa Cruz de
Tenerife. El almirante Jervis, como buen pirata inglés, decidió
apresarlos para conseguir un botín que satisficiese la tradicional
rapacidad de las dotaciones británicas. Comenzó enviando dos
fragatas, que merodearon alrededor de la isla y que apresaron
audazmente una fragata de la Real Compañía de Filipinas en abril de
1797. Varias fragatas realizaron exploraciones de la zona; apresaron
una corbeta francesa, La Mutine. Llegaron a entrar en el puerto de
Santa Cruz bajo bandera blanca con el pretexto de canjear
prisioneros.
El
almirante Jervis decidió emprender el ataque a Santa Cruz de
Tenerife mediante un asalto anfibio en toda regla. Distinto a una
mera operación de castigo, como los ingleses han tratado de difundir
en un intento de disminuir la importancia de su descalabro, como
siempre ha sido norma en las fuerzas armadas británicas en sus
enfrentamientos con España.
Jervis
destacó a una escuadra bajo el mando del contralmirante Nelson,
compuesta por tres navío de línea, Theseus, Culloden y Zealous;
tres fragatas, Seahorse, Terpsichore y Emerald; la balandra Fox y la
bombarda Rayo. Esta fuerza naval dejó las aguas de Cádiz el 15 de
julio de 1797 en dirección a Tenerife. El ataque tenía un triple
objetivo: conseguir presas valiosas, romper la monotonía producida
en el bloqueo de Cádiz y conquistar Tenerife mediante el asalto
anfibio.
Tenemos
constancia escrita del plan de ataque del contralmirante Nelson,
entre otras cosas se planteaba una operación anfibia con el objetivo
de ocupar la ciudad de Santa Cruz y, más tarde, embarcar los
cargamentos que se consiguiesen en los buques y almacenes españoles.
La
fuerza de desembarco se componía de 200 hombres por cada navío de
línea, 100 hombres por cada una de las tres fragatas, completada con
80 artilleros, es decir, unos 1.000 hombres.
Por
su parte, recibida en las Canarias la noticia de la declaración de
guerra el teniente general Gutiérrez se aprestó con gran actividad a
la defensa, preparándose para una larga resistencia. Reforzó las
fortificaciones artilleras, antiguos fuertes con artillería regular,
exceptuando la emplazada en los castillos de Paso Alto, de San Miguel
y de San Andrés, con campos de tiro exclusivamente marítimos, por
lo que un ataque desde tierra dificultaría en extremo su defensa. La
guarnición de Tenerife contaba con las fuerzas siguientes:
-
El batallón de Canarias, unidad de élite.
-
Cinco regimientos provinciales de milicias, incompletos.
-
Banderas de enganche o partidas de reclutamiento de los regimientos
fijos de Cuba y La Habana.
-
Cuatro compañías de artilleros en Santa Cruz, una en el puerto de
la Orotava, otra en Garachico y medias compañías en La Candelaria y
en el valle de San Andrés.
-
Santa Cruz de Tenerife disponía de 375 artilleros milicianos que
dotaban 84 cañones y 7 morteros.
La
maniobra de la fuerza de desembarco británica comprendía dos fases.
En la primera se desembarcaría a unas dos millas al nordeste del
muelle de Santa Cruz, en la playa del Valle Seco, para en una
maniobra de envolvimiento, tomar desde atrás, el castillo de Paso
Alto; y desde aquí intimar a la rendición mediante carta al general
Gutiérrez.
En
la segunda fase, en el caso de que la rendición del castillo no
produjera la rendición de la ciudad, se dirigirían al muelle para,
desde allí, ocupar Santa Cruz.
La
Escuadra de Nelson fue avistada en la noche del 21 al 22 de julio, se
perdió la sorpresa estratégica, no así la sorpresa táctica,
puesto que se desconocía el lugar del desembarco. Las fragatas
inglesas, cargadas con las tropas a desembarcar, se situaron a unas
tres millas de la costa. Las condiciones de mar y viento les impedían
acercarse a la costa. Los tres navíos de línea se mantenían
alejados. Comenzó el desembarco con 23 botes hacia el barranco del
Bufadero y otros 16 hacia el centro de la ciudad. La arrogancia
británica superaba a su prudencia. Las adversas condiciones
meteorológicas y la temprana alerta hicieron que se abortase el
desembarco ante el temor del desperdigamiento de las lanchas de
desembarco. A las diez de la mañana, los botes remolcaron a las tres
fragatas cerca de tierra, comenzando el desembarco de unos 1.000
hombres, que pusieron pie a tierra en la playa del Valle Seco
soportando el fuego artillero del castillo de Paso Alto. Cuando los
infantes de marina británicos alcanzaron una colina cercana fueron
enfilados por el fuego cruzado de los defensores, unos 165 hombres de
las unidades más escogidas de la guarnición. Los británicos fueron
parados en seco, el intento de tomar Paso Alto por la retaguardia
había fracasado.
Al
mismo tiempo, el general Gutiérrez había ordenado al jefe del
batallón de Canarias que fuese a La Laguna para reunir a los
milicianos y, con ellos, dirigirse con velocidad hacia el Valle Seco
con intención de ocupar los pasos de penetración y alturas que
abrían el camino del interior de la isla. Consiguieron su objetivo
el mismo día 22.
Todo
el día 23 se intercambió fuego de fusil y de cañón. Los ingleses
se encontraron con muchas dificultades, no parece que tuviesen un
conocimiento adecuado de los alrededores de Santa Cruz para intentar
una progresión hacia el interior e incluso para desembarcar con
éxito. El contralmirante Nelson observó que el desembarco había
fracasado, ordenó la retirada, y la fuerza, amparada por la
oscuridad de la noche del 23 al 24, comenzó su retorno hacia la
playa y su reembarco en las fragatas. Las tres fragatas levaron
anclas y navegaron hacia La Candelaria, era una maniobra de
diversión. El general Gutiérrez no se dejó engañar, estaba
convencido que el próximo asalto consistiría en un ataque frontal
sobre la ciudad desde el muelle y , por tanto, cambió el despliegue
de sus fuerzas del siguiente modo: estableció su puesto de mando en
el castillo de San Cristóbal; en el castillo de Paso Alto quedó un
retén de sólo 30 hombres; concentró la fuerza, reforzada con todos
los milicianos restantes, en Santa Cruz; ordenó la alerta a todos
los castillos, torres y baterías; designó el batallón de Canarias
como reserva, para acudir a donde fuese necesario.
Nelson,
el marino genial, y hasta el momento invicto, se enfrentaba con una
situación insólita que tenía que resolver para salvar el honor de
la Royal Navy. Convocó a los comandantes y les comunicó su decisión
de conquistar Santa Cruz a toda costa mediante un asalto frontal
desde el muelle. Llegó desde Cádiz la fragata Leander para reforzar
la escuadra.
A
las seis de la tarde del día 24, fondearon a dos millas al nordeste
del muelle de Santa Cruz. Una hora más tarde comenzó el duelo
artillero con el castillo de Paso Alto. Entre las nueve y las doce de
la noche se produjo el embarco de la fuerza en las lanchas de
desembarco, unos 700 hombres en seis grupos de lanchas, 180 a bordo
de la balandra Fox y 80 en una pequeña goleta canaria apresada días
antes.
A
las cero horas del día 25 comenzó la fase de movimiento
buque-costa. Los comandantes de los buques mandaban personalmente los
grupos correspondientes. La noche era cerrada, con visibilidad escasa
y fuerte marejada. La navegación transcurría sigilosamente, los
hombres en silencio, y los remos forrados con lonas para evitar hacer
ruido al entrar en el agua.
Nelson
decidió mandar personalmente la fuerza de desembarco, lo que resulta
un tanto extraño desde un punto de vista funcional e incluso
orgánico. Los objetivos eran el muelle y el castillo de San
Cristóbal. Debían desembarcar agrupados en el muelle, tomar el
castillo de San Cristóbal, desplegar en orden de batalla en la plaza
de la Pila (actualmente plaza de La Candelaria), desde allí
intimidar a la población y esperar a su reacción.
La
fragata española San José, a 500 metros del muelle, dio la alarma y
casi simultáneamente la dio también el castillo de Paso Alto.
Inmediatamente todas las baterías abrieron fuego con toda clase de
proyectiles y metralla, hundiendo a la balandra Fox, que perdió 97
hombres y tuvo numerosos heridos, produciendo un verdadero infierno
como dirían los supervivientes más tarde.
La
resaca y la marejada dispersaron hacia el sudoeste a la fuerza
atacante. Solamente tres de los seis grupos alcanzaron el muelle, de
estos sólo cinco lanchas consiguieron desembarcar todos sus hombres,
el resto encallaron entre los castillos de San Cristóbal y de San
Telmo, siendo hostigadas por el fuego de fusil de los milicianos.
Nelson,
que iba en el cuarto bote, justo en el momento de desembarcar recibió
un impacto en el brazo derecho y tuvo que ser evacuado a su buque
insignia, donde un cirujano francés a la vista de la gravedad se lo
amputó.
El
resto de la fuerza, los tres grupos restantes, consiguió desembarcar
más al sudoeste, lejos de su objetivo. Después de una marcha
forzada, atacaron el castillo de San Cristóbal por la retaguardia. No
lo consiguieron. Estaba al mando el capitán de navío Troubridge
quién, con una arrogancia típicamente británica, envió un mensaje
al general Gutiérrez para que se rindiese. A continuación se
dirigió a la plaza de la Pila, recogiendo a todos los hombres que
habían desembarcado de modo disperso. Se le unió el grueso de los
desembarcados llegando desde el barranco de los Santos hasta la plaza
de Santo Domingo. Los defensores cercaron a los ingleses, que
tuvieron que refugiarse en el convento de Santo Domingo.
El
batallón de Canarias, previa orden, ocupó el muelle con el fin de
cortar la retirada y también para impedir la llegada de refuerzos
procedentes de los buques. El regimiento de La Laguna recibió la
orden de dirigirse también al muelle en dos columnas, una por la
retaguardia de la plaza de Santo Domingo, para evitar la progresión
del enemigo hacia el interior, y la otra siguiendo la línea de
costa. Tanto las órdenes como los movimientos de los defensores
fueron acertados y ejecutados con rapidez y eficacia.
Troubridge,
de nuevo, a pesar de su desesperada situación, tuvo la ridícula
ocurrencia de exigir la rendición, a la que el general Gutiérrez
replicó con dignidad y contundencia. El combate bajaba de
intensidad, todos estaban a la espera de acontecimientos.
Nelson
intentó en la madrugada reforzar el ataque enviando 15 botes hacia
el muelle. Las baterías costeras abrieron fuego sobre ellos,
hundiendo a tres; los doce restantes viraron de bordo y se dirigieron
a sus buques.
La
situación era insostenible para los atacantes, con el grueso de sus
fuerzas cercadas en el convento de Santo Domingo, el resto fijadas en
el muelle y sin posibilidad alguna de recibir refuerzos.
Finalmente,
Troubridge se rindió a la evidencia y envió a parlamentar al
comandante Hood para conseguir una derrota honrosa. Este Hood llegó
con aires de superioridad e intentando intimidar a los oficiales
españoles con ínfulas de superioridad. Fue despedido con cajas
destempladas; tuvo que agachar la cerviz y pedir humildemente ser
presentado al general Gutiérrez. Los ingleses firmaron su rendición
a las siete de la mañana del día 25.
La lucha había durado cinco
intensas horas.
El
general Gutiérrez, demostrando una caballerosidad ejemplar, concedió
magnánimas condiciones: Los británicos volverían a sus buques con
todas las armas, se devolverían los prisioneros y se comprometerían
a que ningún buque bajo bandera británica atacaría las islas del
archipiélago canario (como si los ingleses respetaran la palabra
dada).
A las 7 de la mañana, sin tener
conocimiento de lo que se estaba tratando en tierra, el Theseus y el
Emerald se acercaron al valle de San Andrés, se produjo un duelo
artillero que causó leves daños en ambos buques.
Los
ingleses salieron del convento de Santo Domingo dirigiéndose a la
plaza de la Pila, formados y con las banderas desplegadas y a tambor
batiente bajo la vigilancia de las fuerzas defensoras. El reembarco
se hizo con dificultad por haber sido destruidas la mayor parte de
las lanchas británicas, teniendo que recurrir a algunos botes y a
dos bergantines españoles.
Troubridge
desembarcó al día siguiente con bandera blanca para recoger a los
heridos, llevando una carta de Nelson para el general Gutiérrez
agradeciendo su caballerosidad con los atacantes, puesto que había
ordenado la hospitalización de los heridos y había proporcionado
abundantes raciones de pan y de vino. El general invitó a los
comandantes de los buques a su mesa intercambiando regalos: Nelson
envió un queso y una barrica de cerveza y el general correspondió
con dos botellones de vino y una carta en la que se expresaba de
manera análoga.
En
la tarde del día 26 los buques rindieron honores fúnebres, con 25
cañonazos y arriado de sus banderas, en memoria del capitán de
fragata Bowen, comandante del Terpsichore, muerto en el combate del
día anterior.
La
escuadra británica abandonó las aguas de Santa Cruz en las primeras
horas de la tarde, dejando como recuerdo de su derrota la bandera del
Emerald, un cañón de campaña y numerosas armas de fuego y blancas
que se conservan en el Museo Militar de Santa Cruz, junto con el
cañon “Tigre” al que la tradición local atribuye el impacto
sufrido por Nelson, hecho imposible de demostrar.
La
fragata Emerald entregó en Cádiz, a las autoridades españolas, por
orden de Nelson el parte de la victoria española
Las
bajas inglesas se cifraron en 177 ahogados, 51 muertos por armas,
128 heridos y 5 desaparecidos. Las bajas españolas fueron 32 muertos
y 40 heridos.
Conclusiones
1.-
El ataque fue tan audaz como mal concebido
3.-
La confianza del almirante Nelson en sí mismo y la minusvaloración
del enemigo contribuyeron a su derrota.
4.-
El fracasado ataque anfibio se debió en gran parte a la heroicidad,
a la rapidez en la movilización del pueblo tinerfeño y a la
brillante defensa de las fuerzas españolas, constituyendo un hecho
glorioso de nuestras armas, conducidas por un insigne militar.
5.-
La victoria conseguida por el teniente general Gutiérrez no es
suficientemente conocida ni valorada: seguramente esto será debido a
la rapidez y a la facilidad con que se consiguió.
6.-
Esta era la tercera victoria del teniente general Gutiérrez
sobre los ingleses.
7.- Esta fue la única derrota de Horacio Nelson
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