“He
tenido el honor de ser presentada a muchas princesas de sangre, y
debo reconocer que jamás ninguna me ha impresionado tanto como
Josefina. Es la elegancia y la majestad. Nunca una reina ha sabido
estar mejor en un trono, sin haberlo aprendido. ¡Lástima que la
emperatriz haya perdido los dientes!”
Duquesa
de Abrantes, 1808
Los
dientes de la emperatriz. Es un tema que me viene a la mente cada
vez que veo en la tele una serie histórica y cualquiera de los
personajes principales y no tan principales, exhibe una dentadura
perfecta. Y recordé estos datos que entresaqué de la novela Yo, el
Rey de J. A. Vallejo-Nágera del año 1985
La
emperatriz Josefina tenía unos pocos dientes negros y carcomidos
tras unos labios perfectos. Son una especie de embajadores que traen
cartas credenciales de la muerte. En las calaveras siempre
impresionan los dientes, tanto los que restan como los que faltan
Hace
pocos años se consideraba hermosa toda mujer que no tuviera
desfigurado el rostro por las cicatrices de la viruela. El feliz
descubrimiento de la vacuna ha disminuido tanto este azote de la
humanidad, que en la nueva generación es una rareza. Los
admiradores de las mujeres podemos disfrutarlas con un cutis de
seda, que en la juventud de Napoleón era un preciado privilegio.
Hoy, en 1808, encontramos bella a toda joven con la dentadura
completa.
Es
evidente que Josefina no olvida un momento su dentadura. Usa el
abanico para tapar la boca, en un gesto que logra sea agraciado,
destacando la belleza de los ojos en línea horizontal sobre la
curva del abanico que se ilumina. Los hombres miramos con
predilección cuatro centros del encanto femenino: los ojos, la
boca, el escote y las manos. La emperatriz Josefina con hábil
acentuación del anzuelo de los otros tres intenta que olvidemos el
cuarto, al que también cuida esforzadamente. Casi todas las
personas desdentadas curvan hacia dentro los labios. La emperatriz
con la boca cerrada consigue mantener el contorno de sus labios
perfectos. Repite el milagro de mantenerlo durante la sonrisa, pero
Josefina tiene, como una de sus mayores gracias, un carácter jovial
y está inclinada a reír alegremente. Éste es el momento
peligroso, que suele resolver con el abanico…..casi siempre.
Cuando no lo consigue, el horror, como un látigo envenenado, nos
azota el espíritu a los espectadores.
La
dentadura de la emperatriz no atormenta sólo su vanidad, sufre
dolores agudos, que atenúa con opio. En su neceser de viaje hay dos
cajitas circulares de oro: una para el opio en granos, otra lo
contiene disuelto en tintura de láudano.
Antes
de las comidas, otra situación dramática: suele retirarse a frotar
las encías con el polvo y la tintura de láudano. Dicen que el
sopor que a veces la obliga a recogerse en su aposento tras el
yantar, se debe a esa necesidad de alivio de sus sufrimientos.
Durante la comida los disimula con entereza, nadie nota el dolor ni
las dificultades para masticar. Jamás realiza esos movimientos con
la lengua entre los dientes y la mejilla con que tantas personas
vulgares tratan de menguar sus molestias. También ha logrado
maestría en el control del movimiento de los labios al hablar.
Nadie que no esté prevenido notará su miseria dental. Y todos
podemos disfrutar sin menoscabo en la complacencia de su
conversación encantadora, del tono dulce, insinuante, acariciador
de esta persona de bondad y gracias excepcionales.
Se cuenta que la emperatriz, al conocer a Maria Luisa, esposa del desdichado Carlos IV, quedó sorprendida por los bellos dientes de esta. Al preguntarle cómo había conseguido mantener todos sus dientes a lo largo de su vida, la cachazuda esposa del Borbón le contestó que se los habían hecho unos orfebres de Medina de Rioseco.
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