Según una leyenda recogida a comienzos del siglo IV por Eusebio de Cesarea, el rey Abgar V de Edesa escribió a Jesus, solicitándole que le curase una enfermedad. Eusebio decía haber traducido y transcrito la carta original que se encontraba entre los documentos de la cancillería siria del rey de Edesa. Según el documento de Eusebio, Cristo respondió por carta, confirmando que cuando completase su misión terrenal y ascendiese a los cielos, enviaría a un discípulo para sanar a Abgar, como así habría hecho. Otra versión de la misma leyenda insistía en que la respuesta fue enviar directamente al apóstol Tadeo a Edesa portando una tela que llevaba impresa los rasgos faciales de Jesús, por cuya virtud el rey sanó milagrosamente.
El rey Abgar de Edesa con el Mandylion, icono del Monasterio de Santa Catalina del Sinaí, probablemente de 945.
Esta imagen de Cristo, junto con la carta y una lámpara que habría seguido ardiendo durante siglos, fueron encontradas emparedadas en un nicho sobre las puertas de Edesa en 544, a raíz de un sueño enviado al obispo de la ciudad, en un momento en que sufría la amenaza de los persas.
Gracias a la intervención del icono los persas levantaron el asedio y la ciudad se salvó. En los siglos V y VI se colocaron copias de la carta sobre las puertas de las ciudades, las casas y las tumbas. La imagen de Edesa, que presentaba a Jesús sobre un velo, moreno y con barba y cabello largo, conocida como Mandylion, fue trasladada a Constantinopla en 944, donde fue recibida con gran pompa por el emperador Romano I, que la depositó en la capilla del Gran Palacio de Constantinopla. Allí permaneció hasta que los Cruzados saquearon la ciudad en 1204, durante la infame Tercera Cruzada, llevándose gran parte de sus tesoros a Europa Occidental.
El Mandylion fue aceptada por muchos como la verdadera efigie – Vero Icono – de Cristo.
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