Dada su importancia en la literatura española, es costumbre iniciar las ediciones del Quijote incluyendo todos los materiales que acompañan a la obra de Miguel de Cervantes, los llamados por la crítica preliminares o paratextuales.
Así, es habitual que el lector que abra las primeras páginas de su ejemplar del Quijote, se encuentre con elementos que no se suelen reimprimir en otras novelas : una dedicatoria, un prólogo, advertencias al lector y un conjunto de poesías laudatorias además de la autorización administrativa y la tasa obligatoria y necesaria para la publicación de la obra.
Sin embargo a los lectores del siglo XVI no les resultaba extraña esta práctica ya que, en los reinos de Castilla, desde la pragmática de 1558 sobre la autorización previa de impresión, era obligado imprimir los citados preliminares. En lo que respecta al libro titulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, después de la portada de la primera edición , figuran en las siguientes páginas el siguiente documento administrativo:
Yo, Juan Gallo de Andrada, escribano de Cámara del Rey nuestro Señor, de los que residen en el su Consejo , certifico y doy fee que, habiéndose visto por los señores dél un libro intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra, tasaron cada pliego del dicho libro a tres maravedís y medio; el cual tiene ochenta y tres pliegos, que al dicho precio monta el dicho libro docientos y noventa maravedís y medio, en que se ha de vender en papel; y dieron licencia para que a este precio se pueda vender, y mandaron que esta tasa se ponga al principio del dicho libro, y no se pueda vender sin ella. Y para que dello conste, di el presente en Valladolid, a veinte días del mes de diciembre de mil y seiscientos y cuatro años.
Juan Gallo de Andrada
Juan Gallo de Andrada pertenecía al cuerpo de escribanos , un selecto numerus clausus de funcionarios por oposición, asignados a uno de los Consejos -en el caso que nos ocupa el Real de Castilla- que constituían los órganos principales en la administración del estado.
Así, inicialmente, la que sería la obra inmortal de la literatura universal se tasó en su momento en docientos y noventa maravedís y medio ( el maravedí fue, durante mucho tiempo, en Castilla la principal unidad monetaria de cuenta) es decir, en ocho reales y pico (un real eran treinta y cuatro maravedís). Para hacerse una idea, en Castilla la Nueva en 1605; una docena de huevos costaba unos 63 maravedís; una de naranjas, 54; un pollo, 55, y una gallina, 127; medio kilo de carnero, unos 28 y una resma de papel de escribir, 28.
Así, si bien El Quijote (que ni siquiera se llamaba así en el documento administrativo) no se vendía barato, bien poco podía imaginar Juan Gallo de Andrada (que fue un personaje rico e influyente en la sociedad de su tiempo) que la primera edición que autorizó alcanzaría un incalculable valor y que el hecho de su vida que le haría pasar a la historia iba a ser estampar su firma, un día de diciembre de 1604, en la primera página de una, en aquel entonces, banal novela cómica.
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