La última entrada sobre impuestos, lo prometo.
José Bonaparte fue designado Rey de España y de las Indias mediante un Decreto del emperador Napoleón de 4 de junio de 1808. Un mes más tarde fue jurado por los comisionados españoles como monarca y empezó su difícil labor de gobierno en un país desgarrado por la Guerra de la Independencia.
Al igual que en otras materias políticas y sociales, el ejecutivo afrancesado intentó modernizar las normas y los procedimientos tributarios. De esta forma, la Constitución de Bayona, primera Constitución española, aunque otorgada, contenía en su Título XII varios preceptos dictados con esa intención: por una parte, distinguía claramente el Tesoro Público del Tesoro de la Corona; de otra, suprimía las aduanas interiores; además, determinaba que la legislación fiscal sería igual en todo el territorio y, por último, suprimía los privilegios establecidos a favor de personas o colectividades. Sin embargo, estos intentos modernizadores fracasaron totalmente como consecuencia de la extraordinaria penuria de las arcas públicas originada por la guerra con los partidarios de Fernando VII.
Varios fueron los problemas a los que se enfrentó la Administración hacendística afrancesada para obtener recursos suficientes. En primer lugar, sus partidarios no dominaban todo el territorio peninsular y, por tanto, las posibilidades de recaudación eran menores. En segundo, los mariscales que mandaban los ejércitos franceses de ocupación eran auténticos virreyes que no obedecían las órdenes del Gobierno de Madrid y que esquilmaban en su beneficio y en el de sus tropas las zonas que controlaban. Esta situación se agravó cuando el emperador Napoleón decidió en 1810 que las regiones de Aragón, Navarra, País Vasco y Cataluña, dejaran de depender del Rey de España, anexionando definitivamente el principado de Cataluña a Francia en 1812.
Los ministros de Hacienda que intentaron poner orden en esa caótica situación fueron el banquero Francisco Cabarrús y el científico Francisco Angulo, ambos personajes ilustrados que habían desempeñado importantes cargos durante el reinado de Carlos IV.
La búsqueda de recursos revistió diversas modalidades. Así, en los primeros meses del reinado se establecieron dos servicios extraordinarios, en forma de préstamos obligatorios, que debían aportar los obispos y las 150 personas más ricas de cada provincia. Otro sistema fue la continua petición de recursos a Napoleón. Pero éste no estaba dispuesto a facilitar financiación a su hermano José, salvo en muy escasa medida, puesto que era de la opinión de que la guerra debe alimentar a la guerra. Desesperado por sus penurias económicas, el propio monarca español acudió a París, con ocasión del bautizo del Rey de Roma en junio de 1811, consiguiendo únicamente la promesa imperial de un préstamo mensual de un millón de francos, que sólo se cumplió unas pocas veces.
Como la ayuda de Francia no llegaba, la Hacienda española buscó nuevas fuentes de ingreso. De esta manera, se autorizaron en Madrid cuatro casas de juego que debían sostener una parte de los gastos de los hospitales y la policía de la capital de España. El éxito de esta medida fue tan grande que la recaudación obtenida sirvió, además, para dotar otras actividades públicas. En noviembre de 1811 se establecieron nuevos arbitrios sobre las tiendas y los puestos callejeros, los bailes de máscaras, el aguardiente, los combustibles, etc.
Otro recurso utilizado por la Administración bonapartista fue la desamortización. En este caso, se sacaron a pública subasta los bienes embargados a los nobles que luchaban en contra de los franceses, las propiedades de la recientemente suprimida Inquisición y una parte de los bienes de los conventos.
Finalmente, las victorias militares del ejército del duque de Wellington, el hostigamiento permanente de los guerrilleros y la heroica obstinación del Ejército español, que nunca se dio por vencido, lograron que José Bonaparte se marchara definitivamente de España en junio de 1813, dejando abandonadas en el campo de batalla de Vitoria una gran cantidad de las riquezas que quería llevarse de recuerdo a Francia.
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