Regresó, rico, a España. Recién casado con Isabel de Bobadilla, hija de Pedrarias – aunque ya tenía varios hijos mestizos reconocidos- fue informado de que Cabeza de Vaca había aparecido tras permanecer ocho años en cautiverio y estar perdido por el sur norteamericano. Poco después lograba una Capitulación de la Corona en la que se le nombraba gobernador de Cuba y adelantado de la Florida. Como un imán, atrajo hacía sí, debido a su reputación, a cientos de personas que embarcaron junto a él en siete navíos y tres bergantines. Era abril de 1538.
Tras llegar a Cuba, De Soto inició los preparativos partió hacia Florida en mayo de 1539. Dejó en la bahía de Tampa, en el puerto de Espíritu Santo, a 100 hombres, hizo que volvieran los barcos a Cuba para que regresaran pasado algún tiempo y, con 600 hombres y 200 caballos, se internó tierra adentro.
Atravesó el actual estado de Georgia hasta el río Savannah, giró al noroeste, cruzó las Montañas Azules y allí, en la frontera de Tennessee, volvió hacia Georgia para adentrarse luego en Alabama, poner pies en Mauvilla e invernar en Chicasa.

Tras sufrir varios ataques de indígenas tomó el camino del noroeste y, después de avanzar con penalidad por ciénagas y pantanos, el grupo llegó hasta el padre de las aguas (Meact-Massipí en lengua india) y conocido por nosotros como Mississippí, al que llamaron Río Grande.
El 8 de junio de 1541 la expedición cruzaba la peligrosa corriente al sur de lo que hoy es Memphis. En Arkansas fueron bloqueados por la nieve, y la expedición empezó a mostrar signos de agotamiento; el propio De Soto enfermó de fiebres y murió el 21 de mayo de 1542; su sucesor hizo tirar su cuerpo al Mississippi.
Más de cuatro años después de la partida, el grupo llegaba sin su cabecilla a Tampico, en México. Quedaban poco más de 300, la mitad de los que habían salido.
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