Fernando de Padilla Dávila, hijo del conocido como “elemento perturbador de la paz” Lorenzo de Padilla y de María de Vera. Pero esa es otra historia.
Todo comenzó, para el joven Fernando, cuando tuvo unas palabras, estando en el Puerto de Santa María, con un caballero de los que acompañaban al Duque de Medinaceli. Pero debido al momento y al lugar tuvo que contenerse, viéndose obligado a volverse a Xerez sin más.
Estando en ésta se enteró que el mismo Duque se hallaba en dirección a Castilla, acompañándole en el séquito Fabián de Salazar, quien era el caballero con que tuvo la reyerta. Dispuesto a cumplir su venganza y acompañado tan solo de su escudero Valderrama, decidió ir a su alcance y una vez hallado, precisamente cuando este marchaba junto al Duque a la altura de la localidad de Espera, la “emprendió con él a mandobles y le dio muerte en el acto” a pesar de la fuerte resistencia de la víctima y de sus acompañantes. De quienes aún causándole multitud de heridas, pudo escapar.
Debido a este lance, ocurrido en 1499, vióse obligado a exiliarse junto a su hermano bastardo Sancho de Padilla, con quién recorrería varios países y “por donde quiera fueron dejando memoria de sus aventuras”
Una de las más sonadas tuvo lugar en Génova: entraron un día en una nao que estaba a punto de salir del puerto. Metiéronse dentro él y su hermano Sancho mandando “levar anclas y hacer vela. ¿Quién lo manda?. Dijeron con admiración los marineros: Fernando de Padilla, respondió nuestro jerezano y tal era su decisión que no hubo quien le hiciera observación de ningún género”.
Ya en la mar les habló convenciéndolos para ir a “corso”, ofreciéndoles todo el lucro de sus rapiñas, con lo cual la tripulación se entregó por completo a los deseos del nuevo capitán. Con su nave se dedicó a la piratería, pues aunque se diga que iba en corso, éste no tenía ninguna patente y mucho menos después de haber huido de la justicia. Así anduvieron muchos años con otras naves que fueron capturando por el Mediterráneo a enemigos del reino, sobre todo en aguas del Estrecho y Berbería, llegando a adquirir mucha fama con sus acciones.
Con la muerte de la esposa de Salazar y acabada quien mantenía el juicio por la muerte de su esposo recibiría, como la mayoría de los casos de este tipo, el perdón real. Alistándose en el ejército y participando en muchas acciones brillantes, incluida la conquista de Túnez como capitán de caballos, donde fue uno de los primeros en entrar, rescatando con inusitado valor gran cantidad de cautivos, por lo que sería recompensado por Su Cesárea Majestad Carlos I con un hábito de Santiago y una veinticuatría jerezana.
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