En torno al castillo de Hornachos, a 50 kms de Mérida, y en la provincia de Badajoz, se agrupaban unos 3.000 habitantes que pese a las presiones de la Iglesia seguían refractarios al cristianismo.
Tenían fama de poseer bastante dinero y algunos los acusaban de saltear caminos e incluso de monederos falsos, habían comprado a Felipe II, entre otros privilegios, el de tener armas ofensivas y defensivas por 30.000 ducados. Se les achacaban algunas muerte y se juntaban en Consejo de Estado en una cueva de la Sierra de Hornachos; como muchos de ellos eran arrieros, tenían un bueno conocimientos de lo que ocurría en España, no descartando sus tratos con marroquíes y turcos.
El Rey Felipe III los expulsó explícitamente, mediante Bando de 9 de diciembre de 1609, tras los de Valencia. La cifra de expulsados oscila entre mil y tres mil; lo cierto es que llegaron a Marruecos en 1610 y tras un tiempo en Tetuán, el Sultán alauí decidió su traslado a las orillas del Río de los Barrancos (Bu Regreg) que desemboca en el Atlánticos y en su margen derecho tenía un importante puerto en Salé.
Único puerto que escapaba al control, primero portugués y actualmente español, de la costa atlántica marroquí. El Sultán pretendía utilizar a los belicosos moriscos contra España, ya que esta apoyaba a uno de sus hermanos que se había hecho fuerte en Fez y le disputaba el sultanato. Los españoles habían ocupado Larache en 1610 y en 1614 tomarían La Mamora (hoy Mehedia).
No obstante, en la zona de Salé quien realmente dominaba era el morabito Sidi El Ayachi, portavoz de la Jihad, quién vio, a su vez, la oportunidad de usar a los moriscos no sólo contra los españoles, sin también contra el mismo Sultán, a quien consideraba un tibio en la lucha contra los cristianos.
Los hornacheros, siendo gentes de tierra adentro, revelaron una notable habilidad, no sólo al convertirse en armadores de una importante flota que pronto sería la pesadilla de los buques cristianos, sino también supieron explotar en su beneficio las rivalidades entre el Sultán y El Ayachi, hasta el punto que se convirtieron en los corsarios más importantes de la costa atlántica marroquí, llegando a ser los principales motores de la caída y muerte de El Ayachi.
El auge del corso en el Atlántico pasó de unos primeros ataques a las Canarias, procedentes de los corsarios argelinos, a una serie generalizada de asaltos no sólo a naves españoles, sino también a francesas, inglesas y en ocasiones holandesas, pese a que los Países Bajos ayudaron notablemente al desarrollo del corso en Salé, con el fin de roer las ancas al león español.
Cuando en 1614 los españoles ocuparon La Mamora, muchos corsarios europeos que invernaban allí pasaron a Salé-el-Nuevo (hoy Rabat), con lo que engrosaron los conocimientos de los hornacheros sobre los asuntos marítimos. La riqueza aumentaba debido a las rentas de aduanas y a las presas marítimas, por lo que los hornacheros concibieron la idea de independizarse del Sultán; para ello, como no eran más de 3.000, decidieron traer a los moriscos que vivían en Marruecos. Pagaron el viaje a moriscos de Cádiz, Llerena, Sanlúcar, Córdoba, Valencia, etc, y pronto unos 8.000 moriscos construyeron La Medina, urbe no fortificada, que aún hoy podemos visitar en el Rabat antiguo. Sin embargo, se reservaron para ellos el Cabildo o Diwan, compuesto por los 14 hornacheros más ricos, que eran quienes dirigían los asuntos, como lo hacía en Hornachos antes de la expulsión. El idioma oficial era el español, el árabe apenas era utilizado por la mayoría de los moriscos, si bien en Salé y en su fortaleza se hablaban todas las lenguas del Islam y la Cristiandad. Este excesivo egoísmo de los hornacheros iba a constituir el germen de su futura caída a manos de los moriscos y de ambos a manos de los marroquíes.
En 1627, los hornacheros se encontraron lo suficientemente fuertes como para desenmascararse, por lo que mataron al caíd marroquí y expulsaron a los soldados de la fortaleza, negándose a pagar el diezmo al Sultán. Esta independencia de Marruecos tendrá una repercusión muy superior a la que se podría esperar, ya que los ataques a los barcos cristianos que venían de América se incrementaron, aumentando el número de los cautivos cristianos que luego revendían en Salé-la-Nueva a las órdenes religiosas.
La hegemonía hornachera sólo iba a permitir al resto de los moriscos beneficiarse del zoco y del comercio con los marroquíes de la región, limitando este comercio a los productos agrícolas y ganaderos. Pero las potencias europeas comenzaban a resentirse de las actividades de la flota corsaria de Salé. La flota corsaria llegó a contar con 60 barcos, pequeños, de poco calado, manejables y ligeros, llegaron a alcanzar Inglaterra (unos 200 cautivos en Plymouth), Irlanda, Islandia (en 1627 hicieron 400 cautivos en Reykiavik) en incluso Terranova.
Para el cardenal Richelieu, primer ministro de Luis XIII, no había diferencia entre unos y otros, corsarios moriscos o marroquíes, por lo que envió la flota del almirante Razilly contra los corsarios. Por aquel entonces habían atacado unos 1.000 barcos cristianos , haciendo más de 6.000 cautivos que pasaron por las mazmorras de lo que hoy sigue denominando Torre del Pirata, dos terceras partes eran franceses.
La armada francesa, 7 embarcaciones, bombardeó la fortaleza de los hornacheros quienes respondieron al ataque con fiereza. Se produjo un enfrentamiento entre los hornacheros y el resto de los moriscos españoles que degeneró en guerra civil. El gobernador de los hornacheros, Abd-el-Kader Cerón, tuvo que llegar a un acuerdo con los franceses, por el que se liberaron varios cautivos de rango mediante un rescate de 265 libras por cautivo, cuando el precio normal de un oficial subalterno era unas 60 libras. Se decretó una tregua entre Francia y la Republica de los hornacheros.
Los hornacheros, sitiados en su fortaleza, eran unos 1.000 hombres y se enfrentaron a más de 8.000 moriscos durante todo el año 1630, sólo se consiguió un acuerdo entre ambas partes ante el temor a ser aniquilados ambos por los marroquíes del lugar. Entre otros puntos se acordó que el Diwan estaría compuesto por 16 miembros, elegidos en igual número entre hornacheros y moriscos; y las rentas derivadas de los derechos de aduanas y de las presas marítimas se repartirían a partes iguales entre hornacheros y moriscos.
La República seguía gobernada desde la fortaleza, pero con un gobernador hornachero y otro morisco, elegidos anualmente y que respondían ante el Diwan.
Al año siguiente, 1631, la situación cambió como tantas veces en la frontera maleable del Mediterráneo. El morabito El Ayachi atacó a la República, al negarse los hornacheros a pagarle tributo para atacar a los españoles de La Mamora. Es entonces cuando ambos gobernadores, el morisco Caceri y el hornachero Cerón, pidieron ayuda al nuevo Sultán, que era hijo de morisca. Mientras, el Duque de Medina-Sidonia, capitán general del Océano y las Costas de Andalucía, envió vituallas y pertrechos desde La Mamora para evitar la caída de la fortaleza en manos de El Ayachi. El Duque de Medina-Sidonia hará llegar al Rey Felipe IV la respuesta del Diwan a la propuesta española de entrega de la fortaleza. El Diwan estaba dispuesto a entregar la fortaleza si se les reconocía el derecho a mantener su religión mahometana, a pagar los mismos impuestos que en tiempos de Felipe II, y a la prohibición por 20 años de la Inquisición.
Si bien el Rey y su confesor estaban de acuerdo en llegar a un entendimiento con los corsarios moriscos, el Consejo de Estado se manifestó en contra, pues repugnaba a sus conciencias el mantener tratos con musulmanes que además eran piratas.
Los tratos continuaron durante toda la década de los 30, pues al estallar la segunda guerra civil entre hornacheros y moriscos, el Duque de Medina-Sidonia comunicó a los hornacheros que aquellos que quisieran abrazar el catolicismo serían perdonados en España y recibirían tierras en igualdad de condiciones que el resto de los españoles; aquellos que decidieran seguir siendo mahometanos podría comerciar tranquilamente con España, pues se les asignaría un puerto español exclusivo para tal comercio. No se pudo ultimar este proyecto porque el Sultán se adelantó a llegar a un entendimiento con los moriscos a cambio de unos cautivos ingleses. Un gran triunfo para las armas y la cultura española fue la captura de la nave del Sultán con su biblioteca y que sería la base de la Biblioteca Árabe de El Escorial.
En diciembre de 1640 España perdía Portugal y su Imperio ultramarino, a partir de este momento ya no será una potencia en la costa atlántica marroquí, perdiendo todo interés por los moriscos del castillo de Salé, pues ya no podía mantener ese frente abierto, teniendo problemas en Portugal, Cataluña y Flandes. Sólo tres años después los Tercios españoles perderán su fama de imbatibles en los campos de Rocroi.
El Ayachi consideraba a los moriscos “úlcera cristiana en el Islam” y estaba dispuesto a acabar con ellos. Pero fue traicionado y asesinado en abril de 1641 por una tribu aliada. El Señor de Dilá, un bereber, se convirtió “de facto” en el protector de Salé consiguiendo parar la guerra civil entre hornacheros y moriscos. Esta situación se mantuvo hasta 1660 cuando el príncipe de Salé, hijo de aquel señor de Dilá, fue expulsado de la fortaleza de los hornacheros por el morisco Ahmed el Jadir ibn Gailán, quién será el último morisco de origen español que gobernará la decadente República de Salé. Este será derrotado en 1666 por Mulay er-Rachid, creador de la dinastía que perdura desde entonces en el trono de Marruecos.
Los nombres de hornacheros aún existen en Rabat( Blanco, Zapata, Vargas, Galán, Flores, Merino e, incluso, Santiago), los de moriscos son muy reconocibles (Carasco, Palomino, Medina, Toledano, Menino, Valenciano, Narváez, Aragón, Moreno, etc.) y una de sus aportaciones más perdurables consiste en la regularidad de sus calles, cuatro calles principales y dos vías transversales.
El corso se mantendría, bajo el control del Sultán de Marruecos, hasta el primer tercio del siglo XIX.
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