En el año 1603 El Greco recibió el encargo de realizar el retablo de la capilla mayor de la Iglesia del Hospital de la Caridad de Illescas; no sólo se trataba de pintar los lienzos sino también de elaborar las esculturas y su traza arquitectónica. El conjunto de las pinturas del retablo estaba constituido por cuatro obras: La Virgen de la Caridad, La Coronación de la Virgen, La Natividad y La Anunciación. En el momento de firmar el contrato, nuestro artista recibió 1.000 ducados como entrega a cuenta del precio final. Dicen las crónicas que cuando el retablo fue finalizado en el año 1604, el recaudador de Illescas exigió al artista el pago de la alcabala.
La alcabala era un impuesto que se recaudaba desde la Edad Media y que gravaba las compra-ventas en un porcentaje del 10% sobre el precio. Por tanto, el alcabalero de Illescas interpretó que la entrega de los lienzos a los patronos del Hospital de la Caridad producía el devengo del impuesto y la obligación de abonar la cuota tributaria de 50.000 maravedíes.
Sigue diciendo la tradición que El Greco se opuso vehementemente a las exigencias del recaudador, alegando que el arte de la pintura estaban por encima de la actividad artesanal y que, por tanto, no debía estar sometido a los impuestos. Planteado el conflicto ante el Consejo de Hacienda de Felipe III, El Greco obtuvo el apoyo de ese importante órgano y no tuvo que pagar la alcabala, estableciendo un importante precedente para la exención impositiva de los artistas.
Más de un siglo después de la muerte del pintor cretense -en 1724-, Antonio Palomino recogió en su obra Museo Pictórico la historia del proceso ganado ante la Hacienda Real con estas palabras:
Que un alcabalero de dicha villa (Illescas) le apremió a que pagase la alcabala; y de ahí procedió el primer pleito que tuvo la Pintura de esta calidad; en que la defendió tan honradamente, que lo venció a favor de la Pintura el año de 1600 y así le debemos inmortales gracias a Dominico Greco todos los profesores de esta facultad, por haber sido el que rompió con tal fortuna las primeras lanzas en defensa de la inmunidad de este arte; y en cuya ejecutoria se fundaron los demás juicios
También cuenta Palomino en su obra que El Greco tenía la costumbre de empeñar sus pinturas, en vez de venderlas, a las instituciones religiosas o a los particulares que querían adquirirlas. Mediante este fraude de ley se conseguía que no se cumpliese el hecho imponible de la alcabala al no existir formalmente una venta. Como ejemplo de lo anterior, cita el caso del hermoso lienzo El Expolio, que se encontraba empeñado en escritura pública -y no vendido- a favor del Obispado de Toledo.
¿Existió el pleito de El Greco contra la Hacienda Pública?
Aunque no se ha conservado la documentación del famoso pleito de Doménikos Theotokópoulos contra el alcabalero de Illescas, parece ser que este proceso existió. Es posible realizar esta afirmación porque en 1625, es decir, sólo once años después de la muerte del artista, el fiscal del Consejo de Hacienda demandó al pintor Vicente Carducho, y a otros pintores madrileños, porque no pagaban la alcabala. Dentro de los legajos de este proceso judicial aparecen varios documentos que confirman la veracidad de la victoria de El Greco sobre el alcabalero de Illescas. Uno de estos manuscritos es el memorial del licenciado Juan Alonso de Butrón, abogado de los Reales Consejos, donde se afirma lo siguiente:
los pintores defienden su arte con las inmunidades que lo hicieron libre desde su nacimiento ...Dicen que no ciñen las palabras de la ley las obras de sus manos, por ser sólo acomodar el ingenio con este arte al objeto que se trata de pintar
Añadiendo el licenciado Butrón:
que, en conformidad de lo referido, el Consejo de Hacienda ha sentenciado a favor de la pintura, en el pleito que el alcabalero de Illescas trató con Dominico Greco sobre los 50.000 maravedíes de la alcabala del retablo, que hizo para la Iglesia de la dicha villa, y que el Consejo debe juzgar por esta decisión este pleito.
Además, Vicente Carducho y el resto de pintores acusados de no abonar la alcabala presentaron la siguiente prueba: una nuestra carta de ejecutoria ganada en el dicho nuestro Consejo de Hacienda. Por donde se demostraba que habiendo pedido un arrendador de alcabalas la alcabala de la pintura de un retablo, por sentencia vista y revista del dicho nuestro consejo había sido dado por libre el pintor a quien se pedía.
El precedente de El Greco convenció al Consejo de Hacienda del rey Felipe IV y, mediante sentencia de 11 de enero de 1633, confirmó que los pintores quedaban exentos de la alcabala cuando vendían sus obras, pero no cuando transmitían lienzos de otros pintores: los pintores no paguen alcabala de las pinturas que ellos hicieren y vendieren, aunque no se les hayan mandado hacer, y con qué se haya de pagar alcabala de las que vendieren, no hechas por ellos, en sus casas, almonedas y otras partes.
La sentencia favorable del Consejo de Hacienda y los documentos del licenciado Butrón y del resto de artistas, en una fecha tan cercana al momento en el que debió acontecer el pleito de Illescas, llevan a pensar que éste debió existir con casi total certeza.
Otros pleitos de El Greco
No solo pleiteó nuestro artista contra la Hacienda Pública española del siglo XVII, también mantuvo muchos contenciosos por el precio de los cuadros que le encomendaban las instituciones religiosas y los nobles. En aquella época era habitual que cuando se encargaba un lienzo se abonara un anticipo al artista y que, finalizada la obra y a la vista de su calidad, se fijara el precio de venta definitivo por acuerdo entre las partes o, en su defecto, por tasación de peritos. El problema fue que El Greco tenía en muy alta estima el valor de su obra, mientras que los compradores le ofrecían precios más bajos en consonancia con los que era habitual pagar en nuestro país a otros pintores, arquitectos y escultores.
Por este motivo, Doménikos Theotokópoulos inició largos procesos judiciales contra los patronos del Hospital de Illescas, por los lienzos de la Iglesia del Hospital de la Caridad, con el Obispado de Toledo, debido a la valoración de El Expolio, y con el sacerdote de la Iglesia de Santo Tomé de Toledo por El entierro del conde de Orgaz. Desgraciadamente, la maltrecha economía del pintor cretense le obligó, tras muchos años de conflicto, a alcanzar acuerdos insatisfactorios y a conformarse con precios inferiores a sus pretensiones. Conociendo ahora el inmenso valor que tendrían estas obras maestras de la pintura, parece todavía más sangrante la poca generosidad de los eclesiásticos y nobles de nuestro Siglo de Oro.
Antes de instalarse en España, Doménikos había vivido en Italia durante muchos años y estaba acostumbrado a que, en aquella tierra, los príncipes y cardenales que adquirían sus obras le considerasen un artista y lo valorasen como tal en la jerarquía social. Cuando llegó a Toledo se encontró que, desgraciadamente, los mismos estamentos sociales le calificaban como un humilde artesano, no sólo a la hora de pagarle sus obras sino también al asignarle un estatus social. Ésta es la causa de la intensa actividad legal que desplegó en nuestra patria para lograr que su pintura fuera considerada un arte noble y digno.
No sólo El Greco emprendió esta lucha, hay constancia de que los pintores y escultores españoles impulsaron, a partir de mediados del siglo XVI, una decidida campaña para mejorar su posición en la sociedad y que se considerase su actividad como un arte liberal. Así, existe constancia de que cuando la reina Isabel de Valois llegó a España en 1560, los pintores se negaron a recibirla junto a los oficiales mecánicos en los actos de bienvenida que se organizaron en varias ciudades. De la misma forma, los artistas se opusieron a participar en los desfiles profesionales en el mismo grupo que los calceteros, boneteros, zapateros y fabricantes de toneles y pellejos. No obstante, esta reivindicación sólo tuvo un éxito parcial puesto que, por ejemplo, en 1614 los escultores todavía contribuían al reclutamiento de soldados dentro de la sección de los carpinteros.
Con estas muestras de la consideración social que los artistas despertaban en el Siglo de Oro español comprendemos mejor la intensa actividad de El Greco y sus compañeros para dignificar el Arte. Nuestro pintor no logró que los mecenas pagaran el justo precio que merecían sus obras, pero es cierto que su exigencia de mejores retribuciones sentó precedentes -por ejemplo, los famosos 800 ducados que el rey Felipe II le pagó por El Martirio de San Mauricio- y benefició al conjunto de artistas españoles. Donde triunfó de manera completa fue ante el Consejo de Hacienda, que le eximió a él y a los demás pintores del pago de la alcabala. ¿Quién podrá pensar, después de conocer estos hechos, que la Hacienda Pública es insensible al Arte?
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