jueves, 23 de diciembre de 2010

Las oposiciones las inventaron los chinos

El Sistema de Examen Imperial

En esta época en que China, su cultura y sobre todo sus productos están tan presentes en todo el mundo, quizás no venga mal recordar una aportación china mucho más antigua, de hace ya casi 1500 años, pero que sigue estando de plena actualidad. Se trata, ni más ni menos, del sistema de oposiciones para seleccionar a los funcionarios públicos.

Su origen está en que el Imperio Chino, casi desde sus orígenes, se esforzó por conseguir un poder absoluto para el Emperador que no estuviera amenazado por una nobleza hereditaria. Se trataba de asegurar una burocracia fiel que gobernara toda China y su enorme población. Esto planteaba un problema: ¿Quien iba a desempeñar los cargos públicos que en otros países tradicionalmente han sido ocupados por la aristocracia?. La solución más racional estaba en buscar a las personas más preparadas para ello. De esta forma, ya en torno al año 606, con la dinastía Sui, comienzan a celebrarse pruebas selectivas para reclutar funcionarios: se trata de los exámenes imperiales, que adquieren pleno desarrollo varios siglos más tarde, en torno al año 1000.

Hay que tener en cuenta que existían diferentes tipos de exámenes. Los de rango inferior no servían para acceder a la condición de funcionario, sino que en caso de superarlos se adquiría el título de licenciado -la antigua China desconoció el sistema de Universidades que daban títulos académicos- que daba un gran prestigio social y ventajas administrativas, como la exención de ciertos trabajos forzosos y obligaciones de tipo colectivo (reparar caminos, alojar soldados, etc).

Una vez que se teñía el título del licenciado, cualquier hombre, cualquiera que fuese su clase social, podía participar en una sucesión de exámenes, cada cual más complejo que el anterior, que le conducirían al mandarinato. La idea principal era la de una completa igualdad entre los opositores, sin ninguna limitación para participar salvo para ciertas profesiones consideradas indignas. Ahora bien, como era previsible, los participantes que provenían de familias mas acomodadas habrían tenido unas posibilidades de dedicarse al estudio y preparación de los exámenes muy superior al de una familia campesina. Pero el principio era el de igualdad de oportunidades. La participación femenina ni se planteaba.

El aspirante debía comenzar por superar el examen de distrito, que tenía lugar dos de cada tres años (dos años con examen, el tercero sin examen) en toda China, y que se celebraba en la capital de su distrito. De superarlo, se debía trasladar a la capital de la prefectura, donde competía con el resto de los opositores de la prefectura. El siguiente escalón era el examen de provincia, que se desarrollaba ya en la capital de provincia. De superarlo, se obtenía el título de maestro y ya se podía acceder a empleos públicos de bajo rango en la propia provincia. Pero si el aspirante quería promocionarse, debía a continuación dirigirse a Pequín para realizar el mucho más exigente examen de la capital, que otorgaba el título de doctor y el acceso a los cargos directivos. Finalmente, sólo los mejores de entre los que habían aprobado podían participar en el examen de palacio, desarrollado en la Ciudad Prohibida y corregido, al menos en teoría, por el Emperador en persona. Quienes los superaban eran los candidatos lógicos para ser llamados a ocupar los altos cargos de la Administración civil.

Lo cierto es que la competencia para superar los exámenes era tremenda, y de hecho se afirma que sólo uno de cada cien candidatos obtenía el título de licenciado y sólo uno de cada tres mil licenciados obtenía el título de doctor. También es verdad que para convertirse en doctor existían cuotas provinciales, de modo que se aseguraran funcionarios de todas las provincias ya que, también entonces, existían provincias en las que por el número de aspirantes y su mejor preparación, de no tomarse medidas al respecto, hubieran acaparado la función pública.

Con esta competitividad, no era raro que el opositor estuviese estudiando años y años. Se sabe de un caso de un opositor que obtuvo el título de doctor al décimo séptimo intento.

¿Y en qué consistían los exámenes? Pues aunque dependían del nivel, básicamente se trataba de hacer redacciones sobre obras clásicas de la literatura china, temas históricos o incluso redacción de poemas, siendo básico el conocimiento del mayor número posible de caracteres de los numerosísimos ideogramas chinos. Cada examen podía durar hasta tres días, con varios ejercicios consecutivos. Las formas eran importante: una simple mancha de tinta resultaba fatal.

La importancia del asunto hacía que existiese toda una rama organizativa dedicada a esta selección. En cada capital de provincia había recintos de examen especiales, funcionarios de la corte se trasladaban por todo el Imperio para supervisar que a nivel provincial no existiesen irregularidades y auditaban las calificaciones, el ejército custodiaba las pruebas, etc. En especial, se procuraba la limpieza del proceso, se registraba a los opositores y debían realizar el examen en celdas individuales de la que no podía salir en los tres días que duraban. Cualquier intento de copiar o dejar copiar se castigaba duramente e inhabilitaba para volver a presentarse, y en caso de soborno a los examinadores la pena era de muerte.

Como era de esperar, no faltaron las críticas a este sistema de exámenes. La mayoría serían muy actuales: que eran excesivamente memorísticos, que no formaban especialistas en materias concretas, que la igualdad entre los opositores era discutible, etc. Tampoco faltaron escándalos por irregularidades. También, como no, existieron en ciertos momentos, coincidiendo con los cambios de emperador o de dinastía, exámenes "extraordinarios" que permitieron acceder a cargos públicos con "turnos" restringidos y con atajos para llegar la cúspide administrativa, con gran descontento de los ya funcionarios.

Resulta curioso que el sistema imperial de exámenes se eliminara en 1905 porque, de acuerdo con la opinión de los nuevos líderes chinos y de sus nuevos expertos occidentales, resultaban arcaicos y poco modernos.

Es inevitable preguntarse si, cuando en el siglo XIX en Europa comenzaron a establecerse sistemas de mérito para acceder a la condición de funcionario, existió o no una influencia de los exámenes imperiales chinos. Parece ser que algo hay. A mediados del XIX una comisión de funcionarios coloniales ingleses de la India visitó China, donde coincidieron con el desarrollo de los exámenes, que les inspiró en parte cuando elevaron una propuesta para mejorar la Administración de la India Británica, de donde paso a la propia Administración inglesa. En cualquier caso, la idea de la igualdad en el acceso a la función pública la tuvieron y la pusieron en práctica los chinos siglos antes del primer europeo al que se le ocurrió algo parecido.

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