Un hecho sorprendente y pintoresco ocurrido en el siglo XVII en pleno Cheapside, uno de los distritos más típicos de la City londinense, y que conmovió vivamente a los cronistas de la época.
Sus precedentes hay que buscarlos en la rivalidad entre las representaciones diplomáticas francesa y española. A comienzos de 1600, el embajador francés se vio obligado a abandonar la corte de San Jaime debido a un sonado altercado con el altanero y hábil embajador de España don Diego de Sarmiento y Acuña, conde de Gondomar.
Unos de los puntillos de honra por el que discutían españoles y franceses era lograr que la carroza de su respectivo embajador, en las ceremonias públicas, siguiese inmediatamente al carruaje real.
En una mañana de septiembre de 1661 surgió de nuevo la vieja cuestión con motivo de la presentación de las cartas credenciales del embajador sueco al rey Carlos II Estuardo.
En esta ocasión, las misiones diplomáticas de ambos países se juramentaron para conseguir por cualquier medio aquel privilegio que consideraban esencial para el prestigio de las naciones que representaban. Afortunadamente para nosotros, uno de los testigos de lo ocurrido fue el gran Samuel Pepys, quien en la página de su Diario correspondiente al 9 de septiembre de 1661 nos cuenta lo siguiente:
Al oír tales rumores me dirigí a las embajadas española y francesa y en ambos sitios observé grandes preparativos, pero los franceses parecían mucho más activos, mientras que los españoles apenas se movían, hasta el punto de que daban la impresión de que descuidaban excesivamente a sus enemigos.
Luego fui a comer al Wardobre y allí me enteré de que en la pelea del Cheapside los españoles se habían llevado la mejor parte de la contienda, matando a tres cocheros franceses y a varios hombres de a pie, y consiguiendo colocar sus carrozas inmediatamente detrás de la del rey Carlos. Y fue extraordinario el regocijo con que se acogió esta buena nueva en la ciudad. Verdaderamente demostramos querer a los españoles y odiar a los franceses.
Los españoles acuchillaron a varios franceses y ellos sólo sufrieron dos bajas. Un inglés espectador del suceso murió de un balazo disparado por los franceses. Es digno de ser tenido en cuenta el hecho de que los franceses superaban a los españoles en la proporción de tres a uno y que disponían de más de cien pistolas, mientras que los españoles no utilizaron más armas que el acero, lo cual dice mucho en bien de su honor.
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