Hacia mediados del siglo XVII la isla de Santo Domingo, o La Española como se conocía en aquella época, se encontraba invadida por una singular comunidad de hombres salvajes, hisurtos, feroces y sucios, en su mayoría colonos franceses, cuyo número aumentaba de cuando en cuando con manadas de recién llegados procedentes de los bajos fondos de más de una ciudad europea.
Estos hombres iban vestidos con camisa y pantalones de tela basta, la cual estaba empapada con la sangre de las bestias muertas por ellos. Llevaban una gorra redonda, botas de piel de cerdo que les cubrían las piernas, y un cinturón de piel cruda, en el cual metían sus sables y navajas. También estaban armados de mosquetes que disparaban un par de balas de dos onzas de peso cada una.
Los sitios en que secaban y salaban la carne se llamaban “boucan”, y de este término procede el nombre de bucaneros. Eran cazadores por profesión y salvajes por costumbre. Abatían las bestias y traficaban con su carne. Su alimento preferido era la médula cruda de los huesos de aquellos animales. Comían y dormían sobre el suelo desnudo, su mesa era una piedra, su almohada un tronco de árbol y su techo el cálido cielo de las Antillas.
William Dampier, hacia 1699
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