A. Chaves Nogales fue un periodista sevillano que se asentó en Madrid muy pronto. Trabajó en diversos periódicos escribiendo de todo. Alcanzó gran éxito con unas crónicas de viajes que realizó por toda Europa semblando los cambios ideológicos que se estaban produciendo en el continente.
Visitó Berlín, Roma, Moscú. Y, claro, su lúcida mirada supo captar lo que había bajo el oropel y los desfiles. Criticó a los nazis y su antisemitismo; a los italianos y su fascio; sin que se escaparan los soviets y el hambre del pueblo. Lo que le consiguió muchos enemigos en España, además de contar con una prosa fluida y fácil de leer. Doble pecado en una España cateta y semi-analfabeta que ya estaba en la senda de los maximalismos ideológicos.
Cuando triunfa la Segunda República, no tiene dudas. Es, ante todo, un demócrata. Apuesta por Manuel Azaña. Pocos como Chaves Nogales se habrían sentido concernidos con los tres conceptos clave del pensamiento político azañista posterior: paz, piedad, perdón. Formaba parte de la tertulia de quien sería presidente de la República. Pensaba que la República podría sacar a España del atraso de siglos. Pero a partir de 1934 se retrajo un poco en su amor por la República.
Al estallar la guerra civil, se mantuvo en su puesto de editor del periódico, como nos cuenta él mismo:
“Cuando estalló la guerra civil, me quedé en mi puesto cumpliendo mi deber profesional. Un consejo obrero, formado por delegados de los talleres, desposeyó al propietario de la empresa periodística en que yo trabajaba y se atribuyó sus funciones. Yo, que no había sido en mi vida revolucionario, ni tengo ninguna simpatía por la dictadura del proletariado, me encontré en pleno régimen soviético. Me puse entonces al servicio de los obreros como antes lo había estado a las órdenes del capitalista, es decir, siendo leal con ellos y conmigo mismo. Hice constar mi falta de convicción revolucionaria y mi protesta contra todas las dictaduras, incluso la del proletariado, y me comprometí únicamente a defender la causa del pueblo contra el fascismo y los militares sublevados. Me convertí en el «camarada director», y puedo decir que durante los meses de guerra que estuve en Madrid, al frente de un periódico gubernamental que llegó a alcanzar la máxima tirada de la prensa republicana, nadie me molestó por mi falta de espíritu revolucionario, ni por mi condición de «pequeño burgués liberal», de la que no renegué jamás.”
Pero cuando el gobierno decidió retirarse hacia Valencia, pensando que Madrid no podría resistir el embate de los facciosos, dejó su puesto de “camarada director” y se marchó hacia Levante: “Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de la Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas.”
Durante la República ni su actividad periodística ni su compromiso político le alejan de su Sevilla natal. Allí escucha al maestro Juan Belmonte, su amigo, y lo ve torear. De una serie de entrevistas y charlas nace Juan Belmonte. Matador de Toros. Su vida y sus hazañas. Será su obra más conocida, y una de las mejores. Todavía hoy no ha sido superada y es objeto de múltiples reediciones. Traducida al inglés, le resulta de gran ayuda para encontrar trabajo cuando tiene escapar de París e instalarse en Londres.
Fue precisamente esta obra la primera que le recuperó del silencio y el ostracismo a que le sometió el franquismo más mediocre tras la Guerra Civil. En 1969, la recién nacida Alianza Editorial, de José Ortega, Javier Pradera y Jaime Salinas, reeditan el libro en edición de bolsillo.
Chaves Nogales murió solo, en un hospital de Londres, víctima de «una peritonitis y una dilatación de estómago». Era el 4 de mayo de 1944 y tenía cuarenta y seis años. Aunque también en Londres continuó haciendo periodismo —trabajó en el Evening News, y en el Evening Standard tuvo columna propia— y siguió escribiendo contra los nazis y los fascistas, sólo los periódicos británicos y el diario argentino La Razón dieron la noticia de su muerte. El silencio ominoso en su país, como hacían con los vencidos. Su perfil de «un periodista de raza que ha muerto en la brecha» no fue suficiente para obtener una línea en algún medio español. La Razón lo describía como un «sagaz reportero» cuyas historias y reportajes «le harán perdurar en el recuerdo de todos los que, por ser víctimas del virus periodístico, saben lo que significaba un espíritu de la calidad de Chaves Nogales, extranjero fuera de su patria».
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