Le cabe a la Armada española el orgullo de haber puesto en marcha el primer centro de enseñanza de la Medicina en nuestro país. Fue el Real Colegio de Cirugía, que abrió sus puertas en Cádiz, en 1748, gracias a diversos factores, entre los cuales se encontraban el talento y la clarividencia de un ilustre cirujano de las flotas, Pedro Virgili, y la comprensión y la sagacidad de un político, Zenón de Somodevilla, Marqués de la Ensenada, quién desde el primer momento entiende las razones de la petición del primero y logra, desde su alta posición de consejero directo del Rey, que se realice su aspiración legítima.
Virgili, quien contaba con un conocimiento científico superior a la media de la época, estaba empeñado en que se contara con unos servicios médicos “profesionales” con la preparación suficiente, para los cánones de aquellos tiempos: “... un Colegio en el cual se enseñe la Cirugía con el método que se requiere, deduciendo sus doctrinas de los experimentos físicos, observaciones y experiencia práctica, para lo cual siendo preciso haya un Hospital donde haya u ocurran muchas enfermedades y que también se encuentre cirujanos de grandes conocimientos que puedan explicarlas a los practicantes colegiales haciéndoles trabajar en la Anatomía efectiva y exponiendo todas las demás partes de la Cirugía.”
El cirujano hizo la petición en marzo y el Marqués lo elevó al rey en julio, Su Majestad el rey Fernando VI firmaba las ordenanzas del colegio en noviembre de ese año, “teniendo presente las ventajas que se seguirán a su servicio y la utilidad que experimentarán los oficiales, tropas y marinería de la Armada y navíos particulares de comercio en la cura de sus enfermedades...”. El trámite, pues, fue todo un récord para las costumbres de la época.
No hablemos de la celeridad con que se acometieron las obras del Real Colegio, el fervor con que su promotor reclutó el cuadro de profesores y reunió el material didáctico apropiado, pero sí dar una muestra del ritmo que se puso en la consecución del proyecto: “(...) participo a V. I. cómo el día de San Juan entraron los colegiales a vivir dentro del Colegio, de lo que doy gracias a V. I. por la suntuosidad del edificio y la decencia con que están (…) Carta del 7 de julio de 1750. ¡No habían pasado más de 18 meses!. Los primeros cincuenta aspirantes a la condición de cirujanos de la Armada ya tenían asegurados alojamiento y enseñanza.
El personal embarcado comenzó a percibir el avance técnico que significaba la presencia de los facultativos egresados de Cádiz, que elevaron sensiblemente el nivel de calidad en las enfermerías a bordo, así como en los centros hospitalarios en ambas orillas.
Era un paso de progreso que situaba a la ciencia médica española, en general, a la altura que la misma había logrado en Francia, nación que, por entonces y gracias a la Escuela de París, estaba situada a la cabeza de Europa en los estudios de la Medicina y la Cirugía.
Se dio un segundo fruto que no quizá no se había propuesto Pedro Virgili al dirigir su memorial al Marqués de la Ensenada. A los pocos años de la creación del Real Colegio de Cirugía, esos efectos comenzarían a percibirse en las bases y apostaderos situados en las costas de los inmensos territorios sometidos a la Corona de España. En puertos como Veracruz y Acapulco, en la Nueva España; Cartagena de Indias, en la Nueva Granada; el Callao, en Perú; La Habana en la isla de Cuba, Montevideo y Buenos Aires, en el Río de la Plata, etc., se inició un mejoramiento de las condiciones de salubridad ambiental, y hasta hubo expediciones por tierra firme que contaban con la asistencia de algún médico de la Armada, como ocurriría en la que llevó a cabo la conquista de California.
Como habéis podido imaginar por su apellido, Pedro Virgili era catalán, nacido en Tarragona en 1699, y como tal, digno súbdito del Rey de España unos 100 años antes de la invención del actual nacionalismo catalán.
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