miércoles, 30 de noviembre de 2011

Los corsarios moriscos de Salé-Rabat durante el siglo XVII

En torno al castillo de Hornachos, a 50 kms de Mérida, y en la provincia de Badajoz, se agrupaban unos 3.000 habitantes que pese a las presiones de la Iglesia seguían refractarios al cristianismo.


Tenían fama de poseer bastante dinero y algunos los acusaban de saltear caminos e incluso de monederos falsos, habían comprado a Felipe II, entre otros privilegios, el de tener armas ofensivas y defensivas por 30.000 ducados. Se les achacaban algunas muerte y se juntaban en Consejo de Estado en una cueva de la Sierra de Hornachos; como muchos de ellos eran arrieros, tenían un bueno conocimientos de lo que ocurría en España, no descartando sus tratos con marroquíes y turcos.

El Rey Felipe III los expulsó explícitamente, mediante Bando de 9 de diciembre de 1609, tras los de Valencia. La cifra de expulsados oscila entre mil y tres mil; lo cierto es que llegaron a Marruecos en 1610 y tras un tiempo en Tetuán, el Sultán alauí decidió su traslado a las orillas del Río de los Barrancos (Bu Regreg) que desemboca en el Atlánticos y en su margen derecho tenía un importante puerto en Salé.

Único puerto que escapaba al control, primero portugués y actualmente español, de la costa atlántica marroquí. El Sultán pretendía utilizar a los belicosos moriscos contra España, ya que esta apoyaba a uno de sus hermanos que se había hecho fuerte en Fez y le disputaba el sultanato. Los españoles habían ocupado Larache en 1610 y en 1614 tomarían La Mamora (hoy Mehedia).

No obstante, en la zona de Salé quien realmente dominaba era el morabito Sidi El Ayachi, portavoz de la Jihad, quién vio, a su vez, la oportunidad de usar a los moriscos no sólo contra los españoles, sin también contra el mismo Sultán, a quien consideraba un tibio en la lucha contra los cristianos.

Los hornacheros, siendo gentes de tierra adentro, revelaron una notable habilidad, no sólo al convertirse en armadores de una importante flota que pronto sería la pesadilla de los buques cristianos, sino también supieron explotar en su beneficio las rivalidades entre el Sultán y El Ayachi, hasta el punto que se convirtieron en los corsarios más importantes de la costa atlántica marroquí, llegando a ser los principales motores de la caída y muerte de El Ayachi.

El auge del corso en el Atlántico pasó de unos primeros ataques a las Canarias, procedentes de los corsarios argelinos, a una serie generalizada de asaltos no sólo a naves españoles, sino también a francesas, inglesas y en ocasiones holandesas, pese a que los Países Bajos ayudaron notablemente al desarrollo del corso en Salé, con el fin de roer las ancas al león español.

Cuando en 1614 los españoles ocuparon La Mamora, muchos corsarios europeos que invernaban allí pasaron a Salé-el-Nuevo (hoy Rabat), con lo que engrosaron los conocimientos de los hornacheros sobre los asuntos marítimos. La riqueza aumentaba debido a las rentas de aduanas y a las presas marítimas, por lo que los hornacheros concibieron la idea de independizarse del Sultán; para ello, como no eran más de 3.000, decidieron traer a los moriscos que vivían en Marruecos. Pagaron el viaje a moriscos de Cádiz, Llerena, Sanlúcar, Córdoba, Valencia, etc, y pronto unos 8.000 moriscos construyeron La Medina, urbe no fortificada, que aún hoy podemos visitar en el Rabat antiguo. Sin embargo, se reservaron para ellos el Cabildo o Diwan, compuesto por los 14 hornacheros más ricos, que eran quienes dirigían los asuntos, como lo hacía en Hornachos antes de la expulsión. El idioma oficial era el español, el árabe apenas era utilizado por la mayoría de los moriscos, si bien en Salé y en su fortaleza se hablaban todas las lenguas del Islam y la Cristiandad. Este excesivo egoísmo de los hornacheros iba a constituir el germen de su futura caída a manos de los moriscos y de ambos a manos de los marroquíes.

En 1627, los hornacheros se encontraron lo suficientemente fuertes como para desenmascararse, por lo que mataron al caíd marroquí y expulsaron a los soldados de la fortaleza, negándose a pagar el diezmo al Sultán. Esta independencia de Marruecos tendrá una repercusión muy superior a la que se podría esperar, ya que los ataques a los barcos cristianos que venían de América se incrementaron, aumentando el número de los cautivos cristianos que luego revendían en Salé-la-Nueva a las órdenes religiosas.

La hegemonía hornachera sólo iba a permitir al resto de los moriscos beneficiarse del zoco y del comercio con los marroquíes de la región, limitando este comercio a los productos agrícolas y ganaderos. Pero las potencias europeas comenzaban a resentirse de las actividades de la flota corsaria de Salé. La flota corsaria llegó a contar con 60 barcos, pequeños, de poco calado, manejables y ligeros, llegaron a alcanzar Inglaterra (unos 200 cautivos en Plymouth), Irlanda, Islandia (en 1627 hicieron 400 cautivos en Reykiavik) en incluso Terranova.

Para el cardenal Richelieu, primer ministro de Luis XIII, no había diferencia entre unos y otros, corsarios moriscos o marroquíes, por lo que envió la flota del almirante Razilly contra los corsarios. Por aquel entonces habían atacado unos 1.000 barcos cristianos , haciendo más de 6.000 cautivos que pasaron por las mazmorras de lo que hoy sigue denominando Torre del Pirata, dos terceras partes eran franceses.

La armada francesa, 7 embarcaciones, bombardeó la fortaleza de los hornacheros quienes respondieron al ataque con fiereza. Se produjo un enfrentamiento entre los hornacheros y el resto de los moriscos españoles que degeneró en guerra civil. El gobernador de los hornacheros, Abd-el-Kader Cerón, tuvo que llegar a un acuerdo con los franceses, por el que se liberaron varios cautivos de rango mediante un rescate de 265 libras por cautivo, cuando el precio normal de un oficial subalterno era unas 60 libras. Se decretó una tregua entre Francia y la Republica de los hornacheros.

Los hornacheros, sitiados en su fortaleza, eran unos 1.000 hombres y se enfrentaron a más de 8.000 moriscos durante todo el año 1630, sólo se consiguió un acuerdo entre ambas partes ante el temor a ser aniquilados ambos por los marroquíes del lugar. Entre otros puntos se acordó que el Diwan estaría compuesto por 16 miembros, elegidos en igual número entre hornacheros y moriscos; y las rentas derivadas de los derechos de aduanas y de las presas marítimas se repartirían a partes iguales entre hornacheros y moriscos.

La República seguía gobernada desde la fortaleza, pero con un gobernador hornachero y otro morisco, elegidos anualmente y que respondían ante el Diwan.

Al año siguiente, 1631, la situación cambió como tantas veces en la frontera maleable del Mediterráneo. El morabito El Ayachi atacó a la República, al negarse los hornacheros a pagarle tributo para atacar a los españoles de La Mamora. Es entonces cuando ambos gobernadores, el morisco Caceri y el hornachero Cerón, pidieron ayuda al nuevo Sultán, que era hijo de morisca. Mientras, el Duque de Medina-Sidonia, capitán general del Océano y las Costas de Andalucía, envió vituallas y pertrechos desde La Mamora para evitar la caída de la fortaleza en manos de El Ayachi. El Duque de Medina-Sidonia hará llegar al Rey Felipe IV la respuesta del Diwan a la propuesta española de entrega de la fortaleza. El Diwan estaba dispuesto a entregar la fortaleza si se les reconocía el derecho a mantener su religión mahometana, a pagar los mismos impuestos que en tiempos de Felipe II, y a la prohibición por 20 años de la Inquisición.

Si bien el Rey y su confesor estaban de acuerdo en llegar a un entendimiento con los corsarios moriscos, el Consejo de Estado se manifestó en contra, pues repugnaba a sus conciencias el mantener tratos con musulmanes que además eran piratas.

Los tratos continuaron durante toda la década de los 30, pues al estallar la segunda guerra civil entre hornacheros y moriscos, el Duque de Medina-Sidonia comunicó a los hornacheros que aquellos que quisieran abrazar el catolicismo serían perdonados en España y recibirían tierras en igualdad de condiciones que el resto de los españoles; aquellos que decidieran seguir siendo mahometanos podría comerciar tranquilamente con España, pues se les asignaría un puerto español exclusivo para tal comercio. No se pudo ultimar este proyecto porque el Sultán se adelantó a llegar a un entendimiento con los moriscos a cambio de unos cautivos ingleses. Un gran triunfo para las armas y la cultura española fue la captura de la nave del Sultán con su biblioteca y que sería la base de la Biblioteca Árabe de El Escorial.

En diciembre de 1640 España perdía Portugal y su Imperio ultramarino, a partir de este momento ya no será una potencia en la costa atlántica marroquí, perdiendo todo interés por los moriscos del castillo de Salé, pues ya no podía mantener ese frente abierto, teniendo problemas en Portugal, Cataluña y Flandes. Sólo tres años después los Tercios españoles perderán su fama de imbatibles en los campos de Rocroi.

El Ayachi consideraba a los moriscos “úlcera cristiana en el Islam” y estaba dispuesto a acabar con ellos. Pero fue traicionado y asesinado en abril de 1641 por una tribu aliada. El Señor de Dilá, un bereber, se convirtió “de facto” en el protector de Salé consiguiendo parar la guerra civil entre hornacheros y moriscos. Esta situación se mantuvo hasta 1660 cuando el príncipe de Salé, hijo de aquel señor de Dilá, fue expulsado de la fortaleza de los hornacheros por el morisco Ahmed el Jadir ibn Gailán, quién será el último morisco de origen español que gobernará la decadente República de Salé. Este será derrotado en 1666 por Mulay er-Rachid, creador de la dinastía que perdura desde entonces en el trono de Marruecos.

Los nombres de hornacheros aún existen en Rabat( Blanco, Zapata, Vargas, Galán, Flores, Merino e, incluso, Santiago), los de moriscos son muy reconocibles (Carasco, Palomino, Medina, Toledano, Menino, Valenciano, Narváez, Aragón, Moreno, etc.) y una de sus aportaciones más perdurables consiste en la regularidad de sus calles, cuatro calles principales y dos vías transversales.

El corso se mantendría, bajo el control del Sultán de Marruecos, hasta el primer tercio del siglo XIX.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Cambios

Como veis estoy haciendo algunos pequeños cambios en el aspecto visual del blog.

Aún es provisional

Seguiremos informando

El Greco, el primer objetor fiscal

En el año 1603 El Greco recibió el encargo de realizar el retablo de la capilla mayor de la Iglesia del Hospital de la Caridad de Illescas; no sólo se trataba de pintar los lienzos sino también de elaborar las esculturas y su traza arquitectónica. El conjunto de las pinturas del retablo estaba constituido por cuatro obras: La Virgen de la Caridad, La Coronación de la Virgen, La Natividad y La Anunciación. En el momento de firmar el contrato, nuestro artista recibió 1.000 ducados como entrega a cuenta del precio final. Dicen las crónicas que cuando el retablo fue finalizado en el año 1604, el recaudador de Illescas exigió al artista el pago de la alcabala.

La alcabala era un impuesto que se recaudaba desde la Edad Media y que gravaba las compra-ventas en un porcentaje del 10% sobre el precio. Por tanto, el alcabalero de Illescas interpretó que la entrega de los lienzos a los patronos del Hospital de la Caridad producía el devengo del impuesto y la obligación de abonar la cuota tributaria de 50.000 maravedíes.

Sigue diciendo la tradición que El Greco se opuso vehementemente a las exigencias del recaudador, alegando que el arte de la pintura estaban por encima de la actividad artesanal y que, por tanto, no debía estar sometido a los impuestos. Planteado el conflicto ante el Consejo de Hacienda de Felipe III, El Greco obtuvo el apoyo de ese importante órgano y no tuvo que pagar la alcabala, estableciendo un importante precedente para la exención impositiva de los artistas.
Más de un siglo después de la muerte del pintor cretense -en 1724-, Antonio Palomino recogió en su obra Museo Pictórico la historia del proceso ganado ante la Hacienda Real con estas palabras:
Que un alcabalero de dicha villa (Illescas) le apremió a que pagase la alcabala; y de ahí procedió el primer pleito que tuvo la Pintura de esta calidad; en que la defendió tan honradamente, que lo venció a favor de la Pintura el año de 1600 y así le debemos inmortales gracias a Dominico Greco todos los profesores de esta facultad, por haber sido el que rompió con tal fortuna las primeras lanzas en defensa de la inmunidad de este arte; y en cuya ejecutoria se fundaron los demás juicios
También cuenta Palomino en su obra que El Greco tenía la costumbre de empeñar sus pinturas, en vez de venderlas, a las instituciones religiosas o a los particulares que querían adquirirlas. Mediante este fraude de ley se conseguía que no se cumpliese el hecho imponible de la alcabala al no existir formalmente una venta. Como ejemplo de lo anterior, cita el caso del hermoso lienzo El Expolio, que se encontraba empeñado en escritura pública -y no vendido- a favor del Obispado de Toledo.

¿Existió el pleito de El Greco contra la Hacienda Pública?

Aunque no se ha conservado la documentación del famoso pleito de Doménikos Theotokópoulos contra el alcabalero de Illescas, parece ser que este proceso existió. Es posible realizar esta afirmación porque en 1625, es decir, sólo once años después de la muerte del artista, el fiscal del Consejo de Hacienda demandó al pintor Vicente Carducho, y a otros pintores madrileños, porque no pagaban la alcabala. Dentro de los legajos de este proceso judicial aparecen varios documentos que confirman la veracidad de la victoria de El Greco sobre el alcabalero de Illescas. Uno de estos manuscritos es el memorial del licenciado Juan Alonso de Butrón, abogado de los Reales Consejos, donde se afirma lo siguiente:
los pintores defienden su arte con las inmunidades que lo hicieron libre desde su nacimiento ...Dicen que no ciñen las palabras de la ley las obras de sus manos, por ser sólo acomodar el ingenio con este arte al objeto que se trata de pintar
Añadiendo el licenciado Butrón:
que, en conformidad de lo referido, el Consejo de Hacienda ha sentenciado a favor de la pintura, en el pleito que el alcabalero de Illescas trató con Dominico Greco sobre los 50.000 maravedíes de la alcabala del retablo, que hizo para la Iglesia de la dicha villa, y que el Consejo debe juzgar por esta decisión este pleito.

Además, Vicente Carducho y el resto de pintores acusados de no abonar la alcabala presentaron la siguiente prueba: una nuestra carta de ejecutoria ganada en el dicho nuestro Consejo de Hacienda. Por donde se demostraba que habiendo pedido un arrendador de alcabalas la alcabala de la pintura de un retablo, por sentencia vista y revista del dicho nuestro consejo había sido dado por libre el pintor a quien se pedía.

El precedente de El Greco convenció al Consejo de Hacienda del rey Felipe IV y, mediante sentencia de 11 de enero de 1633, confirmó que los pintores quedaban exentos de la alcabala cuando vendían sus obras, pero no cuando transmitían lienzos de otros pintores: los pintores no paguen alcabala de las pinturas que ellos hicieren y vendieren, aunque no se les hayan mandado hacer, y con qué se haya de pagar alcabala de las que vendieren, no hechas por ellos, en sus casas, almonedas y otras partes.

La sentencia favorable del Consejo de Hacienda y los documentos del licenciado Butrón y del resto de artistas, en una fecha tan cercana al momento en el que debió acontecer el pleito de Illescas, llevan a pensar que éste debió existir con casi total certeza.

Otros pleitos de El Greco

No solo pleiteó nuestro artista contra la Hacienda Pública española del siglo XVII, también mantuvo muchos contenciosos por el precio de los cuadros que le encomendaban las instituciones religiosas y los nobles. En aquella época era habitual que cuando se encargaba un lienzo se abonara un anticipo al artista y que, finalizada la obra y a la vista de su calidad, se fijara el precio de venta definitivo por acuerdo entre las partes o, en su defecto, por tasación de peritos. El problema fue que El Greco tenía en muy alta estima el valor de su obra, mientras que los compradores le ofrecían precios más bajos en consonancia con los que era habitual pagar en nuestro país a otros pintores, arquitectos y escultores.

Por este motivo, Doménikos Theotokópoulos inició largos procesos judiciales contra los patronos del Hospital de Illescas, por los lienzos de la Iglesia del Hospital de la Caridad, con el Obispado de Toledo, debido a la valoración de El Expolio, y con el sacerdote de la Iglesia de Santo Tomé de Toledo por El entierro del conde de Orgaz. Desgraciadamente, la maltrecha economía del pintor cretense le obligó, tras muchos años de conflicto, a alcanzar acuerdos insatisfactorios y a conformarse con precios inferiores a sus pretensiones. Conociendo ahora el inmenso valor que tendrían estas obras maestras de la pintura, parece todavía más sangrante la poca generosidad de los eclesiásticos y nobles de nuestro Siglo de Oro.

Antes de instalarse en España, Doménikos había vivido en Italia durante muchos años y estaba acostumbrado a que, en aquella tierra, los príncipes y cardenales que adquirían sus obras le considerasen un artista y lo valorasen como tal en la jerarquía social. Cuando llegó a Toledo se encontró que, desgraciadamente, los mismos estamentos sociales le calificaban como un humilde artesano, no sólo a la hora de pagarle sus obras sino también al asignarle un estatus social. Ésta es la causa de la intensa actividad legal que desplegó en nuestra patria para lograr que su pintura fuera considerada un arte noble y digno.

No sólo El Greco emprendió esta lucha, hay constancia de que los pintores y escultores españoles impulsaron, a partir de mediados del siglo XVI, una decidida campaña para mejorar su posición en la sociedad y que se considerase su actividad como un arte liberal. Así, existe constancia de que cuando la reina Isabel de Valois llegó a España en 1560, los pintores se negaron a recibirla junto a los oficiales mecánicos en los actos de bienvenida que se organizaron en varias ciudades. De la misma forma, los artistas se opusieron a participar en los desfiles profesionales en el mismo grupo que los calceteros, boneteros, zapateros y fabricantes de toneles y pellejos. No obstante, esta reivindicación sólo tuvo un éxito parcial puesto que, por ejemplo, en 1614 los escultores todavía contribuían al reclutamiento de soldados dentro de la sección de los carpinteros.

Con estas muestras de la consideración social que los artistas despertaban en el Siglo de Oro español comprendemos mejor la intensa actividad de El Greco y sus compañeros para dignificar el Arte. Nuestro pintor no logró que los mecenas pagaran el justo precio que merecían sus obras, pero es cierto que su exigencia de mejores retribuciones sentó precedentes -por ejemplo, los famosos 800 ducados que el rey Felipe II le pagó por El Martirio de San Mauricio- y benefició al conjunto de artistas españoles. Donde triunfó de manera completa fue ante el Consejo de Hacienda, que le eximió a él y a los demás pintores del pago de la alcabala. ¿Quién podrá pensar, después de conocer estos hechos, que la Hacienda Pública es insensible al Arte?

lunes, 21 de noviembre de 2011

El Cid, recaudador de impuestos

La literatura, desde hace siglos, y el cine, en las últimas décadas, nos han presentado al Cid como un héroe de la Reconquista plenamente comprometido en la lucha contra el Islam. Su personalidad se caracterizaba por la devoción cristiana, la nobleza, el valor y la inquebrantable lealtad a su rey legítimo; paradigma de este último rasgo fue que se atrevió a hacer jurar a Alfonso VI en Santa Gadea que no había participado en la muerte de Sancho II y que, luego, efectuado el juramento, fue fiel en todo momento al rey Alfonso. La leyenda nos muestra al Cid como el gran caudillo militar -el conquistador de Valencia- que montado en Babieca y al frente de su invencible mesnada era capaz de triunfar en cualquier situación, incluso después de la muerte. Ahora, los historiadores modernos nos dibujan otra imagen de Rodrigo Díaz de Vivar sustentada sobre fuentes documentales más fiables y, por tanto, menos mítica y más cercana a la realidad, pero no por ello menos interesante o digna admiración.
Uno de los aspectos de la vida real del Cid que ha visto la luz durante los últimos años ha sido la importante actividad que llevó a cabo como recaudador de impuestos desde su juventud hasta los años finales de su existencia. Describir esta actividad recaudatoria del Cid, en el contexto de su tiempo, es el objeto de este artículo.

La primera etapa de su vida

Rodrigo Díaz de Vivar nació a mediados del siglo XI en el seno de una noble familia castellana. Muy joven se integró en la Corte, tras ser nombrado en el año 1058 paje de Sancho, hijo del rey Fernando I. En el séquito del príncipe aprendió a leer y escribir y fue instruido en el manejo de las armas; armas que debió utilizar por primera vez en una expedición que apoyó al rey moro de Zaragoza en 1063 contra las tropas cristianas de Ramiro I de Aragón.
A la muerte de Fernando I su reino se dividió entre sus hijos: Castilla le correspondió a Sancho, León a Alfonso y Galicia a García. Los tres hermanos lucharon entre sí para conseguir la supremacía y reunificar la monarquía. En este difícil contexto, la habilidad militar de Rodrigo Díaz de Vivar empezó a ponerse de manifiesto y pasó a ser, por méritos propios, uno de los más importantes colaboradores de Sancho, el nuevo monarca de Castilla. Las victorias de Llantada y Golpejera en los años 1068 y 1072 permitieron que Sancho II gobernara sobre todo los territorios que habían formado el antiguo reino de su padre.
Sin embargo, su éxito fue efímero porque la nobleza leonesa se sublevó, haciéndose fuerte en Zamora, ciudad que era gobernada por Urraca, otra hija de Fernando I. Las tropas de Sancho, entre las que se encontrada Rodrigo, asediaron Zamora pero el monarca murió asesinado antes de lograr su objetivo. Esta prematura muerte provocó que su hermano Alfonso ascendiera al trono de Castilla y León. Este es el momento histórico en el que se situaba la legendaria actuación del Cid en la que obligó al nuevo rey a jurar que no había tenido participación en la muerte de su hermano, imposición que llevaría a la enemistad regia y al exilio del héroe. Sin embargo, la historia ahora nos dice que este episodio fue una invención literaria, posterior en más de cien años a la muerte del Cid, y que no sucedió. Al parecer, la expulsión del Cid del reino de Castilla tuvo más relación con su actividad como recaudador de impuestos que con su lealtad hacia el fallecido Sancho II.
De esta manera, y al contrario que en la leyenda, los documentos de la época relatan que Rodrigo siguió siendo un importante personaje de la Corte de Alfonso VI en los años posteriores al asesinato de Sancho. Prueba de lo anterior es que el monarca le nombró juez para dirimir varios pleitos y le permitió que se casara, hacia el año 1075, con doña Jimena, noble asturiana entroncada directamente con los monarcas de León.
En este punto de la historia nos encontramos con las primeras fuentes documentales que reflejan la actividad del Cid como recaudador. Así, en otra muestra más de la confianza regia, Alfonso encomendó a Rodrigo en 1079 la recaudación de las parias del reino taifa de Sevilla.

Parias o tributos

¿Qué eran las parias? Para contestar a esta pregunta hay que describir la situación de la Reconquista en la época del Cid. La desaparición del Califato de Córdoba y su descomposición, a partir del año 1031, en un conjunto de pequeños reinos independientes -los reinos de taifas- originó que los musulmanes tuvieran un poder militar inferior al de los cristianos y que hubieran de adoptar posiciones defensivas para mantener su territorio y riquezas. En este contexto, los reyes cristianos prefirieron no aprovechar la debilidad del enemigo para extender sus dominios territoriales, entre otras cosas, porque no tenían habitantes suficientes para repoblar los espacios reconquistados con garantía de éxito. Por eso, optaron por exigir tributos o parias a los reyes musulmanes a cambio de la suspensión de las hostilidades. Al parecer el sistema de parias se consolidó de una manera muy importante durante los primeros años del reinado de Alfonso VI.
Las parias constituían un problema económico, religioso y político para los reyes de taifas. El conflicto económico surgía como consecuencia de que la creciente superioridad militar de los cristianos colocaba a éstos en una posición muy favorable para reclamar cada vez cuantías más importantes a cambio de su inactividad guerrera. De hecho, las parias fueron una fuente de riqueza muy importante para los cristianos en este periodo de la Reconquista y un serio problema para el pueblo musulmán que se encontró sometido a una importante escasez de recursos económicos y monetarios.
Por su parte, el problema religioso aparecía como consecuencia de que el Corán prohíbe taxativamente el pago de tributos por los creyentes a los cristianos. Así, un teólogo cordobés del siglo XI sostenía que uno de los mayores crímenes que podía cometer una autoridad pública era obligar a los musulmanes a pagar tributos como los que pagaban los cristianos sometidos. Por este motivo, para los reyezuelos de los reinos de taifas resultaba vergonzante, a la vez que moralmente reprobable, que sus ciudadanos tuvieran que abonarles impuestos para, posteriormente, entregar la recaudación a los cristianos. Parecido fundamento tenía la complicación política: el territorio que paga tributos a otro reino está reconociendo la soberanía y primacía de éste último, y era fundamento del sistema teológico y político del Islam no reconocer la soberanía de ningún reino cristiano sobre ellos. Para resolver el conflicto religioso y político, los reyes de taifas nunca aceptaron que estuvieran pagando tributos a los cristianos y disfrazaron su auténtica naturaleza en la figura de las parias.
Etimológicamente, parias proviene del término latino "pariare" que significa igualar una cuenta o pagar. Por tanto, los musulmanes interpretaban las parias no como un tributo, si no como un pago por una deuda que tenían frente a otro reino, deuda que tenía su causa en la contratación de las tropas de los reinos cristianos para evitar la guerra y protegerse frente a los enemigos. Mediante este artificio, conceptuaban las parias como una paga militar efectuada a favor de los guerreros cristianos -considerando a éstos como una especie de tropas mercenarias que les garantizaban la paz y que debían ser retribuidas convenientemente-. Otra frecuente manera de enmascarar la realidad de las parias fue calificarlas como regalos o dones en favor de otros monarcas, apartando lo más posible cualquier parecido entre ellas y los impuestos prohibidos en el Corán o el reconocimiento del vasallaje y la dependencia política de los reinos cristianos.

Alfonso VI destierra al Cid

Explicado el concepto de las parias, volveremos a la vida del Cid recordando que en el año 1079 Alfonso VI le encomendó la recaudación de las parias que debía pagar el rey Almutamid de Sevilla. Cuando se encontraba desempeñando esta misión, el monarca de Granada atacó los territorios del reino de Sevilla y Rodrigo Díaz de Vivar se vio obligado a defenderlos con su ejército puesto que, como ya hemos visto, uno de los objetivos del pago de las parias era la ayuda militar en caso de ataque por parte de un tercero. Haciendo gala de su condición de caudillo invencible, el Cid derrotó en la batalla de Cabra a los granadinos haciendo numerosos prisioneros.
Reflejo de esta actividad recaudatoria del Cid lo encontramos en un romance de origen desconocido que, además, pone de manifiesto las características de las parias que se han explicado en los párrafos anteriores (sustento en la amenaza de ataque por los ejércitos cristianos, conflicto teológico y político de los soberanos musulmanes ante su pago, etc.).

"Por el val de las Estacas pasó el Cid a mediodía
en su caballo Babieca, oh, qué bien parecía.
El rey moro que lo supo a recibirle salía;
dijo: -Bien vengas, el Cid; buena sea tu venida,
que si quieres ganar sueldo muy bueno te lo daría
o si vienes por mujer darte he una hermana mía.
-Que no quiero vuestro sueldo ni de nadie lo querría;
que ni vengo por mujer, que viva tengo la mía.
Vengo a que pagues las parias que tu debes a Castilla.
-No te las daré yo, el buen Cid; Cid, yo no te las daría;
Si mi padre las pagó hizo lo que no debía.
-Si por bien no me las das, yo por mal las tomaría.
-No lo harás así, buen Cid, que yo buena lanza había.
-En cuanto a eso, rey moro, creo que nada te debía,
que si buena lanza tienes por buena tengo la mía;
mas da sus parias al rey, a ese buen rey de Castilla.
-Por ser vos su mensajero de buen grado las daría".

A pesar del buen hacer de nuestro recaudador de parias, el Cid fue desterrado de la Corte por Alfonso VI hacia el año 1080. Al parecer el motivo de incurrir en la "ira regia" fue la acusación de que había cometido un delito de "malfetría" o traición al sustraer una parte de la recaudación obtenida. Algunos historiadores sostienen que la enemistad de Alfonso VI fue provocada porque el Cid atacó con sus tropas el reino taifa de Toledo, que se encontraba bajo la protección del rey de Castilla.
Fuera cual fuera el motivo, lo cierto es que el Cid tuvo que abandonar las tierras de Castilla en un plazo de nueve días, plazo que se estimaba suficiente en aquella época para alcanzar la frontera, y junto a su mesnada busco protección en el reino moro de Zaragoza, sirviendo allí como mercenario entre los años 1081 y 1085 y defendiendo sus fronteras contra las tropas aragonesas y catalanas.

Los almorávides

En el 1085, año en que Alfonso VI conquistó Toledo, los reyes musulmanes de la península Ibérica pidieron desesperadamente el auxilio de los guerreros almorávides del norte de África. Estos, que eran una mezcla entre monjes y soldados, acudieron en defensa de los reinos de taifas y combatieron duramente a los cristianos a lo largo de décadas y en sucesivas oleadas. Los almorávides cumplían con las leyes coránicas de una manera más estricta que los musulmanes españoles y, por ese motivo, los reyes de taifas debieron suspender el pago de parias y la contratación de ejércitos cristianos mercenarios, ocasionando la penuria económica de algunos estamentos de la sociedad cristiana de la época. En todo caso, los almorávides llegaron mucho más lejos y conquistaron uno tras otro los reinos de taifas españoles hasta conseguir la hegemonía completa en el año 1110 al tomar la ciudad de Zaragoza.
A raíz de la invasión almorávide se produjo la reconciliación entre Alfonso VI de Castilla y el Cid, que empezó a colaborar con el ejército de Castilla en el 1087. Sin embargo, un año más tarde se produce un nuevo desencuentro entre ambos, como consecuencia de que Rodrigo Díaz de Vivar no acudió a apoyar al ejército real en Aledo y fue nuevamente desterrado. A partir de ese momento, el Cid centró su actividad militar en Levante y logró constituir un poderoso protectorado, una especie de señoría personal, que cobraba tributos a las ciudades fortificadas y castillos de la zona levantina y catalana: Valencia, Lérida, Tortosa, Denia, Albarracín, Sagunto, etc.

El "Cantar del Mío Cid" y la recaudación de parias

El "Cantar del Mío Cid" es un poema épico que describe la última parte de la vida del Cid, desde su primer destierro de Castilla hasta la conquista de Valencia. Se trata del primer cantar de gesta en lengua castellana y fue escrito entre 1195 y 1205 por un autor anónimo. Ha llegado hasta nosotros en una única copia manuscrita del siglo XIV, que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid, y a la que le faltan la primera hoja y otras dos interiores. Al tratarse de un cantar de gesta el eje de la narración es el heroísmo religioso y guerrero del Cid, por este motivo, sorprende que el Cantar describa de una manera especialmente realista y detallada los aspectos económicos de la vida de Rodrigo Díaz de Vivar, aspectos que no aparecen habitualmente en los poemas épicos que se refieren a otros héroes y que se centran más en sus hazañas políticas o militares.
En este contexto, la lectura del Cantar pone de manifiesto la importancia que tuvo la actividad recaudatoria llevada a cabo por el Cid, bien en favor del rey de Castilla o bien en favor de sí mismo y su mesnada, durante buena parte de su vida. No cabe duda que para lograr éxitos militares y hazañas en el campo de batalla, era necesario obtener recursos para armarse y mantener a los guerreros. Dentro del Cantar es posible destacar, entre otros muchos, los siguientes ejemplos:

"Esperando está mio Cid con todos sus vasallos;
el castillo de Alcocer en paria va entrando.
Los de Alcocer a mio Cid le dan parias
y los de Ateca y Terrer, casa,
a los de Calatayud, sabed, mal les sentaba".

"Metió en paria a Daroca antes,
luego a Molina, que está a la otra parte,
la tercera Teruel, que está delante;
en su mano tenié a Celfa la del Canal".

También el Romancero nos muestra los métodos que convertían al Cid en un excelente y convincente recaudador. De esta forma, en el romance "Verde montaña florida, al verte me da alegría" se cuenta que el Cid recorría la vega de Granada montado en Bavieca y acompañado de doscientos caballeros con la finalidad de recaudar las parias. Ante la negativa del rey moro a pagar su deuda, el romance describe las razones que debía tener en cuenta el musulmán para reconsiderar su desafortunada decisión:

"El Cid lleva una espada que ciento seis palmos tenía;
cada vez que la bandeaba hierro con hierros hería,
cada vez que la bandeaba temblaba la morería:
De tres en tres los mataba, de seis en seis los enjila".

La conquista de Valencia y la muerte del Cid

Ya vimos anteriormente que la invasión almorávide alteró totalmente la marcha de la reconquista; el poderío de los ejércitos musulmanes procedentes del norte de África originó que los reinos cristianos tuvieran que situarse en posiciones defensivas y que los reinos de taifas dejaran de pagar las parias. En este contexto, el Cid también cambió su política en la zona de Levante, sustituyendo su idea de mantener el protectorado, que se nutría de las parias que pagaban los musulmanes, por el proyecto de conquistar la taifa de Valencia y establecer un señorío personal y hereditario sobre ella. Tan ambiciosa empresa se vio coronado por el éxito en junio de 1094 al tomar la ciudad de Valencia tras un largo asedio. En los años que siguieron, mantuvo su nueva posesión venciendo en dos ocasiones a los ejércitos almorávides que intentaron recuperar esa importante ciudad para el Islam. Una de esas batallas -la celebrada en Quart en octubre de 1094- fue la primera ocasión en que un ejército consiguió derrotar a las tropas almorávides en España, poniendo de manifiesto que no eran invencibles y animando la resistencia del resto de los reinos cristianos.
El Cid falleció en 1099 a una edad levemente superior a los 50 años y fue enterrado en la catedral de Santa María de Valencia. Su viuda -Jimena- continuó siendo señora de esa ciudad hasta el 1102, fecha en la que Alfonso VI decidió su abandono al resultar imposible frenar la presión de los ejércitos almorávides.
Cuenta la leyenda que la admiración que el Cid despertaba en sus enemigos, por su valentía y éxito en el arte de la guerra, fue tan grande que logró vencer en la batalla incluso después de su fallecimiento. Tras conocer su maestría en el arte de la recaudación es posible afirmar, igualmente, que fue capaz de recaudar parias tras su muerte. El hecho de que la leyenda no haya querido recordar estas hazañas más prosaicas del Cid en favor de la hacienda pública es porque en la poesía la figura del recaudador eficaz es menos legendaria que la del guerrero

lunes, 14 de noviembre de 2011

Gonzalo de Berceo y los impuestos

Gonzalo de Berceo nació a finales del siglo XII en La Rioja y falleció después del año 1264. Es una figura fundamental en la historia de la literatura española puesto que es el primer poeta que escribió en castellano y cuyo nombre ha llegado hasta nosotros. En su niñez se educó en el Monasterio riojano de San Millán de la Cogolla, luego, tras recibir en Palencia una educación muy esmerada para su época, fue ordenado sacerdote y desempeñó el cargo de notario eclesiástico de ese monasterio. Berceo es el más importante representante del mester de clerecía y contribuyó notablemente a la mejora de la lengua castellana. Toda su obra poética es de naturaleza religiosa, destacando las biografías de varios santos -San Millán, Santo Domingo de Silos, Santa Oria, etc.-y "los Milagros de Nuestra Señora", que es su obra maestra.

Durante la vida de Gonzalo de Berceo, su querido Monasterio de San Millán atravesó una fase de decadencia debido a la escasez de recursos económicos, por ese motivo, nuestro protagonista utilizó sus poesías para garantizar que la recaudación fluyera hacia las maltrechas arcas monacales -la poesía al servicio de los impuestos-. Esta es la faceta de la vida de Berceo que vamos a abordar en este artículo.

La batalla de Clavijo y el Voto de Santiago.

Veremos más adelante que Gonzalo de Berceo utilizó el Voto de Santiago como precedente de su impuesto, por eso, debemos explicar ahora que ese voto era un tributo que se satisfacía por los cristianos de Asturias, Galicia, León y Castilla durante la Edad Media. Su recaudación incrementaba los diezmos y primicias que correspondían a la Iglesia, beneficiando en concreto al Arzobispado de Santiago de Compostela como consecuencia de que el impuesto había nacido para agradecer al apóstol Santiago su participación en la batalla de Clavijo, en apoyo de los ejércitos de Ramiro I de Asturias.

Cuenta la leyenda que los cristianos decidieron dejar de satisfacer a los musulmanes el humillante tributo de las cien doncellas, y que esta actitud originó que las tropas del emirato cordobés invadieran su territorio con un poderoso ejército hacia el año 844. Enfrentadas en Clavijo las huestes de unos y otros, tuvo lugar la aparición del apóstol Santiago que luchó junto a los cristianos en un momento en el que éstos estaban al borde de la derrota. La intervención sobrenatural modificó el devenir del combate e hizo posible que los cristianos vencieran de una manera rotunda y consiguieran un cuantioso botín. Sigue contando la leyenda que Ramiro I, agradecido por la ayuda del Apóstol, instituyó el Voto, y que, desde ese momento, los fieles ofrecieron al Arzobispado de Santiago una parte de las primeras cosechas y vendimias.
Sin embargo, ya desde el siglo XVIII los historiadores opinan que la batalla de Clavijo, cuya existencia no se refleja en las fuentes documentales contemporáneas del siglo IX, fue un acontecimiento legendario que no sucedió realmente. Es más, todo parece indicar que fue inventado con la finalidad de recaudar el tributo del Voto.

Vida de San Millán de la Cogolla

De la misma manera que el Voto de Santiago nace para agradecer al Apóstol su ayuda guerrera, Gonzalo de Berceo justificó el tributo que pretendía implantar -el Voto de San Millán- en un milagro similar de este santo riojano.
San Millán nació en el seno de una humilde familia de pastores del pueblo de Berceo y vivió entre los siglos V y VI después de Cristo en la España visigoda. En su juventud se hizo ermitaño y pasó todo tipo de privaciones en la zona de Haro, dedicado a la penitencia y a la meditación. Posteriormente, fue párroco en su localidad natal de Berceo y, en la última etapa de su vida, se retiró a Suso, fundando una comunidad de monjes que, tras su muerte, se convirtió en el Monasterio de San Millán de la Cogolla. Por tanto, San Millán destacó especialmente como monje pobre, confesor y ermitaño.

Como hemos visto anteriormente, la "Vida de San Millán de la Cogolla" es una de las obras que escribió Gonzalo de Berceo y es precisamente a través de sus hermosos versos endecasílabos como nuestro poeta pretendió convertirse en creador y difusor de impuestos. Veamos como lo hizo.

Justificación del nuevo impuesto

Utilizando como modelo el precedente del Voto de Santiago, Gonzalo de Berceo sostiene que el nuevo impuesto servirá para retribuir la participación de San Millán y el apóstol Santiago en una batalla entre moros y cristianos. Así describe la aparición de los santos en la "Vida de San Millán de la Cogolla":

"Vieron dos personas hermosas y lucientes
eran mucho más blancas que las nieves relucientes.
Venían en dos caballos más blancos que cristal,
armas tales no vio nunca hombre mortal;
el uno tenía báculo mitra pontifical (Santiago Apóstol)
el otro una cruz, nunca el hombre vio tal (San Millán)
tenían caras angélicas y celestial figura
descendían por el aire a una gran presura
catando a los moros con torva catadura
espadas en la mano en signo de pavura".


Tras esta aparición, la lucha, en la que los cristianos llevaban la peor parte debido al mayor número de soldados enemigos, cambió radicalmente de signo; San Millán y Santiago dieron "golpes certeros" a las primeras filas de los sarracenos, provocando el espanto del resto de su ejército. Algunos musulmanes se repusieron de la sorpresa y lanzaron una nube de flechas sobre los dos santos y sus cabalgaduras, pero milagrosamente las saetas se volvieron contra ellos mismos, clavándose en las carnes de aquellos que las disparaban. Ante esta complicada situación, el rey Abderramán decidió huir del campo de batalla.

El combate descrito por Berceo en su "Vida de San Millán de la Cogolla" encaja, desde un punto de vista histórico, con la batalla de Simancas, que tuvo lugar en el año 939 entre las tropas de Ramiro II de León y las del califa de Córdoba Abderramán III. Formando parte de las huestes cristianas se encontraba Fernán González, conde de Castilla.

Las fuentes históricas refieren que en los momentos iniciales de la batalla hubo un eclipse de sol que aterrorizó por igual a los integrantes de los dos ejércitos. A pesar de ello, las tropas de Abderramán atacaron la población de Simancas, que fue defendida con tenacidad por los cristianos provocando muchas bajas al enemigo. En la retirada que siguió, los musulmanes cayeron en una emboscada en un terreno de barrancos y gargantas y fueron exterminados. La victoria de Simancas fue muy importante en el curso de la Reconquista, en primer lugar porque se trató de una batalla real y, en segundo, porque aseguró el dominio de las tierras ubicadas al norte del Duero e hizo posible iniciar la repoblación en los territorios al sur del mismo.

Creación del impuesto

Siguiendo su relato, Gonzalo de Berceo cuenta que el rey Ramiro II confirmó el ya existente voto de Santiago, a favor de Santiago de Compostela, mientras que el conde Fernán González instituía sobre sus territorios de Castilla un impuesto nuevo -el Voto de San Millán- en beneficio del Monasterio de San Millán de la Cogolla, en señal de agradecimiento por la ayuda celestial. Veamos como lo plasma en su obra:

"Apenas tuvieron las ganancias partidas,
a Dios y a los santos las gracias ofrecidas
confirmaron las parias que fueron ofrecidas
a los dos que hicieron las primeras heridas.
(es decir al apóstol Santiago y a San Millán)
El rey don Ramiro, que esté en el Paraíso,
dio herencia al apóstol como fue prometido;
confirmole los votos como hombre comedido,
no dejó en el reino casa sin compromiso.
El conde Fernán González con todos sus varones,
con obispos y abades, alcaldes y sayones
pusieron y juraron de dar en las sazones
a la casa de San Millán estos tres pipiones"
. (los pipiones son una moneda medieval)

Ámbito territorial

Creado el impuesto, Gonzalo de Berceo procede a enumerar los territorios sobre los que se aplicaría para delimitar la recaudación correspondiente al Arzobispado de Santiago y la que beneficiaría al Monasterio de San Millán de la Cogolla. Es decir, el poeta estaba fijando lo que en la actualidad denominamos "el punto de conexión".

"De donde taja el río que corre por Palencia
Carrión es su nombre, según mi creencia,
hasta el río Arga, llega esta sentencia
de rendir cada casa esta benevolencia
desde Extremadura las sierras de Segovia
hasta la otra sierra que dicen Barahona,
así que hasta la mar que es allende Vitoria,
todos se subyugaran a dar esta memoria"
.

Forma de pago

Finalmente, las cultas estrofas de Berceo, en tetrástrofo monorrimo, especifican también la forma de pago del Voto de San Millán:

"Unas tierras dan vino, en otras dan dineros,
en algunas cebera, en alguantas carneros;
fierro traen de Álava y cuños de aceros,
quesos dan en ofrenda por todos los Cameros".


Realidad histórica

Como hemos indicado con anterioridad, el monasterio de San Millán de la Cogolla padeció problemas económicos en los inicios del siglo XIII, debido a que se redujeron notablemente las donaciones en su favor a raíz de la dura competencia entre los distintos centros de peregrinación. Fue en este contexto, sin duda, cuando se concibió la idea de crear el Voto de San Millán para obtener la parte de la recaudación del Voto de Santiago que correspondía a la zona de Castilla, en detrimento de los recursos que percibía el arzobispado de Santiago de Compostela. De una manera menos ambiciosa, se trataba también de reforzar los presentes y donaciones que se hacían de forma tradicional a San Millán, desde hacía muchos años, en una práctica obligatoria, compitiendo con la consolidada recaudación que fluía hacia la capital de Galicia.

Para conseguirlo, entre 1210 y 1240 se elaboraron por los copistas del monasterio falsos documentos del siglo X, el más importante de los cuales fue el diploma en el que el conde Fernán González de Castilla había instituido el Voto de San Millán trescientos años atrás. Todos estos documentos fueron utilizados con bastante éxito en diversos pleitos que se mantenían con otras instituciones religiosas por cuestiones económicas y recaudatorias.

Buena prueba del éxito de estos documentos es que convencieron a la cancillería regia de su autenticidad, logrando que el rey Sancho II confirmase en el año 1289 el privilegio de los votos otorgado de forma imaginaria por el conde Fernán González a favor del monasterio riojano. Aunque los documentos falsos se elaboraron durante los años de estancia de Gonzalo de Berceo en San Millán, no tenemos la certeza de que participara en su ejecución material. Lo que sí es seguro es que conocía el diploma de los votos de San Millán porque lo cita expresamente en su obra.

También es rigurosamente cierto que, como complemento de los documentos y las actuaciones judiciales, existió una campaña literaria para fomentar una mayor recaudación en la que participó decididamente Gonzalo de Berceo escribiendo su "Vida de San Millán de la Cogolla" hacia el año 1230. Esta obra se recitaba a los peregrinos que acudían al Monasterio y, por tanto, era un excelente instrumento de divulgación entre los fieles de la existencia del Voto de San Millán y la obligatoriedad de pagarlo. Además hay constancia histórica de que las obras de Berceo se recitaron por los juglares en las diversas poblaciones que iban recorriendo, incrementando su difusión entre los contribuyentes.

Conclusión.

Setecientos cincuenta años después de su muerte, Gonzalo de Berceo es considerado uno de los más importantes escritores de la Edad Media. La generación española del 98 convirtió su figura en un auténtico símbolo. Berceo tenía una clara intención didáctica a la hora de escribir sus obras: quería que los fieles aprendieran gracias a ellas. Este objetivo le hizo conseguir algo muy difícil: utilizar un lenguaje sencillo y auténtico sin olvidar la cultura eclesiástica-latina a la que pertenecía. Sus endecasílabos, que están repletos de expresiones populares y afectivas, consiguieron otorgar categoría artística a lo coloquial por primera vez en la literatura castellana. Gracias a ello, consiguió enriquecer nuestra lengua en una época tan temprana como la primera mitad del siglo XIII.

Berceo no tuvo tanta fortuna como creador y divulgador de impuestos, puesto que aunque es cierto que el Monasterio de San Millán de la Cogolla consiguió mejorar su situación económica a través de los documentos falsos, las victorias en los pleitos y la difusión poética del Voto de San Millán, no se logró el ambicioso objetivo de recaudar de manera regular el voto sobre el extenso territorio de Castilla.

viernes, 4 de noviembre de 2011

La batalla de Vélez-Málaga

El 24 de agosto de 1704 tuvo lugar la batalla naval más importante de la Guerra de Sucesión española, tuvo lugar frente a Vélez-Málaga. Se enfrentaron 96 naves de guerra franco-españolas (unos 3.580 cañones y 24.200 hombres) contra la flota anglo-holandesa del almirante Rooke, de infausta memoria, compuesta de 59 navíos (unos 3.600 cañones y 22.500 hombres).

Las bajas totales se acercaron a los 4.200 hombres más un incontable número de heridos. Y de uno de esos heridos quiero hablar hoy.

En el buque-insignia de la escuadra franco-española del Conde de Tolosa estaba embarcado un joven guardiamarina de 16 años, al que una bala de cañón casi le arrancó una pierna. Tuvo que ser operado, sin anestesia de ningún tipo. Perdió la pierna.

El Conde de Tolosa, impresionado por el valor demostrado, cuentan las crónicas que aquel joven no emitió ni un sólo sonido en toda la operación, escribió una carta al Rey Felipe V quien le ofreció un hábito de una orden militar y que pasara aformar parte de su Casa Militar, pero aquel joven sólo pidió que se le permitiera continuar en la Marina, a lo que accedió el Rey nombrándole alférez de bajel de alto bordo.

Este guardiamarina fue el que años más tarde, siendo ya teniente general, y tuerto y manco además de cojo, infligió a Vernon la peor derrota de la Armada inglesa en la defensa de Cartagena de Indias, en el año del Señor de 1741.

Su nombre es Blas de Lezo, I marqués de Oviedo,

miércoles, 2 de noviembre de 2011

El primer buque de vapor español

El Real Fernando o El Betis, como también se le llamaba, de la Real Compañía del Guadalquivir, es, sin duda, el barco de vapor que antecede a todos los españoles. Con este buque se establece la primera línea regular de pasajeros servida en nuestro país por esta clase de embarcaciones, uniendo Sevilla con Sanlúcar. En su viaje inaugural, se arriesga a salir a la mar para llegar hasta Cádiz.

Las reseñas bibliográficas sobre esta visita no están, en absoluto, de acuerdo sobre el día exacto en el que el citado barco visitó Cádiz. Del análisis de las fuentes documentales de la Biblioteca de Temas Gaditanos y en la Biblioteca Pública Provincial de Cádiz podemos colegir que la entrada del barco en el puerto de Cádiz, se registra el día 8 de julio de 1817 y la salida del mismo, con destino a Sevilla, al día siguiente. El Díario Mercantil de Cáidz reseñaba el acontecimiento como sigue:

Cádiz, 9.- El barco de vapor el Real Fernando (El Betis) ha estado expuesto todo el día á la curiosidad de un numeroso concurso que de esta Plaza se ha trasladado á su bordo.
Habiendo salido de Sevilla en la madrugada del día 8, no ha podido menos de invertir diez y siete horas en su viage, no tanto por la contramarea y detención que en Sanlúcar ha sufrido, cuanto por habersele cercenado mucha parte de su salida con la idea de hacer las experiencias y observaciones que son necesarias.


Recordemos que el primer barco de vapor que hizo una travesía por mar fue el Phoenix, en un sólo viaje, entre Nueva York y Nueva Brunswick, en 1807. Apenas 10 años antes, lo que, en aquella época, no era nada de retraso.

Esta efemerides es ampliamente reconocida en Sanlúcar de Barrameda, tanto en sus calles como en su atracadero, donde podemos navegar en el "Real Fernando" que nos lleva hasta Doñana.