Abril 1502 – Noviembre 1504
Colón no había acreditado la agudeza, autoridad y prudencia de un buen gobernante, pero sus sobresalientes cualidades náuticas permanecían incólumes. Por eso, no nos sorprende que al cabo de un par de años se le autorizase a realizar el que sería su último viaje. El monopolio que el Almirante pretendía sobre sus Indias iba revelando, como resultado de sucesivas exploraciones, una magnitud gigantesca, incompatible con la perpetua soberanía del descubridor de las Antillas, cuyas aptitudes políticas no brillaban a gran altura. Los reyes nombraron a Nicolás de Ovando como gobernador y justicia mayor de las Indias, en sustitución de Bobadilla; los privilegios y derechos de Colón quedaban por el momento suspendidos.
Los fines de la nueva campaña se centraban en la búsqueda de un estrecho al oeste de las Antillas, que sin duda conduciría de inmediato al Asia cercana. Pero los reyes no se olvidaban de acontecimientos recientes: se prohibía a don Cristobal ir a la Española; debería impedir los rescates o trueques privados y no podría tomar esclavos entre los indios. Ya cincuentón, el genovés era un viejo para aquel tiempo, además estaba aquejado por una artritis contumaz; pero aún habría de cumplir como un nauta singular.
La pequeña flota alistada en Sevilla se componía de 4 naves, partían en total unos 140 hombres, incluidos Colón, su hermano Bartolomé, su hijo Diego y algunos criados. Aunque bajaron el Guadalquivir a principios de abril, no partieron de Cádiz hasta el 11 de mayo. Tocaron en Las Palmas de Gran Canaria. Ya era bien conocido el régimen de vientos del Atlántico, lo cruzaron en tres semanas, alcanzando la isla Martinica el 15 de junio. En contra de las órdenes reales, Colón intentó fondear ante Santo Domingo, pretextando ponerse al abrigo de un huracán y reparar una carabela, pero el gobernador Ovando se lo impidió.
Navegó la pequeña flota hasta Jamaica, saltó de allí al grupillo insular de Jardines de la Reina, y el 30 de julio descubría Guanaja, la más oriental de las islas hondureñas de la Bahía. Desde aquí se veían tierras hacia el Sur, donde los indios decían que estaba el rico país de Veragua, Este rumbo fue el tomó quizá empujado por los vientos que venían soportando desde hacía varios días. El 14 de agosto tomó posesión del territorio continental de Honduras y costeó a prudente distancia las tierras de este país, Nicaragua y Costa Rica. El temporal azotaba a los barcos, pero era necesario mantener una constante vigilia para no pasar de largo ante el hipotético estrecho que les llevaría hasta la costa asiática. El almirante iba enfermo y sus hombres agotados por la brega contra los elementos.
A mediados de octubre llegaría el almirante a la panameña Veragua, cuyo título ducal honraría a sus descendientes, y pasó por Portobelo (2 de noviembre) y Nombre de Dios, hasta llegar al pequeño puerto que llamó “del Retrete” (26 de noviembre), actual Puerto Escribano, 20 millas al este de Nombre de Dios; punto extremo de esta campaña. El visible interés de los españoles por las mozas indias desató la hostilidad de los naturales, lo que, sumado a los peligros de una costa sembrada de bajíos, a las inacabables tormentas, la continua visión de los tiburones y a los estragos del hambre, determinó el regreso de los navíos.
El 6 de enero de 1503 tocaron tierra junto a un río al que, por imperativo de la fecha, bautizaron Belén. Allí mismo intentaron una precaria fundación Santa María de Belén, en el que dejaron un destacamento al mando de Bartolomé Colón, tuvo que ser evacuado más tarde (16 de enero) por la constante presión de los indígenas. En este mismo lugar tuvieron que abandonar dos naves muy maltratadas. Con sólo dos carabelas, la flotilla costeó la tierra firme hacia poniente para llegar a Cuba desde la punta de los Mosquitos. Pero ni las naves comidas por la broma ni los vientos les permitieron alcanzar aquella isla a la que Colón seguía considerando una península asiática. El 24 o 25 de junio tuvieron que refugiarse en la bahía de Santa Gloria, hoy de Saint Ann, al norte de Jamaica.
Las dos carabelas estaban en un estado lamentable, el almirante y sus hombres pasaron todo un año en aquel territorio jamaicano sin posibilidades de contactar con naves españolas. Alguien tuvo la idea de habilitar una canoa caribeña para intentar la travesía hasta Santo Domingo, el punto más próximo del que podrían recibir auxilio, Bartolomé Fieschi, Diego Méndez, algún otro español y varios indios se embarcaron en esta aventura y pudieron llegar a Santo Domingo. Pero......
Nicolás de Ovando, el suspicaz gobernador de la isla, se limitó a disponer que un navío se acercase a la bahía jamaicana para observar el estado de los náufragos y conjeturar las intenciones de Colón. Permanecía este medio tullido por la enfermedad y con el ánimo por los suelos tras la sedición que contra él habían encabezado los hermanos Diego y Francisco de Porras, seguida de otra revuelta que promovió el boticario Bernal.
Las desdichas duraron meses y meses, hasta que en una nave enviada desde Santo Domingo, el 28 de junio de 1504 los supervivientes fueron llevados a tierra cristiana. La estancia del almirante en la ciudad fundada por su hermano ocho años antes, no resultó especialmente grata. El receloso gobernador lo vejaba continuamente.
El 7 de noviembre del mismo año concluía en Sanlúcar de Barrameda la última y más triste expedición del gran descubridor. Andaba por los cincuenta y tres años, sólo le quedaban dos escasos para el último viaje.
Bueno, el último viaje no, porque los restos del Almirante de la Mar Océana todavía tenían que viajar mucho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario