Agosto de 1492 – Marzo de 1493
El coste del primer viaje fue de dos millones de maravedíes (un marinero cobraba unos mil maravedíes al mes), más de la mitad de los cuales anticiparon Luis de Santángel y Francisco Pinelo de las rentas de la Santa Hermandad. El almirante participó con medio millón endeudado por ello con algunos buenos amigos.
Una parte del coste de la empresa lo cubrieron los vecinos de Palos quienes por faltas cometidas contra la Corona tiempo atrás habían sido condenados a servir con dos naves durante un año. Tres fueron los barcos elegidos: la nao Santa María, alias la Gallega, capitana, propiedad de Juan de la Cosa, de unas 100 toneladas, de 23 a 29 metros de eslora (el largo medido de popa a proa) y 8 de manga (el ancho); la Pinta de unas 60 toneladas, de 24 metros de eslora, y la carabela latina Niña, propiedad de Juan Niño, de 50 toneladas y unos 20 metros de eslora.
Muy pocos hombres se enrolaron en la empresa, la incertidumbre del destino y el hecho de que Colón fuese un desconocido en la comarca pesaban en el alma de los marineros. La resuelta intervención de Martín Alonso Pinzón, navegante de reconocido prestigio, determinó el embarque de la gente necesaria. De 90 a 110 hombres, naturales de Palos, Moguer y Huelva especialmente, aunque no faltaron de otras regiones e incluso extranjeros. Volveremos a hablar de Martín Alonso Pinzón en otras entradas.
Las naves zarparon de Palos de la Frontera al amanecer del día 3 de agosto de 1492. Seis días después, en la isla de Gran Canaria, se mejoró el andar de la Pinta cambiándole las velas latinas por velas cuadras. A partir de la isla Gomera, 6 de septiembre, comienza el camino por aguas desconocidas. Los vientos alisios, pronto advertidos por Colón, favorecían la marcha, pero a medida que transcurría el tiempo y se sumaban los centenares de leguas navegadas, el temor y la desazón comenzaron a apoderarse de los más flojos. El almirante llevaba dos cuentas del camino recorrido, una real para su propio gobierno y otra en que acortaba los datos para no alarmar a los marineros. El paso de aves y el cruce del Mar de los Sargazos sin encontrar tierra quebraron la entereza de muchos marineros y comenzaron a murmurar contra Colón y a proponer el regreso antes de navegar hacia el desastre. La resuelta actitud de Martín Alonso Pinzón apoyando al Almirante, incluso propuso ahorcar a media docena de los más revoltosos, hizo callar a los hombres.
El 15 de septiembre comienzan a disfrutar de un tiempo agradable “como abril en Sevilla” y a ver hierbas de apariencia fluvial, señales de islas próximas. En la anotación del día 7 de octubre, haciendo caso a Martín Alonso Pinzón, el almirante mandó poner rumbo oeste-sudoeste, dejando así un camino que le hubiera llevado a la península de la Florida. El día 11 el mar se embraveció, pero el hallazgo de cañas, tablillas y algún palo labrado vino a levantar los ánimos. Cuenta Colón que esa misma noche, desde el castillo de popa vio una lumbre que se alzaba y titilaba. Y ya después de medianoche, el 12 de octubre, la carabela Pinta, que iba delante por ser más velera “halló tierra y hizo señas, las que el almirante había mandado. Esta tierra vio primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana (en realidad Juan Rodríguez Bermejo)”.
Llegada la mañana, desembarcó una larga comitiva para formalizar la toma de posesión. Era “una isleta de las Lucayos, llamada Guanahaní en lengua india”, fue llamada San Salvador por Colón. Hoy, la mayoría de los investigadores consideran que es la que conocemos como Watling, en el archipiélago de las Bahamas, al nordeste de Cuba.
Los nativos “desnudos como su madre los parió” se aficionaron pronto al trueque, se acercaban a los barcos españoles con papagayos, ovillos de algodón y azagayas y otras cosas y las cambiaban por cuentas de vidrio y bonetes de colores brillantes. No conocían el hierro, aunque algunos traían pedazos de oro colgados de agujeros que tenían en la nariz. Cuando los españoles quisieron saber donde lo habían conseguido, señalaban hacia el sur, a una isla grande.
Colón recorrió las diversas islas hasta que el día 28 de octubre tomó tierra en una gran isla que bautizó Juana (Cuba) en honor de la hija mayor de los RRCC, “la más hermosa que ojos hayan visto”. Creyó haber dado con el imperio del Gran Kan y la tierra de Catay. Por entonces se separó accidentalmente la carabela Pinta, de Martín Alonso Pinzón. Después de varios días llegaría la primera a Haití, donde se reencontrarían las naves. Colón llegó el día 6 de diciembre a esta isla que llamó Española (actualmente compartida por Haití y Republica Dominicana), aunque había tenido que pasar por el duro trance de perder su nao capitana, la Santa María, encallada sobre un bajío en las proximidades de Haití. Con el auxilio de la Niña y la ayuda de los indígenas, pudieron salvarse muchos efectos que fueron destinados al fuerte Navidad. Allí dejaría Colón, al mando de Diego de Arana, una guarnición de 40 hombres; en el que sería el primer y efímero asentamiento europeo en el Nuevo Mundo.
El 16 de enero de 1493 inició Colón el tornaviaje, desde la bahía dominicana de Samaná. Le acompañaban algunos isleños como testimonio vivo de sus hallazgos. Las dos naves iban patroneadas por los hermanos Pinzón. Tomaron una derrota más septentrional que les hizo encontrar los vientos del Oeste que les empujaron hacia Europa.
El 14 de febrero a la altura de las Azores por el Sur, un fuerte temporal empujó a la Niña, donde iba el Almirante, desde la popa, alejándola de la Pinta.
Amainando el temporal, el día 18 fondeó Colón en la isla azorera de Santa María. El capitán portugués de la isla, Joao de Castanheda expresó su admiración por el descubrimiento cuando se lo contó Colón. Pero al descender tres marineros para dirigirse en busca de un clérigo que dijese misa por el alma de los marineros, fueron apresados por los pobladores y el capitán portugués se negó a liberarlos. La Niña debió ponerse en marcha con menos hombres para las maniobras, sólo quedaban tres hombres expertos, incluso Colón estaba muy dolorido en las piernas, pues siempre estaba en cubierta pasando frío y mojado, además del poco comer. A poco volvió a la isla de Santa María, y consiguió que le devolviesen a los tres marineros capturados. Por fin, el 24 de septiembre pusieron rumbo a la península. Sufrieron varias borrascas que incluso rasgaron la velas. El día 4 de marzo embocaron el Tajo y subieron hasta Lisboa. Colón escribió al Rey de Portugal, explicando que venían de las Indias y no de Guinea, pidiéndole ayuda para sus hombres. El rey Juan II recibió a Colón el día 9 de marzo con mucho honor pero pronto se hizo notar la envidia del Rey hacia aquel aventurero que años atrás le pidió barcos para realizar la hazaña que ahora pertenecería a los reyes de España. Cuando el rey le dijo que aquellas tierras le pertenecían a él, Colón arguyó que nunca había navegado hacia Guinea ni San Jorge de Mina. El contencioso duraría hasta el tratado de Tordesillas (1494).
El día 13 de marzo largó el trapo y puso proa a Palos, donde arribó el día 15 de marzo. Por su parte, Martín Alonso Pinzón había hecho una derrota más hábil y menos comprometida que la de su jefe. A fines de febrero entraba en la bahía pontevedresa de Bayona, donde reparó la Pinta. Los gallegos fueron los primeros europeos en saber del descubrimiento de nuevas tierras hacia el Oeste. Después puso proa a Palos, donde llegó el mismo día -estupenda casualidad- y pocas horas después que Colón. Algunos días después, consumido por la enfermedad dejó el mundo de los vivos.
Colón puso en circulación las cartas que había ido escribiendo en su viaje, dando cuenta del resultado del viaje y de la fertilidad de las islas descubiertas, así como de su riqueza en oro y de la facilidad para sojuzgar a los indígenas. Los reyes, a la sazón en Barcelona, escribieron a “nuestro Almirante de la mar Océana e visorrey y gobernador de las islas que se han descubierto en las Indias”, rogándole que fuera a verles, al tiempo que le encargaban las disposiciones necesarias para otra expedición inmediata.
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