El 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la universidad de Salamanca se celebraba el Día de la Raza con la presencia de Carmen Polo, esposa del general Franco recién nombrado Jefe del Estado. Millán Astray había llegado escoltado por sus legionarios armados con metralletas, afectación que conservaría a lo largo de toda la guerra. Varios oradores soltaron los consabidos tópicos acerca de la “anti-España”. Un indignado Unamuno, de setenta y dos años, que había estado tomando notas sin intención de hablar, se puso de pie y pronunció un apasionado discurso. “Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana, yo mismo lo hice otras veces. Pero, no, la nuestra es sólo una guerra incivil (...) Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión (...). Se ha hablado también de catalanes y vascos, llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo, catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer, y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida ensenándoos la lengua española, que no sabéis...”
En ese punto Millán Astray empezó a gritar: “¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?” Su escolta presentó armas y alguien del público gritó: “¡Viva la muerte!”. En lo que fue un exhibicionismo fríamente calculado, Millán habló: “¡Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación!. ¡El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí!”. Se excitó sobremanera hasta tal punto que no pudo seguir hablando. Resollando, se cuadró mientras se oían gritos de “¡Viva España!”. Se produjo un silencio mortal y unas miradas angustiadas se volvieron hacia Unamuno. “Acabo de oír el grito negrófilo e insensato de ¡Viva la muerte!”. Esto me suena lo mismo que “¡Muera la vida!”. Y yo, que he pasado toda la vida creando paradojas que provocaron el enojo de quienes no las comprendieron, ha de deciros, con autoridad en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Puesto que fue proclamada en homenaje al último orador, entiendo que fue dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. ¡Y otra cosa!. El general Millán Astray es un inválido. No es preciso decirlo en un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente hay hoy en día demasiados inválidos y pronto habrá más si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Millán Astray pueda dictar las normas de sicología de masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como dije, que carezca de esa superioridad de espíritu, suele sentirse aliviado viendo cómo aumenta el número de mutilados alrededor de él(...). El general Millán Astray quisiera crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por ello desearía una España mutilada....”
Furioso, Millán gritó: “¡Muera la inteligencia!”. En un intento de calmar los ánimos, el poeta José María Pemán exclamó:”¡No!. ¡Viva la inteligencia!. ¡Mueran los malos intelectuales!”. Unamuno no se amilanó y concluyó: “¡Éste es el templo de la inteligencia”¡Y yo soy su supremo sacerdote!. Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta, razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España.”
Millán se controló lo suficiente como para, señalando a la esposa de Franco, ordenarle: “¡Coja el brazo de la señora!”, cosa que Unamuno hizo, evitando así que el incidente acabara en tragedia.
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