Levantada sobre un puñado de islas en una laguna al norte del mar Adriático, la ciudad de Venecia era una fuerza poderosa e independiente en el mundo medieval. Las islas que conforman la ciudad habían estado habitadas por pescadores desde la época de los romanos. Con el declive del Imperio romano, entre el siglo IV y V la mayor parte de Italia quedó bajo el dominio de las tribus germánicas. Una de las excepciones fue el territorio conocido como Venecia, que permaneció bajo el control de funcionarios enviados desde Constantinopla.
La invasión de Italia por los lombardos en el año 580 obligó a muchos refugiados procedentes del continente a establecerse en las islas de las lagunas.. Diversos asentamientos fueron creciendo y para 697 los funcionarios bizantinos decidieron nombrar al primer dux encargado de gobernar la zona. En el año 810, Pipino, hijo de Carlomagno, intentó conquistar la región en nombre del Imperio franco, pero fue incapaz de llegar hasta la isla de Rialto, que ya entonces era el centro neurálgico del asentamiento.
Un tratado de paz firmando en esa época aclaraba que Venecia pertenecía al imperio bizantino, pero los habitantes pronto empezaron a afirmar su independencia. Un vivo símbolo de ello tuvo lugar en el año 829 cuando las reliquias de san Marcos fueron robadas en Alejandría y la ciudad lo adoptó como su patrono. Sin embargo, la pérdida de vínculos políticos no supuso una ruptura total entre Venecia y Constantinopla y las relaciones comerciales entre ambas siguieron siendo fuertes, al igual que la influencia cultural griega, determinante, por ejemplo, en la arquitectura.
Los venecianos concentraban sus conocimientos como navegantes en la multitud de valles que forman distintos ríos al pie de los Dolositas, en el norte de Italia. Estos marineros se convirtieron en magníficos comerciantes que vendía sal y pescado procedentes de su propia región, así como productos del Mediterráneo importados por mercaderes bizantinos (especias, seda, incienso), a cambio de los granos y demás alimentos de primera necesidad que no podía cultivar en sus pequeñas y arenosas islas.
Durante los siglos IX y X, las regiones vecinas se fueron pacificando, la economía prosperó y los venecianos comenzaron a viajar cada vez más lejos para satisfacer la creciente demanda de productos suntuarios. Sus naves se adentraron el Mediterráneo con mayor frecuencia para comerciar con los musulmanes del norte de África, así como de Asia menor y Levante. Este aumento del comercio, unido a ala disponibilidad de la madera, redundaron ene le surgimiento de una industria veneciana de construcción naval que ayudó a sostener la supremacía comercial de la ciudad.
En el siglo XI, Venecia era una potencia económica y política fuerte, rica y llena de energía. A diferencia de sus rivales, Pisa y Génova, había conseguido mantener su independencia frente al emperador germánico que gobernaba la mayor parte de la Italia septentrional.
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