Los barcos de vela de madera eran sitios húmedos, oscuros y tristes, que apestaban con el hedor del agua de la sentina y la comida podrida. Sea cual fuere el clima, un barco de madera tenía filtraciones; rara vez se podía calafatear todo el maderamen. Con mal tiempo el agua caía sobre las escotillas y la cubierta inferior quedaba anegada y, una vez húmedo, el interior del barco era difícil de secar.
Los hombres sufrían mucho de calambres, resfriados y catarros, empeorados por la falta de ropa seca y por el incesante esfuerzo. Cuando un marinero iba abajo sólo podía disponer del castillo de proa, en la malsana lobreguez iluminada por una sola vela, compartiendo una manta mojada con otro compañero.
Los piratas se libraban de la ordalía del frío, pues operaban en aguas cálidas. Sufrían el intenso calor del trópico en barcos atestados. A veces había unos 250 hombres en un barco de apenas 30 metros de eslora (largo) y 15 de manga (ancho). Dormían “como perros en cubierta”. Todas las tripulaciones se esforzaban al máximo para combatir la pestilencia. Lavaban las cubiertas con vinagre y agua salada. Los piratas, a veces, las rociaban con coñac francés si tenían mucha cantidad. Bajo cubierta lo habitual era fumigar con azufre caliente. Nada podía detener la acumulación de residuos y la invasión de alimañas.
No era inusual para un capitán perder a la mitad de la tripulación por causa de la enfermedad durante un viaje. La fiebre tifoidea y el tifus eran endémicos. El escorbuto, por falta de fruta fresca, también era omnipresente. Disentería, malaria y fiebre amarilla nunca faltaban. Las enfermedades venéreas eran tal maldición que cuando asaltaban un navío saqueaban el baúl de los medicamentos en busca de los compuestos de mercurio para la sífilis.
Los barcos de la época solían llevar un pequeño cargamento de exquisiteces culinarias, como lonchas de beicon y lenguas curadas, mermelada, grosellas y almendras y jerez. La comida habitual era arroz, siempre arroz. El agua apestaba, la carne y el pescado se pudrían pronto. El bizcocho (pan horneado dos veces) tenía gusanos de cabeza negra. Para los piratas la sed y el hambre eran compañeros constantes.
Padecían prolongadas agonías de aburrimiento, aliviadas por juegos de dados y cartas. La bebida era su mayor confort, especialmente el ron. Los que sabían leer se solazaban con la Biblia y los libros de oraciones. A veces organizaban la llamada “pantomima pirata” que era un juicio simulado. Todos participaban, uno hacía de juez, otros de jurados, había un abogado defensor y otro acusador, incluso alguaciles para imponer orden. Se lo tomaban tan en serio que muchas veces acababa en una trifulca monumental, con heridos y muertos.
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