El rey de los dioses, Zeus, era bastante casquivano. Se sentía atraído por todas las mujeres, especialmente las esposas de los reyes humanos. Las había gozado de múltiples maneras: como lluvia dorada, como cisne, como toro o, lo más habitual, tomando la forma del marido cuando éste estaba guerreando contra los vecinos.
Pero estaba casado, y como todo casado tenía que ocultarse de su esposa, Hera, para poder llevar a cabo sus aventurillas. Asi que Zeus utilizaba a todos los habitantes del Olimpo que querían llevarse bien con él. Al fin y al cabo era el rey de los dioses.
En una de sus aventurillas extra-maritales contó con la ayuda de una mujer amiga de su esposa. Esta mujer, una gran charlatana, entretuvo a la diosa Hera con sus historias mientras Zeus consumaba sus divinos deseos.
Pero Hera, como buena conocedora de las debilidades de su marido, estaba alerta. Cuando Zeus regresó al Monte Olimpo estaba esperándolo y le soltó un buen rapapolvo.
A la mujer que había tratado de engañarla con su charla, la diosa Hera la condenó a mantenerse en silencio y sólo repetir la última palabra de aquellos que le hablasen.
La mujer se llamaba Eco.
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