Se dice que Toledo, crisol de culturas y centro de la intelectualidad europea durante siglos, tuvo dos escuelas, la de Traductores y la de Nigromancia. Sobre esta segunda los datos son demasiado parcos.
Para los ilustrados, las artes mágicas no eran sino la conjunción de la vanidad de unos pocos con la ignorancia de muchos, no habiéndose probado la existencia de algo que tuviera que ver con esta artes, aunque fuera remotamente, la práctica de la magia era un sambenito con el que España en general, y Toledo en particular, había tenido que cargar.
La leyenda de Toledo como lugar destacado en la transmisión de dichas artes habría sido una consecuencia de la fama alcanzada por la Escuela de Traductores, cuyas enseñanzas estaban mal vistas por buena parte del clero y del pueblo llano. La Escuela de Nigromancia sería el imaginado lado oscuro y esotérico de la actividad científica de la de Traductores, a la que árabes, judíos y cristianos acudían para empaparse de los saberes de la Antigüedad; la interpretación heterodoxa y mágica de las enseñanzas científicas que en ella se impartían.
Las primeras referencias literarias acerca de la difusión de la nigromancia desde la ciudad del Tajo no sólo fueron tardías, sino que coincidieron en buena medida con esta espléndida época en la que, especialmente bajo el reinado de Alfonso X el Sabio, la ciudad se convirtió en la meta de la intelectualidad europea. Dichas referencias no fueron escritas en la Península sino más allá de los Pirineos, siendo sobre todo religiosos cistercienses los artífices de las mismas, reticentes ante los avances científicos e interesados en desacreditar las enseñanzas que se impartían junto al Tajo.
Por tanto, más que una realidad la magia toledana fue originariamente el fruto de una literatura tendenciosa y difamatoria. Incluso en los “Hechos de los obispos de Halberstad”, obra de comienzos del s. XIII que recoge la primera referencia conocida en este sentido, se mantiene que le papa Gregorio VII aprendió magia cerca de Toledo, algo inverosímil, si tenemos en cuenta que el personaje nunca estuvo en la Península ibérica.
Antes que él, en la obra de Guillermo de Malmesbury “Gesta Regum Anglorum”, del s. XII, se recoge que el sabio francés Gerberto de Aurillac, considerado un esotérico, había aprendido magia en Barcelona y Córdoba, alcanzando el papado bajo el nombre de Silvestre II gracias a un pacto con el diablo.
Sería con obras posteriores como “El conde Lucanor” de don Juan Manuel, en el que se cita a un supuesto don Ylán, gran maestre en ciencias ocultas cuya mansión se ubicaba bajo las aguas del Tajo, las que magnificaron y difundieron el componente mágico atribuido a Toledo.
Por su proximidad al inframundo, las cuevas, sótanos y subterráneos en general se convirtieron en los lugares más apropiados para los nigromantes. La cueva más famosa en Toledo era la llamada “Cueva de Hércules”, aquella en que el diablo asentó sus reales para enseñar a moros y judíos.
La cueva siguió siendo muy famosa, tanto que en 1546 el cardenal Silíceo promovió su exploración. Varios hombres entraron en ella con antorchas, después de estar todo el día explorándola salieron al exterior, según diversas versiones, con los rostros demacrados o, en el peor de los casos, enfermaron y murieron rápidamente.
Más tarde, el famoso e infamado Marqués de Sade recogería en un cuento “Rodrigo o la torre encantada”, versión libre de una de las principales leyendas sobre la pérdida de España; la historia de la cueva, bajo la iglesia de San Ginés donde había una puerta con mil cerraduras puestas por los distintos reyes de España. El rey Rodrigo hace abrir la puerta, después de recorrer múltiples estancias; e incluso pasar por el infierno, llega ante un lienzo con guerreros árabes pintados junto con una leyenda que dice: “Cuando este paño fuere extendido y aparecieran estas figuras, hombres que andarán así vestidos, conquistarán España y serán de ella señores.”
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